lunes, 22 de febrero de 2016

La historia corta de febrero: "Veinte años".

         Veinte años esperando… veinte años al pie de la cama del enfermo. Veinte años trayendo flores. Veinte años cortándole las barbas y el pelo para que se despertara del coma con una pinta medio decente. Veinte años durmiendo en sillones de hospital. Veinte años acumulando fotos para, cuando por fin recuperara la consciencia, enseñarle qué había pasado con su vida familiar…
          Así hasta que un día, veinte años después, se despertó. Y cuando, con los ojos vidriosos, le preguntó a su mujer qué había pasado, ella sólo supo contestar, de manera indignada:
              -¿Que qué ha pasado?¿Tú sabes la que me has dado? Has estado dormido veinte años… ¡y no has podido parar ni un minuto de roncar!

lunes, 15 de febrero de 2016

El relato de febrero: "Carnaval".

Carnaval
(Inicio de un popurrí ambientado en Cádiz)

               La tenue luz hacía difícil avanzar por entre los huecos que se abrían entre las butacas del teatro. El enmascarado, cubierto por un disfraz de corte veneciano que dejaba al descubierto un frondoso bigote seguramente falso, tanteó entre la semioscuridad de la sala para alcanzar finalmente un lugar en la pared desde donde el acceso a los palcos era más sencillo. Allí, con precaución de que no le estuviera vigilando nadie, se encaramó ligeramente y aguzó el oído, pero no encontró lo que buscaba. No obstante, un par de segundos después, un melódico sonido (al menos para él, porque para el resto del mundo hubiera sonado a voz ronca y algo forzada) llegó hasta sus oídos:
               -Oh, Romualdo, Romualdo, mi fiel Romualdo, ¿eres tú quién está trepando a este balcón?
               El susodicho Romualdo iba a responder, pero a punto estuvo de precipitarse en el vacío al ceder una parte de la cortina que le servía de sustento. Consiguió sin embargo salvar la situación y, después de asegurar su posición, con un tono amoroso y algo melifluo, finalmente clamó:
               -Oh, Julio, Julio, mi adorado Julio, ¿eres tú quien se ve a lo lejos?
             De hecho, al Julio en cuestión no lo veía, pero en cuanto este último dio unos cuantos pasos hacia adelante, asomándose a la barandilla del palco más próximo, Romualdo pudo vislumbrar a un gran disfraz de la gallina Caponata apuntándole directamente a los ojos. A Romualdo aquello le descolocó tanto que perdió el aire intrépido que portaba consigo y, con un desconcierto tan vivo que hasta recuperó el acento gaditano, preguntó:
               -¿Pero tú qué haces vestido así, pishica?
               La gallina Caponata se aproximó más todavía hacia él y respondió con un deje muy parecido:
               -¡Pues qué voy a hacer!¿No me has dicho que viniera disfrazado para que no me reconocieran?
               -Pero quillo, que al menos pueda verte la cara.
          -Bueno, no nos entretengamos, amor mío. Tenemos poco tiempo: ya de fondo escucho a la “Comparsa de la Alondra”, y eso significa que nos queda poco tiempo para hablar.
               -Yo creo que te equivocas, amor mío –había recuperado todo el romanticismo Romualdo-. Lo que se escucha es la “Chirigota del Ruiseñor”, y por tanto aún nos queda tiempo antes del entreacto.
               -Querido mío, no es por enturbiarte, pero yo creo que ésa es la Comparsa de la Alondra.
               -Cuchufrito de mis amores, yo no quiero llevarte la contraria, pero estoy seguro de que se trata de la Chirigota del Ruiseñor.
               -Alondra.
               -Ruiseñor.
               -¡Alondra!
               -¡Ruiseñor!
               -¡Es el coro de Julio Pardo!, ¿os queréis callar de una puta vez?-resonó una voz al otro lado del Gran Teatro Falla. Ambos hombres bajaron varias escalas sus voces.
               -En fin, que no podemos perder el tiempo. Dentro de no mucho será la Final, y después viene el Carrusel de Coros. Y allí debe ser el lugar donde proclamemos nuestro amor.
               -Oh, Romualdo, pero es muy peligroso; en cuanto nuestras agrupaciones se den cuenta de que estamos juntos, nos repudiarán de todas las maneras posibles. ¿No comprendes que se encuentran enfrentados desde hace años, desde aquel cisma a raíz del cual el gran coro se rompió en dos?
               -¡Pero el odio no puede durar eternamente!¡Ahora son una comparsa y una chirigota!¡Ni siquiera se enfrentan en la misma categoría, han de aprender a convivir en paz!
               -Romualdo, creo que subestimas la capacidad que el rencor tiene para mantener las inquinas prolongadas desde mucho tiempo atrás. No nos perdonarán nunca, será nuestra perdición.
               -¡Les convenceremos con la fuerza de nuestro amor!
               -¡Oh, te amo, Romualdo!
               -¡Oh, yo también te amo, Julie…!¡Julio, yo te quiero mucho también!
               -Ahora debo irme, que ya oigo a la Alondra…
               -… al Ruiseñor…
               -Bueno, que me voy. ¡Nos vemos cuanto antes, mi amor!
               -¡Hasta luego!
               La gallina Caponata desapareció detrás de unas cortinas en el palco, mientras que Romualdo descendió, volviendo a ocupar su sitio en la platea.
               Lo que ambos no sabían era que, escondida detrás de una escultura con forma de héroe griego borracho, una figura -escondida detrás de un traje de bruja- había atendido toda su conversación…


(¿CONTINUARÁ?)

lunes, 1 de febrero de 2016

El libro y la historia real de febrero: "Noli me tangere", "Los olvidados de Filipinas", y el fin del imperio español (II)

Comentábamos en el anterior post sobre el tema que José Rizal había muerto exigiendo un cambio en la política respecto a Filipinas (tratándola como una provincia y no una colonia), o que si no, el pueblo mismo tomaría las armas y buscaría la independencia. España respondió ejecutando a Rizal y, por tanto, dejó bien clara la decisión que había tomado. Más o menos en ese punto retoma el testigo "Los olvidados de Filipinas", de Lorenzo Mediano.

Mediano no nombra a Rizal, pero en muchos sentidos está de acuerdo con su punto de vista sobre algunas cuestiones en Filipinas: entre ellas, un esquema colonial de dominación en el que los españoles utilizan a unas etnias frente a otras (tanto, que llega a haber caníbales al servicio de la Guardia Civil), y unos frailes que abusan de sus funciones (sobre todo en lo relativo al trato con las nativas) y revelan a las autoridades los secretos que escuchan en confesión. Pero Mediano cuenta la historia desde otro punto de vista, porque Mediano (médico como Rizal) es descendiente de uno de los soldados que combatieron en Filipinas. De hecho, en buena medida, lo que está narrando es la historia de su abuelo, que de paso sirve para contar muchas historias más.

Foto real donde aparece el abuelo del autor Lorenzo Mediano (el de la barba larguísima) y que ilustra la portada del libro (Zócalo Editorial).

En la historia que cuenta Mediano, los españoles se encuentran en guerra contra los rebeldes filipinos, y se encuentra muy presente la sociedad secreta del Katipunan fundada por Andrés Bonifacio (la cual nombramos en el post anterior) y que lucha por la independencia. La situación, sin embargo, es de calma aparentemente estable porque parece que los españoles pueden más o menos controlar a los sublevados. Sin embargo, un factor va a desestabilizarlo todo. A Estados Unidos le apetece tener colonias, y el endeble Imperio Español no parece capaz de retenerlas. Tras el incidente del Maine, Estados Unidos le declara la guerra a España e inicia una guerra para apoderarse de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Lorenzo Mediano, descendiente de familia de militares, revela de esta guerra algunos aspectos que las autoridades españolas mantuvieron en secreto, aunque ya eran sospechados por los historiadores. La verdad, desde luego, no es como la versión oficial la cuenta.

Un campo de piñas actual, cercano a la rural región de Tabayas donde se encuentra ambientada buena parte de la obra.

Para ello, Mediano nos desvela el relato de lo sucedido a partir de la vida de unos soldados y oficiales cuyo cuartel se localiza en una zona estratégica de la isla de Luzón. Entre estos oficiales se incluye su abuelo (un aragonés de armas tomar), pero el libro también cuenta con otros personajes tan pintorescos como un trapacero militar español, una belleza nativa enamorada de un oficial enemigo en contra de los deseos de su padre, o un simpático soldado anarquista que introduce buena parte de las notas de humor en las andanzas de los protagonistas. Hay elementos de romance, unas cuantas situaciones surrealistas en gran medida made in Spain, y también mucho sufrimiento y tormentos, pues desde luego nuestros soldados las pasan canutas, y no hay lugar donde en forma más extrema convivan el placer y el dolor que en Asia. Mediano se concentra sobre todo en lo que él denomina "los olvidados de Filipinas": aquellos soldados que quedaron presos de los rebeldes nativos y que, cuando los famosos "últimos de Filipinas" ya habían embarcado a casa, todavía seguían allí, víctimas de un gobierno que regateó su rescate, y de las luchas surgidas entre los filipinos y los estadounidenses, quienes habían aprovechado para traicionar a los primeros e intentar convertir a las islas en su coto privado. Todas sus desventuras nos las cuenta el autor en un libro que en ocasiones es duro, pero que también introduce bastantes momentos cómicos en unos diálogos que parecen tan bien medidos que podrían perder parte de la sensación de autenticidad. Pero es una licencia que creo que podemos permitirle al autor a cambio de convertirnos una historia en principio muy trágica (con la dificultad añadida, como dice él mismo, de traducir la mentalidad del siglo XIX en ideas del siglo XX) en una gran y entretenida aventura.

El libro resulta muy atrayente, no sólo por contarnos las esperpénticas y trepidantes aventuras que les ocurrieron a un grupo de soldados -que cuentan, además, con el valor añadido de ser reales-, sino por (como comentábamos antes) introducir algo de luz sobre una época histórica que los españoles tendieron a olvidar rápido porque a nadie le gusta reflexionar sobre una batalla perdida. Como sabemos, tras la pérdida de las colonias en 1898, España entró en una crisis existencial donde una generación de literatos trató de encontrar un nuevo camino, aunque el que siguió nuestros país tan sólo le llevó a más luchas internas y una guerra civil que lo aniquiló todo; pero de lo que aconteció en Filipinas a continuación hemos escuchado muy poco, y aunque no os voy a contar el final del libro, sí que os comentaré lo que narran los libros de historia.

Efectivamente, Filipinas adquirió independencia formal, pero se convirtieron de facto en una colonia de Estados Unidos. Pero, bien sea porque les daba algo de vergüenza convertirse en conquistadores después de haberse librado de su propio pasado como colonia, bien porque la resistencia filipina fue más fuerte de lo esperada, lo cierto es que la etapa americana se recuerda como una dominación bastante suave en la cual, entre otras cosas, los estadounidenses difundieron el inglés como lengua común a todas las Filipinas y proveyeron a los filipinos de algunas infraestructuras modernas de las que hasta entonces habían carecido por completo. Los americanos favorecieron el reconocimiento de Rizal como héroe nacional (preferían a un pacifista mucho antes que a otros líderes que habían empuñado las armas, como Andrés Bonifacio), y prometieron a los filipinos una independencia que, sin embargo, quedó en suspenso con el inicio de la Segunda Guerra Mundial. No obstante, el odio común de filipinos y americanos a los invasores japoneses les unió más todavía, de tal modo que, cuando finalizó la contienda, de manera progresiva (ha habido presencia del ejército americano en Filipinas hasta muy poco, y basta con ver el tamaño de la embajada estadounidense en Manila), les concedieron la libertad.

Un panel en Manila describe los lugares que sufrieron la ira de los soldados japoneses al final de la Segunda Guerra Mundial cuando sus superiores (una vez fueron conscientes de que iban a perder la guerra) ordenaron destruir todo lo que se pudiera antes de marcharse. Atentaron, de manera indiscriminada, contra escuelas, hospitales, unidades psiquiátricas... Fue tanta la crudeza que los filipinos todavía agradecen que los americanos intervinieran bombardeando la ciudad, convirtiendo en escombros buena parte de los edificios históricos. De hecho, el único edificio que quedó en pie en el casco histórico de Intramuros fue el convento de los Agustinos, que sirvió de hospital de los campaña para los americanos en la ciudad. Manila (que en su día fue conocida como "la perla de Oriente" y comparada en ocasiones con París) todavía, en opinión de alguno de sus habitantes, no se ha recuperado del todo de los destrozos.

¿Qué ha ocurrido desde entonces? En Filipinas ha transcurrido una época bastante errática bajo una democracia imperfecta que incluso ha sufrido algún golpe de estado (a cargo de Ferdinand Marcos y la famosísima Imelda y sus miles de zapatos). La poca salud de su democracia se evidencia tanto en la corrupción endémica como en el hecho de que Imelda Marcos y alguno de sus familiares son ahora senadores, y cuentan con demasiados partidarios entre la gente de a pie y políticos con cargo en vigor. Además de las abruptas diferencias sociales que mencionamos en el anterior post (ya comentamos en otro lado que Manila es una de ésas ciudades que cuenta con cementerios donde vive gente), el país debe afrontar tifones periódicos en la época de lluvias, terremotos, erupciones como la del Pinatubo en 1981, una contaminación excesiva (a la deforestación se une un tráfico infernal que desquicia a cualquiera que pisa Manila) e incluso ocasionales brotes de terrorismo. No es extraño, entonces, que millones de filipinos emigren y pueblen el extranjero, constituyendo comunidades muy unidas, que mandan dinero a casa y están deseando dar a conocer a su país al mundo. De hecho, gracias a los numerosos filipinos en España fue como entré en contacto con esta nación en la cual puedo decir que tengo amigos y que -cuando por fin he podido realizar una visita- tanto me ha llegado a impactar.

No obstante, a pesar de todos los problemas, los filipinos son gente optimista por naturaleza. Si bien esa actitud resignada ante la vida ha sido muy criticada por contribuir al retraso del país, es cierto que les ha proporcionado una coraza resistente a toda clase de pruebas. Se dice que la historia de Filpinas es "300 años en un convento y 50 en Hollywood": y desde luego, hay algo de desenfadado y de sentido del espectáculo en un pueblo que ama el karaoke, canta siempre que puede (¡hasta en los comercios!), hace bromas con los tifones, sonríe de manera casi perpetua y camina con frecuencia en grupo formando bajo su paso un maravilloso, indescriptible y a la vez incontrolable caos. En los últimos años, bajo un gobierno algo menos corrupto y que ha decidido invertir algo más en la gente y en la protección de la naturaleza, y aprovechando el inmenso boom que eleva ahora mismo el Sudeste Asiático, la situación de los filipinos parece haber mejorado (sin duda no todo lo rápido que debiera) y entre sus acantilados sociales empieza a borbotear una pujante clase media. De un tiempo a esta parte, además, después de un largo período de olvido respecto de todo lo que tenía que ver con España (incluyendo el idioma), las autoridades filipinas han intentado reforzar los lazos con la antigua potencia colonizadora, potenciándose en buena parte gracias a la animosa comunidad filipina que habita en nuestras latitudes. Filipinas mira al futuro con esperanza, y ha decidido volver de nuevo los ojos en dirección a España: parte de su futuro (y también del nuestro) pasa con que aprendamos de los errores de nuestra historia, y contemplemos a nuestra antigua colonia en esta ocasión como un igual. Sólo entonces podremos conseguir algo parecido a lo que, en su tiempo, fue el sueño que un día tuvo en mente José Rizal.

El autor en una fiesta de la independencia filipina celebrada en Madrid hace unos años. Si os animáis, os espero en la próxima. O quizás en Filipinas: porque tengo claro que voy a volver.