lunes, 5 de junio de 2017

La historia corta de junio: "Bubastis"

Se llama Bubastis y es la ciudad de los gatos. En un país donde este animal es un dios (¿y en cuál no?, maúllan los elegantes felinos que agitan la cola a lo largo del antiguo Egipto), una urbe así no es un lugar cualquiera. En principio empezó como una necrópolis, donde los susodichos animales acudían a ver a sus familiares muertos y entraban en trance con los espíritus –algunos argumentaban que se debía a una planta con efectos opiáceos que, una vez ingerida, les hace parecer drogados, pero qué derecho tienen a protestar los humanos acerca de que los gatos ahoguen la pena causada por los congéneres muertos en los estupefacientes y la autocompasión-. Luego vino el templo, siempre lleno de estancias, críptico y misterioso, salvo para ellos, que tienen permiso para acceder a todas partes, hasta dentro de la Habitación Oculta… Pero el poder mayor de los mininos se halla en la calle. Allí, son dueños y señores del espacio y el tiempo, allí, en su territorio, les has de temer. Tanto que, de vez en cuando, ellos, también ofrecen sus sacrificios. Como es bien sabido, en Babilonia practican una especie de lotería; en Bubastis, en cambio, predomina el poder de la triangulación. Cuando en una misma calle se acumulan más de tres (el número sagrado) ejemplares de gato, cualquier espécimen humano que se haya introducido en ese espacio sagrado habrá por obligación de sufrir castigo a causa de su atrevimiento. No habrá oposición, ni siquiera protesta; la vía se vaciará aceleradamente de transeúntes desconocidos; y, al final del proceso, sólo quedará sobre el suelo un individuo menos, y saldrá de su cuerpo, entre el abdomen y la séptima costilla, un felino más. Así crecerá, infinito, el número de los gatos. Es lo que dicen las Reglas del Libro, y a ellas son a las que debemos honrar.

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