lunes, 23 de noviembre de 2015

El relato de noviembre. Cuentos fantásticos (IV): La venganza y la daga

La venganza y la daga

            Agarré el mango de marfil de la espada, con todas mis fuerzas. Luego, comencé a repartir mandobles a diestro y siniestro.

            Los enemigos caían a mi alrededor, como moscas, a un lado y a otro. Mis cuchillas no tenían piedad ante unos enemigos que lanzaban su postrer estertor en un último alarido, sorprendidos, además, porque les hubiera derrotado una mujer.

            Yo mismo lo pensaba, en ese momento, mientras me abalanzaba y posteriormente saltaba por encima de ellos, mientras les hería de muerte con mi sable: no hay muchas mujeres piratas: los corsarios no suelen tomarnos en serio... Pero en mi caso era distinto. Era mi caso me respetaban, y era porque había dado pruebas de lo que era capaz de hacer. Y en estos momentos, me disponía a llegar al culmen de mi carrera. Iba por fin a acabar con Lord Swift, el asesino de mi padre... Mi venganza, por fin, quedaría consumada...

            Me batí con lucha y arrojo; degollé enemigos hasta que la sangre cubrió con una pegajosa capa toda la cubierta del barco. Había en el horizonte una aplastante superioridad en número de mis hombres; no cabía duda, estábamos ganando. Me deshice -dejando como consecuencia a un par de paralíticos tras un agudo tajo en la columna vertebral-, de dos rufianes que trataban de impedirme el acceso al camarote del almirante. Abrí la puerta de una patada.

            Allí estaba: era Lord Swift. Pero lejos de estar acobardado, o de pretender defenderse con su pistola, se reía. Se reía en una mueca infame, que yo llevaba demasiado tiempo contemplando.
            -Es tu hora...-le dije yo.
            Y el muy cabrón siguió sonriendo.
            -No es mi hora, capitana Solsa. No lo vas a lograr.
            Blandí mi espada aún con más fuerza.
            -¿Ah, no? No te veo sable, ni armas de fuego, ni nada con lo que defenderte. ¿Cómo vas a librarte de esto, maldito?-le imprequé, agitando mi arma de un lado a otro.
            Y entonces Lord Swift, con una mezcla de cinismo y de conmiseración en su mirada, me respondió:
            -Capitana Solsa... Sé que eres una mujer letrada. Sé que tu padre te enseñó a los grandes filósofos. Supongo que habrás oído hablar de Platón.
            Yo no entendía nada. De fondo, seguía resonando el rugido de los cañones, el restallar de los sables imponiendo la única ley con la que yo sabía vencer. Y este tipo me venía con gaitas filosóficas.
            -¡Te voy a matar!-bramé a Swift, intentando que se defendiera por fin como un hombre.
            -Platón –prosiguió a él-, como seguramente recuerdas, defendió la existencia de dos mundos. Uno real, auténtico, lleno de vida, y uno falso, creado por nuestras erróneas percepciones y sombras engañosas.
            Swift se acercó a mí. Por algún extraño motivo, y aunque durante años había sido mi primera prioridad hacerlo, no fui capaz de ensartarle la espada.          
            -Pues te voy a decir algo, capitana Solsa. Te voy a revelar el sentido de la vida, nuestra vida... Nosotros somos el mundo falso.
            Y sonrió levemente.
           
            Me puse furiosa de golpe.
            -¡Deja de decir tonterías!
            -No me matas porque sabes que es verdad, capitana Solsa... En el fondo eres consciente de que tú y yo no somos nada más que una ilusión. Una fantasía que nos imagina alguien que quiere disfrutar de nosotros. Solsa, nosotros no tenemos vida, más allá de las que nos quieran crear... No malgastes estos últimos minutos enfrentándote a mí, cuando no te va a servir de nada.
            Negué con la cabeza.
            -¡No, eso es falso!¡Todo lo que dices es mentira!
            -Lo sabes, Solsa, pero te niegas a creer... Quieres aferrarte a tu mundo, a tu pequeño mundo, considerar que todo esto es verdad, que la venganza por la muerte de tu padre tiene algún sentido... cuando en realidad esta venganza se repite, una y otra vez, constantemente, incluso aunque me mates, simplemente con que alguien decida apagar o encender un botón...
            Y yo deseé en esos momentos, más que nada en este mundo, coserle la boca a balazos a Swift para que se callara. Pero me di cuenta, desgraciadamente, de que no podía hacerlo. De que me encontraba inmovilizada. Comencé a llorar abiertamente. Comencé, por primera vez en mi carrera como criminal, a derrumbarme...
            -Solsa, por favor... ¿Quieres que te enseñe quién eres tú, quien soy yo en realidad?
            Y yo asentí, asentí llorosa con la cabeza. Y entonces Swift volvió el espejo, que hasta entonces había situado contra la pared, un espejo de cuerpo entero. Y contemplé mi auténtico rostro.

            Un chaval, de tan sólo trece años, con gafas, algo gordito, con una camiseta negra, sentado delante de la televisión, jugando con su videoconsola, y que me contemplaba a mí, con indiferencia, mientras yo lloraba, y ambos entrecruzábamos nuestras miradas...

            Y entonces tiré la espada, y tiré la daga, y desaparecimos yo, Swift, y todo rastro de nuestros barcos...

            Sollocé apesadumbrada hasta que cogí de nuevo mi espada, para, una vez más, vengar a mi padre...>>.



            -¿Qué te parece?
            Le pregunté yo al editor. Y el me respondió:
            -No está mal. Muy interesante. Me gusta ese giro final. Creo que te lo publicaremos en la revista.
            Me regocijé para mis adentros. Aquel dinero me vendría muy bien para las próximas semanas. Mientras el editor firmaba el cheque, me comentó:
            -¿Sabes?, a propósito de este final, he escuchado hace poco una teoría. La ha propuesto un físico: los físicos son gente muy rara, ¿sabes?, yo nunca me fío de ellos, digo que hay que tener cuidado, porque son los únicos que saben de qué está hecho el universo... En todo caso, cuando se meten en campos que no son el suyo, suelen revolucionar al personal, y este tipo lo ha hecho. Ha propuesto una teoría sobre los viajes en el tiempo. Dice que, en el futuro, quizás la gente quiera viajar hacia el pasado, pero no los científicos o individuos seleccionados, sino la gente normal, la de la calle, y que cada uno de ellos creará simulaciones en las cuales ellos mismos serán los protagonistas, mientras que el resto del mundo constituirá una inmensa simulación. Imagínate, viajar a la Roma de Trajano, a la Grecia de Pericles, batallar o habitar en la corte en la Edad Media... Pero dice también que incluso, podrían hacerlo viajando al tiempo actual. Y que de ser así, a lo mejor buena parte de nosotros no somos nosotros, sino que somos gente venida de otro tiempo que están aquí, pasando el rato. Simulaciones. Y puestos a preguntarnos, podemos incluso inquirirnos si en realidad hay una mayoría de seres reales circulando por el mundo, o si lo más abundante son las simulaciones... Una posibilidad estremecedora, ¿no crees, John?
            Como toda respuesta, me encogí de hombros. Yo tenía mi cheque, y eso era lo que me importaba. Me despedí brevemente de mi editor, y salí a la calle.

            Y conforme caminaba, y pasaba por la marabunta que es la gran ciudad, con toda esa inmensa cantidad de gente caminando arriba y abajo, que parece que no saben donde van -asemejando una tremenda marea sin dirección ni sentido-, pero donde cada uno conoce sobradamente su propósito, me sentí bien, allí, yo, la única persona real, entre todo un mundo de ficciones, entre todo un conjunto de simulaciones, lo pensé así, como posibilidad teórica, sólo yo era real, el resto no era nada más que un espejismo a mi alrededor, una serie de personajes edificados para interaccionar con mi vida, imaginando que el panadero no tenía existencia, sino que su única existencia era inmiscuirse en la mía... Y me sentí feliz, así, caminando entre las sombras, sintiendo que nada existía, nadie más excepto yo...


            Y entonces el editor de la revista abrió la ventana, me contempló, sacó el mando, sonrió sarcásticamente, y apagó mi programa. Desaparecí de la calle, sin que nada ni nadie se diera cuenta de lo que había ocurrido...

lunes, 16 de noviembre de 2015

La historia corta de noviembre: Cosas raras que te pasan en la vida (IV, V y VI)

            Segunda entrega de estas historias basadas en hechos reales. Si os interesa refrescar la memoria acerca de las primeras, podéis visitarlas aquí.            

            Cosas raras que te pasan en la vida (IV):
            Un niño pequeño que se tapa las orejas con las manos.
            -Mira, mira, estoy hablando, y tú no me oyes...

                                                                       *

              Cosas raras que te pasan en la vida (V):
            -¿Cómo ha conocido nuestra tienda? –pregunta la dependienta de un negocio de cactus-. ¿Por la página web, por un amigo...?
            -No. Casi me siento encima de uno de sus productos en el metro.


                                                                       *

            Cosas raras que te pasan en la vida (VI):
            A un chico de unos veinte años se le ha muerto su abuelo. Un amigo le da el pésame, diciéndole que lo siente, a lo que el otro, muy sentido, le responde:
            -No te preocupes, Manuel... si ya sé que no es culpa tuya.

            Menos mal, ya creía que me iban a acusar de asesinato.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Los libros de noviembre: "Entre limones" y "Tres maneras de volcar un barco", de Chris Stewart.


Chris Stewart es un fenómeno. O esa es una de las formas en que le definen aquellos que le conocen. También le dedican otros adjetivos: inconsciente, alocado, "individuo", irresponsable, simpático, incorregible y, como mínimo, original. Chris Stewart es un señor británico que ha hecho prácticamente de todo en la vida (ha trabajado en un circo, esquilando ovejas, hecho un curso de aviación y tratado de escribir una guía turística acerca de China), excepto ocuparse de trabajos que requieran de traje y corbata. Un día le dio por comprarse un cortijo en las Alpujarras granadinas y allí que se fue, dispuesto a iniciar una nueva vida en la que disfrutaría del aire puro y contemplaría paisajes maravillosos a la orilla de un precioso río. Claro que cuando su mujer llego allí, ambos se dieron cuenta de que les habían estafado con el precio del cortijo, que el "aire puro" incluía lavarse en un barreño o la clasificación de la electricidad como artículo de lujo, o que el río se desbordaba de tanto en cuanto. ¿Pero iba Cris a amilanarse por ello? Ni muchísimo menos. Alegre y desenfadado, fue (más o menos) superando con ayuda (más o menos) de los lugareños las dificultades que se le iban poniendo en el camino, y escribió con su experiencia un libro, "Entre limones". Y quién sabe si es por el desparpajo natural que atesora Chris (alguien ha dicho que su estilo se parece al de alguien que acabas de conocer en una barra del bar, te cuenta su vida, y encima paga la cuenta) o porque entre otras profesiones fue el primer batería del internacionalmente conocido grupo de rock Génesis, el libro ganó fama y se vendieron un buen montón de ejemplares tanto en Inglaterra como en España. Y como la cosa funcionó, Chris ha seguido escribiendo libros, tanto contando su experiencia en el cortijo alpujarreño (continuó con los libros El loro en el limonero y Los almendros en flor, entre otroscomo sobre otros aspectos en su vida. Y, a juzgar por lo bien que le ha ido, seguramente (esperemos) no vaya a parar.




El carácter de optimista irredento -incluso un punto ingenuo- de Chris se ejemplifica perfectamente en el punto de partida de otro de sus libros, Tres maneras de volcar un barco. "Chris", le dijo una amiga, "me habían comentado que buscaban a un patrón de velero para navegar por las islas griegas, y he pensado que tú eras la persona ideal para ocupar ese puesto". Chris no tiene ni idea de navegación ni ha pilotado un barco en su vida, pero como no tiene trabajo para este verano y cree que no debe de ser tan difícil, dice que sí y se pone a aprender algo de marinería para llegar en condiciones al reto. Lo peor es que Chris, en sus descacharrantes ideas, a veces se encuentra con personas que son incluso más inconscientes que él y que tienen la intrepidez de seguirle la corriente, de tal modo que las anécdotas que alternan entre el costumbrismo mágico y el surrealismo más inverosímil se encuentran aseguradas. Tres maneras de volcar un barco cuenta tres experiencias de Chris relacionadas con el mundo la navegación, a través de las islas griegas, el desafiante Atlántico o la costa este estadounidense. A lo largo de sus peripecias, tanto en el mar como en su residencia en Granada, Chris (un tipo que es capaz de hacerte reír describiendo cómo se esquila una oveja, o cómo orinar en medio de una ventisca desde la superficie de un barco) se va encontrando personajes bastante singulares; algunos de ellos, mediterráneos con un curioso sentido del trabajo en el cual parece que todo va de mal al peor, pero al final las cosas se terminan arreglando (un tipo humano que seguramente les resultará muy conocido a los lectores españoles). El contrapunto del carácter de Chris es su esposa Ana, quien le pone de vez en cuando los pies en la tierra, aunque esto no significa en absoluto que le corte las alas a su marido o le haya puesto freno en sus aventuras -la última de ellas presentarse a las elecciones municipales españolas del 2007. Chris sigue viviendo en las Alpujarras en compañía de su mujer, su hija, perros, ovejas, gallinas y un loro algo misántropo. Sus libros son divertidos, extraños, un punto imperfectos (quizás en ese aspecto se note más claramente que lo que Chris te cuenta es la realidad imperfecta) y bastante sesgados, en lo que alguno ha descrito como una "versión idealista de la realidad". Pero, claro, ¿qué se podía esperar de alguien que subtitula su primer libro "Un optimista en Andalucía"? En definitiva, una lectura afable y despreocupada para leer a la cálida luz de un fuego. O para animarse a aprender a pilotar un barco. O todo lo contrario. Quién sabe. Nos vemos. Buena suerte y buenos libros.

domingo, 1 de noviembre de 2015

La historia real de noviembre: Cementerios

El primero de noviembre, miles de personas acuden a los cementerios a rendir honores a sus familiares o amigos fallecidos. Como toda actividad humana que implica a mucha gente, el hecho ha dado lugar a unas rutinas o circunstancias que, vistas desde fuera, pueden suscitar la curiosidad o directamente la sorpresa. Quizás, en ese sentido, la costumbre de mantener las tumbas limpias todo el año (incluso pasando el trapo por la propia) y disfrutar casi de una convivencia natural con los muertos que se produce en La Mancha y que retrataba Almodóvar en la película "Volver", sea una de las más llamativas. Pero, cuando no hay nadie, los cementerios pueden también ser lugares tremendamente interesantes. Bien sea porque se haya decidido rendir altos honores a la persona fenecida, o porque ese camposanto presente alguna característica particular que le haga único, hay necrópolis tan significativas que son incluso receptoras de una gran afluencia turística. En esta entrada, vamos a definir algunos de los tipos de cementerios más interesantes del mundo por donde podéis daros un garbeo y echar un vistazo. De hecho, yo mismo he visitado (a veces cámara en mano, como podréis comprobar) algunos de ellos, hasta tal punto que mi familia me ha preguntado por qué me entusiasma tanto "ir a ver muertos". Los motivos más interesantes por los que darse una vuelta por un cementerio pueden ser:

Cementerios hermosos: En nuestro intento por honrar a los que pasaron a mejor vida, algunos camposantos son auténticas obras de arte. Muchos contienen entre sus habitantes a individuos de excepcional fama y reconocidos en vida, como es el caso del camposanto de Père-Lachaise en París, el cementerio Tijvinskoe de San Petersburgo, el Panteón romano, la Santa Croce florentina (de la que Stendhal salió con su famoso síndrome, apabullado por su belleza), el cementerio de La Almudena en Madrid, o la abadía de Westminster en Londres. No obstante, otros cementerios (o tumbas individuales) son simplemente bellos porque alguien quiso específicamente que el ser querido que había pasado a mejor vida tuviera un hermoso lugar de descanso. Algunos "últimos refugios" no sólo son hermosos por cómo se configuraron, sino que han ido ganando con los años. Por ejemplo, la tumba de Oscar Wilde en el Père-Lachaise tenía tantas marcas de carmín procedentes de personas que querían honrarla con un beso, que las autoridades tuvieron que instalar un cristal protector para evitar que la corrosiva pintura de labios las deteriore. Luego (como esto de la belleza siempre es subjetivo), para gustos los colores. Por ejemplo, en Washington, el cementerio de Arlington a los fallecidos en la Segunda Guerra Mundial -con todas sus cruces dispuestas de una manera tan solemne y geométrica-, es desde luego impresionante, y también lo son los distintos memoriales a los soldados fallecidos en las diversas guerras que ocupan algunos de los espacios más significativos de la capital estadounidense. Pero como digo, ya es cuestión de opiniones. De hecho, a mí y a mi acompañante nos parecieron especialmente curiosos los cementerios turcos, con sus lápidas cubiertas por turbantes o sombreros de fez. Éste en concreto que os muestro en una de las fotografía de abajo (el camposanto del Monasterio de los Derviches, en Estambul), tiene la particularidad de poseer unos habitantes vivos muy especiales. Quieras que no, un poco de vitalidad siempre le da cierta alegría a los muertos.


Tumba de Oscar Wilde en Père-Lachaise, cubierta de marcas de besos de sus fans. Imagen original extraída de aquí.


Habitantes (latientes y que no lo son tanto) del pequeño cementerio del Monasterio de los Derviches en Estambul. Si los gatos gozan de libertad absoluta en la ciudad de los vivos, ¿por qué no iban a hacerlo en la de los muertos?


La tumba de George Wombwell, feriante, en Highgate (Londres), con una estatua del león Nero, uno de los animales que presentó en sus espectáculos. El amor de este señor por los animales es discutible, pero no cabe duda de que la imagen de Nero es majestuosa. Quizás por eso a mi amigo Fernando, fundador de Los Argonautas, le guste tanto. Imagen extraída de Wikicommons.

Tumbas de individuos reconocidos: A veces no basta con tener enterrados a nuestros ilustres prohombres en el cementerio más prestigioso de la ciudad, sino que se construye una estructura completa dedicada a ellos. Esto ocurre más frecuentemente cuando es el mismo gobernante el que diseña su tumba para que sea venerada en tiempos futuros, como es el caso de las pirámides de Giza o las tumbas de los monarcas españoles en El Escorial. En otras ocasiones, es la fama del cadáver que estos edificios contienen lo que les convierte en centro de peregrinación, como es el caso de Napoleón Bonaparte y su actual localización en el palacio de Les Invalides en Francia. Pero quizás el colmo de la exageración post-mortem la tenga la tumba del Primer Emperador de China, Shih Huang-Ti. Preocupado por la inmortalidad, diseñó aún así un complejo funerario de dimensiones desproporcionadas, del cual los guerreros de Xian tan sólo constituyen la puerta de entrada a una reproducción del mundo exterior que contendría seguramente canales de mercurio para simular los ríos, y joyas brillantes ancladas sobre una bóveda para hacerse pasar por estrellas. Tales maravillas, sin embargo, todavía no han podido ser contempladas por los ojos del siglo XXI: por un lado, porque los arqueólogos chinos dudan de que a día de hoy dispongamos de tecnología suficiente para preservar todas esas maravillas en cuanto salgan a la luz; y porque la leyenda dice, además, que la tumba está sazonada de trampas al más puro estilo Indiana Jones, para así evitar que los extraños saqueen el monumento. ¿Llegaremos a contemplarlo algún día? Las que son más difíciles que algún día veamos son las de Alejandro Magno y Gengis Khan. La primera, emplazada en Alejandría, se perdió seguramente durante las revueltas religiosas que precedieron a la caída del Imperio Romano, mientras que la segunda fue enterrada a conciencia en un lugar perdido en el desierto, liquidando después a los que conocían su ubicación para asegurarse de que nadie la pudiera nunca encontrar. Quizás, uno de los misterios de la arqueología más fascinantes entre los que aún no han sido resueltos.


Está claro que Keops, Kefrén y Mikerinos se quedaron a gusto con sus "tumbitas".


Los guerreros de Xian: guardianes custodios de un sueño todavía mucho mayor.

Cementerios originales: La originalidad siempre radica un poco en el punto de vista. Quizás para un judío no sea muy novedoso el camposanto hebreo en Praga, pero para el resto de las personas que habitan por esa zona (muchos de los cuales tan sólo penetran por visitar la tumba de Frank Kafka), desde luego sí que lo es. Aunque otros ofrecen más unanimidad: es el caso del cementerio colgante de Sagrada en Filipinas, el cementerio alegre de Sapantza en Rumanía, o el extraño caso del osario de Sedlec en la República Checa, donde los propios huesos se han utilizado como parte de la decoración de la capilla situada debajo de la iglesia original. Un poco macabro para el gusto de algunos, aunque sin duda ideal para los seguidores más acérrimos de Tim Burton. Tampoco hace falta irse muy lejos para encontrar tumbas originales: a las afueras de Madrid, un cementerio de animales rinde tributo a las mascotas que pasaron a mejor vida. Por otro lado, yo le tengo especial cariño (por motivos personales) al Tofet de Cartago, aunque, quizás, cuando uno descubre que la mayor parte de sus moradores son niños sacrificados a los dioses en virtud de una religión ancestral, lo mismo no te hace tanta gracia. Pero no quiero profundizar en esa historia, porque en otros escritos anteriores ya he hablado alguna vez de ella.


Lámpara de araña elaborada con huesos en el osario de Sedlec (República Checa). Imagen extraída de Wikicommons.

Cementerios bajo tierra: Todo lo que no queremos ver o pretendemos perder de vista rápidamente, lo enterramos bajo tierra. Desde los fallecidos que nos provocan angustia o pánico a la muerte, hasta (como decía Scorsese) los individuos que estorban a la mafia en una tumba improvisada en el desierto alrededor de la ciudad de Las Vegas. Pero enterrar los cuerpos a gran profundidad es casi imprescindible en el caso de que la presencia de los cadáveres cerca de la superficie suponga un riesgo para la salud humana (tal es el origen de las catacumbas de París) o de que los entierros que se celebren lo hagan bajo un rito no tolerado en aquella época (ése es el motivo por el que los cristianos construyeron las catacumbas en Roma). Por supuesto, tan tétrico ambiente ha servido de inspiración para múltiples sucesos de ficción, incluyendo desde reuniones de los Iluminati hasta un paseo de Frodo y Quasimodo de camino a la Corte de los Milagros en la novela de Víctor Hugo "Nuestra señora de París". Y seguro que para muchas más historias futuras.


Detalle de las catacumbas de París. Imagen extraída de Wikicommons.

Cementerios bajo el agua: Aunque es raro e incluso complicado a nivel práctico que los seres humanos quieran enterrar a los suyos cerca de una superficie líquida (salvo en los clásicos rituales vikingos), si nos ponemos un poco más metafóricos, existen ciudades enteras sumergidas bajo el agua (como los restos de buena parte de la antigua Alejandría, tras sucesivos terremotos) que pueden constituir en sí mismo el cementerio de una completa civilización. Asimismo, y como no sólo los seres humanos dejan de pasear por la superficie de la tierra -o del agua-, existen también cementerios de barcos hundidos, como en las islas Chuuk o en las cercanías de la costa española de Finisterre. En el mismo sentido (y ya fuera del agua), existen cementerios de aviones, de automóviles, pueblos fantasma por la desaparición de sus habitantes (ya sea por una guerra o por simple abandono)... Mención aparte (y volviendo al líquido elemento) merece mención esa región del Pacífico Sur donde las agencias espaciales planean el hundimiento de las sondas espaciales que retornan a la Tierra, y de la que ya hablamos en alguna otra ocasión, y que aunque está demasiado dispersa como para que la consideremos un cementerio, sí es un lugar adonde van a parar objetos en su día muy valiosos y ahora olvidados y perdidos por el hombre. Una definición quizás demasiado certera de cómo acabaremos también nosotros.

Cementerios donde vive gente: Podríamos hacer chistes sobre lo cara que está la vivienda y demás, pero la verdad es que los que sufren esta situación están para pocas bromas. Aprovechando el espacio, los más míseros entre los miserables instalan su hogar en el único sitio donde pueden permitírselo: dentro de los panteones familiares, o instalando frágiles tenderetes entre las lápidas para procurarse un refugio lo más decente posible. En La Ciudad de los Muertos de El Cairo o en el cementerio de Navotas en Manila, los habitantes que duermen sobre las tumbas procuran sin embargo darle un toque de color a su situación, y les agradecen en todo caso a los dueños de las lápidas que (en el caso de que conozcan sus circunstancias) les hayan permitido instalarse allí. Una muestra más de lo mal repartido que está el mundo, y quizás una contradicción al viejo dicho de que la muerte, al final, es lo único que nos acaba igualando a todos.

Cementerios imaginarios: Igual que se dice que hay cementerios de película, y el cine y la literatura han empleado a muchos reales para ambientar algunas de sus escenas más sobrecogedoras, también ha habido otros que se han creado específicamente para la ocasión. Es el caso del cementerio donde está enterrado el padre de Tom Riddle en la saga de Harry Potter, y que juega un papel muy importante en la trama de novelas. También tenemos (en un aspecto algo más figurado) el Cementerio de los Libros Olvidados de la saga de Carlos Ruiz Zafón. Por otro lado, más de una historia ha surgido de hoteles encantados o residencias malditas por su supuesta edificación encima de un cementerio indio. Con lo cual uno se pregunta quién es el malvado de la película de miedo, si los fantasmas o los tipos que concedieron el permiso de obra.

Y éstos son algunos de los cementerios más interesantes que se nos han ocurrido. Supongo que cada uno tiene sus preferencias (quizás el favorito sea el de vuestro pueblo, o donde se hallan enterrados vuestros familiares), pero estamos abiertos a sugerencias. ¿Alguno que echéis de menos?¿Uno que creáis que no debería faltar, aunque sólo sea por la importancia personal que tiene para vosotros? Si es así, escribidnos, y no dudéis en adjuntar foto. Los cementerios, al fin y al cabo, no se hacen sólo para los muertos, sino sobre todo para los vivos, para que podamos admirarlos. Y que, de esa manera, recordemos a los que están enterrados allí. Feliz Día de los Difuntos, para los que lo celebréis, y para los que no, al menos disfrutad de esta colección de tumbas. Y cuidaros mucho de no acabar demasiado pronto dentro de una. Hasta la próxima vez.