miércoles, 30 de diciembre de 2020

El relato de diciembre: "Sólo un poquito más"

 Sólo un poquito más

 

                Rogelio y Pilar habían vivido juntos cuarenta años. A finales de primavera se separaron. Bien entrado el verano, se volvieron a reunir y emprendieron un viaje para recuperar los lugares donde un día se enamoraron. Se trataba de recobrarse ellos mismos, después de todo. Rescatar el antiguo amor.

                Decidieron realizar la travesía en el viejo coche con el que habían llevado a cabo aquel periplo durante la primera vez. Se conservaba prodigiosamente indemne, a pesar del paso de los años. Rogelio sólo tuvo que pasarle una capa de cera por encima para que volviera a lucir tan brillante como el día que lo estrenaron. Con la carrocería reluciente, era como si ellos mismos se hubieran librado de las arrugas y su piel exhibiera el lustre de la añorada época en que tenían veinte años. A bordo de su particular máquina del tiempo, se pusieron en marcha a lo largo de la zona sur de Francia. Aix-en-Province, Nimes, Arlés… En esta última localidad, recorrieron los pasos de Van Gogh y fue como volver a pisar sus propias huellas. Los campos de lavanda aún no se hallaban en su máximo esplendor, pero los disfrutaron igual. En un momento determinado, se desviaron para dirigirse a la playa. No se bañaron. Junto a su coche, plantaron sus posaderas sobre la orilla, permitiendo que la arena manchara los mocasines y el traje de él, las sandalias y el vestido de ella. Corría una agradable brisa. Un muchacho de barba profusa y cabello largo (que si hubiera vestido con una túnica podría haber pasado por un profeta en el Israel bíblico) se paseaba por la playa, cubierto únicamente por una guitarra que, de manera mágica, evitaba que al mirarle surgiera ninguna incomodidad. El joven les sonrió.

                -Un día excelente para disfrutar del mar, ¿verdad?-inició la conversación sin ningún motivo, de manera espontánea.

                Rogelio asintió.

                -Mi mujer y yo estamos recorriendo los lugares donde nos conocimos. Esta playa forma parte de ellos.

                Pilar alargó la cabeza para dialogar con el muchacho:

                -¿Podrías tocarnos una canción, por favor?

                El chico sonrió. Se recolocó la guitarra -la cual, sorprendentemente, seguía ocultando los lugares más controvertidos- y rasgueó las cuerdas del instrumento, generando una melodía que acompañó con un suave tarareo que no tenía ningún sentido, más allá de la propia sonoridad de la música. Cuando terminó, Rogelio y Pilar aplaudieron. El joven le dio la mano a Rogelio, y realizó un guiño de agradecimiento en dirección adonde se encontraba Pilar. Luego se despidió y no volvieron a verlo nunca más.

                La parte que más les gustaba eran los desayunos. Normalmente eran buffets disfrutados de manera perezosa a horas tardías, cuando ya no quedaba casi nadie en el comedor del hotel. La miembros de la pareja se sentaban con serenidad en la mesa mientras cortaban sin prisa un sándwich en dos, o disfrutaban de un croissant mojado en leche sin más perspectivas que gozar del momento.

                -¿Qué plan tenemos para hoy?

                -¿Hoy? Por supuesto, ninguno.

                El tiempo les acompañaba. De vez en cuando hacía lluvia, pero no muy a menudo. Los días que eso ocurría, se quedaban en el coche, simplemente regodeándose en el espectáculo de ver deslizarse gotas de lluvia por la ventana.

                Sin embargo, las más de las veces, refulgía el sol. A veces no podían evitar verse sacudidos por el entusiasmo. Un día, el tiempo era tan fenomenal que, sobre la superficie de una playa, se desnudaron. Al verse así, tan familiares los respectivos cuerpos, tan diminuta ella, tan acogedor él, decidieron comprobar si la piel del otro seguía tan tersa como recordaban. Empezaron a amarse sobre la arena. Un bocinazo procedente de un coche de policía les interrumpió. Ambos huyeron, entre risas, mientras un agente salía del coche y agitaba la cabeza reprobatorio. Aquella tarde, los dos amantes no perdieron la sonrisa por ninguna de las menudencias y pequeños infortunios que suelen salpimentar los viajes.

                Casi habían terminado el recorrido previsto, pero ya estaban haciendo planes para continuar a lo largo de nuevos trayectos y objetivos. ¿El norte de Italia?¿De nuevo Roma?¿Satisfarían por fin su sueño de caminar juntos por Pompeya? Fue entonces cuando les llamó un amigo. Daba la casualidad de que pasaba por la ciudad en la que se encontraban aquel mismo día. ¿Podrían esperarle?¿Tendrían la oportunidad de verse? Claro que sí, afirmó Rogelio al teléfono. Y se abrazó a Pilar.

                Aquella tarde, Rogelio y Pilar se encontraban esperando a ese amigo en un bar. De pie en la barra, Rogelio oteaba por encima de las cabezas de la gente, mientras Pilar aguardaba paciente, apoyada en una silla giratoria. Se acercaron a ellos un grupo de esos conversadores habituales que no desean otra cosa que prolongar charlas de manera infinita.

                -Y dígame, ¿por qué el sur de Francia?

                -Mi mujer y yo -señaló Rogelio a Pilar- hemos vuelto a los lugares que visitamos en nuestra juventud. Estamos descubriéndolos de nuevo.

                Rogelio sonreía mientras contaba esa historia por enésima vez. Se le notaba realmente feliz al relatarlo.

                Los conversadores se despidieron, al localizar en la misma sala a otros compañeros a los que debían un diálogo. De repente, en el hueco que estas personas habían dejado apareció el amigo al que Rogelio y Pilar aguardaban.

                -¿Qué tal?-saludó Rogelio, pasándole la mano por el hombro.

                El interpelado, sin embargo, le contempló con tristeza:

                -He escuchado la charla que has tenido con esa gente antes.

                Fijó la mirada en la silla giratoria de al lado, donde se apoyaba un abrigo de mujer.

                -Hace una semana -confesó el recién llegado, emocionado-, fui a depositar flores frescas en su…

                No terminó la frase. Los dos amigos se observaron. No sabían qué decirse. Rogelio iba a hablar. Su interlocutor le ahorró el mal trago:

                -Yo también la echo muchísimo de menos.

                Durante unos pocos minutos, se entretuvieron en diálogos y cuestiones banales. Luego, el amigo se disculpó para ir un momento al baño. Cuando Rogelio volvió la cabeza, Pilar volvió a estar allí.

                Rogelio tuvo ganas de decirle muchas cosas pero, al final, sólo enunció:

                -Mañana pasa un tren que viene de París y va hasta Locarno. ¿Quieres que lo cojamos?

                Pilar, entusiasta, asintió.

                Rogelio atisbó el mundo exterior a través de una ventana. Sintió que, desde hace un tiempo, le habían colocado un despertador. Que se encontraba adormecido en una cama imaginaria. Que la alarma le instaba a levantarse y hacer lo que tocaba por fin.

                Pero él, como cuando era pequeño, alargaba la mano, presionaba el botón del despertador y susurraba para sus adentros: “Sólo un poquito más…”

martes, 29 de diciembre de 2020

El artículo del mes: "How reading Noli me tangere got me closer to the pinoys"

Hace un tiempo os comentaba la historia de un artículo acerca de "Noli me tangere", el libro más importante de la literatura filipina, escrito en castellano por el líder nacional José Rizal; un artículo que no había encontrado acomodo en ninguna parte y que creí que sólo se publicaría en el blog. Sin embargo, gracias a la incansable labor de Nats Sisma Villaluna, y al nacimiento de la revista "Expat Herald", este mes por fin ha visto la luz "How reading Noli me tangere got me closer to the pinoys" (<<Cómo leer Noli me tangere me acercó a los filipinos>>). Como de momento la revista es solamente física y no está por Internet, el artículo sigue colgando en este enlace, aunque desde entonces ha sufrido alguna ligera modificación y actualización. Abajo, la imagen del texto, por si queréis echarle un vistazo al artículo finalmente publicado. Cualquier cosa que acerque los distintos países hace un mundo más humano y más justo. Estas páginas pretenden constituir mi pequeña contribución.



martes, 15 de diciembre de 2020

El cuento del mes: "La cosa esa y otros monztruos"

¡Saludos a todos! Hoy en el blog tenemos novedades literarias. Resulta que entre Cristina Sendra y yo hemos escrito un cuento infantil sobre esas pequeñas actividades cotidianas que parece que están siempre siendo saboteadas por una mano invisible: ¿quién impide que nos acordemos de las palabras que tenemos en la punta de la lengua?¿Quién roba calcetines impares de la lavadora?¿Quién se come, durante la noche, el trozo de pastel que habíamos reservado para desayunar mañana? Nosotros lo hemos descubierto: son unos "monztruos". Y, para darles vida, hemos decidido iniciar una campaña de crowdfunding, que ya cuenta con 38 flamantes mecenas.

Si os interesa, y queréis ejemplares para regalar a familiares, amigos, niños que queráis que se conviertan en nuevos lectores o (confesad, que a vosotros también os gusta) a vosotros mismos, sólo tenéis que haceros mecenas en la página de campaña, y elegir la recompensa que mejor se adapte a vuestras necesidades. Y de paso podréis presumir de dedicatoria personalizada por parte del escritor (aparte de muchos más regalos).

Post-scriptum: lo conseguimos. Gracias a todos Ya os iré contando más noticias de cómo avanza el libro. Un saludo


Aquí tenéis la página de campaña: http://bit.ly/2VZD9bl. Y, recordad, cualquier pregunta o duda que tengáis sobre la misma, no dudéis en hacerla a través de los comentarios del blog, de la página de campaña, o de la red social favorita donde nos encontremos.

Un saludo a todos, y muy buenas lecturas.

miércoles, 9 de diciembre de 2020

Cuando el bueno (o el malo) es el arquitecto -o el urbanista-. Las películas y las historias reales de diciembre: "Huérfanos de Brooklyn" y "Show me a hero"

Hace unos años se hizo muy famosa la disposición del gobierno de Murcia (creo que en este caso la orden procedía del gobierno autonómico) de dibujar el trazado del nuevo ferrocarril de tal manera que aislaba una serie de barrios de población mayoritariamente obrera. Hubo numerosas y muy vehementes manifestaciones y -hasta lo que yo tengo entendido- consiguieron que, al menos en parte, se echaran atrás. De esta anécdota pueden extraerse múltiples interpretaciones, incluyendo que eso de los llamados "gobiernos tecnócratas", los cuales toman decisiones fundamentadas únicamente en el criterio de expertos, no existen. Porque todas las medidas son en parte políticas: puedes elegir gastar más dinero en unos colectivos u otros; puedes recaudar más de los ciudadanos ricos o de los pobres; y, a la hora de señalar por dónde pasa una línea de tren o una carretera, el sitio por donde cruza determina a quién afectará. En pocos ámbitos se nota más que en la construcción, motor económico principal de buena parte de los países, fuente abundante de tramas de corrupción (por definición, tienes un montón de dinero del sector público que pasa al sector privado: la tentación es jugosa) y, como veremos en esta entrada, origen de escenarios que alteran drásticamente la vida de la gente, y que se reflejan a veces también en la ficción.

En un interesante debate en Twitter con especialistas de variados campos que os recomiendo, y que sirvió de inspiración a esta divagación que os presento, @Pedro_Torrijos, al que muchos conoceréis por sus estupendos hilos de Twitter sobre arquitecturas improbables, mencionó una frase interesante, "el urbanismo es el segundo artefacto más importante de la especie humana después del lenguaje". No cabe duda de que otros expertos en diferentes disciplinas opinarán que su campo de estudio ejerce una influencia más relevante, pero en todo caso, como ejemplifica el caso de Murcia, puedes hacer muchas cosas según cómo dibujes los planos de la ciudad. O incluso de un país. Por ilustrarlo de otra forma: Estados Unidos tuvo que decidir -cuenta la leyenda; seguramente la verdad es más compleja-, durante la Segunda Guerra Mundial, cómo orientar su sistema de transporte para desplazar grandes cantidades de mercancías y material militar de un lugar a otro. Hitler había empleado los ferrocarriles, y gracias a ello logró enormes desplazamientos de tropas del frente Occidental al Oriental. En cambio, Estados Unidos eligió la carretera. Gracias a eso, el transporte de pasajeros por tren en Estados Unidos es casi testimonial; todo el mundo tiene coche (hasta hay vagabundos que viven en su vehículo, el cual a veces conducen en busca de una oferta de trabajo o en dirección a los bancos de alimentos); los mejores restaurantes están en las salidas de las carreteras; y los pueblos ocupan mucha más extensión que una ciudad europea media porque se asume que todo el mundo agarra el coche para ir a cualquier sitio. Por contar mi experiencia personal, durante cuatro meses viví en Charlottesville, una localidad de 30.000 habitantes -y una población flotante de 70.000 más- con quizás la mitad de extensión de la ciudad de Madrid. Los únicos que íbamos en autobús éramos las minorías raciales y yo. Los automóviles me dejaban pasar en los cruces y me miraban con cara de pena ("pobrecito, que tiene que ir andando"). En una ocasión, salía de una tienda de informática a la que llegué en taxi para que no la cerraran antes, y vi que la única manera de volver a mi residencia habitual era cruzar una carretera. Tomé la única alternativa posible: hice auto-stop. Una amable mujer (con un coche típico de madre: grande como un jeep de Mad Max y lleno de juguetes y restos de comida en el asiento trasero, que apartó con tanta gentileza como rubor) me desplazó una distancia de unos 10 metros, suficiente para llegar a un sitio desde donde podía volver andando. Las experiencias de otras personas son muy similares. Mi hermana me comentaba que, en Los Ángeles -una ciudad sin aceras-, una pareja de recién casados se compró antes un coche que un piso para vivir juntos. Compartían auto mientras habitaban cada uno en casa de sus padres. Salvo si resides en alguna de las grandes urbes del noreste como Boston o Nueva York, las cuales cuentan con un decente transporte público -y se consideran, en parte, tanto urbanística como culturalmente, "ciudades europeas", dicho en algunas ocasiones con un tono de desprecio-, en Estados Unidos, si no tienes un coche, no eres nadie. Ello implica también ciertas consecuencias: el ciudadano americano, que coge el automóvil para todo, no anda, está obeso, quema una tonelada de gasolina que contamina el medio ambiente (la disposición tan extensa de las ciudades tampoco es el sistema más ecológico posible), y exige que el petróleo esté barato para que no le cueste un riñón su modo de vida. Lo cual explica tal vez la mitad de las guerras de Estados Unidos en Oriente Medio para mantener bajo el precio de la gasolina.

Hablando de Nueva York, la primera vez que leí acerca de Robert Moses fue en este ensayo que os mencioné sobre la gentrificación. Es sorprendente que hayamos oído hablar tan poco de él, teniendo en cuenta que dirigió la política urbanística de Nueva York durante décadas, pese a que la ciudadanía nunca le había votado. La primera vez que se le ha mostrado en la gran pantalla (al menos, que yo sepa) ha sido en "Huérfanos de Brooklyn", un film noir moderno dirigido por Edward Norton, en general bien ejecutado, donde Moses es encarnado por Alec Baldwin. La película, basada en una novela, se ha tomado -o eso se deduce- bastantes licencias en el terreno de lo personal, pero menciona detalles en los que coinciden muchos críticos de Moses: para ser más explícitos, el profundo racismo y clasismo que impregnaba sus ideas urbanísticas. El ejemplo más sangrante fue construir los puentes de salida de la ciudad -recordemos que Manhattan es una isla de la que se escapa por 21 puentes- de tal modo que hacían imposible la circulación de los autobuses, lo cual impedía que la gente sin coche propio (pobres y afroamericanos, cuando no las dos cosas) pudieran disfrutar de las playas cercanas a Nueva York. La película incide también en que Moses fue muy popular por construir parques por todas partes, aunque algunos barrios fueron bastante más favorecidos que otros (adivináis cuáles, ¿verdad?). Y señala que algunos de sus planes urbanísticos -evitados en ocasiones a causa de la movilización popular- obligaban a desplazar a comunidades enteras de sus hogares sin que se supiera bien dónde podrían realojarse (en todo caso, Moses se encargaría de que no fuera en el mismo barrio que los blancos). A partir de ahí, no os cuento más sobre la trama de la película. Espero que la disfrutéis.

Por tanto, queda claro que la planificación urbanística puede decidir todo, y que su orientación es (casi) siempre política. Como mencionó alguien -no recuerdo quién, así que me perdonaréis la ausencia de cita-, sólo el hecho de escoger si una ciudad tiene o no baños públicos ya es una cuestión fundamental. A propósito de esto, menciono otra obra de ficción, pero basada en hechos reales. "Show me a hero", de la HBO, muestra una localidad anexa a Nueva York donde un juez determinó, a través de una sentencia, que el ayuntamiento debía construir una serie de viviendas para ciudadanos desfavorecidos (en una palabra, y tratándose de Estados Unidos, por supuesto negros), con el objetivo de evitar la formación de guetos y la exclusión social. Ésta es una decisión impopular, pues los habitantes mayoritariamente blancos de la ciudad se niegan a que sus viviendas se infravaloren -o no quieren a esas personas como vecinos, ahí cada uno decide los motivos auténticos-. Entonces, un concejal, interpretado por Oscar Isaac, decide auparse a una ola de populismo y anuncia que, si es elegido como regidor, no cumplirá la sentencia. Por supuesto, gana las elecciones, pero entonces se topa con la dura realidad: no tiene más remedio que acatar la orden si no quiere que la ciudad se arruine. Aquí se trata el espinoso tema de políticos que prometen algo imposible a sus ciudadanos y sólo lo asumen cuando son elegidos, apoyándose en algo que sabían que era mentira desde el principio (¿os suena? Seguro que en vuestro país habéis visto más de un caso). La serie cuenta la historia de este alcalde que tuvo que plegarse a los hechos; también relata las dificultades para que la construcción de las viviendas pudiera llevarse a cabo, y para que se lograra una cierta convivencia entre los nuevos vecinos. Narrada como una ficción atípica, la serie da abundantes pies para el debate y la reflexión, tanto en cuestiones políticas como en el aspecto personal.

Probablemente, las medidas más lesivas para nosotros los ciudadanos no llegarán de un discurso grandilocuente enunciado por un señor con bigote frente a una multitud enardecida. Lo harán silenciosamente, en forma de Boletín Oficial del estado, ciudad o comunidad autónoma. Serán disposiciones mínimas, enrevesadas e ilegibles, sobre aspectos aparentemente técnicos e irrelevantes. Quizás sólo se refieran a requerimientos sobre determinadas medidas, longitudes y pesos. Tal vez una de las cifras que aparezcan mencionadas sea el (Douglas Adams sería feliz con esto) número 42.

martes, 1 de diciembre de 2020

Un hilo de Twitter: UN VISTAZO A LAS MEJORES OBRAS DE ARTE QUE NUNCA (JAMÁS) VERÁS.

En una entrada anterior, estuvimos hablando de algunas obras de arte perdidas a lo largo del tiempo. En este nuevo post, originalmente hilvanado como un hilo de Twitter (aquí tiene algunas modificaciones y adaptaciones a un formato más largo), profundizamos en esta idea.

Esta historia la podemos titular UN VISTAZO A LAS MEJORES OBRAS DE ARTE QUE NUNCA (JAMÁS) VERÁS.

O trabajos artísticos que se han perdido para siempre y que sólo podemos intuir cómo eran.

Dentro hilo :)

El arte es extremadamente frágil. Se puede perder por incendios, guerras, inundaciones, robos… En el mejor de los casos, se recupera. A veces, se conservan fotografías que nos permiten contemplarlas en el pasado.

Aparte de que muchas de esas fotografías sean en blanco y negro, no es tan distinto a verlas por Internet, sólo que nunca podrás aspirar a contemplarlas en un museo. Por ejemplo, este “El pintor camino del trabajo” de Van Gogh, irremisiblemente desaparecido.

En el peor escenario, se pierde todo rastro de él. Un caso, por ejemplo: la estatua de Julio II esculpida por Miguel Ángel, abatida y fragmentada por una turba enfurecida. Obras que los propios artistas quemaron en la hoguera de las vanidades, o que ardieron en el incendio del Alcázar en Madrid (de ello hablaba un capítulo del Ministerio del Tiempo)

Hay un punto intermedio: cuando se reconstruye a partir de lo que sabemos, o cuando quedan copias. Si acaso, bocetos del original. Como ocurre con estos planos de un caballo de terracota construido por Leonardo da Vinci. Tenemos entonces una cierta imagen de cómo debió de ser.


Para ilustrarlo mejor: seguro que sabéis que, salvo las Pirámides de Egipto, el resto de las Maravillas del Mundo Antiguo han desaparecido. Hasta las pirámides tenían un aspecto distinto


 Un caso es la estatua de Zeus en Olimpia. Sobrevivió al intento de Calígula de decapitarla y colocar su efigie (una risa procedente de la estatua, dicen, asustó a los obreros), pero no a un incendio en Constantinopla, adonde se había trasladado.

Pero nos quedó su rastro en monedas conmemorativas. Y, a partir de allí, hay quien ha hecho reconstrucciones. Así que sabemos (ésta es una copia romana) que debía de ser más o menos así.

Por cierto, aunque no es una maravilla del mundo antiguo, todos habréis oído hablar de la Biblioteca de Alejandría, la primera gran biblioteca pública de la historia. Si alguien no sabe lo que es después del éxito editorial de El infinito en un junco, de @irenevallejo, es que vive debajo de una piedra. Pero su estructura no está muy clara. Se sabe que era un anejo al Museo, el auténtico centro de investigación. Pero poco más se conoce. Ésta es la imagen que podría tener, según Alejandro Amenábar, en la película Ágora.

Cuando Egipto quiso reconstruir la biblioteca, ya en época contemporánea, no tenían ningún plano en el que basarse. Pero tampoco les importó. Querían hacer una biblioteca moderna y funcional, y lograron una de las más luminosas y diáfanas de la actualidad.

Es complicado reconstruir cualquier edificio antiguo. En el caso de no tener planos (o de disponer de unos detallados), la elección es más sencilla: lo reconstruyes tal cual o no haces nada. Pero si la cosa está a medias, hay dudas. En el siglo XIX los arqueólogos tenían más libertad. Arthur Evans (que no era arqueólogo profesional), en Creta, colocó columnas de hormigón para reproducir lo que él creía que era el aspecto del palacio del rey Minos. O lo que quedaba mejor

Por poner otro ejemplo, Viollet-le-Duc hizo lo que quiso en la reconstrucción de Carcasonne, mostrando una imagen idealizada de la Edad Media que encandila a los turistas pero que, según muchos historiadores, no era respetuosa con lo que se sabía de la arquitectura real.

 

Los criterios para las reconstrucciones van cambiando con el tiempo. A veces los arqueólogos prefieren marcar claramente qué es original y qué es reconstruido. Si hay dudas, el criterio actual es dejarlo mejor como está. A veces se llega a soluciones intermedias que no siempre satisfacen a todos.

Pero no quería meterme excesivamente en arquitectura. No he conseguido encontrar muchos ejemplos de edificios de los que se supiera muy poco y que hayan tratado de reconstruirse. Quizás La Brasa Torrijos tenga un estupendo hilo al respecto, o tal vez nos quiera deleitar redactando uno.

En todo caso, volvemos a las obras de arte. Aquí, la Atenea Lemnia, una de las mejores obras de Fidias. Al menos, Pausanias decía que era la mejor. ¿Auténtica? Qué va, reconstrucción moderna. Salvo por el brazo, claro.

Volvemos a Fidias: ésta es la Atenea Pártenos, la famosa que Fidias montó en varias partes para que no pudieran acusarle de desfalcar el tesoro público mintiendo en las cantidades gastadas de oro y de plata. Se perdió probablemente en el mismo trance que el Zeus de Olimpia.

La Afrodita de Cnido también tiene historia. Con una copia vestida en Cos, los habitantes de Cnido (que escogieron la versión desnuda) recibían numerosos visitantes gracias a ella, tanto que no quisieron desprenderse de la misma a pesar de las fortunas que les ofrecieron.

Dicen que el modelo en el que se basaron fue la hetaira Friné. Tiberio Graco tiene un muy buen hilo donde explica cómo ésta se salvó de un juicio gracias a su belleza. Pero hay toda clase de leyendas. Hasta de Afrodita viéndola y preguntádose cuándo la han contemplado desnuda.

Salgamos de los griegos, y metámonos de nuevo en los pintores. Aquí vemos cómo un cuadro de Van Eyck puede salvarse gracias a que otro pintor incluye la obra como parte de una pintura propia.


A veces hay suerte y un contemporáneo realiza una copia a partir directamente del original, como ocurre con “Leda y el Cisne” de Leonardo.

Sobre Leonardo, una historia curiosa que contamos en una entrada de mi blog. En Florencia, una misma sala debía ser decorada con una pintura de Miguel Ángel a un lado y otra de Leonardo a otro. El contrato lo firma Maquiavelo, para rematarlo. Las dos quedaron inacabadas y se perdieron, de una manera u otra. Aunque esa historia se ha puesto recientemente en duda a raíz de ciertas investigaciones.

La cosa es que, de la obra de Leonardo, queda una presunta escena del cuadro, que fue copiada por Rubens (imagen de arriba). De la obra de Miguel Ángel, Bastiano da Sangallo fue capaz de rescatar la sección central.

De Miguel Ángel hay varias obras perdidas, incluyendo pinturas, un Cupido que falseó para hacerlo pasar por una antigüedad (entonces no era tan raro), y una escultura de Hércules de la que Rubens hizo un dibujo.

Rubens copió muchas de las obras de Tiziano de las que disponían los reyes españoles para así mejorar su técnica de pintura. A veces tienes el gozo de ver original y copia justo al lado, pero otras no.


 Aunque sabemos que no siempre las pintaba con fidelidad (les imprimía su propio estilo), en algunas ocasiones es lo más cercano que poseemos a las pinturas originales. Aquí, un retrato de Carlos I y su mujer se conserva en el Palacio de Liria


Las pérdidas no entienden de género, como le pasó a ésta de Sofonisba de Anguissola copiada por Pantoja de la Cruz… 

… ni de nacionalidades o estilos únicos. Aquí una segunda versión del Lacoonte del Greco que, suponemos, se parecía al original. Aunque igual no sería, claro.

Tenemos Caravaggios destruidos por terremotos…

Riberas que han ardido entre las llamas (aquí el boceto final por parte del propio artista: menos da una piedra)

Murillos expoliados en la guerra de la Independencia

… o primero expoliados y luego incendiados.

Afectados por revoluciones, como este Ingres…

Un Klimt afectado por la Segunda Guerra Mundial del que sólo queda un fragmento reproducido en su época

Y tantas y tantas obras… De algunas, ni siquiera hemos llegado a saber jamás su existencia. Se han desvanecido en la noche de los tiempos

En algunos casos es el propio artista quien reconstruye la obra, como cuando Diego Rivera reconstruyó su mural en el Palacio de Bellas Artes de México después de que fuera vandalizado por razones ideológicas (el pecado fue sacar retratado a Lenin)

Una gota de esperanza. Porque todo parece muy catastrófico, ¿no? Sin embargo, existe otra cara más positiva: algunas obras se recuperan.

Enterradas bajo la tierra (de este rescate fue testigo Miguel Ángel, quien hasta adivinó qué sección de la escultura faltaba para que ésta se hallara equilibrada; más tarde se localizó la parte predicha por el florentino)

Colgadas de un monasterio, sin que nadie les prestara atención…

Recuperadas cuando trataban de venderlas…

O por la labor de los cuerpos policiales nacionales e internacionales

Algunos guardaban los cuadros en su casa tranquilamente como recuerdo de una guerra. Sabedores -o no- de su valor.

Hay muchísimas más obras que podríamos mencionar, pero en algún momento esto ha de tener un fin. Si te ha gustado la historia, dale a FAV, retuitea (es la mejor forma de dar difusión a estar historia) o píntame un cuadro.

Si te interesa profundizar más, hay muchas más maravillas perdidas sobre las que puedes documentarte. A lo mejor, quién sabe, te encuentras con que una de esas obras de arte perdidas está en tu viejo desván. Si es así, no dudes en llamar a un experto en arte… ¡y también contádmelo!

lunes, 23 de noviembre de 2020

La historia real de noviembre. Un lista de alimentos que ya no existen.

¿Sabéis ese momento en que probáis un plato y os decís a vosotros mismos: "está bien, pero nunca será igual que aquel que probé...?". Puede que no sea verdad. Puede que se trate de nuestro estúpido cerebro, que distorsiona los recuerdos y los asocia a factores emocionales, de tal manera que, si os dieran exactamente el mismo alimento que en vuestros sueños, no os sabría exactamente igual. Pero sí que existen algunos casos en los que nunca podremos volver a disfrutar determinados manjares porque, en efecto, desaparecieron para siempre. Y no nos referimos a vegetales que han modificado sus propiedades por el cultivo selectivo del hombre, que también, sino, especialmente, de aquellos tipos que se han extinguido en todas sus formas. La mayoría de ellos, los pobres humanos del presente ni siquiera tuvimos la oportunidad de saborearlos en su momento, y tendremos que vivir por siempre con la intriga acerca de cómo eran. He aquí una somera lista de aquellas deliciosas elaboraciones culinarias que ni tú ni yo degustaremos jamás.

-Por supuesto, aquí tenemos que incluir a buena parte de los animales que hemos extinguido o contribuido a extinguir, muchos de ellos en época prehistórica. Allí donde el hombre arraigaba, desaparecían la mayoría de las grandes criaturas terrestres, lo cual implica que no podremos volver a devorar filetes de mamut ni de otros muchos miembros de la fauna megalítica. Pese a que existen primos lejanos de estas especies o que existen proyectos de clonación de algunos de estos pretéritos seres vivos a partir de muestras fósiles, es bastante poco probable que, a corto plazo, imitemos a nuestros antepasados en el acto de organizar un festín a la luz de la hoguera donde asemos a uno de estos animales.

-Ya en eras históricas, y hasta épocas muy recientes, seguía sin existir el concepto de extinción de una especie, con lo cual el hombre clavaba sus dientes sobre todo lo que veía, incluso aunque esquilmara sus propias fuentes de alimento. Famosos son el caso de los búfalos en Estados Unidos (de los que sólo quedan unas pocas reservas de los mismos, cuyos ejemplares sirven de vez en cuando para degustación de los turistas) o el de los dodos en isla Mauricio, aunque por lo visto allí no pesó tanto la acción del hombre como de los animales que los seres humanos habían traído consigo, en especial los cerdos, que sentían predilección por los huevos de estas aves. Un caso menos conocido, pero no por ello menos sangrante, es el de la paloma migratoria, con diferencia el ave más abundante en Norteamérica hasta el siglo XX (sus bandadas eran tan numerosas que llegaban a oscurecer el cielo), y que fue esquilmada en un tiempo récord después de una campaña sistemática alentada por las autoridades, las cuales argumentaban que, en época de hambruna, qué mejor que dar caza y cocinar a esas inútiles criaturas de Dios. Si a ello añadimos que aquel pájaro no era especialmente hábil frente a las trampas que le tendían los humanos, estaba claro que su suerte estaba echada.

-En algunos casos, la extinción ha venido ligada a la agricultura y la ganadería, prácticas que por definición se basan en la selección de las especies más favorables por un determinado motivo, provocando uniformidad en cuanto a las especies criadas o cultivadas. Desaparecieron las coliflores de Cornualles, las peras de Ansault -según se dice, eran exquisitas-, y cualquier clase de zanahoria que no tuviera color naranja (merced a una campaña de propaganda de propaganda de los holandeses en favor de la reinante casa de Orange, de quien copiaron sus colores), a pesar de los recientemente infructuosos intentos de que la gente aceptara de nuevo en el mercado zanahorias de distinta tonalidad. En otras ocasiones, la desaparición no es intencional, pero está íntimamente ligada a los métodos de producción: la mayor parte de los plátanos que crecen en el mundo son clones a partir de una variedad única (en concreto, del tipo Cavendish), y eso provocó, hace unos años, que por culpa de una plaga casi todas las existencias de plátanos estuvieran a punto de desaparecer. ¿Qué se les ocurrió para evitar que esto volviera a ocurrir? Pues, por supuesto, volver a reproducir el mismo sistema nefasto, de tal modo que, si una enfermedad intratable afecta de nuevo a esta fruta, podemos despedirnos de los plátanos para siempre. En otros casos, son los propios gustos de los clientes los que determinan la elección de una variedad u otra. Por razones que todavía no he podido encontrar registradas en ninguna parte, la gente se ha acostumbrado a creer que los huevos morenos son mejores que los blancos -en realidad, su valor nutricional es exactamente el mismo-, de tal modo que están dejando de comprarlos y, por tanto, abocando a las gallinas de huevos blancos a perderse en la noche de los tiempos.

-Un caso muy particular el silfio. Esta planta es una variedad del hinojo que crecía cerca de Cirene, en la actual Libia. Se utilizaba como especia en la cocina pero también tenía propiedades medicinales. En concreto, era muy apreciado por sus cualidades anticonceptivas y abortivas, y debía de funcionar bastante bien, porque era tan apreciado que llegó a valer su propio peso en plata, y a ser grabado en las monedas acuñadas en esta región. El problema era que el silfio nunca pudo ser domesticado (era un planta exclusivamente silvestre), y crecía en una franja relativamente estrecha de tierra, de tal manera que su recolección estaba cuidadosamente limitada a unas cantidades anuales. La amenaza, sin embargo, venía de dentro, ya que se dice que los pastores de la zona, descontentos porque ese productivo negocio no les repercutía ningún beneficio, dejaban a sus ovejas pastar por la zona de crecimiento del silfio, e incluso se dice que lo arrancaban a propósito. Fuera por esto o por un exceso de recolección, el caso es que el silfio fue haciéndose cada vez más raro y caro hasta que, finalmente, desapareció. Desde entonces, se ha estado buscando con anhelo esa variedad de planta que, supuestamente, daba a los guisos un sabor similar al ajo y que, de acuerdo con los estudios a partir de alguno de sus parientes del género Férula, es probable que realmente tuviera un efectivo poder abortivo pero, hasta ahora, no ha habido suerte. Aunque algunos sospechan que cierta variedad mediterránea que aún subsiste podría ser el auténtico silfio, la creencia global es que el último tallo del que se tiene constancia se envió como regalo al emperador Nerón, desapareciendo desde entonces todo rastro sobre la faz de la tierra.


El silfio era tan importante para la economía de Cirene que hasta salía en sus monedas. Ahora mismo es la imagen más precisa que tenemos de su aspecto, así que tomadlo como un cartel de "Se busca"

-Esta historia probablemente disgustará a los amantes del vino. Fue muy difícil cultivar la vid en tierras norteamericanas: a un largo transporte en barco se unía la dificultad de encontrar un clima adecuado para esta planta, y a pesar de los pobres intentos en la Costa Este (Jefferson fue de los primeros en conseguir un mediocre resultado), no fue hasta que llegó a California, de clima más similar al Mediterráneo de donde procedía, cuando el vino empezó a producirse con cierta calidad. Pero había un obstáculo con el que los viticultores no habían contado: la filoxera. Este pulgón tiene como único huésped conocido a las vides, y crecía en exclusiva en América, pero las especies cultivadas en este continente habían acabado por desarrollar resistencia y consiguieron salir adelante. Sin embargo, cuando en Europa se produjo una plaga distinta, causada por un hongo, alguien tuvo la genial idea de traer raíces de origen americano para combatir esta enfermedad. Con las vides americanas llegó también la filoxera, que estuvo a punto de liquidar a la totalidad de las especies del Viejo continente. Por fortuna, la salvación llegó del mismo lugar de donde provino el mal, y gracias a injertar vides europeas en las americanas, los países del Oporto, el Ribera del Duero y el Chardonnay pudieron seguir exportando vino. ¿Final feliz? No del todo. La cosa es que las especies de uva que sobrevivieron no eran exactamente las mismas y, por razones evidentes, no podemos saber cuán gustosas era las bebidas espirituosas que generaban; ciertos testimonios, de hecho, apuntan a que el deleite producido por las cepas antiguas era mayor que con las nuevas. Pero esto, como con otros alimentos, es una duda que nos atormentará por siempre jamás.

El mayor drama no son esas delicias que nos hemos perdido; sino, tal vez, aquellas a las que no podremos acceder en un futuro quizás demasiado cercano. El cambio climático pone en peligro determinadas especies vegetales, como el caso del chocolate, de cuyos cultivos tratan unos cuantos especuladores de apropiarse para que, de aquí a unos años, se convierta en un producto de lujo del que sólo unos pocos se beneficien. Tampoco son desconocidas las operaciones que determinadas compañías, como Nestlé, están efectuando para acaparar las principales reservas de agua del planeta, de tal modo que, si la crisis climática acaba afectando a su disponibilidad, ellos puedan controlar el negocio alrededor de la molécula vital de la que estamos compuestos. En el pasado, el ser humano podía decir que desconocía la propia noción de extinción de una especies, y que muchas de las criaturas que hizo desaparecer lo hicieron sin que él fuera consciente de este fenómeno. Pero, dentro de unos años, ¿qué clase de excusa pondremos? O, una pregunta mejor, ¿qué podemos hacer ahora para que no tengamos que lamentarlo?

Bonus: una historia que no va exactamente de alimentos desaparecidos, pero casi -y que recordará a muchos al famoso capítulo de Futurama sobre la pizza de anchoas-. François Miterrand se hizo famoso (además de por la nimiedad de ser el presidente de Francia) por organizar un banquete en la que se sirvió un ave que no sólo está en peligro de extinción, sino que la forma de matarla y cocinarla se considera inusualmente cruel. Por lo visto es tradición, entre los que degustan ese plato, taparse la cabeza con la servilleta para señalar que se es consciente del tremendo sacrilegio que se está a punto de cometer (algo parecido a lo que comentaba Clint Eastwood en "Cazador blanco, corazón negro", emulando a John Houston) y, además, no comer más de uno de estos animales por barba. Miterrand no sólo -presumiblemente- no se tapó la cabeza sino que, para más inri, comió dos. Hay dos maneras de interpretar que Miterrand muriera una semana más tarde: una especie de venganza kármica o, más bien que, sin miedo a la penitencia en el ultramundo, Miterrand decidió aprovechar lo poco que le quedaba de vida para darse un último capricho. ¿Haríamos cada uno de nosotros lo mismo? Quiero pensar que no. Recordadlo si alguna vez tenéis un atún rojo o un pezqueñín en vuestro plato.

lunes, 16 de noviembre de 2020

Los podcast de noviembre: "Todopoderosos" y "Aquí hay dragones"

Igual que la tecnología ha proporcionado nuevas opciones en lo relativo al cine (lo cual se refleja en las plataformas digitales) y la literatura (y ahora leemos en ebook), también ha evolucionado la forma de hacer radio. Ya no nos basta (o, al menos, no sólo aspiramos a eso) con periodistas hablando de manera más o menos espontánea en directo, sino que queremos programas especializados en algún tema determinado que podamos escuchar cuando a nosotros nos venga bien, con la posibilidad de pararlos y retomar en un futuro el hilo. Han proliferado por tanto los podcast, originando de hecho alguna broma al respecto en  el siempre certero El Mundo Today. De hecho, hasta yo mismo he participado en uno que no es que tenga mucha audiencia, pero bien que echamos unas risas al tiempo que tratamos de incrementar nuestra cultura científica gracias al mismo. Hoy os quiero hablar de un par de podcast que son, más que primos, hermanos, pues uno surgió como spin-off del otro. <<Todopoderosos>> y <<Aquí hay dragones>> cuenta con el mismo elenco de protagonistas: el veterano Javier Cansado (no sólo conocido por el humor absurdo que desplegó junto a Faemino en un dueto de los que hacen época, sino también por sus inolvidables apariciones en el desternillante programa televisivo <<Ilustres ignorantes>>), el director de cine Rodrigo Cortés (conocido por Buried y Concursante, aunque a mí me gustaría subrayar en especial Luces Rojas), y el novelista Juan Gómez Jurado (autor, entre otros textos, de la trilogía iniciada por "Loba roja"; "El paciente"; y, como mencionamos en otro post, "Cicatriz"), junto al inigualable presentador y animador a tiempo completo Arturo González Campos, que dirige con maestría a este cuarteto de fieras.

Aunque con idénticos protagonistas, la dinámica de ambos podcasts es ligeramente diferente. En "Todopoderosos" se toma un tema lo suficientemente amplio para que todo el mundo pueda discurrir sobre él, y los cuatro amigos discuten sobre la saga de Harry Potter, piratas o las películas de Disney como podrían hacerlo también una desocupada tarde domingo o bajo la cobertura de un café. En "Aquí hay dragones", en cambio, Cansado, Cortés y Gómez Jurado traen cada uno a colación una sección de unos cuarenta minutos en la que tratan sobre una cuestión musical, un aspecto del mundo del cine, un autor, una novela, o un determinado suceso histórico. El orden en que exponen sus hallazgos particulares se determina por el absolutamente justo, clásico y por supuesto científico método del "piedra, papel o tijeras", y por supuesto cada sección se interrumpe para apuntarlarla (o destruirla, si es necesario), con ocurrencias, puntos de vista contrapuestos y descacharrantes toques de humor. No pretendo dar una lista exhaustiva de los temas que han tratado estos ases de la radio y de sus respectivos campos -entre otras cosas, porque por fortuna todavía me quedan unos cuantos podcast por escuchar-, pero sí que quiero mencionar unos cuantos cortes que creo que os encantarán, de cada componente y de cada tipo de programa:

-En "Todopoderosos", yo recomiendo especialmente el primero dedicado a Pixar (número 40), a Sherlock Holmes (número 54) y al Roald Dahl (número 34).

-En "Aquí hay dragones", en el apartado liderado por Cansado -quien, al mando de una tropa de alter egos, suele hablar sobre música o acerca de civilizaciones precolombinas un pelín agresivas-, creo que deberíais escuchar el efecto que el azar tuvo en la fascinante vida de Alberta Morgan (número 18), aunque sin duda lo mejor de sus secciones es él mismo y su impagable vis cómica.

-Si en cambio preferís hablar de cine, Rodrigo Cortés (que también se ha ocupado de cuestiones musicales) se está especializando en películas aparentemente imposibles de producir, entre otras La soga, de Alfred Hitchock (número 19) o El diablo sobre ruedas, de Steven Spielberg (número 18), así como películas que provocan la muerte de sus actores (número 86) o que han tardado tanto en producirse que ha muerto casi todos los integrantes por el camino (número 90).

-No sólo de cine (y con menos frecuencia de música), sino también de literatura o de acontecimientos históricos habla con frecuencia Juan Gómez Jurado, que entre otras anécdotas divertidas nos ha regalado la de un famoso poema de Catulo (número 20), una fiesta de Disney que no terminó como se esperaba (número 72), un misterioso caso real en el que participó Arthur Conan Doyle (número 18; sí, ha salido tres veces, está claro que ese episodio me gustó) o la curiosa aventura del "envenenador filántropo" (número 19, otro episodio que tampoco estuvo mal).

Podéis escuchar los episodios en Spotify, internet (Aquí hay dragones y Todopoderosos, donde los he encontrado) y otras plataformas, o seguir las respectivas cuentas digitales de los programas en Twitter, o tal vez la de estos muchachos, en cuyas redes sociales de vez en cuando son bastante graciosos y, de común, hasta simpáticos. Un saludo, y muchas gracias a ellos, y también a vosotros. Nos vemos, nos leemos, nos escuchamos. Hasta muy pronto.

lunes, 9 de noviembre de 2020

Un relato por entregas: "El ladrón entró por la página" (IV)

 Continuación a partir de aquí.


                                    *                                 *                                  *


            Al ladrón del Ojo Dorado no parecía molestarle mi presencia. Cuanto menos, parecía esperarla.

 

            Como si se hubiera intuido todo desde un principio. Como si ella misma hubiera escrito el final. Como si, tras mis actos, hubieran estado siempre sus palabras.

 

            Ahora nos contemplábamos con tranquilas miradas. Ambos, separados por una reja.

 

            Era ella la que se hallaba encerrada.

            -Te dije que esto no terminaba así -me espetó.

            Asentí. No, no había terminado así. Las cosas habían sido muy distintas. Yo me había escapado.

 

            Era ella la que se había equivocado al corretear por los pasillos. Era ella a la que habían cazado.

 

            Era ella la condenada a muerte.        

            -Por lo menos, contigo ha tenido Harrington más clemencia -rememoré-. A mí no me dio ni la oportunidad de hablar.

            El ladrón sonrió. No parecía perder su sentido del humor.

            -También a mí iba a dispararme; no obstante, se detuvo en el último minuto.

            Encogí los hombros.

            -¿Por qué?

            Ella suspiró.

            -No tengo la esmeralda. Tampoco (a pesar de ser yo la única que elevó la voz en la cámara del tesoro) acaba de creerse Harrington que yo sea el ladrón del Ojo Dorado. Típicos prejuicios machistas del siglo XIX. Las mujeres estamos para desmayarnos, y para que se peleen por nosotros los héroes románticos de turno. El Imperio Británico preferiría perder la India antes de reconocer que ha sido doblegado, y varias veces, por una mujer.

            Yo asentí. Comprendía lo que quería decir. Lo había leído a lo largo de las novelas que ella misma me había proporcionado.

            -Además -prosiguió-, Harrington no se cree que el Ladrón del Ojo Dorado no tuviera la esmeralda encima. Ni mucho menos que se perdiera en uno de los pasadizos.

            Escrutó con intensidad mi mirada.

 

            Intuí sus límpidos ojos.

 

            Tuve que apartar la vista. Cuando por fin reuní fuerzas, conseguí preguntar:

            -¿Y ahora, qué?

            Ella dejó caer su pelo a lo largo de su rostro.

            -¿Ahora?-respondió con otra pregunta-. Me retendrán aquí para que les confiese quién es el Ladrón del Ojo Dorado. Dónde vive. A qué se dedica. Dónde encontrarle a él, y los tesoros que acumula.

            Pasé la mano a través de los barrotes. Rocé con mi dedo su tierna y cálida mejilla. Le pregunté:

            -¿Y qué le piensas contestar?

            Ella asomó el rostro a través del escaso hueco que permitía la ventanilla de su celda. Y me inquirió:

            -¿Qué es lo que he de decirles?¿Quién eres?

            Es extraño, pensé. Después de haber intercambiado nuestros papeles, después de haberla traicionado, a pesar de salvarme la vida, y aun así, me seguía sonriendo. No era lógico… pero ella tampoco podía encuadrarse dentro de lo común.

            -Les dirás que el ladrón del Ojo Dorado seguirá atacando. Que volverá a aparecer. Que seguirá desafiándoles.

            Ella sonrió.

            -Pero que no volverá para liberarme…

            Cerré los ojos con remordimiento.

            -No…

            Ella alargó la mano, y condujo mi rostro hacia el de ella. Besó suavemente mis labios.

 

            Me dijo:

            -No te preocupes por nada. No me pilla de sorpresa. Sabía que lo harías. Me lo esperaba.

            Cogí su mano entre las mías, y me mordí el labio inferior para no dejar traslucir mis sentimientos. Quise decirle que esta oportunidad era la única que se me iba a presentar en la vida; que, si volvía a mi mundo, nunca jamás podría volver a conseguirlo; que tendría una existencia gris, macilenta, anodina y sin sobresaltos; que no podría disfrutar de la mayor aventura que han vivido los siglos; que no podría cumplir ese sueño -que todos tenemos de niño- de ser Sandokán, Miguel Strogoff, de transformarse en el protagonista de una novela de Conrad o Stevenson. De sufrir, sentir, vivir, amar, sufrir amargura, de la misma forma en que lo hace un personaje literario, y no ese patético engendro, colmado de rutina y desasosiego, que decimos en llamar ser humano, y cuya mayor tragedia semanal se resume en el café que se le derrama en la solapa… Quise decirle que este era un viaje que ambicioné hacer desde mi infancia, un camino que habría de recorrer por obligación… pero no tuve valor…

 

            Lo único que pude hacer fue dejar escapar su mano…

 

            … que volvía a la celda, de donde nunca más saldría.

 

            La volví a mirar a los ojos.

            -Antes de marcharme, quisiera hacerte una pregunta.

            Ella conservaba la misma mirada que una niña pequeña que acaba de descubrir el mundo. Curiosa, expectante, sin miedo. Sin el más mínimo rencor en sus ojos. Sin importarle para nada su futuro, si acaso, el mío. Con ningún deseo más que hacer preguntas, u otorgar respuestas.

 

            Sus labios volvieron a ser recordados por los míos.

            -¿Sí?¿Qué querías saber?

            Y entonces, reuní fuerzas para preguntarle: 

            -¿Por qué me robaste precisamente esas cosas de mi apartamento?

            Y entonces ella bajó la cabeza. Para, unos segundos después, alzarla de nuevo.

           

            No dejó en ningún instante de sonreír.

            -Te repito la pregunta que te hice antes: ¿por qué crees que le robaba todas esas cosas a aquellos millonarios?

            Apenas pude responder:

            -Yo… todos creíamos que se debía a que eran sumamente valiosas. O por el desafío de hacerlo. O porque se merecían, debido a su perfidia, tamaño castigo.

            Ella negó con la cabeza. Desplazó sus manos a través de los barrotes.

            -Los autores no aman a sus hijos literarios. Más bien al contrario, los aborrecen. Temen que permanezcan en el tiempo, y les aboquen a ellos mismos al olvido. Llegan a sentir odio por una criatura que han ayudado a engendrar, por un ser que jamás ha existido. Doyle mató a Holmes -dijo la ladrona, volviendo al inicio, como suelen hacer los buenos relatos circulares-, y necesitó diez años para resucitarle. Le colocó todos los defectos posibles, para así ser capaz de insultarle sin faltar a la verdad. Agatha Christie condenó a Poirot a una última vuelta de tuerca que engrandeció su historia, pero nubló su nombre. Y, cuando Peter Pan derrota a Garfio, él y los Niños Perdidos comienzan a ponerse las ropas de los piratas, a manejar sus barcos… a hacer lo mismo que ellos… la pobre Wendy tiene que ver, ante sus ojos, como la mirada de su mejor amigo, y también su alma, se van transformando en todo aquello contra él tanto había luchado… Es testigo de primera línea de cómo Pan, ese chiquillo malencarado y engreído con nombre de sátiro, se ha convertido en Garfio… y nada de lo que ha hecho anteriormente tiene sentido.

            Me interrogó con la mirada. Capté la analogía entre esta última historia y la nuestra. Contemplé a Wendy -un personaje que llegó a crear un nuevo nombre de mujer- a través de la oscuridad de su prisión.

            -No sé quien creó esta historia. No fui yo. Nació antes de los tiempos, tal vez, o quizá en un futuro muy lejano. No lo sé. En todo caso, el objetivo último del ladrón del Ojo Dorado no residía, ni mucho menos, en las riquezas materiales. Ni siquiera sé dónde están todas esas joyas. La meta fue siempre aquel a quien estábamos robando. El propósito era atacarle allí donde más le dolía, donde más se reflejaban sus sentimientos… sobre su posesión más preciada.

            >>Todos ellos eran hombres duros, que habían tenido que dejar cadáveres a lo largo de su vida, cuando no ejecutarlos con sus propias manos, para amasar sus inmensas fortunas. Todos ellos eran personas que ya habían fosilizado su corazón, y que tan sólo podían sentir a través de una piedra… la misma que le estábamos arrebatando…

            >>La fuerza, el atrevimiento del robo, no se basa en la pureza del diamante, ni en las crueles garras de las medidas de seguridad… Se basa en cuán profundamente eres capaz de llegar al alma de una persona… de qué parte de su vida le despojas.

            >>Todos esos hombres acaban muriendo… si no oficialmente de suicidio, sí de pena, de hastío, de vacío… se convierten en una sombra de lo que han sido, se dan cuenta de que la vida ya no tiene nada que ofrecerles.

Se apartó el pelo con la mano, dejando al descubierto su rostro.

-Te dije que todavía no había terminado contigo…

Y volvió a sonreír. Pero, esta vez una sonrisa maléfica y profunda. Una sonrisa que guardaba algo detrás.

 

Me puse a temblar.

-Te pregunté que por qué te habías dado cuenta de la ausencia de estos objetos. Una foto de un amor platónico, un libro de un amigo muy querido, un regalo muy especial… Te diste cuenta porque, aunque no te sirvan para conseguir un trabajo, ni un crédito en el banco, ni para obtener las metas que te has propuesto en la vida, sí que las tienes presentes… Porque son las cosas que han marcado tu vida, la parte de tu existencia que ya no puedes olvidar: un trozo de tu propia vida del cual apartarte (tan profundo como ha calado en tu alma) significaría la misma muerte…

Me miró, afilados como cuchillos, con sus multicolores ojos.

-Ahora, mi querido amigo, todo eso queda atrás. No sólo la foto, el libro y el regalo. Quedan atrás tu amor platónico. Tus amigos. Tus amores. Tu familia. La posibilidad de amar y ser amado, de contemplar amaneceres y noches de luna, de encontrarte con la sorpresa de cada día: de vivir, en definitiva.

>>A partir de ahora, todo eso ha cambiado: no tendrás existencia, salvo la que te determine la propia historia en que te veas envuelto. Como personaje literario, no podrás elegir tu propio destino, sino el que te marque este rumbo que ahora has elegido. Nosotros, en las historias, no nos alimentamos si no es necesario que lo hagamos para que la historia mantenga la coherencia; no disfrutamos del roce sincero de una mujer, pues sabemos que es el autor quien está moviendo sus sentimientos, como si éstos se hubieran materializado en los hilos de un titiritero. No decimos lo que pensamos, sino lo que quieren que digamos; no somos nosotros, sino el rol que nos ha tocado vivir…  Por no poder, ni tan siquiera podemos, en la mayoría de los casos, leer algún libro. Solemos ser iletrados, orgullosos, arrogantes, incautos, imprudentes, y, lo que es más, tediosamente imprevisibles.

Desplazó su rostro como si pudiera cruzar los barrotes, y dejó su cara a unos milímetros de la mía.

-El único fin de este maldito libro es, más que nada, arrancarle a cada uno de los que pasan por estas páginas su posesión más preciada. Tú me has robado a mí la que más ansiaba: la libertad.

            Susurró suavemente a mi oído.

            -Yo a ti, aunque aún no lo sabes, tu propia vida. Hasta hace un minuto, no sabías apreciarla.

            Sentí cómo comenzaba a desaparecer… cómo una nueva historia me solicitaba en esos mismos momentos, cómo me requería, como exige un amo de un esclavo.

            -A partir de ahora, vas a comenzar a echarla de menos.

            Una sonrisa. Un beso.

 

            Escuché sus crueles carcajadas, resonando a través de la noche de los tiempos.


FIN