lunes, 25 de abril de 2016

La historia corta de abril: Titular del Times (3065)

Nos pasan esta noticia desde el futuro:


Titular del Times (abril 3065): MILES DE MUERTOS EN EL APAGÓN GENERAL. Los cadáveres pueblan los centros comerciales, edificios de oficinas y toda construcción de más de una altura. Los supervivientes, todos ancianos mayores de 116 años, tachan de “gordos ineptos” a los fallecidos, y culpan al gobierno y sus políticas de mecanización.”Tengo 123 años, artritis, reuma y una hernia, pero al menos no he olvidado cómo se usan las rodillas”, agrega una de ellas.

(Este microrrelato, creado por mi musa, fue leído por mí en la Jam de Microrrelato y Poesía que celebramos el 22 de abril de 2016 en "Tierra, Trágame", como conmemoración del Día del Libro").

lunes, 18 de abril de 2016

La historia real de abril. "Almerienses" ilustres: Hermano Rufino

El papel de los científicos que lo son por afición, y no por carrera, es controvertido. Bill Bryson afirmaba de un botánico de clase alta (quien, libre de cargas económicas, se dedicaba a catalogar todos los tipos de musgo que encontraba) que probablemente contribuyó a registrar tantas especies como las que pisoteó en su entusiástico impulso. Mucho se ha discutido también de la profesionalidad de los primeros egiptólogos que fundaron la disciplina, o de cuánto patrimonio irreparable tuvieron que salvar de las manazas de Heinrich Schliemann en sus indagaciones en Troya. Lo cierto es que a este tipo de aficionados hay que aplaudirles como pioneros, incluso aunque reprobemos algunas acciones concretas. Es el precio de iniciarse en algunos campos. En todo caso, del hombre sobre el que vamos hablar hoy existen pocas dudas en cuanto al legado que nos ha dejado en forma de patrimonio natural que podemos gozar para nuestro disfrute.

Tengo que empezar con una pequeña introducción acerca de cómo he conocido la labor del Hermano Rufino. Rufino Sagredo pertenecía a los Hermanos de La Salle, una congregación fundada hace casi tres siglos por San Juan Bautista de La Salle, un francés hijo de nobles que puso todo su empeño (y también su fortuna) en conseguir una escuela de calidad para niños pobres, fundando una congregación religiosa para tal fin. Su trabajo lo han heredado los Hermanos de La Salle, con colegios distribuidos por todo el mundo. Yo estudié en uno de ellos, en Almería, y aunque ya no soy creyente, no me disgustan la mayor parte de los valores que aprendí durante mi estancia allí. Sin embargo, la herencia del Hermano Rufino no entra tanto por el lado religioso como por el de las ciencias naturales.

El Hermano Rufino es uno de los componentes de esta sección que cumple aquel refrán de "no es el buey de donde nace, sino de donde pace". Oriundo de Burgos, pasó por Córdoba y Canarias, donde fue aficionándose a la mineralogía y la botánica como autodidacta. Cuando llegó al colegio almeriense, fue en calidad de profesor de Ciencias Naturales, y empezó a colaborar como miembro del Instituto de Aclimatación (hoy la Estación Experimental de Zonas Áridas del CSIC). Rufino trabajó sobre todo en el campo de la botánica, aunque la pieza sin duda más impresionante de la colección que ha heredado su nombre son los huesos de ballena que hace millones de años se depositaron en el fondo de un océano cuyo lecho emergería más tarde a la superficie y se convertiría en el rocoso desierto de Almería. De hecho, los compañeros de congregación que le conocieron suelen destacar el espíritu alegre y jovial con el que el hermano Rufino, con una edad ya provecta, salía a realizar excursiones por el medio natural. Cuantitativamente, no obstante, y aunque llame menos la atención, destaca su aportación en el terreno de las plantas, con miles de muestras vegetales envueltas en algunos casos en papeles de periódico tan antiguos que ellos mismos han adquirido valor histórico.

Durante mucho tiempo, la colección que recolectó el hermano Rufino (aunque otros religiosos, los Hermanos Jerónimo, Sennen y Mauricio, también intervinieron abundantemente en ella) permaneció fuera de los focos. La ocasión que tuve yo de conocerla fue cuando otro de los profesores del colegio, el Hermano Francisco Aguilera, empezó a poner en orden la colección de minerales, plantas y fósiles para convertirlo en un museo. El cual se abrió definitivamente al público en 2011.

        
      Una fotografía del museo. Extraída de la página web de la AMPA La Salle-Almería.


No he tenido ocasión de verlo abierto. Mis cortas visitas a Almería no me lo permiten. Pero sólo contemplarlo cuando estaba en proceso de preparación era una maravilla. Posee muestras procedentes de Almería, pero también de Marruecos, en concreto de la zona del Rif Oriental; alberga una fascinante colección de mariposas; presenta una exuberante variedad de restos de invertebrados (gasterópodos, bivalvos, insectos), y también hipnóticos ejemplos de taxidermia (como una impactante disección de un ave rapaz). Ahí entra no sólo el trabajo de los hermanos que recogieron las muestras a lo largo de más de 1300 excursiones, sino también el lento esfuerzo de ordenación y presentación en clave de museo que realizó el hermano Francisco Aguilera (a quien tuve la oportunidad de visitar personalmente en medio de su trabajo) durante muchos años.

Os dejo un enlace de la asocación de padres del propio colegio donde podéis contemplar fotografías del Hermano Rufino y de algunas de las secciones del museo (como digo, son especialmente impresionantes los huesos de ballena), y donde indica una dirección de correo electrónico con la que pueden contactar los interesados para visitarlo. Sin duda, ganará bastante con una ruta guiada a cargo de alguno de los más íntimos conocedores del museo. Puede parecer que esta entrada del blog tiene un sabor demasiado local y personal, y no lo niego, a pesar de que la trascendencia del hermano Rufino vaya más allá del colegio donde trabajaba y sea una referencia dentro de las ciencias naturales de la provincia. Pero creo que, en cierta medida, este post se trata de un recordatorio, para mí y para otros, de la cantidad de pequeños tesoros que no necesariamente están almacenados en reconocidos museos y superpoblados rincones turísticos, sino en lugares pequeños, discretos, en buena medida desconocidos para el gran público. El Hermano Rufino simboliza el poder de la acción de los pequeños gestos a lo largo de todos los días, y la capacidad de saber apreciarlo, esté cerca o lejos, en lugar de concentrarnos en unas pocas y a veces demasiado homogeneizadas referencias culturales. Para quienes les pillan muy a desmano determinados legados, es normal que el interés sea menor, a no ser que por casualidad pases muy cerca de los mismos (aunque, ¡ey!, incito a todos los que visiten Almería a visitar otras partes de su legado natural y cultural, y no sólo sus estupendas playas); pero para los que nos cruzamos en nuestra vida cotidiana con estas pequeñas maravillas, es un deber obligado. No obstante -todo hay que decirlo- es de ese tipo de obligaciones que sólo puede reportarte beneficios.

Nos leemos.

lunes, 11 de abril de 2016

El relato de abril. "De semillas y hombres"

De semillas y hombres

                Ésta es la calle Zaldívar, situada en pleno corazón del barrio de Simancas: una zona proletaria, en cuyas ventanas puede admirarse a señoras que a la vez que riegan sus geranios cotillean la calle sin ningún pudor, ya que consideran se lo han ganado después de más de veinte años de estancia en el barrio. En el inicio de la primavera, la calle se exhibe adornada con sus almendros florecidos. Pero podremos ver algo muy curioso si prestamos algo de atención:

Un poquito más…


Un poquito más…


Sí, un calceltín. Y en un segundo árbol apareció otro; y en otro unos zapatos; y en otro unos pantalones. Los vecinos juntaron todas las prendas de ropa en un trozo de tierra, colocaron entre ellas una semilla de almendro, regaron y esperaron. En poco tiempo, brotó un árbol, vestido entre otras prendas con sombrero, corbata y gafas de sol. El árbol comenzó a hacer una vida normal dentro del barrio: alquiló un piso, lo amuebló, consiguió un trabajo como jardinero. Por las tardes veía solitario la tele, mientras los vecinos le espiaban a través de su ventana para vigilar cada uno de sus movimientos, pero él nunca dio nada de lo que hablar. De hecho, los vecinos llegaron casi a olvidar su origen y considerarlo un miembro más del vecindario, con las ventajas adicionales de ser bastante educado y poco ruidoso. Poco a poco, el árbol se fue haciendo más viejo: sus hojas primero amarillearon y más tarde cayeron, sus movimientos se hicieron más lentos, y tras un deterioro progresivo de varias semanas llegó un momento en que, mientras avanzaba por la calle, fue paralizándose poco a poco hasta que finalmente se detuvo del todo. Entonces empezó a crecer: creció tanto y tan rápido que sus ramas se colaron por las ventanas de los pisos, y los vecinos creyeron que iba a explotar. Y efectivamente, explotó, pero de manera inocua, disolviéndose en miles de flores de almendro que alfombraron la superficie de la calle. En cada una de las macetas que había tocado el árbol en su expansión, las plantas crecieron durante los siguientes meses de manera exuberante. Tras aquellos sucesos inesperados, la vida del barrio no fue igual. Quién sabe si se debió a que después de un suceso de esa magnitud nadie puede permanecer incólume, tal vez fue a causa del común conocimiento de que compartían un secreto, la gente de aquella calle se volvió más unida, más solidaria con el resto de la barriada, con mayor sentimiento de grupo. Mientras tanto, en un cruce de aquella calle, delante de un banquito donde las señoras y los jóvenes solían reunirse alternativamente para repasar la vida del barrio y sus habitantes, alguien plantó en la tierra la única ramita de más de dos centímetros que sobrevivió tras la explosión de aquel extraordinario almendro. Allí aguarda paciente, y los vecinos bajan expresamente para regarla de vez en cuando. Todos esperan que, un día u otro, vuelva a brotar.


CALLE ZALDÍVAR, MADRID






martes, 5 de abril de 2016

El libro de abril: El capitán y el enemigo, de Graham Greene

Volvemos a Graham Greene, un escritor del que ya os hablé hace tiempo en la crítica de El cónsul honorario. En esta ocasión, os vengo a hablar de un texto que me llegó prácticamente por casualidad, El capitán y el enemigo, y es una pena, porque ni siquiera yo, que soy aficionado al autor, había oído hablar de él. Y, en ese sentido, prefiero -como casi siempre en este blog- escribir antes de buenos libros ignorados por el gran público, que de aquellos más reconocidos de los que es probable que oigáis hablar a través de otras fuentes.

El capitán y el enemigo cuenta la historia de un niño que un día, en la escuela, recibe la visita de un hombre que dice llamarse el Capitán, y que afirma que ahora es su tutor porque ha "ganado" al niño en una partida con el padre de éste al backgammon. La verdad es que la versión le resulta al joven muchacho (rebautizado ahora por el Capitán como Jim) un poco chocante, pero con el tiempo aprende que este tipo de acontecimientos son muy propios del estilo de casi todo lo que se halla relacionado con su nuevo padrino, al que a partir de entonces se tendrá que acostumbrar. El Capitán es -como la figura de Long John Silver en "La Isla del Tesoro"- un personaje ambiguo: por un lado, numerosos indicios apuntan a que se trata de una especie de delincuente, pero por otro, se desvive por cuidar a Liza, una mujer que lo ha pasado muy mal en la vida, con la que el Capitán mantiene una complicada pero bellísima relación, y para la que el Capitán parece haber encontrado a Jim como un sustituto del hijo que ella perdió en su día. Todo lo relacionado con la niñez de Jim y la imagen que él posee de la figura del Capitán se mueve en un entorno mítico, donde la realidad se desdibuja, entre otras cosas debido a la muy peculiar y "flexible" versión de la verdad que el Capitán suele manejar en su día a día. Así, entre ausencias interminables del Capitán, y sus regresos -siempre esperados con ansiedad-, transcurre la primera parte de la novela, para luego, en la segunda, encontrarnos a un Jim adulto, mucho menos proclive a creer en cuentos y que, empujado por las circunstancias, y empeñado en parte en confrontar su pasado, acude a visitar al Capitán a su nueva ubicación, un Panamá que nos saca de la brumosa Inglaterra y nos hace recordar la afición de Graham Greene por los destinos exóticos. Allí, en Panamá, el nuevo Jim se encuentra con el viejo Capitán, pero una serie de intrigas van en ese momento a entremezclarse y afectarles personalmente. Es en ese momento (como menciona tan acertadamente este blog) cuando una trama que bordea el tono de leyenda se transforma en un thriller, sin que la relación entre la una y la otra deje de perder sentido a lo largo del texto. Del que no os contamos nada más, para que así os atreváis a llegar hasta el final.