lunes, 26 de noviembre de 2012

La historia corta de noviembre. Dedicadas a Eduardo Galeno (3)


(Basado en un hecho real comentado por una chica cercana a mí)          

           Era la primera vez que yo salía con la gente de mi clase en la universidad, el día de la fiesta de la Almudena en Madrid. Los chicos estaban de botellón. Como yo no bebo, y me aburría, fui a dar una vuelta por ahí. Al hacerlo, me encontré con un mendigo, que estaba rebuscando en la basura de un restaurante. De repente, vi que el mendigo hacía aparecer, sobre sus manos (como si hubieran procedido de la nada, una especie de truco de magia o algo así), un par de enormes y magníficas tartas.
            -¿Quieres una?-me ofreció.
           Supongo que expresé una especie de mohín de disgusto, porque él se explicó como si lo hubiera hecho:
           -¡Son tartas del día de la Almudena! Los restaurantes las hacen, y como llevan huevo, se ponen malas al día siguiente, así que las tiran. Pero ahora mismo, están estupendas. ¡Toma, yo no me puedo comer todas!
            La verdad es que contemplé la tarta, y el mendigo tenía razón, o al menos, la pinta aparente era fantástica. Así que le di las gracias dos o tres veces, y me marché con la tarta al botellón.
            -¿Alguien quiere tarta?-pregunté.
            Y al contemplarla, todos se lanzaron, extasiados, ante tan apetitoso manjar como yo traía. No se preguntaron nada, simplemente, se lanzaron como los pingüinos cuando los cuidadores les dan el pescado. Sólo hubo dos personas que dijeron:
            -¿De dónde puñetas has sacado la tarta?
            -No te lo pienso decir.
            -No me la tomo porque no me fío de tí –me espetó la segunda persona con aire sombrío.
            Yo enarbolé una sonrisa de oreja a oreja.
            -¡Pues a lo mejor no deberías!-respondí.
         Luego, cuando todos habían ya devorado la tarta, y dado buena cuenta de ella, les confesé definitivamente el secreto, (¡me la ha dado un mendigo!), y casi todos hicieron una especie de mueca de asco. Algunos me retiraron la palabra. Luego, con el tiempo, me han vuelto a hablar. Casi todos.

            La tarta, realmente, estaba riquísima.

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