jueves, 23 de abril de 2020

El podcast de abril: COVID, predicción, y otros virus del montón.

Imagen de la cubierta del virus SARS-CoV-2, causante de la enfermedad conocida como COVID-19, tal y como la ha elaborado el CDC (Control Disease Center, o Centro de control de enfermedades estadounidense). Extraída de Wikicommons.

Las noticias se suceden a toda velocidad. Lo que ayer sabíamos, hoy queda desactualizado antes casi de que podamos discutirlo, pero como en estos momentos de incertidumbre necesitamos la información como el comer, los que tenemos cierta base científica estamos intentando recopilar los datos que nos llegan sobre el nuevo coronavirus y transmitírosla del medio más sencillo y provechoso posible. Hace unos cuantos días, el programa de Radio Gul "El Gato de Hubble", que en su día ya habló de infecciones emergentes (incluyendo el SARS) en un podcast en el que yo mismo participé, se reactivó para discutir lo que hasta el momento se sabía de la COVID-19, durante una charla que resultó muy interesante. Pero como decía, toda información se queda retrasada al cambio de poco tiempo, así que 10 días después se montó otro podcast en el que tuve la ocasión de intervenir junto con tres fantásticos compañeros no sólo sabios sino además majísimos, y en el que hablamos de asuntos apasionantes como las tácticas de confinamiento en otros países, los sistemas tecnológicos de control ciudadano, quién se está saltando las normativas, las posibilidades de reinfección, las medidas que se están poniendo en marcha en los hospitales para mejorar el tratamiento de los pacientes, e hicimos (con el mejor humor del que se puede hacer gala, dadas las circunstancias) una porra sobre cómo y cuándo empezará a modificarse en España el confinamiento. Os presento aquí el programa, que está en Ivoox y al que podéis acceder también a través del Twitter del @gatohubble. Éste es el enlace concreto: 

https://www.ivoox.com/egdh-s04e02-covid-19-parte-2-audios-mp3_rf_50176368_1.html

Y, por otro lado, deciros desde el principio que probablemente éste no será el último podcast que hagamos sobre el tema, vista la rapidez con la que evoluciona el panorama científico respecto al virus y sus consecuencias, y que con casi total seguridad dejarán como erróneas buena parte de nuestras previsiones y aclararán (o embrollarán más todavía) algunas de las hipótesis que en su día enunciamos. Mientras tanto, nos seguimos informando, nos hablamos y nos leemos. Seguimos en contacto.

lunes, 20 de abril de 2020

El relato de abril: "El último encuentro"

El último encuentro

El neandertal se refugió en la cueva, huyendo de sus perseguidores.
Primero se cercioró de que adentro no había vida, no fuera que tuviera que salir por piernas. Luego, cuando estuvo seguro de que en la gruta no había nadie más, se permitió el lujo de estudiarse la herida, por primera vez en toda la persecución. Palpó la sangre: tenía un feo aspecto. Todavía rezumaba líquido, y lo peor era que, con el paso de los días, había pasado de rojizo a adquirir una tonalidad verdosa bastante preocupante. Pero eso tampoco le aportaba ninguna información adicional: el neandertal ya sentía, por el dolor en el costado, que aquello no pintaba bien, y el cansancio de la carrera continua, en su huida de los cazadores, no estaba contribuyendo a mejorarlo. Las imágenes enloquecidas de los rostros de sus perseguidores acudieron en ráfaga a su mente, como en una visión de trance. ¿Por qué le odiaban tanto?, se preguntaba el neandertal, abrumado, sin saber todavía cómo asimilarlo. ¿Por qué esas miradas enardecidas, como si quisieran despedazarlo a zarpazos; como si pretendieran arrancarle el corazón con sus propios dientes? “Pero si no lo hacen ellos”, se dijo a sí mismo, “lo harán sus lobos amaestrados”, resumió. Y con ese descorazonador pensamiento se tumbó sobre las rocas, buscando un momento de alivio para descansar. Sólo cuando quedó definitivamente en posición horizontal, se dio cuenta de golpe de lo cansado que estaba. Y supo en esos momentos que iba a morir.
Fallecer, sin embargo, a esas alturas, poco le preocupaba. Le dolían más otras cosas. Se había quedado solo. Había huido durante semanas buscando algún congénere, bosque tras bosque, escondrijo tras escondrijo, sin encontrar nada. Por delante de sus ojos pasaron todos los compañeros que habían ido desapareciendo, bien por enfermedad, bien por esa especie implacable que se denominaba a ella misma “humanidad”. Primero se habían quedado atrás los heridos y los ancianos, y luego, de manera paulatina, mujeres, niños y hasta los mejores guerreros. El neandertal había sorteado el peligro hasta entonces, pero parecía que su suerte había llegado a su fin. Éste era el ocaso de todo, se dijo. Había llegado el momento de asumirlo: ellos habían ganado. Los neandertales no existirían más. Quizás, en este sentido, eso era lo que más lamentaba. Antes, el narrador de su tribu les relataba, en torno a un fuego, los orígenes de su estirpe y los acontecimientos que habían surgido, de generación en generación, hasta convertirles en lo que eran. Pero ya no había narrador: se lo llevó la muerte negra. Ni habría gente a la que contárselo. No habría nada. Simplemente vacío y (como empezaba a vislumbrar él también ahora, conforme la fiebre se apoderaba de él) una eterna oscuridad.
Sin embargo, un ruido le hizo salir del estado de letargo inminente, y asió su lanza, dispuesto a vender caro su pellejo en una última ocasión. No obstante, lo que se distinguió entre las sombras le sorprendió. Lejos de los cazadores, allí había otra persona distinta. Era una mujer. Una hembra humana.
El neandertal la miró, sin duda con la misma sorpresa con que lo estaba haciendo ella, aunque al neandertal se le hacía difícil interpretar las emociones en las caras humanas: eran todas tan iguales… Aquella hembra, en concreto, le resultaba especialmente desagradable por poseer unas facciones en su rostro tan alejadas de las suyas, pese a que, para los parámetros de su especie, aquella chica hubiera sido considerada bella. El neandertal, sin embargo, más que en su posible fealdad o no, pensaba en otra cosa: y es que si esa chica daba un grito, y los hombres de su tribu se acercaban, estaba muerto. Su vida –o lo poco que quedaba de la misma- dependía de ella. Ahora mismo, no importaba nada más.
La joven, por otro lado, se encontraba todavía en estado de shock. Había entrado a aquel lugar, su refugio secreto, adonde acudía para refugiarse de los enfados con los obcecados machos de su clan (o de las ruinosas intrigas de las hembras), y se encontraba allí a este individuo, el cual, obviamente, no era de los suyos. La mujer, de unos dieciséis años -por tanto, ya una adulta de pleno derecho desde hacía tiempo-, nunca había visto a un ejemplar de la otra especie tan cerca, pero aun así lo reconoció. Los hombres de la tribu hablaban de ellos con frecuencia, resaltaban sus grotescas cualidades (sus grandes cejas, su mandíbula tosca, todas aquellas cosas que a la chica le resultaban en este momento tan repulsivas), y hablaban constantemente del “día del exterminio”, que ya se encontraba próximo, en el que no los volverían a ver más. Hasta entonces, la chica sólo los había contemplado de vez en cuando, de modo furtivo, huyendo entre los árboles y las sombras. Apenas había alcanzado a ver un pie suelto, una cabellera aislada al viento. Nunca se había imaginado encontrarse cara a cara con uno… y mucho menos sola, sin nadie que la pudiera rescatar.
Pero la chica se dio pronto cuenta de que no iba a necesitar ser salvada. El aspecto de la herida del costado del neandertal era suficiente explicación, sin necesidad ningún sonido por parte del individuo para interpretarla. La chica supo entonces que aquel era el ejemplar que los hombres de la tribu llevaban buscando tanto tiempo, el animal esquivo que había desmontado sus trampas una y otra vez… El único que se había visto por aquella zona en mucho tiempo; y, allá donde habían viajado, en las migraciones de los últimos meses, daba la impresión de que tampoco se avistaban demasiados. ¿Sería éste, quizás, el mítico último neandertal?¿Aquel cuyo fallecimiento, a manos de los cazadores -cuyo olor, y el de sus perros, llegaba de manera nítida a la cueva-, significaría “el día del exterminio”, la victoria definitiva, la solución final? Y de todas las personas con las que cabía la opción de toparse –el neandertal podría haber asaltado el campamento humano en un último y suicida gesto; o pasar sus últimos minutos en compañía de las tumbas de sus antepasados-, ¿le iba a tocar precisamente a ella?
La mujer dudó. El neandertal no había tratado de emitir palabra alguna (como todo el mundo sabía, los neandertales sólo sabían producir sonidos guturales e incomprensibles, nada remotamente similar al lenguaje; también el mismo conocimiento, de los humanos, eran sabedores los neandertales). No obstante, su consternada mirada, alternante entre la figura de la mujer y el exterior de la cueva, venía a reflejar una especie de súplica de piedad. Algo que, como bien uno sabe, no puedes aspirar a lograr de un cerval enemigo. La mujer intuyó que aquello duraría poco: los sabuesos tardarían poco en localizar el rastro, y entonces darían muerte al individuo en la cueva, sin concederle ninguna oportunidad. El neandertal –incluso sin la herida- era ya un cadáver, tan cierto como si los gusanos lo estuvieran devorando allí mismo. Él lo sabía; ella lo sabía. Llamara a sus congéneres a gritos o no, ambos eran conscientes de qué iba a pasar. Sin embargo, y sin él pedir nada de manera explícita (porque nada esperaba), ni saber ella conscientemente qué podía darle, sí que tenían ambos la sensación de que algo debía hacerse. Un sentimiento de que éste no podía ser el final; que existía aún un paso que había de producirse a continuación.
Ambos se quedaron mirando. Y de repente, allí, quietos, parados, les dio la impresión de que todas las cosas que habían escuchado siempre de “los otros” no eran tan ciertas: él no era un ser salvaje, un gigante monstruoso, cuya única intención sería matarla de un garrotazo; ella no era una arpía demoníaca que consideraría como primera opción causarle mal. Parecían ambos tan perdidos y despistados como el otro y, en el caso del hombre, y a pesar de sus músculos y su lanza, de esas manos que parecía que podrían aplastarle la cabeza como si se tratara de una nuez blanda, éste transmitía una imagen de vulnerabilidad que no podía soslayarse. A ella le producía una ambivalente emoción el hecho de que aquel épico enfrentamiento se evaporara: de un lado se librarían de sus denostados enemigos, pero por otro, ¿les habían hecho tanto daño? Ella recordaba que durante la mayor parte de su vida, habían sido más las batallas que los hombres (los que aún no se llamaban a sí mismos Homo sapiens) habían ganado. Y, por otra parte, todo lo que los neandertales pudieran tener de útil, de bello, de hermoso, de las cosas que los hombres mismos no tenían, de los logros que ni siquiera conscientes que los neandertales habían alcanzado, iba a desaparecer de golpe, allí, en esa cueva, sin más… Y nadie lloraría una lágrima por una especie entera que había desaparecido de la faz de la tierra, por siempre jamás.
En ese momento, como movida por un resorte, la muchacha supo perfectamente lo que debía hacer. Todo su cuerpo se lo dijo. Se acercó hasta el hombre y, con mucho cuidado, procurando no hacerle daño en la herida conforme se apoyaba sobre su cuerpo, levantó el escueto taparrabos que cubría parte de sus caderas, y permitió que su sexo se aproximara a la zona del miembro viril del macho. Al principio el neandertal parecía confuso, pero no tenía muchas fuerzas para resistirse, y pronto además comprendió lo que pretendía la muchacha. Allí ella comprobó la máxima (que ya había constatado con los humanos) de que pocos machos en cualquier estado, cansados, con sueño, heridos, o casi muertos, son capaces de resistirse cuando una mujer les ofrece de cerca su particular cuna de la vida. La chica comenzó a balancearse suavemente. Con mucha delicadeza, ambos organismos quedaron encajados e iniciaron con delicadeza el arte de amar.
La chica lo visualizó: se quedaría embarazada, podía sentir ya prenderse el brote en las entrañas. Tendría un hijo. El hijo se parecería a su padre, lo suficiente para notarse distinto, pero no tanto para nadie llegara a dudar que era humano. Crecería, haría el amor con hembras humanas, y también tendría hijos. Sobrevivirían los mejores, los más fuertes, los que hubieran heredado lo mejor de los humanos, y también lo mejor de los neandertales. Él sería distinto. Todos seríamos distintos. El agua pura, que cuando toca cualquier cosa deja de serlo, adquiriría el justo punto de sal para convertirse en mar.
El pensar en todo eso llenó a la muchacha de un gozo y un fulgor que la hizo prenderse como una llamarada en mitad del fuego. En el último tramo, aquel pensamiento la arrastró más y más. Durante un segundo –muy breve, pero muy intenso-, creyó ver hasta atractivo a aquel individuo, y entonces la actividad sufrió una súbita deceleración y volvieron al movimiento suave, el de la tranquilidad y el reposo que proporciona el gozar.
El orgasmo llegó tan sólo unos segundos después de que su semilla la inundara por completo, y anticipó unos segundos a que él le diera las gracias con una sentida sonrisa. Fue tan sólo cinco minutos antes de que los cazadores penetraran en la cueva ocupada por un solo individuo, ya sin pulso, y una lluvia de flechas atravesara el lugar.


No se conoce a ciencia cierta el motivo por el que desaparecieron los neandertales, aunque las teorías más recientes apuntan a una explicación multifactorial a la que, entre otros aspectos, contribuiría la mera existencia del Homo sapiens, que ocupaba el mismo nicho ecológicoEstudios científicos han concluido que el cruce entre neandertales y cromagnones (humanos actuales), aunque presente, tuvo lugar tan sólo unas pocas veces, de manera esporádica cada varios miles de años. Las razones pudieron ser múltiples, incluyendo las más sórdidas, como la violación o el abuso. Claro que podemos pensar que, al menos en algunos casos, fue fruto del amor prohibido, de la compasión o de la solidaridad. Hoy guardamos un pequeño porcentaje de genes neandertales: quizás nos los “comimos”, en el sentido más negativo del término, pero en el más positivo también. Tal vez los destruimos pero, en todo caso, también los preservamos. Así que no debemos hablar del neandertal en tercera persona: existe, de manera indeleble, un poco de neandertal en ti. Y eso nadie nunca se (nos) lo podrán quitar.

lunes, 13 de abril de 2020

La historia real y las recomendaciones de abril. Historias de gamba-mantis.

Muchos habréis leído los descacharrantes cómics de The Oatmeal (si no los conocíais, éste es un buen momento para iniciaros). En concreto, si todavía no lo habéis leído, os encarezco a que abráis esta desopilante página acerca del que probablemente va a convertirse en vuestro animal favorito a partir de ahora: la gamba-mantis.

Pero es que vuestra sorpresa va a ser mayor (al menos, la mía lo fue) cuando me encontré un párrafo apasionante sobre el mismo tema, cómo no, en una obra de Terry Pratchett. Muchos ya conocéis a este autor, creador del universo fantástico del MundoDisco. Pues bien, nuestro buen amigo Terry, junto con los divulgadores científicos Ian Stewart y Jack Cohen, decidió crear un libro titulado "La ciencia en el MundoDisco" (por desgracia, creo que disponible sólo en inglés), en la cual unos inconscientes magos crean de manera casi accidental un nuevo universo... que, casualmente, posee leyes físicas muy similares a las de nuestro particular cosmos, y donde surge un planeta azul, repleto de volcanes, posiblemente habitables... y, para su estupefacción, irreverentemente esférico, cosa que a los habitantes de este terraplanista mundo les resulta chocante.

Por supuesto, el libro (del que más tarde se editarían al menos dos continuaciones) se convierte en una excusa para hablar sobre ciencia, incluyendo temas tales la creación del universo, los planetas, la vida y todo lo demás. En "lo demás" se incluyen también las gambas-mantis. Traduzco una sección del libro:

<<¿Tienen mente los animales? La tienen hasta cierto punto, dependiendo del animal. Incluso los animales más simples pueden tener habilidades mentales sorprendentemente sofisticadas. Uno de los más sorprendentes es una  divertida criatura llamada gamba mantis. 

Es como las gambas que pones dentro de un sándwich y te comes, excepto porque mide unos doce centímetros de largo y es más compleja. Puedes mantener una gamba mantis en un tanque como parte de un ecosistema marino en miniatura. Si lo haces, descubrirás que las gamba mantis causan estragos. Tienden a destruir las cosas -pero también construyen cosas. Una de las cosas que les encanta construir son túneles en los que viven. La gamba mantis es un poco arquitecto y decora la parte frontal de su túnel con piececitas y trozos de cosas -especialmente trozos y piezas de lo que acaba de matar. Trofeos de caza. No le gusta tener un único túnel -se ha descubierto que si tienes un túnel con una sola entrada es más correcto llamarlo "trampa". Así que le gusta tener también una entrada trasera -y más. Para cuando lleva en el tanque unos dos meses ha plagado todo el tanque de túneles y la verás asomando la cabecita por un extremo o por el otro sin haberla visto pasar por medio.

Hace años, Jack solía tener una gamba mantis llamada Dougal. Jack y sus estudiantes descubrieron que podían ponerle rompecabezas a Dougal. Le dieron gambas y salía a atraparlas. Entonces pusieron las gambas en un contenedor de plástico con tapa y, después de un rato, Dougal quitaba la tapa del contenedor y se comía las gambas. Después, pusieron una goma de plástico alrededor de la tapa para sujetar la caja, y Dougal aprendió a quitar la banda y abrir el contenedor para comerse las gambas. Tras un tiempo, si le ponías una gamba sin más casi podías ver a la gamba mantis saliendo y mirarla decepcionada, "No me han dado un rompecabezas. No tiene gracia. ¡No quiero jugar a este juego!", le echaría una larga mirada a la gamba y volvería a su túnel sin cogerla.

A pesar de que no se nos ocurre una manera de probar esto, todo el mundo se queda con la sensación de que la gamba está desarrollando algo parecido a una mente>>.

Conclusión: para cuando nos extingamos, tenemos un claro heredero en la cúspide de la pirámide de la cadena evolutiva. La parte mala es que se gasta tanta mala leche como nosotros.

lunes, 6 de abril de 2020

El libro de abril: "En casa", de Bill Bryson


Bill Bryson es un divulgador científico conocido por ser capaz de entremezclar erudición con una narración entretenida y cargada de humor. En "Breve historia de casi todo" jugaba prácticamente con todo el universo conocido desde el Big Bang hasta nuestros días y, en el libro "En casa. Una breve historia de la vida privada", se marca un objetivo más modesto pero no menos apasionante, que es el describir el origen de los usos, costumbres, organización, estructura y componentes del lugar donde pasamos buena parte del tiempo, es decir, nuestros propios hogares. Lo cual sirve como excusa para discurrir sobre un montón de asuntos distintos, pues de hecho llama la atención que los primeros temas a los que Bryson dedica su atención son la exposición universal de Londres de 1851, la cantidad de dinero y tiempo libre del que disponían los vicarios en Inglaterra, el por qué los seres humanos tienden a residir en casas (un buen motivo para hablar de la revolución Neolítica), o cómo al principio todas las viviendas consistían en una única habitación, y luego empezaron a estructurarse en compartimentos distintos los cuales evolucionaron en nombres, usos y desarrollo a lo largo de la Historia. Hay unos pocos defectos que podemos atribuir a este libro de Bill Bryson, y es que a lo largo del camino te encuentras opiniones con las que puedes no estar de acuerdo -esto, en muchos libros, es inevitable-, interpretaciones que otros hubieran realizado de un modo distinto -pecata minuta- y, de manera más dolorosa, varias incoherencias, como si Bryson se hubiera dedicado a acumular datos a partir de sus lecturas sin dirigirse a las fuentes originales (o quizás son éstas las que son contradictorias; por cierto, dichas fuentes son, por supuesto, mayoritariamente anglófonas): lo que no le puedes negar en absoluto es que te relata historias apasionantes, o al menos lo hace de un modo lo bastante divertido como para mantener el interés. Por ejemplo, al hablar del espacio de la cocina -te habla también del desván, del pasillo, del dormitorio, y hasta del lavadero-, Bryson te menciona un libro del siglo XIX sobre el manejo de las tareas domésticas escrito a base de copiar/pegar/plagiar directamente otros muchos textos y que estaba lleno de contradicciones, pero que tenía dos virtudes muy destacadas: era muy extenso (hablaba de casi todos los temas posibles relacionados con el manejo de una casa, aunque desaforadamente más de unos que de otros, y en especial de cocina, lo cual tiene mucha gracia, teniendo en cuenta que por lo visto se nota que a la autora no le gustaba nada cocinar), y era muy rotundo. Es decir, opinaba de modo tajante sobre muchas cosas, incluso aunque muchas veces expresara de manera radical dos ideas opuestas sobre el mismo tema. Bryson cree que allí residía el secreto del éxito del libro, porque toda una generación de amas de casa victorianas que no tenían ni idea de lo que estaban haciendo corrían ese libro a buscar el consejo (sobre cualquier asunto) procedente de una señora que probablemente tampoco tenía ni idea de lo que decía, pero lo afirmaba con una seguridad en sí misma tan contundente que les convencía de que tenía razón. Bill Bryson discurre (y, en esta ocasión, con menos obstinación que sabiduría) acerca de otros muchos temas apasionantes: de la relación de los señores con sus criados, y de las condiciones de vida de cada estamento; de cómo se aprendió a conservar los alimentos (aquí, un breve resumen sobre de qué modo el empleo del hielo cambió la forma en que comemos y transportamos las cosas); de los métodos por los que se consiguió luz artificial durante la noche; de arquitectos megalómanos, de artesanos, inventores y trabajadores manuales. Historias sobre la comida y la bebida (la sal, las especias, el café y el té), sobre los materiales de construcción (y cómo la obtención de éstos afectó a nuestro entorno), sobre los sistemas de comunicación, sobre en qué se gastaban dinero los millonarios cuando no había impuestos (resumen: tenían tanto que no sabían en qué gastarlo, y lo empleaban en actividades completamente desmedidas; mientras tanto, sus criados trabajaban un altísimo número de horas y lo mismo dormían sobre el suelo), sobre la salud y la muerte, la infancia, la moda, o la conservación de los objetos antiguos. En definitiva, un libro para aprender en profundidad cómo vivían nuestros antepasados, que quizás por ello nos enseñe bastante sobre nuestro futuro o nuestro presente. Mientras tanto, que habitéis bien (o al menos, todo lo bien que os permitan las circunstancias) vuestras casas. Un abrazo. 

miércoles, 1 de abril de 2020

La historia corta de abril: "Una nueva luna en la noche"

Serie de microrrelatos (originalmente publicados, con alguna modificación, en Twitter) a raíz de que un objeto celeste ha empezado a orbitar alrededor de la Tierra como un nuevo satélite. Esta unión -creen los científicos- será sólo temporal, y el asteroide se irá alejando definitivamente de la Tierra...


Una nueva luna ha empezado a dar vueltas alrededor de la Tierra. Unos lo explican debido a la fuerza de la gravedad; otros (yo entre ellos) lo denominamos amor.



El satélite contemplaba arrebolado el objeto de su deseo, de su amor, su codicia, intentando abrazarse a él, como había hecho un familiar suyo 65 millones de años antes hasta haber conseguido fusionarse. Mientras tanto, su amante, hierática, impenitente, sin compasión, seguía girando.