lunes, 22 de octubre de 2012

Pro Pluto

Disertación humorística de protesta redactada hace unos años a consecuencia de la decisión de la comunidad científica internacional de reducir a Plutón a la categoría de planeta enano. Ahora que tenemos una especie de Wall-E invadiéndole el planeta a los marcianos y haciéndoles fotos sin pedirles el copyright, una sátira para compartir unas risas, sin más pretensión.


PRO PLUTO


En relación a la reciente degradación del -anteriormente reconocido como planeta del Sistema Solar- macizo orbital de Plutón en el último congreso de la Unión Internacional de Astrónomos celebrado en Praga (ciudad que se caracterizó por la obsesión del emperador Rodolfo en torno a la alquimia y el movimiento de los cuerpos celestes), nosotros, los aquí firmantes, manifestamos nuestra más rotunda oposición y exponemos, en contra de este dictamen, los siguientes postulados:

1) PLUTÓN TIENE NOMBRE DE DIOS GRIEGO. Por muy razonamiento inverso que pueda asemejar, y a pesar de lo tautológico del argumento, si a todo planeta se le asigna nombre de dios griego (o latino, mejor dicho, que éstos no son sino burdas imitaciones de los helénicos), todo lo que tenga nombre de dios griego -por definición-, debe tratarse de un planeta. Cabría afirmar entonces que Caronte, por similaridad de caracteres, y también Ceres, habrían de ser proclamados como tales, puesto que también poseen dicha atribución, mientras que el siguiente “planeta enano” conocido, de apelativo alfanumérico impronunciable (también conocido cariñosamente como “Xena”), no debería constituirlo, pese a ser mayor todavía en tamaño que Plutón. Pero a esa especie de combinación críptica e indescifrable de cifras y letras pocos mortales con un mínimo de conocimiento de la cultura clásica podrían considerarle como astro merecedor de ser nombrado en el cielo, mientras que Caronte, por su propia denominación, debería constituirse en satélite de Plutón, tal y como originalmente se hallaba descrito. El hecho de que en este pequeño sistema el planeta mayor sea sólo ligeramente más grande que su acompañante, y el que en realidad ambos cuerpos celestes se encuentren girando el uno alrededor del otro, como en un continuo y tétrico baile, no es en realidad sino una reafirmación de este hecho, puesto que en realidad, Plutón no puede existir sin Caronte –malhumorado barquero sin el cual sería imposible que las almas arribaran al infierno-, ni Caronte puede existir sin Plutón, pues es a algún destino adonde han de ir a parar los atormentados, tal y como existe como el mar y el río, y éste y su afluente, pues es verdad que Dios, en realidad, no puede existir sin humanos que han de adorarle. Y si bien podría rebatirse que el origen del nombre de Plutón proviene de la poco romántica búsqueda de una analogía con el acrónimo del jefe del equipo que primeramente lo descubrió (P.L., se denominaba el muchacho), una vez impuesto el nombre, el irrevocable Dios de los infiernos puede molestarse severamente si se le arrebata la categoría de planeta propiamente dicho a su tutelado. Y yo, si perteneciera a la Unión Internacional de Astrónomos, tendría cuidado con este ente divino que decide el destino de todas las almas un día u otro. Aparte de considerar –dicho sea de paso-, que si un día llegan a la Tierra plutonianos cargados de armas atómicas, la noticia, como mínimo, no les va a hacer mucha gracia...

2) LA INMODIFICABLE TENDENCIA NATURAL DE LAS COSAS AL AUMENTO PROGRESIVO DE LA COMPLEJIDAD DE LOS SISTEMAS. Desde tiempos pretéritos, y ya en los albores de una todavía bisoña ciencia, el ser humano se ha caracterizado por ampliar las diversas clasificaciones que iba realizando con el tiempo, y no en disminuirlas. Así pues, y con el paso de los años, el número de especies conocidas ha aumentado progresivamente (descartando las extinciones y los animales posteriormente descubiertos como imaginarios, los cuales no han conseguido contrarrestar esa tendencia), de igual modo que el grado de profundidad de las teorías en física, y en general, nuestros conocimientos en cualquier ámbito de la ciencia se han incrementado de manera exponencial (que no aritmética), especialmente a lo largo de estos últimos dos siglos. Las enciclopedias son más grandes, el derecho civil y penal, más complejo, las posibilidades en literatura, mucho más amplias, y la tecnología evoluciona (de la misma manera en que lo hace la naturaleza) de tal manera que incorpora lo mejor de los ejemplos anteriores, y suma nuevos parámetros incrementando con ello el tamaño y complejidad de los modelos. Disminuir el número de planetas del sistema solar no sólo significaría una afrenta a esta ley universal que es tan grande como el hombre (y reflejada -aún más-, por la más poderosa de las normas de la física, la química y la biología, que es la ley de Murphy), sino que constituiría, además, un peligroso precedente de cara al futuro, no tanto para la ciencia -que siempre seguirá creciendo-, sino sobre todo, para nuestro concepción filosófica de cómo se halla constitutido el mundo, permitiendo quizás el olvido de que detrás de cada árbol derribado en el Amazonas hay cientos de especies aún no catalogadas, o que cada pueblo que inunda una presa significa la imposibilidad de desenterrar los tesoros arqueológicos ocultos que laten bajo sus suelos. Inhabilitar (por tanto), a Plutón como planeta, significa una marcha atrás en este largo proceso que empezó el Homo Sapiens hace ya más de cien mil años. Y como todo funambulista sabe, cuando caminas por la cuerda floja, la primera regla de todas es estricta: ni un solo paso atrás.

3) EN REFERENCIA A LAS RAZONES EXPUESTAS EN CONTRA, que la órbita de Plutón se cruce con la de Neptuno no es ningún inconveniente, puesto que de ser así, tanto se cruza un planeta con el uno como el uno con el otro, y a Neptuno (tanto por tamaño como por su denominación de Dios de los Mares), nadie se atrevería a arrebatarle la condición de planeta (y en cuanto a quien argumente razones estéticas, tales como que la órbita de Plutón es más excéntrica, menos razonable aún es el movimiento de Neptuno, en claro desequilibrio con las órbitas del resto de sus compañeros: además, y por estética, Plutón, por las razones de tipo byronianas anteriormente expuestas, debe permanecer también vigilante en su puesto; y no es raro después de todo que se cruce en el camino del dios de los mares, pues pensemos en cuántos cadáveres alberga, desde el inicio de los siglos, el inapelable fondo del mar). El diámetro de la masa rocosa también constituye un factor despreciable, pues es un hecho del conocimiento general –tal y como reclaman con rintintín las mujeres a sus maridos-, que el tamaño (o eso dicen) no importa. Por otro lado, alguna voz se ha alzado reclamando que la eliminación de Plutón significa un punto a favor de la ciencia en su lucha contra charlatanes y astrólogos, al recortar un planeta que anteriormente se encontraba incluido en sus particulares bases de datos (contradiciendo, de esta manera, la supuesta exactitud de su ciencia). No obstante, esto en realidad no es sino un aspecto del problema, ya que el golpe mayor se produjo en los años 30, cuando Plutón fue descubierto y por tanto se les hizo romper (ante los astrólogos y sus correligionarios), todos los esquemas a estos visionarios, al introducir una nueva variable la cual –cosas de la milenaria ciencia astrológia- en ningún momento se hallaba en sus cálculos. Eliminar Plutón constituiría volver a darles la razón a unos execrables sacacuartos, los cuales bien podrían refugiarse en que, después de todo, Plutón nunca llegó a ser un auténtico planeta, y por tanto sus predecesores tenían razón.

En todo caso, y más bien, creemos que las divagaciones esgrimidas por la Unión Internacional de Astrónomos para obviar a Plutón de la lista de planetas son a todas luces endebles e insuficientes, y que realmente, la inelección definitiva de Plutón como astro mayor del sistema solar se debe más bien a otros criterios, a saber, entre los posibles:
·         En el caso de la eliminación de la “ch” y la “ll” del alfabeto de la lengua española, la razón última de este suceso se debía verdaderamente a que los académicos pretendían expulsar a 3 ó 4 congéneres del panorama de las letras hispanas, y no sabiendo cómo hacerlo, encontraron como mejor solución tachar estas dos letras de nuestra lengua para, de este modo, eliminar hasta cuatro (ch, Ch, ll, Ll), sillones de académicos, a los cuales no podrían renovar. No es improbable que acabemos descubriendo que existe un organismo internacional en los cuales los nombres de los miembros se asignen por planetas, y con esta medida, excluyendo a Plutón, se ha conseguido expulsar al compañero que no paraba de fastidiar con el sonido de la armónica, o a la compañera por la cual nunca ganaban los partidos de golf de las competiciones entre empresas. Una vez más, no es el cielo el que influye al hombre, sino las necesidades del ser humano quienes determinan el destino de los cielos.
·         Por una razón más lingüística que semántica, y en el caso de los astrónomos de habla hispana, considerar que Plutón es un nombre poco apropiado para un planeta, subrayando que este astro, por su errático movimiento y su fría y distante órbita, bien podría considerarse todo un “plutón” verbenero.
·         En realidad, se debe todo a oscuros intereses inmobiliarios, de la misma manera en que el duque de Lerma trasladó la corte a Valladolid para luego devolverla a Madrid. Los astrónomos que han votado esa medida han empezado a comprar terrenos en Plutón -ahora que han descendido de coste-, y luego votarán a favor de incluirlo de nuevo en la lista de planetas, revalorizándose entonces sus tierras, y vendiéndolas al mejor postor. A lo cual nosotros, legítimos ocupantes de los actuales terrenos de Plutón, nos oponemos.

4) LA FUERZA DE LA TRADICIÓN. La misma entonación de la sentencia, al enumerar el nombre de los planetas, que aprendimos desde pequeños en el colegio, lo define. Los planetas del sistema solar son: Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno... y nada más. Ahí falta algo, un punto y final, un noveno y alejado planeta, que cierre y dé sentido al conjunto, un punto remoto, frío y oscuro, que sirva de frontera, de límite final a esta estación, y que se manifieste como una advertencia a futuros visitantes de este sistema solar que provengan de lejanos planetas: de que los que allá se adentren no han de tener asegurada la vida. En contra de lo que se pueda pensar, la fuerza de la tradición es un parámetro al que ha de concederse tanta importancia como el radio del astro, o la longitud de la órbita. El inconsciente colectivo, ese espíritu común y trascendente que hace que -sin haberlo dicho nadie-, todos seamos conscientes de ciertas cosas, y que sin haberlo observado directamente, todos sepamos que tenemos corazón (o el mito de los gigantes, como el recuerdo escondido de nuestros bonachones hermanos mayores los Neardentales), constituye una fuerza generadora tan poderosa como el movimiento de las mareas, y que ha hecho incluso que el año 2000, pese a los razonamientos de todos los científicos, se haya convertido en inicio de siglo, y por tanto, que el aciago siglo XX, gracias a Dios, sólo haya durado 99 años. Por más que lo neguemos, habrá siempre impulsos instintivos que derroten a la fuerza de la razón: siempre esperamos que un cuerpo pesado caiga antes que uno ligero; los psicólogos negarán el psicoanálisis, pero tarde o temprano acabarán citando a Freud; y el Carrefour, después de todo, seguirá siendo Pryca. Por mucho que nos empeñemos, Plutón continuará manteniéndose como planeta, en la mentalidad de todos nosotros y en el imaginario colectivo, puesto que los profesores se lo transmitirán a sus alumnos, y éstos a sus hijos, y éstos a sus nietos, así hasta el final de los tiempos. Plutón será el planeta perdido, el planeta olvidado, pero precisamente por eso, por su carácter de perdedor, el eterno planeta sin nombre. De ser el coloso menor, el hermano renegado, aquel a quien contemplar con menosprecio por encima del hombro, el noveno satélite solar se ha convertido en el cabeza de león de los menores, el gigante a la cabeza de todos los enanos, y sobre todo, y por encima de todo, en el símbolo de la resistencia y la rebeldía ante aquellos astrónomos que, con su aire académico y su espíritu docto, han olvidado cuán insigne es su propia pequeñez, y el valor del dios de los infiernos. Así que contradictoriamente este astro (destinado por su tamaño y su lejanía a perderse progresivamente en el vacío de ese inmenso océano negro que son los confines del espacio), ha quedado instalado, como consecuencia de esta injusta e innecesaria extradición, ahora de manera definitiva en nuestras simpatías y en nuestras memorias. Con lo cual podemos afirmar, con un cierto deje de risita y venganza en el alma, que con su expulsión del sistema, Plutón, para todos los efectos, acaba de introducirse definitivamente en él.


            Nota adicional como advertencia: ENTRE MARTE Y VENUS TAN SÓLO SE INTERPONE LA TIERRA.

            Retomando de nuevo la nomenclatura clásica de los planetas como entidades mitológicas derivadas del acervo religioso griego y romano, hemos de tener en cuenta una serie de curiosas coincidencias que aparecen asociadas a aquellos cuerpos celestes que se presentan a ambos lados de nuestro estimado –ya por la costumbre- macizo conocido como planeta Tierra. A un lado y al otro se encuentran Marte y también Venus, dioses del amor y de la guerra. Sus condiciones climáticas guardan cierto paralelismo (o tal vez incoherencia) con las entidades las cuales representan: Marte es frío, inhóspito, e incapacitado para albergar vida. Venus, en cambio, el planeta del apoyo incondicional y el abrazo sincero, alberga temperaturas de más de cuatrocientos grados y ríos de lava candente que harían evaporarse instantáneamente a cualquiera que pusiera un solo pie en él. Esto ya era de sobra conocido por los astrónomos y eruditos: pero hay un detalle que quizás nos haya pasado desapercibido. Una pequeña china en el zapato, que pudiera resultar mortal.

            Porque si recordamos las viejas tradiciones asociadas al panteón helénico, no podemos obviar el hecho de que Ares y Afrodita, en el pasado, fueron amantes, y algunos dicen incluso que, finalmente (y por qué no, también ellos), acabaron enamorados. Pudiera parecer paradójico, ¿desde cuándo se asocian el amor y la guerra?, ¿no termina todo esto con las proclamas más afamadas de mayo del 68? Pero hemos de tener en cuenta que, después de todo, éstas son las dos grandes pulsiones entre las cuales se ha desplazado como un péndulo el hombre a lo largo de los siglos, el Eros y el Tanatos, la decisión de ser amado o ser temido, cuántas guerras desde la de Troya han sido iniciadas por el sexo, cuántas veces la guerra, a pesar de su crudeza, ha terminado por desencadenar entre almas atormentadas el amor. De hecho el sexo ha sido siempre asociado al fuego y por ende a la violencia, y la diosa púnica para el mismo, Ashtarté, es al mismo tiempo también la entidad representadora de la venganza. Así pues, este amor tiene un sentido, y una lógica, especialmente si recordamos que ninguno de los dos fueron dioses amables. Pero no por ello tuvieron más fácil la posibilidad de expresarse su amor.

            Porque también ellos, como Romeo y Julieta, como dos ingenuos amantes, sufrieron de la incomprensión (quizás no entendieron estos razonamientos anteriormente enunciados) y del reproche de sus pares. De hecho el tercero en discordia –el cornudo y maltratado Efesto (en efecto, qué feo era Efesto)- consiguió un día pillar in fraganti a ambos infractores y rodearlos como una malla de hierro la cual les impidió salir, con lo cual, durante todo una jornada, los dioses del panteón griego se pasearon para carcajearse de los burladores burlados, y por una vez –cazadores cogidos- las dos grandes pasiones que dominan al hombre contemplaron cómo se convertían en el hazmerreír de aquellos que iban o venían aunque solo fuera de paso. Quizás por ello interrumpieron sus relaciones, y pudiera ser por el miedo al ridículo por lo que no se volvieran a ver.

            Pero un día, pensemos, pueden volver. Desde esa distancia de millones de kilómetros que les separan, la fogosa y ardiente Venus, y el gélido y glacial Marte, aspiran por su retorno, que aporte un poco de paz y equilibrio a unas vidas que, de haber podido continuar juntos, quizás hubieran evolucionado distinto: Venus no hubiera tal vez despechado a todos los amantes que se hubo encontrado, Marte hubiera sido más tranquilo, más amable, podría haberse ahorrado (al estar más sereno) una o quizás dos guerras mundiales. Pero es que estas dos entidades, tan sólo se encuentran separados por una nimia e insignificante pantalla que se planta entre ambos dos: este escollo, fácilmente salvable, se trata de la Tierra.

            Y quizás por ello todas estas batallas que nos asolan, esa ola de sinsabores que consiguen que nunca seamos felices, y el que poco a poco nuestra atmósfera se pueble de metano y gases tóxicos, haciendo que nuestra atmósfera se aproxime cada vez más a la que hace del planeta Venus un acogedor lugar para que viva Plutón. ¿Están de alguna manera nuestros vecinos ejerciendo una maligna influencia sobre nuestras acciones y nuestro ambiente, incitando a nuestra destrucción para que, de esa manera, en el hueco subsiguiente, ellos puedan acercarse y que un día sean capaces de volver a estar de nuevo juntos?

            Se dice que el cinturón de asteroides situado entre Marte y Júpiter pudo constituir otrora un planeta extinto, el cual acabó destruido por crípticas fuerzas que desconocemos. Incluso el reconocido mitólogo Isaac Asimov propuso, en labios de James Moriarty, la famosa tesis Dinámica del asteroide, según la cual un genio malvado había sido capaz de llevar a su fin a este planeta primigenio, de la misma manera en que otro agente del pánico podría conseguirlo de nuevo. ¿Se aproxima de este modo el fin de nuestro planeta?¿Eros y Tanatos, asociados contra nosotros, para así retomar su amor?

            ¿Somos pues el último obstáculo, para la solución de todas las guerras y de todos los destrozos?¿Somos entonces los que evitamos, el idilio más hermoso?

            O tal vez todas disquisiciones no tienen sentido, y son en definitiva absurdas. O tal vez la esperanza de encontrar una influencia sombría –o luminosa, para los que creen en el horóscopo- de los planetas en nuestra vida, o de expulsar a Plutón de los cielos (quizás para de esta manera contrarrestar sus influjos) tan sólo corresponden al afán de no admitir una única realidad.

            Que el infierno, el amor y la guerra, somos nosotros.

            Y que ni Plutón ni Marte ni Venus, por mucho que quieran, tienen posibilidad de ayudar...

(Nota 1: este artículo iba acompañado de la mención de la siguiente viñeta, que creo que puede terminar de esclarecer dudas, o agravarlas todavía más: Diario El País (versión digital), 2/09/2006. Autor: Ramón.)

(Nota 2: no tengo la referencia de la imagen que pongo de portada. Si alguien se siente molesto por ello, que se ponga en contacto conmigo para que se retire o se añada la oportuna mención. Y perdón).

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