lunes, 1 de septiembre de 2014

La historia corta de septiembre. Colaboración: Astrabudúa.

Éste es un regalo que me ha hecho mi musa (voy a decir "la musa", porque aunque haya varias, ella es la principal e imprescindible) que no sólo me ha encantado por lo que cuenta y cómo lo cuenta, sino porque se relaciona con tres aspectos interesantes:
a) Responde a una apuesta por la que "la musa" tenía que escribir un cuento a partir de la palabra "Astrabudúa", el nombre de una estación de metro de Bilbao.
b) Surgió inspirado por la noticia de que la Unión Astronómica Internacional ha puesto en marcha un sistema por el cual se pueden proponer nombres para bautizar a las nuevas estrellas y planetas que se vayan descubriendo.
c) Coincide en el tiempo con el fin del impresionante viaje de la sonda Rosetta hacia su destino, después de recorrer una distancia inimaginable para los estándares humanos. Aunque, por lo visto, los logros del hombre en ese sentido han llegado incluso aún más lejos.
Espero que os guste. De momento, a quien se lo hemos enseñado le ha convencido, argumentando que "se ha quedado con ganas de más". Lo dicho, espero que también os provoque estrellitas en el estómago, o tal vez en el corazón.
Feliz semana a todos.

-¡Astrabudúa! Definitivamente es el nombre que deberían elegir. Aunque luego resulte no ser un planeta. Bueno, "le" resulten no ser un planeta, porque Plutón, de toda la vida, es y será planeta, digan lo que digan estos individuos empeñados en desnombrar cosas que existen y en nombrar cosas que no existen, para intentar demostrar su existencia despúes. ¿O no es eso lo que hacen con el Bosson de Higgs? -soltó ella, mirando interrogativa y expectante al muchacho, que la observaba con una media sonrisa cómplice.
- Pues podría ser, claro, ¿porqué no? -respondió con una carcajada-. Sin duda es un nombre difícil de borrar, y suena muy...espacial, o a brujería, entre el abracadabra y los astronautas.

***

Es el recuerdo que vino a su mente, cuando, muchos años después, observaba el cielo brillante, luminoso, protegido apenas con unas Rayban último modelo, junto con el más pequeño de sus nietos, Adrián, que escuchaba fascinado como su abuelo le contaba que esa pelota gigantesca que lentamente se acercaba hacia ellos, en sus inicios, había sido un planeta.
–Es el Plutón de tu generación, chico, sólo que esta vez sí acertaron cuando le negaron la categoría de planeta. Y la chica que le puso nombre, Adrian, no es otra que Sara, la que hace esas tartas que tanto te gustan.
-¿Ah, si, abuelo? -preguntó, con la boca entreabierta por la memoria el pequeño-. ¿Y por qué le puso ese nombre?
- Verás, una tarde de verano, tumbados a la sombra compartiendo un buen vaso de horchata (en aquella época éramos novios, ¿sabes?), recordó el nombre de una estación de metro de una ciudad llena de vida del norte de España, y le pareció que sería perfecta para nombrar uno de esos astros que hasta ahora estudiaba como K-37654 o P-876643. Así que, con toda su tozudez, perseveró y perseveró, acosando a todos y cada uno de sus antiguos profesores y de sus nuevos jefes y compañeros hasta que lo consiguió.
-¿FUISTEIS NOVIOS?-inquirió el chiquillo, para el que el resto de la explicación se había perdido ante esa novedad impactante.
-Jajajajaja, si, Adrián, lo fuimos. Y, guárdame el secreto, volvemos a serlo ahora.
-Ualaaaaa...¿Y podemos ir ahora a verla? Igual tiene tarta de melocotones...
Y, dando por acabada la observación del cielo, se acercaron a la casa de las cortinas verdes, donde Sara les recibió, satisfecha, y les sirvió una tarta de mango enterita, junto con una dulcísima taza de chocolate blanco, pues en unas horas, cuando Astrabudúa llegara hasta su destino, hasta abrazarse con aquellos que le pusieron nombre, no tendrían que volver a preocuparse jamás por la diabetes o el colesterol.

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