lunes, 20 de febrero de 2017

El relato de febrero: "Amanecer violeta", o "El hombre del violín"

 "Amanecer violeta", o "El hombre del violín"


            El hombre se hallaba impaciente. El metro se había retrasado, debido a un parón entre estación y estación, en mitad de un túnel oscuro, y eso le iba a hacer llegar tarde al trabajo. Hoy precisamente que tenía una importante reunión con los ejecutivos de Japón. Además, una señora que se estaba comiendo un sándwich en mitad del vagón casi se lo tira encima; había estado a punto de ponerle perdido el traje. Así que no era el día en que se encontraba de mejor humor.

            Y, para colmo, vio entrar a un vagabundo al metro. No le gustaban ese tipo de situaciones: le ponían incómodo. No sabía nunca que hacer, si entregar unas monedas o pasar de ellos. En fin, no se sentía a gusto. Esperaba que, al menos, a éste no le diera por tocar algún instrumento: el hombre nunca había escuchado peores ruidos que en los vagones del metro de Madrid, cada vez que iba al trabajo. Casi preferiría pagarles por que no tocasen más.

            Pero aquel día, ocurrió algo especial. Este vagabundo era jovencito, tenía unos treinta años. Vestía ropas raídas, y se hallaba algo demacrado. Sin embargo, lo que le llamó la atención a nuestro protagonista no fue eso, sino lo que portaba bajo su brazo; en efecto, era un estuche para un instrumento musical, pero no para cualquiera.

            Se trataba de un violín.

             El ejecutivo reflexionó. ¿En serio? Esto sí que iba a ser horrible: se dice que hacen falta dos vidas para saber tocarlo. Se necesita dedicación, paciencia, y un aprendizaje desde pequeño, lo cual requiere, normalmente, una educación propia de las clases más privilegiadas. Ese chico era un yogurín, y no parecía andar precisamente muy sobrado de dinero, así que, ¿qué podría hacer con ese violín?
           
            Pero cuando el vagabundo sacó el instrumento de su estuche, y acarició con delicadeza la madera de la que estaba constituido, el hombre empezó a dudar… Luego, se colocó el violín en el hombro, tensó las cuerdas, y empezó.

            Y Dios, que si tocaba cojonudamente bien.

            Dominaba cada movimiento, cada gesto, con la precisión de un ingeniero… Tocaba cada acorde, cada noche, con la delicadeza de un artista. Era sublime, era genial, era maravilloso… Era increíble.

            Y el hombre se olvidó de su reunión, y de su traje, y de los ejecutivos japoneses, y de todo lo demás. Y recordó cómo, desde pequeño, sus padres le habían apuntado a las mejores escuelas de música, habían contratado a los mejores profesores, hicieron de él un virtuoso, alguien que sabía apreciar la música, y dominaba un buen conjunto de instrumentos… Pero, a pesar de todo, nunca pudo con el violín.

            Empezó pronto, muy pronto, pero no hubo manera. Lo intentaron un profesor tras otro, pero él caía derrotado, era incapaz de dar una a derechas. Le dijeron que se requería tiempo, que se necesitaba al menos un año para saber empezar a tocar algo mínimamente reconocible, pero es que pasó ese año, dos, tres, cuatro, y seguía sin poder… Sus padres le dijeron que lo dejara si no le gustaba, pero él insistió, tenía que hacerlo, no era que no le gustase, era que no lo podía conseguir. Dios, hubiera dado lo que fuera en este mundo por conseguir tocar ese violín, ese mágico instrumento, que ahora ese vagabundo convertía en poesía con sus manos.

             Mira que lo intentó; veces y veces y veces. En el colegio, en la universidad, ahora, que seguía trabajando… Y nada… Llevaba casi cincuenta años intentando tocar el violín, y apenas había conseguido arrancar unos sonidos que, más que notas musicales, parecían maullidos de gato. Y ese hombre estaba allí, sin más, como si estuviera tarareando una simple canción, como si fuera la cosa más fácil del mundo.

             El ejecutivo contempló al mendigo: sucio, delgado, la vestimenta ajada. Él, en cambio, era un hombre de éxito, con una mujer atractiva, dos hijos estudiosos, un buen puesto en una reconocida empresa, una fortuna en el banco, un coche de lujo… pero que, ni con todo el oro del mundo, podía adquirir la capacidad de manejar un instrumento así.

            ¿Por qué?, se preguntó. ¿Por qué ese desfase de fortunas? Yo poseo un mundo, y no sé entonar un acorde. Él los conoce todos, y no tiene nada en la vida. ¿Cómo podía ese hombre estar tocando en la calle?¿Cómo podía tener tan maravilloso talento en las manos, y que Dios no le compensase?¡Yo le daría un trabajo, una riqueza, un ministerio!, pensaba el hombre: se lo merece, y de sobra, por tener el don de tocar ese violín, cuyas notas están hipnotizando y maravillando a los pasajeros de este tren, cada vez más entusiasmados. ¿Cómo es posible?, meditó. ¿En qué mundo cabe que ese hombre no tenga nada más en la vida, aparte que esa maravillosa cualidad de dar vida a esas cuerdas?

            Y lo es, meditó, porque hay una cosa llamada talento… Algo que no depende de ser rico o pobre, del esfuerzo o del trabajo, la dedicación o las ganas, sino que, simplemente, sale de dentro. Él lo posee, y tú no. Tal vez ese pobre mendigo no tenga el poder de rey Midas para hacer dinero, tal vez no sepa nada más acerca de este mundo, puede que el resto de su vida sea un fracaso, pero, en ese aspecto, él te vence, y tú no puedes hacer nada, y no podrás remediarlo… Es con ello con lo que habrás de conformarte, lo que habrás de vivir cada instante, y con lo que te encontrarás, como puerta cerrada en las narices, para siempre, cada día, del resto de tu –carente de sonido- vida.

            Y de repente, el ejecutivo comenzó a sentir (mientras contemplaba al vagabundo, su beatífico rostro mientras deslizaba sobre el violín las manos) una cruel, insensata, e irracional ira…

            Porque el mendigo podía hacer algo que él nunca podría lograr… porque estaba allí, estación tan estación, sin bajarse del tren, restregándole por las narices su superioridad… Porque no podía sentir, en esos momentos, más allá del amor y del odio, de la humanidad o de su propia existencia, nada más que una insana y estremecedora envidia…

            Y por eso, fue por lo que avanzó, entre los pasajeros del metro, en dirección a un hombre que seguía tocando, desconocedor de lo que le reparaba el destino.

            Y por eso fue por lo que, entre los chillidos de la gente, alzó sus manos y comenzó a ejercer presión alrededor de la garganta del mendigo… La cara de este último reflejaba horror, incomprensión, miedo… Los allí presentes contemplaban el espectáculo con pavor…

            El hombre siguió apretando hasta que contempló como en el rostro del mendigo -que no sabía por qué, o por parte de quién, se dirigía este ataque- se apagaban los colores de la vida…

Algunos dicen que, tras de este hecho, el hombre cogió el violín, lo dispuso entre sus manos como si se tratara de un hijo, y entonó una obra maestra, justo antes de que se lo llevara la policía… Alguno cuenta, incluso, que, al finalizar su número, todo el vagón prorrumpió en aplausos.

lunes, 13 de febrero de 2017

El libro de febrero: "Atlas de lugares soñados", de Dominique Lanni


Todos soñamos con lugares lejanos. Rincones exóticos y remotos donde se cultiva la utopía, habitan seres fantásticos, las leyes físicas y humanas están fueran de lugar, y podemos vivir una y mil aventuras sin descanso ni rubor. Los seres humanos han fantaseado con esos lugares desde la antigüedad y, producto de leyendas más o menos veraces, han nacido en nuestra imaginación la Cólquide del vellocino de oro, el reino de Preste Juan, el país de Jauja, Terra Australis, regiones que guardaban una relación en ocasiones bastante lejana con sus homólogos en la vida real. Para quienes gusten de la evocación de estos lugares como en su día fueron imaginados, incluso aunque la verdad luego no fuera tan prístina y luminosa, recomiendo este libro que a mí me ha servido como fantástico regalo y también, para antes de dormir, alimentado con la fantasía de unas ilustraciones que recrean viejos y apergaminados mapas, desear cada noche, junto con Marco Polo o los más atrevidos navegantes, llegar a alguno de aquellos sitios (quizás el único defecto es la ausencia de la Atlántida), y olvidarse de que un día hay que despertar... 

lunes, 6 de febrero de 2017

La historia corta de febrero: "Sueños de oficina"

Sueños de oficina

En aquel severo y circunspecto despacho de abogados, la rutina evolucionaba con normalidad. Cada hombre o mujer de leyes trabajaba en su cubículo, ajeno a lo que acontecía a su alrededor. Todos vestían pulcra, elegantemente, con vestidos de alta gama, igual que de alta gama eran sus relojes, sus coches, y también cada aspecto de su vida, como por fuerza debía ser. De fondo, en un volumen suficientemente alto para que todos los oyeran, resonaba la apacible y armoniosa música clásica procedente del despacho de Don Rodrigo, relajante, tranquila, desplazándose entre los silenciosos módulos con la misma sutileza que un cervatillo entre los robledales…
Así transcurría el día hasta que, de uno de los ordenadores, se soltaron sin querer unos cascos musicales, y el sonido procedente del ordenador comenzó a escucharse:
-¡SI SEÑOR! La revolución, ¡SI SEÑOR!,¡SI SEÑOR!, somos la revolución, tu enemigo es el patrón
Todos volvieron la vista hacia el mismo lado, donde la joven y discreta abogada a quien se le había soltado el cable bajaba con rapidez la música al mínimo, y sonreía con las mejillas algo enrojecidas.

Los abogados volvieron al trabajo, como si nada de esto acabara de pasar…

miércoles, 1 de febrero de 2017

La historia real de febrero: carnavales de Cádiz.

Llega febrero, y con él llega la palabra carnaval. Y ésta nos trae evocación de lugares lejanos: Venecia, Brasil, incluso Canarias, que será tan española como cualquiera, pero ahí tienen su invierno de 20 grados, hecho que da casi más envidia a sus compatriotas incluso que la posibilidad de celebrar las campanadas dos veces a cuenta de la famosa hora menos. La cuestión, es que no hace falta salir de la península para encontrar otros carnavales míticos, aunque en algunos ambientes sean menos conocidos. Y es que el carnaval de Cádiz no tiene máscaras elegantes ni bellas bailarinas tropicales, pero aún así, pocos se atreverían a no calificarlo de especial.

Gran Teatro Falla, uno de los epicentros de la vida carnavalesca. Imagen extraída de la Wikipedia, donde, por cierto, la entrada referente al carnaval de Cádiz empieza con un "es uno de los carnavales más famosos de España y de mi casa". ¿Error, sabotaje, o guasa gaditana?

Empezamos con la cuestión oficial: la competición. El concurso de agrupaciones se celebra en el gran teatro Manuel de Falla. Hay cuatro tipo de grupos humanos que se pueden presentar para exhibir su música y sus letras sobre las tablas del teatro: la chirigota (compuesta aproximadamente de una decena de personas), de tema cómico, la más popular entre el público. Luego están las comparsas (de número de integrantes similar a la chirigota, aunque el tema y las letras de las canciones sean más serios o poéticos), el coro (de varias decenas de individuos, y canciones de tono más festivo y lírico), y el cuarteto, que consiste básicamente en una banda de alocados que se lanza a la soledad del escenario a cantar y a montar una especie de teatrillo. ¿Los cuartetos tienen cuatro componentes? No, por supuesto. En Cádiz los cuartetos pueden ser de dos, de tres, de cuatro y de cinco. Para que vean cómo nos las gastamos.

"¿Por qué cuando mi madre tiene frío, a mí sudando que estoy va y me pone la rebeca?". Una chirigota con clase, ganadora del concurso del año 1996.

Llega la hora de la gran final. Las agrupaciones seleccionadas pasan toda la noche en el Gran Teatro Falla, donde por supuesto no cabe un alfiler y las entradas se han agotado hace meses. A primera hora de la mañana, se nombran los ganadores. Comienza entonces el auténtico carnaval: a lo largo de este fin de semana (y también de las siguientes) las agrupaciones cantarán en plazas y calles, y no sólo lo harán las que han participado en el concurso, sino las también llamadas "ilegales". El único requisito: buen humor (popular a la par que inteligente), ambiente festivo, y quizás acompañar los sentidos con una buena ración de erizos y una tortita de camarones. A pesar de que el concurso televisado es lo que llega a todos los rincones del mundo, los auténticos carnavaleros suelen decir que no hay nada mejor que encontrarse a dos centímetros de una chirigota mientras ésta canta, interaccionando con los integrantes mientras admiramos la ironía de sus letras, el desparpajo de sus gestos, o el trabajo que llevan aparejados sus trajes. Porque trabajo, aquí hay mucho: desde octubre se llevan preparando arreglos y disfraces, se han aplicado cientos de horas de ensayos, y los letristas, más de una vez, han tenido que redactar composición de último minuto que cantar en la final o en las calles, en referencia a algún acontecimiento destacado que ha ocurrido en los últimos días en el concurso, en el país o en la ciudad. Y es que ninguna institución (humana, divina, política o religiosa) escapa a la mirada crítica del carnaval.Incluso a pesar de las censuras que han tratado de imponérsele, especialmente en la época del franquismo.

Viva la Pepi, un muy particular homenaje a la Constitución de Cádiz de 1812.

Es sorprendente constatar la cantidad de aficionados de carnaval en todo el mundo, gaditanos o no, que se saben las letras de memoria y se mondan con los delirantes "tipos" con los que se disfrazan las agrupaciones, algunos más clásicos y otros verdaderamente imaginativos. Aún así, y a pesar de que tengáis la televisión o Internet a mano para vivirlo, como recomendación personal, yo os recomiendo, al menos una vez en la vida, ir a disfrutarlo en directo (si os agobian las multitudes, el llamado "Carnaval Chico", en el último fin de semana de las fiestas, es una buena manera de disfrutar del ambiente y casi todas las ventajas sin prácticamente ninguno de los inconvenientes). Es verdad -es una queja recurrente que recibo de los no andaluces- que a veces cuesta entender las letras: el acento es el acento, la velocidad de la canción es endiablada, y en ocasiones se refieren a temas tan locales que hay que andar más o menos metido en el contexto para captarlas en toda su dimensión. Pero escuchando con atención, no es difícil localizar perlas que cualquiera puede, de manera universal, apreciar. Como esta estrofa de "Ser o no ser", un cuarteto de hace más de una década cuyos componentes iban caracterizados de Hamlet y sus demonios, la cual dice así:

España en el fondo
no es de derechas
ni es socialista ni es liberal
ni de centro ni franquista.
¡Es masoquista y na' más!

Actuación en la final del cuarteto "Ser o no ser". Sí, contáis bien: tres miembros.

Para terminar de incentivaros, a lo largo de esta entrada os dejo enlaces a algunas de las más sonadas agrupaciones de los últimos años. Espero descubriros una forma de arte distinta, y quizás os animéis a seguirlo este año a través de la televisión o, por qué no, en en el propio Cádiz. Si además os animáis a visitar el barrio que me vio nacer, el de la Viña, uno de los más carnavaleros, podéis mandarle saludos de mi parte: y luego, ya me cantáis.

"Ahora es cuando se está bien aquí". Ojú que sí.

Unas hadras madrinas dirigidas por un "sheriff". ¿Por qué no?