jueves, 20 de octubre de 2016

La historia corta de octubre: Halloween de barrio

-¿Truco o traco?-le preguntaron al viejo señor.
-¿Vosotros sois los de la cabalgata?¿Los que tiráis los caramelos así de fuerte?-y entonces el anciano introdujo la mano en la bolsa de caramelos y, con furia casi homicida, los arrojó con ímpetu contra los niños. Éstos, armados del botín recogido a lo largo de toda la noche, respondieron al fuego con fuego.

La batalla campal (Primera Guerra de Halloween de San Blas, para los registros), se saldó con contusiones de diversa consideración, varios rapados por chicle y un par de diabetes.

lunes, 17 de octubre de 2016

El libro de octubre: "El juego de Ender" y "La voz de los muertos"

Hoy la recomendación es doble, pero en realidad no se trata de sugerir dos libros, sino uno a continuación del otro. "El juego de Ender" es ya por derecho propio un clásico de la ciencia ficción, y para aquel ya lo conozca, me gustaría hablarle de la segunda parte, "La voz de los muertos". Pero como no me es posible destripar -para quien no haya oído hablar de la saga- de una segunda parte que es continuación directa de la primera y depende de manera absoluta de su final, vamos a proceder en dos pasos. Primero con "El juego de Ender" (y os voy a pedir que los que no lo hayáis leído os detengáis ahí) y, cuando hayamos pasado esa fase, ahí estará "La voz de los muertos" para esperaros. A los que ya conozcáis el personaje de Ender, podéis traspasar sin más la siguiente puerta.

El juego de Ender

El joven Ender ha nacido en un mundo en guerra. Hace ya tiempo, unos extraterrestres llamados insectores atacaron la Tierra. Los seres humanos les derrotaron in extremis pero, desde entonces, se han preparado para el siguiente ataque. La mejor forma de prevenirse -han decidido los habitantes de la Tierra- es confiar en los niños, mucho más diestros y flexibles que los adultos para desarrollar las estrategias militares. Por ello, adiestran a un grupo escogido de niños en simulaciones de guerra, similares a los videojuegos, en espera de encontrar al líder ideal que les conducirá hasta la victoria. Ender parece un candidato ideal para convertirse en dicho líder. La pregunta es si perderá su fortaleza mental y su humanidad en el intento. "El juego de Ender" ha sido adaptado para el cine en una película reciente que, si bien sin todas las complejidades del original, reproduce de manera bastante fidedigna la historia.

La voz de los muertos.

Han pasado 3000 años desde los sucesos acaecidos en "El juego de Ender". Sin embargo, nuestro protagonista se mantiene joven gracias a los efectos relativistas de viajar casi a la velocidad de la luz entre planetas. Se ha convertido en "el portavoz de los muertos", el hombre que habla por aquellos que ya no pueden expresarse, entre otras cosas arrepentido por su papel en lo que sucedió al final del primer libro con los insectores. Mientras, en el planeta Lusitania, controlado por descendientes de los que en la Tierra ocupaban la zona de Brasil, aparece una especie alienígena con inteligencia propia, los llamados pequeninos. En principio, los lusitanos mantienen una vigilancia sin apenas contacto con los extraterrestres, con unos pocos individuos realizando labores de investigación sobre esta nueva raza. Pero un día, uno de los investigadores humanos aparece inexplicablemente asesinado por los pequeninos. A Ender, convocado a este planeta para ejercer de portavoz de varios fallecidos distintos -incluido este investigador-, le va a tocar resolver los distintos misterios que se entrecruzan entre sí y que, una vez se resuelvan, pueden definir la relación entre seres humanos y alienígenas para siempre.

Sobre el autor.
A muchos les echará para atrás la figura de Orson Scott Card. Nadie discute la importancia de sus novelas, pero sí la actitud del escritor respecto a sus opiniones políticas y religiosas. Es un mormón declarado (fue misionero de esta rama del protestantismo en Brasil, y seguramente de esta experiencia sacó ideas para "La voz de los muertos"), hasta cierto punto escéptico del cambio climático y el darwinismo, y, como punto más controvertido, se ha declarado bastante en contra del matrimonio gay. Largo es el debate entre la ética de un escritor y la valía de su obra: Celine era un fascista, José María Pemán, franquista y Borges, uno de mis escritores predilectos, sirvió de sostén y fue sostenido por la dictadura argentina del general Videla. Yo creo que se puede tanto alabar al escritor como simultáneamente criticar unas opiniones y al ser humano que las expresa. En todo caso, en el caso de Scott Card, me resulta particularmente doloroso y sorprendente encontrar que un autor que ha demostrado tanta empatía con sus personajes y con la figura de "el otro" en general, demuestre una hiriente falta de sensibilidad con respecto a los homosexuales. Ahí pueden entrar toda clase de especulaciones y teorías, alguna incluso sorprendente, en las que no quiero entrar porque entiendo que éste no es el sitio, aunque vosotros, que sois lectores inteligentes, seguro que en algún momento acabáis por pensar lo mismo que yo. Yo os recomiendo que os olvidéis del autor y os concentréis en los libros. Ésos seguro que no os van a decepcionar.

lunes, 10 de octubre de 2016

La historia real de octubre. La llegada a España de "El jardín de las delicias"

Arriba, portada cerrada de "El jardín de las delicias". Abajo, tríptico abierto

Recientemente, el Museo del Prado ha estado organizando una exposición en torno al misterioso pintor holandés Jheronimus Bosch, más conocido como "El Bosco", centrada, por supuesto, alrededor del más famoso de sus cuadros, "El jardín de las delicias". El cuadro ha servido de inspiración para pintores y toda clase de artistas, y ha sido sometido a toda clase de interpretaciones, pero quizás una historia menos conocida (y, sin embargo, también bastante interesante) es la de cómo un cuadro creado por un críptico pintor holandés ha acabado dentro de las salas del más importante museo español. Lo que hoy os quiero contar es, precisamente, el relato de estos hechos.

Para empezar, nadie sabe muy bien quién encargó el cuadro. Es el primero (entre una larga lista) de los misterios de esta obra. Se sabe que aparece por primera vez en uno de los palacios de la casa Nassau en Bruselas, de lo cual se deduce que su ejecución se debió a alguno de sus integrantes. Una de las posibilidades lo atribuye al preceptor de Felipe el Hermoso y de su hermano, el futuro Enrique III de Nassau-Breda, con la función de que fuera un cuadro que proporcionara entretenimiento a la par de instrucción a los jóvenes príncipes. Esto cuadraría con la opinión mayoritaria de los expertos de que el cuadro tiene una función moralizante. Lo primero de todo, el nombre de "El jardín de las delicias" no es el original del cuadro. Éste nunca lo conoceremos realmente. Algunos argumentan que el título original estaba relacionado con "la variedad del mundo" (lo cual encajaría con la imagen del tríptico cerrado, donde aparece un planeta a punto de ser revelado a sus habitantes. De hecho, buena parte de los autores encuentran símbolos que relacionan esta imagen con el tercer día de la Creación). Entre los hombres que más escribieron acerca de la pintura del Bosco durante la época de Felipe II, fue denominado como el cuadro de la fresa o del madroño, debido a ciertos detalles de la pintura. Las fresas, en concreto -representadas en varios lugares de la obra- simbolizan los placeres carnales y efímeros, de ahí que fácilmente se pasara a denominarlo el cuadro de "las delicias o deleites terrenales" hasta, finalmente, adquirir el ya mítico nombre de "El jardín de las delicias". El cuadro, como decimos, tendría una función moralizante: en el lado izquierdo del tríptico estaría el Paraíso. En el central estaría la Tierra, con toda su variedad de placeres y sensualidades, capaces de excitar nuestros sentidos pero también de albergar los más extravagantes sueños y pesadillas (ésta es la parte del cuadro que genera más ambigüedad, puesto que mientras unos espectadores se centran en la cantidad de maravillas que contiene, otros hallan cierta fuente de temor en tan aberrante imaginería, o destacan la brevedad y lo insano, al menos desde el punto de vista de la época, de los placeres allí descritos. Si El Bosco pretendía reflejar esa dualidad -en un estilo muy sutil y muy medieval también, exaltando veladamente aquello que se pretendía condenar, de tal manera que produce casi más tentación que rechazo-, si era parte del entretenimiento que se esperaba para los príncipes, o si es interpretación anacrónica procedente de un siglo XXI más liberal en cuestiones relacionadas con el placer, eso ya es opinión de cada cual). El panel derecho, en cambio, representaría el infierno, adonde acabarían aquellos que han disfrutado demasiado de los sentidos y pecados reflejados en el panel central. Se ha hablado de múltiples simbolismos y significados ocultos en la obra, pero de momento, vamos a dejar aparcado el tema y vamos a volver a la cuestión que nos ocupa, y es acerca de qué pasó con el cuadro.

A través de herencias familiares, el tríptico es heredado por Guillermo de Orange. Guillermo era de los aristócratas mejor valorados en Flandes por Carlos I de España, pero acaba rebelándose contra su hijo Felipe II (son las famosas guerras de Flandes en las que se vio metida España durante muchos años, y donde Velázquez, el conde-duque de Olivares y el famoso personaje de ficción Alatriste acabaron por tener mucho que decir). En el transcurso de aquel largo período de enfrentamientos entre España y Flandes, Guillermo de Orange, viéndose derrotado, abandona su castillo. Es entonces cuando entra en escena el duque de Alba, el cual había llegado a Flandes -enviado por Felipe II- para imponer orden, y que dejó una leyenda negra tan terrorífica detrás que todavía en Holanda se amenaza a los niños con que, si se portan mal, vendrá el duque de Alba a castigarlos. La cuestión es que el español sabía de la existencia del cuadro, sabía que se encontraba en el castillo de Guillermo de Orange y, obsesionado con él (no lo habría visto nunca, si acaso copias imperfectas, pero las historias en torno al cuadro debían haber causado en él más que una honda impresión), registró todo el castillo para conseguirlo. Para que os hagáis una idea, interrogó al guardián del castillo, intentando obtener de él información acerca de la localización del cuadro. Como el guardián no se prestaba a colaborar, y el duque de Alba estaba empeñado en conseguir el tríptico, costara lo que costase, el enviado del rey español olvidó las contemplaciones y torturó al holandés, arrancándole las uñas de los pies hasta que confesó el emplazamiento de la obra de arte. Imaginaos las necesidad que tenía de apropiarse de aquella pieza, y lo que el cuadro lleva impresionando desde su concepción...

El duque de Alba se lo trae a España y, años después, merced a herencias familiares, acaba en manos de Felipe II. Parece ser que Felipe II aprecia mucho el cuadro, y lo coloca en sus dependencias personales. Una vez más, se ponen en duda los motivos por los que la gente encontraba fascinante la pintura, probablemente muy distintos de los de nuestra época. Es verdad que el cuadro contiene desnudos y todas las formas de pecado imaginables, pero los frailes cercanos a Felipe II no lo consideraban herético sino ejemplarizante, y el "buen rey católico" Felipe II se lo recomienda a sus hijos porque es un cuadro -según dice- del que se pueden aprender muchas cosas. Tal vez aquel rey religioso (pero también cosmopolita y versado en arte) también sabía adivinar en aquel entonces aquella interpretación que dice que no hay mejor manera de exponer a un hombre a la tentación que prohibirle algo. O tal vez quedó hipnotizado por la ambigüedad de disfrutar secretamente de aquello que censuras de manera oficial. O (quién sabe) aquellas extrañas imágenes del Bosco, hoy tan atractivas y tan instaladas en la cultura popular a través no sólo de sí mismas, sino de las herencias de Dalí y otros pintores modernos, infundían a Felipe II y a sus coetáneos un sobrecogedor temor que nosotros ahora, liberados del fantasma del cielo y del infierno, no podemos entender en su misma dimensión. Es posible que todas las dimensiones del jardín del Bosco no las puedan entender completamente un hombre del siglo XVI, y tampoco uno del siglo XXI.

De Felipe II a la colección del Escorial, y de allí al Museo del Prado, los pasos son bastante intuitivos. Y de allí a la popularidad y a la reciente exposición de El Bosco en El Padro, también. Y de allí al documental "El Bosco. El jardín de los sueños", emitido en estas fechas en la 2, una buena recomendación para averiguar más sobre el cuadro y todas las leyendas que se ciernen a su alrededor.

Pasad una buena y artística semana.

lunes, 3 de octubre de 2016

El relato de octubre: Adversario (Héroe III)

Tercera parte de la serie que empezamos con Héroe y después con Ángel. Veremos qué ocurre a continuación.

Adversario
(Héroe III)


         “Podéis hacer lo que queráis. Podéis pinchar, secuestrar, torturar, esclavizar, violar, extorsionar, machacar, asesinar, lo que queráis dentro de mi territorio. Salvo con niños”. Las reglas de “Eduarllí”, el padrino que controlaba buena parte del área metropolitana de Barcelona, eran claras. Nadie tenía muy claro de dónde procedían (hablaban de la muerte de un hijo suyo a una edad muy temprana pero, como es natural, el tema estaba proscrito), al igual que el origen de su nombre, el cual muchos creían que había surgido de una versión en inglés macarrónico del nombre del célebre actor Edward G. Robinson. Aunque, en realidad, por su aspecto físico, este mafioso de acento catalán era más bien una mezcla de Al Pacino haciendo de “Scarface”, Robert de Niro haciendo de Robert de Niro, y el boxeador Poli Díaz, con su nariz partida, tratando de no hacer de Poli Díaz. En todo caso, era una norma irrenunciable. Para otros mafiosos, no: los niños podían sufrir tanto como los demás, o el descuido y consiguiente infracción podía perdonarse a cambio de unos cuantos billetes de alto valor o varios kilos de droga. Pero para Eduarllí, aquello era el punto de no retorno. Por eso, cuando se escuchó aquello de que el dueño de una compañía aseguradora había estafado a varios miles de familias, causando con ello la muerte de cientos de niños de manera silenciosa durante décadas por andar regateando con su seguro médico, Eduarllí lo tuvo muy claro: si en esas circunstancias no podía actuar la policía (pues la batalla legal se intuía larga e infructuosa), allí llegaría él. Muchos seguramente argumentarían el manido debate de “no se debe hacer mal por mal”, o “no debemos defendernos de los malvados con sus mismas armas”, pero eso a Eduarllí, como él solía decir, “se la pelaba”. Alguno de sus correligionarios, un poco más cultivado que los otros, le destacó que algo muy parecido había ocurrido en la película “M”, en la cual un grupo de mafiosos deciden, porque un asesino de niños le da mala fama al barrio –y más problemas con la policía-, arrestar por su cuenta al criminal. Pero a Eduarllí le importaba poco lo políticamente correcto, la respetabilidad, lo conveniente o el acoso policial. Eduarllí era un hombre “hecho a pelotas, y a pelotazos”, como solía decir él, y cuando había tomado una decisión, la había tomado, y ya no había manera de echarse atrás, ni tampoco atrevimiento en contradecirle. Así que esa noche partieron unos cuantos de sus hombres, con el propio Eduardllí a la cabeza, para que no se le olvidara el sabor de la calle, o eso defendía él, y también porque tenía ganas de hundirle una barra de hierro en la cabeza a aquel maldito asesino. Nadie le detuvo: era su territorio, nadie lo controlaba más que él (ni siquiera la bofia, mucho menos la bofia) y, además, nadie en su sano juicio hubiera osado detenerle.
         Narrar lo que aconteció en las oficinas de la empresa de aquel canalla sería de mal gusto, además de introducir a quien lo narra en un problema legal. Digamos que fue como una historia de amor: todos se habían retirado, incluyendo los guardias de seguridad del recinto, intuyendo que a los recién llegados les agradaría más que la velada romántica fuera a solas. Más tarde, el encuentro fue un flechazo: todos los que se encontraban allí supieron inmediatamente leer en la mente de los otros lo que iba a ocurrir, como cuando a primera vista surge el amor. “Y después”, citando al juglar, “para qué más detalles. Copas, risas, excesos. Cómo van a caber tantos besos en una canción...” Cuando Eduardllí y sus hombres terminaron con la cita, salieron satisfechos y gozosos, con una sonrisa y –algunos- un cigarrillo en la boca, acordándose todavía de la belleza que habían dejado atrás.
         La noche a la que habían salido presentaba buena temperatura, un frescor húmedo, y momentos más brillantes alternando con otros más oscuros a causa de las nubes que de vez en cuando interferían con la luna llena. Los mafiosos estaban felices, y lo demostraban. Unos minutos antes, acababan de perpetrar una de las actividades que más les gustaba, y esta vez podían decir que la habían ejecutado, de alguna manera, perteneciendo al bando de “los buenos”. Placer sin remordimiento. Se les notaba la alegría. Alguno había aprovechado para echarse un trago en el gaznate. Fue entonces cuando empezó a llover.
         Al inicio fue una lluvia fina, pero constante. Luego se puso a jarrear. En esas circunstancias, el grupo no se disolvió del todo pero, de alguna manera, quedó menos integrado. Cada cual quedó un poco al arbitrio de las circunstancias meteorológicas, buscando escapar por entre las callejuelas, tratando de encontrar el camino a casa. Pero no era fácil, porque la lluvia se había vuelto tan densa que los mafiosos estaban teniendo dificultades para reconocer las calles de su propia ciudad. De repente, lo que era una noche festiva se convirtió en una épica imposible para tratar de volver a su propio hogar.
         La lluvia nos va perdiendo, nos va cambiando… Los hombres extravían el rastro, unos de otros, al igual que si se trataran (como dice la novela) de desubicados perros de la lluvia… Al mismo tiempo, el aguacero modifica el alma de los hombres, y también sus propósitos. En un momento determinado, los hombres de Eduarllí se sienten aislados unos de otros, confundidos. Nadie sabe del todo por qué está aquí… ninguno tiene claro cómo ha acabado metido en esa trampa mortal…
         En el maremágnum en que se había convertido dicho viaje, uno de los mafiosos acaba aislado, perdido en un callejón en mitad de ninguna parte. Cegado por la lluvia, cuando por fin puede alzar la vista en dirección a un lugar adonde dirigirse, lo único que contemplan sus ojos, a un lado del callejón, es la presencia de un niño refugiado entre unas mantas. El mafioso, conmovido seguramente todavía por el acto que acababan de llevar a cabo en nombre de unos cuantos niños indefensos, se acercó despacio a aquel chaval de la calle, no se sabía muy bien si para solicitarle ayuda, inquirirle por sus circunstancias, u ofrecerle auxilio de su parte tal vez. Aunque quizás, en este momento, sea quizás mejor escuchar el testimonio de otro niño vagabundo, situado en el extremo opuesto del callejón, que lo había contemplado todo desde un lugar donde no podía ser descubierto por ninguno de protagonistas de aquel suceso inesperado, y cuyas palabras quedaron reflejadas en el atestado policial:
         <<Yo llevaba horas allí. En realidad, era mi sitio habitual para dormir, el lugar que había conseguido después de mucho tiempo que me perteneciera, o al menos que me fuera asignado. Al otro chico no le conocía. No le había visto nunca. Cuando llegó el otro tipo, el delgadito, observé una reacción muy extraña. Normalmente, la gente pasa de lado sin vernos, sin fijarse siquiera, o intentando no entretenerse demasiado. Este hombre no. Este hombre se acercó al otro chico, alargando la mano, como si le estuviera diciendo algo, como si le quisiera ayudar. No llegué a entender lo que le decía. Pero hubiera dado igual, teniendo en cuenta lo que ocurrió a continuación.
         >>No sé muy bien cómo explicarlo… No sé si me van a creer. La verdad es que no se veía mucho. Estaba oscuro, la lluvia lo tapaba todo, como si se tratara de un velo, y tan sólo unos cuantos rayos de luna aislados permitían vislumbrar lo que pasaba. El ambiente estaba muy enrarecido. A lo lejos resonaba el retumbar de los truenos. Fue… como si el tiempo se hubiera parado, como si se encontrara en marcha la típica pausa que se produce antes de que suceda algo terrible en una película de terror. Como si todo el mundo se moviera a cámara lenta. Yo miré a aquel hombre alargar la mano… y entonces vi al chico. No se levantó del todo, ni siquiera estoy seguro de que se moviera, pero hubo algo en él que, de alguna manera, se incorporó. Y entonces ocurrió lo de los ojos… Se volvieron de un amarillo brillante, intenso, mortífero… Lo pensé, juro que lo pensé. Lo supe justo antes que de su mirada surgieran dos rayos fulminantes que partieron al tipo ése en dos. De lo siguiente que ocurrió no tengo ni idea. Yo me tapé entre las mantas, esperando que no me vieran. Creo que el chico, cuando se fue, pasó a mi lado. Pero no puedo asegurarlo.

         >>Lo único que puedo decir, lo único que puedo jurar a ciencia cierta, era que en aquel momento lo tuve claro. Pensé en aquellos sucesos de los que había oído hablar, los que habían ocurrido en Madrid y Cádiz. En aquel momento hablaban de héroes, de gente que iba a producir cambios. Y lo que en aquel momento se me pasó por la cabeza era que, a unos cuantos metros de mí, había contemplado el advenimiento de un algo distinto. Una respuesta, de similar fuerza y medida. Un adversario. Pensaba en aquel chico de ojos amarillos y supe que se acercaba una conflagración. Y por eso dejé pasar media hora, cuando estuve al 100% seguro de que él se había ido, y me marché temblando. Porque no quería estar allí cuando todo aquello empezase. Todavía me quiero esconder… aunque no estoy seguro de a cuánto distancia me puedo escapar.

¿CONTINUARÁ...?