lunes, 21 de abril de 2014

La historia corta de abril: Naúfrago

                El hombre vivió una existencia cotidianamente anodina, y aburridamente gobernada por el trabajo, durante toda su vida. No obstante, cuando se jubiló, por fin decidió dedicarse a su verdadera pasión: iba a escribir. Por eso tomó un avión y se dirigió a una isla remota donde pudiera con fruición aislarse y encomendarse a su tarea. Pero su avión se estrelló. Sobrevivió y quedó como un náufrago.
                Mientras realizaba todos los preparativos para permanecer un largo tiempo en la isla, el hombre sopesó sus opciones: a su edad y bajo esas condiciones, no creía que fuera a durar mucho. Unas cuantas semanas, un mes, unos pocos más si no lo devoraban las fieras o antes de que un huracán lo desmembraba en mil pedazos. No tenía mucho tiempo. Pero las historias estaban allí. Se encontraban en su cabeza. Se trataba sólo de darles una forma, de idear un sentido, de hilvanar un discurso, y una vez hecho esto, a falta de papel, de pluma, de discos duros, de una máquina de escribir decente, grabarlo todo a fuego en su memoria. ¿Y cómo hacerlo? Incrustándoselo en la cabeza. No se le ocurrió otra manera. A fuerza de repetir, de repetir, de repetir, encontrando las mejores voces para su relato, como hizo sin duda Homero en su día, conforme intuía qué giros verbales y anécdotas concretas cautivaban en mayor medida a los primeros y más honestos espectadores de la Odisea. Y eso hizo. Construyó un refugio; cazó animales; e ideó libros. Un total de casi diez, a lo largo de más de ocho años.
                Cuando le rescataron, lo primero que pidió no fue ropa ni comida ni tan siquiera papel higiénico. Exigió que le llevaran ante un ordenador y las escribió todas, de corrido, a lo largo de tres semanas, deteniéndose lo mínimo para ejecutar sus necesidades esenciales. Cuando terminó, durmió cuarenta y ocho horas seguidas. Nada más despertarse, le informaron de que sus obras se habían convertido en un éxito.
                Algún periodista, en entrevistas muy posteriores, años más tarde, apuntaba: “Qué pena que no hubiera usted redactado esas obras antes de haberse estrellado. La búsqueda hubiera sido más intensa y le hubieran encontrado antes”.
                A lo que él respondió: “¡No!¡En absoluto! Olvida usted lo fundamental. Si yo ya hubiera escrito esas obras, no hubiera tenido ninguna razón para seguir vivo”.

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