tag:blogger.com,1999:blog-47409532273414828682024-03-18T09:01:32.722+01:00Emilio Tejera. Página de escritor¿Por qué estamos aquí? Porque nos gusta lo curioso, lo sorprendente, lo interesante, lo inusual, lo que engrandece al ser humano, lo que lo redime de vez en cuando. Por eso nos apasionan las historias: porque hayan ocurrido o no, de alguna manera es real.Emilio Tejerahttp://www.blogger.com/profile/16693655548919889737noreply@blogger.comBlogger561125tag:blogger.com,1999:blog-4740953227341482868.post-84635984926013578062024-03-18T09:01:00.002+01:002024-03-18T09:01:00.131+01:00El libro de marzo: "Antes de la tormenta", de Gal Beckerman.<p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiX3UA1Msx7seAD-r5_raZ0CkeoDRtzDyx_G1ZMqJLbXStnfNY1SYoraK77tndn7NZ9p2OwZGiuZv_7tHn26Ejjlw9MJKZo6Gg9FTiCo0HKnxf0GvzpfIXOnQ5BkT-q3ZzgpZ9h1RA-_qVKXMFgxOmQ-vID1AO52bKebb_vgn6ByoxAoLznNua4FjjdZrV9/s2386/9247757_638077547203225602.png" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="2386" data-original-width="1409" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiX3UA1Msx7seAD-r5_raZ0CkeoDRtzDyx_G1ZMqJLbXStnfNY1SYoraK77tndn7NZ9p2OwZGiuZv_7tHn26Ejjlw9MJKZo6Gg9FTiCo0HKnxf0GvzpfIXOnQ5BkT-q3ZzgpZ9h1RA-_qVKXMFgxOmQ-vID1AO52bKebb_vgn6ByoxAoLznNua4FjjdZrV9/s320/9247757_638077547203225602.png" width="189" /></a></div><p></p><p style="text-align: justify;">Resulta fácil sentirse atraído por la intención de "Antes de la tormenta", libro de ensayo de Gal Beckerman: tratar de encontrar, en los distintos movimientos revolucionarios que han transformado el mundo, una serie de patrones comunes (o de diferencias) que expliquen su éxito o su fracaso. Buscar qué métodos de trabajo han funcionado, para así aplicarlos a propósitos futuros. Con este propósito, Beckerman analiza diferentes grupos que enarbolaron ideas (en su día consideradas radicales) de naturaleza científica, social, artística y política: desde el astrónomo Peiresc coordinando gente de todo el mundo, en el siglo XVII, para obtener más datos acerca de un eclipse, hasta la corriente de los futuristas italianos, pasando por las peticiones de ampliación de derecho al voto de Gran Bretaña en el siglo XIX, el movimiento punk femenino de los 80-90 o los primeros periódicos anticolonialistas del oeste de África. A través de todos estos procesos (que el autor narra con una minuciosidad histórica y personal que nos ha deleitado a muchos), se desgranan las diversas virtudes que ha de tener un movimiento de este tipo: paciencia, control, enfoque, imaginación, debate, coherencia... En ese sentido, es un libro estupendo para aprender acerca de determinadas revoluciones -o intentos de conseguirlas- que no han sido suficientemente publicitadas.<br /><br />Se vuelve un poco más difícil estar de acuerdo con las conclusiones a las que llega el libro, las cuales se aventuran ya desde los primeros compases. A saber: el autor defiende que las redes sociales con las que tratamos todos los días, como Facebook y Twitter, no son las ideales para lograr el cambio social. Beckerman esgrime (no sin razón) que estas redes sirven muy bien para canalizar el griterío y la frustración espontáneas, pero que luego no son las herramientas adecuadas para el intercambio de ideas y la discusión que consigue un cambio de mentalidad más a largo plazo, en un proceso que, según el autor, se ve favorecido por hacer las cosas de una manera más lenta. Desde luego, hay argumentaciones en las que uno no puede sino estar de acuerdo con Beckerman: no sólo con que estas redes viven para el beneficio empresarial (y generan dinámicas a veces contraproducentes), sino con que en ocasiones son convenientes espacios más privados donde un grupo determinado pueda sentirse y sentarse a gusto -la metáfora visual que mejor emplea es la de una mesa- para discutir sus estrategias de acción. Quizá lo menos acertado del libro es lo que el autor considera un éxito o un fracaso: parece desdeñar los logros de la plaza Tahrir en Egipto (que cristalizaron en un cambio de gobierno, aunque éste fuera efímero y no el que muchos desearon) y en cambio ensalzar los de los <i>samizdat</i> -unas publicaciones clandestinas de la resistencia antisoviética que se distribuían 20 años antes de que se produjera el más mínimo amago de cambio en el país-. También da la impresión de que hay factores, en el lado contrario, con los que Beckerman no cuenta demasiado: la resistencia de las fuerzas del <i>statu quo</i>, el grado de madurez de la sociedad donde se produce el cambio, y la influencia de factores externos al propio movimiento y a su oposición. En ese sentido, resulta muy difícil evaluar hasta qué punto determinada aproximación resulta un éxito o un fracaso, o forma parte de un proceso histórico más amplio donde el valor de cada contribución resulta difícil de juzgar.<br /></p><p style="text-align: justify;">Donde creo que probablemente el autor se aproxima más a la verdad es cuando se centra en fenómenos más recientes: el <i>Black Lives Matter, </i>la cadena de correos electrónicos entre responsables de salud pública durante la epidemia de COVID-19, e incluso cómo grupos de extrema derecha organizaron las infames marchas de 2017 en Charlottesville. Beckerman habla de cómo estas corrientes exploraron medios alternativos a las redes sociales: desde plataformas de chat privado tipo <i>Discord </i>al puerta-a-puerta de toda la vida, y ensalza sus beneficios respecto a la continua exposición pública de las grandes redes. En su empeño, hasta alaba a las tecnologías de mensajería instantánea, como si todos no supiéramos<a href="https://emilio-tejera.blogspot.com/2023/07/la-historia-corta-de-julio-dedicado.html" target="_blank"> lo caóticas que pueden llegar a ser</a>. Independientemente de todo esto, parece como si el autor buscara una fórmula mágica: un solo medio que sirva para llevar a cabo los diferentes fines que nos proponemos. Esto, por supuesto, es imposible, y creo que si por algo se caracterizan las ideas radicales que alguna vez han logrado algo es porque han sabido emplear las distintas herramientas que tenían a su disposición en diferentes momentos, según las necesidades de cada circunstancia, y en un enfoque múltiple, más que a través de una única vía. Así pues, habrá encrucijadas críticas en las que debas movilizar a la gente a través de las redes sociales, pero también períodos para la reflexión donde la gente tenga necesidad de reunirse en privado para generar un debate o una estrategia: métodos que pasan no sólo por Internet, sino incluso por la reunión presencial. En ese sentido, el libro de Beckerman sirve para señalar estas tácticas alternativas y saber qué posibilidades tenemos a nuestro alcance, con el objeto de tratar de aprender a discernir cuándo es mejor emplear cada una. Lo cual, después de todo, no es poca cosa.</p>Emilio Tejerahttp://www.blogger.com/profile/16693655548919889737noreply@blogger.com0Madrid, España40.4167754 -3.703790212.106541563821153 -38.8600402 68.727009236178844 31.4524598tag:blogger.com,1999:blog-4740953227341482868.post-76096290340052475332024-03-11T09:06:00.002+01:002024-03-11T09:06:00.131+01:00La historia real de marzo: ¿Ante nuestro propio ángel exterminador?<p style="text-align: center;"> <span style="font-family: Arial, sans-serif; text-align: center;">¿Ante nuestro propio ángel exterminador?</span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family: "Arial",sans-serif;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Es uno de los clásicos más
inolvidables del cine de todos los tiempos. La película “El ángel
exterminador”, de Luis Buñuel, cuenta cómo un grupo de aristócratas, tras una
fiesta, descubren que no pueden salir de la habitación en la que se encuentran.
No hay ninguna barrera física, en apariencia ninguno de los allí presentes ha
enloquecido y, sin embargo, una especie de muro invisible les obliga a
permanecer enclaustrados, excusa que el director español (pues, por lo demás,
la película es casi por completo mexicana) emplea para diseccionar las
reacciones de los distintos personajes ante esta circunstancia. Lo que en
ningún momento se llega a explicar es el porqué de ese extraño fenómeno.
Aunque, tal y como últimamente ocurren las cosas, casi podríamos aceptarlo como
un hecho normal.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family: "Arial",sans-serif;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Hay un axioma en ciencia que dice
que “si una cosa se puede hacer, se acabará haciendo”. Sin embargo, esta idea
está trasladándose de manera peligrosa al mundo real. En un mundo con siete mil
millones de personas, donde las estadísticas dicen que siempre hay un
porcentaje residual para casi todo, da la impresión de que cualquier actividad
es posible. Entre tantísima gente –empezamos a discernir-, cualquier tipo de
pensamiento, por irracional o aberrante que nos parezca, tiene por probabilidad
aleatoria altas posibilidades de acabar ocurriendo. Pueden tratarse de
cuestiones insignificantes (como el tipo que se pasa horas delante del
ordenador para batir el insulso récord de llegar hasta el final de una hoja de
Excel –algunos ni siquiera sabíamos que una hoja Excel tuviera final-); en
algunos casos, de puro bizarro, pueden ser hasta graciosas (como la afición de
los coreanos de ver comer por Youtube en silencio a otra gente, o de millones
de usuarios a ver lamer a otras personas pomos de puertas como si se tratara de
un espléndido manjar <span style="color: black;">-sí, ya me imagino que detrás de
esto se esconde algo más sórdido. Pero permitidme abstraerme de ello, no quiero
ni imaginármelo-</span>); y en otros, sólo cabe calificárselas sencillamente de
terribles y delirantes (individuos que se dedican a realizar actos violentos
con el único objetivo de grabarlo en vídeo, colgarlo en Internet y ganar sus
quince minutos de fama; quemar a un mendigo a lo bonzo, por poner un ejemplo).
En este mundo que ahora se ha calificado de adicto a la “posverdad” –para ser
sinceros, un término acuñado en gran medida por algunos periódicos sobre las
opiniones que no les gustan, y también por diarios que no tienen en cuenta cómo
muchos de sus artículos envenados pueden haber contribuido a generar esa
“posverdad”-, escuchar a gente que apoya a Donald Trump, la homeopatía o las
teorías de la Tierra hueca se han vuelto tan habituales que no son siquiera
noticia de portada, puesto que no nos escandalizan ya. De hecho, a veces te
encuentras pretensiones tan disparatadas como asociaciones de mormones gays (que
piden ser considerados, dentro de la comunidad mormón, en igualdad de derechos
con los heterosexuales para poder discriminar juntos a negros y nativos
americanos), grupos de latinos nazis, o incluso gente que dice ser de
izquierdas y a la vez votar a Susana Díaz. En fin, “hay gente p’a tó”, que dijo
aquel torero al ser presentado a un filósofo, pensando seguramente que era una
profesión muy idiota comparada con el noble arte de matar (y que me disculpe
Thomas De Quincey, autor de “Del asesinato como una de las bellas artes”). A
veces me pregunto, cuando en una encuesta sale un porcentaje ínfimo de personas
que mantienen a la vez opiniones contradictorias, sin argumento alguno o
carentes de base, si ese grupo de individuos han sido colocados allí por el
estadístico para que le salga el estudio, o si son personas reales, con su par
de manos y pies, su DNI y su número de la seguridad social. En otras ocasiones,
en que la cosa es al contrario -cuando aparecen reportajes sobre que hay más
gente en Estados Unidos que cree en los ángeles que en la teoría de la
evolución, o que en el Reino Unido hay más personas que opinan que Sherlock
Holmes existió que las que defienden que Winston Churchill fuera real-, ya se
te quitan directamente las ganas de conocer a quienes les han pasado la
encuesta.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family: "Arial",sans-serif;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Pero hay cosas que empiezan a no
tener ninguna gracia. Como la noticia que se ha revelado hace un tiempo acerca de
una enfermera, en Italia, que fingía vacunar a niños cada día aunque ella
(firme defensora de las ideas anti-vacunas) en realidad nunca les llegaba a
pinchar. Por lo visto la descubrieron porque sus compañeros de profesión se
daban cuenta de que, cuando esta mujer andaba al cargo, los niños nunca
lloraban, como suele ser habitual cuando le clavas una aguja a un niño. Aunque
la han pillado en su último trabajo, se sospecha que podría haber realizado la
misma jugada durante años sin que nadie se diera cuenta (“siempre saludaba”,
supongo que dirán ahora los vecinos). El escándalo se produce en un momento en
que Italia ha decidido aprobar una ley por la que se obliga a los padres a
vacunar a los niños menores de seis años, pues parece ya claro que ni mucho
menos de la familia –la más sólida institución por excelencia- se puede uno
fiar. La verdad es que yo nunca me he fiado mucho de nada (siempre me ha
parecido sorprendente la cantidad de pruebas que se le hacen a los padres
adoptivos para hacerse cargo de un niño, y las nulas precauciones que se toman
respecto a los padres biológicos), ni de la familia ni de casi institución
alguna, pero escuchar cómo los desvaríos de este particular ángel exterminador
han provocado que supuestamente 7000 niños estén sin vacunar en Italia (7000
candidatos, por tanto, a morir de una enfermedad evitable), te hace pensar
mucho sobre la naturaleza tan gratuita y absurda de la maldad. Uno puede
entender que un supervillano quiera conquistar el mundo, que a Amancio Ortega
le importe poco –si pretende con ansia montar un imperio- a cuántos niños tenga
que obligar a trabajar, o que Rajoy se pretenda enroscar en su silla en el
Consejo de Ministros porque, oye, a ver con quién si no va a comentar los
viernes las portadas del Marca. Pero una crueldad tan ilógica, tan estéril, sin
obtener ningún beneficio… da que pensar.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family: "Arial",sans-serif;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Me diréis (y con razón) que esta
enfermera no se distingue mucho de los talibanes, los terroristas suicidas, los
integrantes de las SS y demás extremistas que eran y son capaces de destruir el
mundo con tal de ver sus absurdas ideas llegar a la cumbre. O me señalaréis que
esa enfermera, en su ignorancia, creía estar haciendo el bien, y que puede que
algún día le ocurra como a aquella madre anti-vacunas que acabó teniendo a
varios hijos infectados de enfermedades casi olvidadas, y declaró que se sentía
“profundamente engañada” (provocando un multitudinaria y unánime: “a buenas
horas, mangas verdes”). En ese sentido, me advertiréis, no es nada nuevo. No
obstante, llega un momento en que choca el poder y la penetración que están
adquiriendo tales ideas, y también la abundancia y variedad de las mismas. Lo
dicho, ya no sé a qué echarle la culpa: si a que somos muchos miles de millones
de personas, si a que con los recortes en educación cada día estamos peor
evolucionados, o si con la contaminación que hay en el planeta nuestros
cerebros ya no pueden dar para más. No soy capaz de decidirme. De vez en cuando
–he de confesar- me asaltan esas democráticas ideas en las que creo
sinceramente acerca de que la decisión de un solo individuo es casi siempre
mucho peor que la que toma la mayoría en su conjunto, pero las visiones que
tenemos en el imaginario colectivo de las turbas medievales, y la manera en que
hemos comprobado últimamente que poniendo voces interesadas y dinero a
cualquier tontería ésta acaba por tener una nube de seguidores detrás (y sólo
hay que ver ciertos tipos de prensa, o cómo manejaba Esperanza Aguirre las
cuentas de su partido cuando llegaban las elecciones) me hacen perder la fe en
la humanidad. La poca que todavía no hemos perdido.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family: "Arial",sans-serif;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Algunos tipos de escritores y de
lectores somos partidarios –al menos, en ocasiones- de los misterios<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>del tipo rompecabezas lógico: ésos donde una
pista te lleva a otra y al final dilucidas un misterio donde todas las piezas
acaban de encajar. Las novelas después de Agatha Christie, y la triste realidad
de cada día, nos han enseñado que, durante la existencia cotidiana, la vida es
por lo general bastante más aleatoria y carente de sentido: que a veces no es
sólo que ninguno de los habitantes de la casa donde se ha perpetrado el crimen
sea el asesino, sino que éste era un tipo que pasaba por allí, no tenía nada
contra la víctima y, cuando le preguntas por qué ha cometido el crimen, te
responde: “Era un domingo por la tarde, me aburría, y con algo lo tenía que
llenar”. A veces te da la sensación de que en eso consiste el famoso “fin de la
historia” en el que nada lleva a ninguna parte. En ocasiones tienes que
abstraerte de este tipo de cosas para no pensar que éstas son en realidad lo
que Hannah Arendt denominaba “la banalidad del mal”.<o:p></o:p></span></p>Emilio Tejerahttp://www.blogger.com/profile/16693655548919889737noreply@blogger.com0Madrid, España40.4167754 -3.703790212.106541563821153 -38.8600402 68.727009236178844 31.4524598tag:blogger.com,1999:blog-4740953227341482868.post-16766863232452781092024-03-01T08:57:00.002+01:002024-03-01T08:57:00.142+01:00El relato de marzo: "Una morada para la eternidad".<p style="text-align: center;"> <span style="text-align: center;">Una morada para la
eternidad</span></p><p align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>A
Gorka le tiraron por la ventana un día de marzo. Era el límite de la fecha
necesaria para que su casero pudiera poner en alquiler el apartamento como piso
turístico, así que puede decirse que el propietario retrasó el asesinato hasta
el último minuto.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Por
suerte para el dueño de la propiedad, había tanto extranjero disfrutando de la
Semana Santa -uno de los acontecimientos más reconocidos, a nivel
internacional, entre las atracciones turísticas de la ciudad-, haciendo fotos
borrosas, pariendo selfies mal encuadrados, y pegándose con los otros
visitantes por contemplar más de cera el espectáculo, que nadie se dio cuenta
de que estaban pisoteando el cadáver del pobre Gorka.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Por
fortuna para este último, su espíritu había quedado atrapado en el piso y, al
menos, lo que no consiguió en vida, lo lograría de alguna manera tras la
muerte.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Es
decir, hacerle la vida imposible a su casero por el simple hecho de no moverse
de allí.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>*<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Es
difícil alquilar un piso cuando tiene alojado un espectro. La localización y el
precio son sin duda un factor; cómo estén distribuidos los espacios y la
pintura de las paredes puede arreglarse; pero tener un ectoplasma por ahí dando
vueltas y espantando con ruidos de cadenas, risotadas maléficas y movimientos
de cortinas a los inquilinos, desde luego, desalienta a cualquier viajero que
quiera disfrutar de unos días de asueto. Y eso que Gorka no era especialmente
fan de los trucos clásicos de fantasmas; él era más de encender los altavoces
para que sonara Camela a las cuatro de la mañana, reconfigurar el ordenador con
el objetivo de que los turistas sean incapaces de usar el wi-fi, o aflojar las
pilas del mando para que éste funcione a ratos: ahora sí, ahora no (ése, según
Dante, era el undécimo círculo del infierno; y si no lo opinaba, debería).
Porque hay que reconocer que un aliento helado en la noche provoca un
estremecimiento, pero que te apaguen el aire acondicionado cuando estás
dormido, en medio de una ola de calor, o que tu móvil aparezca por la mañana
sin batería, con las fotos borradas y varios cargos de tarjeta de crédito,
constituye otro nivel. Hay tantas maneras y tan diversas de amargarles la
estancia a los visitantes, pensaba Gorka: sobre todo desde que existen Alexa,
los teléfonos inteligentes, o los electrodomésticos controlados por dispositivos
situados a kilómetros de distancia. Qué amargura iban a sentir los últimos
turistas que habían disfrutado del piso cuando descubrieran que, a su retorno,
el frigorífico se había apagado por un inoportuna acción ejecutada a través del
móvil, y se les había podrido la comida durante la semana que estuvieron fuera.
<<Seguro que pondrán una crítica horrible en TripAdvisor>>, se
ufanaba Gorka, restregándose las manos como si fuera un villano de película.
Aunque para él, por supuesto, el auténtico genio del mal era su casero: se iba
a arrepentir de haberle tirado por la ventana, y lo haría durante los siglos de
los siglos. No iba a conseguir hacer dinero con su piso turístico -se besaba
Gorka las puntas de los dedos, en una promesa-… por sus muertos.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Claro
que todo esto era muy divertido… hasta que conoció a Aiko.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>*<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Con
aquella chica japonesa, tan delicada, tan tímida, de apariencia tan frágil,
Gorka entendió que las cosas no se podían hacer de la misma manera. De hecho,
la primera vez que le pegó un susto, ella cogió tanto miedo que se pasó
llorando en su cama dos horas seguidas. Al verla así, tan dolorida, Gorka se
sintió herido en su interior (todo lo herido que puede estar un ser incorpóreo)
y, por primera vez, se consideró una criatura del inframundo. Así que decidió
que, por una ocasión, era mucho mejor esperar y ver.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Y
cuando esperó y vio, se quedó prendado de aquellos gestos minimalistas, de
aquel carácter apocado, de sus ingenuos errores en el uso del castellano, de
aquella alma cándida, inocente y pura alrededor de la cual emanaba un halo de luminosidad…
Gorka había huido de la luz cuando ésta se abrió delante de su alma inmortal,
pero ahora, ante aquel destello brillante, estaba dispuesto a zambullirse de
cabeza.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Tardó
en manifestarse ante su amada, con aquel exceso de prudencia, alternado con
arranques impulsivos, que caracteriza a todo enamorado: pero, al fin, una
noche, Gorka se materializó delante de la chica, quien exhibió al inicio un
rictus de miedo que a aquel fantasma le hizo temblar… Sin embargo, a
continuación, después de tranquilizarla, empezaron a hablar en ese idioma (donde
las palabras son casi innecesarias) que practican casi gemelas afinidades. Se
quedaron conversando hasta medianoche, la hora bruja… y más adelante,
continuaron con la charla. Necesitaron tres noches para que ella permitiera que
su traslúcida mano atravesara su nívea piel; al final de la semana, ella
imploraba a gritos una experiencia de posesión de la que salió con su pelo (por
lo habitual liso) completamente rizado, sudores en lugares inconfesables, la
pérdida completa de la vergüenza respecto a la falta de intimidad -frente a una
presencia, por otra parte, que podía atravesar las paredes-, y una sonrisa de
Oriente a Occidente en los labios.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Sucedió
que Aiko, en su país natal, era abogada. Sucedió que consiguió encontrar un
resquicio legal por el cual obligó a su casero a permitirle un alquiler
permanente. Ahora, ella ha logrado vivir en ese piso de manera indefinida. De
esta manera, la venganza de Gorka se ha cumplido, aunque de un modo que no pudo
ni imaginar.<o:p></o:p></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>De
todas maneras, de un tiempo a esta parte, Gorka, Aiko y los niños están
pensando en mudarse de ciudad. Dicen que, en la que están, hay mucho fantasma
suelto.<o:p></o:p></p>Emilio Tejerahttp://www.blogger.com/profile/16693655548919889737noreply@blogger.com1Madrid, España40.4167754 -3.703790212.106541563821153 -38.8600402 68.727009236178844 31.4524598tag:blogger.com,1999:blog-4740953227341482868.post-4289690128731067192024-02-26T08:30:00.002+01:002024-02-26T08:30:00.136+01:00La historia corta de febrero: "Clase de dibujo"<p style="text-align: center;"> Clase de dibujo</p><p style="text-align: center;">(Basada en hechos reales)</p><p style="text-align: center;"></p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> El profesor a
los alumnos:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>-Esta tarde, vais a pensar en casa
un proyecto para dibujar mañana por la mañana en clase. Dadle a la imaginación,
y traeros algo interesante que retratar: espero propuestas interesantes.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>La chica de cuarto curso, a pesar de
desvivirse por encontrar algo que dibujar en su casa, no encontró nada, salvo
un caramelo de café, que fue lo que se llevó. Pero el profesor se retrasó, y la
chica, en un ataque de hipoglucemia, no pudo evitar comérselo. Cuando llegó el
profesor, y se enteró de la historia, le preguntó entonces:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>-¿Y qué vas a dibujar?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Y ella, señalando el envoltorio del
caramelo, cual cadáver de cuerpo presente, exclamó:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>-¡El vacío!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Otro chico, en cambio, venía con el
puño derecho apretado bien fuerte a clase. La chica le preguntó que por qué lo
hacía.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>-Tengo aquí lo que voy a dibujar. Es
una mosca. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>A lo que la chica le replicó:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>-Pues no sé cómo vas a dibujarla sin
que se te escape. Y además, ¿cómo piensas hacerlo, si tienes la mosca en la
mano derecha, y tú eres diestro?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El chico, que no había considerado
esa posibilidad, se queda mirando su puño, como ausente de recursos. Entonces
el profesor llega, le abre la mano, aplasta la mosca sobre la mesa y le indica:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>-Ahí lo tienes.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Lo más terrible es que el chico la
dibujó.<o:p></o:p></span></p><br /><p></p>Emilio Tejerahttp://www.blogger.com/profile/16693655548919889737noreply@blogger.com0Madrid, España40.4167754 -3.703790212.106541563821153 -38.8600402 68.727009236178844 31.4524598tag:blogger.com,1999:blog-4740953227341482868.post-38214386641150847262024-02-19T07:00:00.002+01:002024-02-19T07:00:00.242+01:00Una novela por fascículos: "El cajero" (8 y final)<p></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjR8WSS-s87l9aaZTYjVZ5SINVTCxvOjKNMbrcR0Bd2aJKF78ozgYH6fmoHoEPeQy18eyHoHXKvER5NY0yA1XqDCOQRtNVOX-JJ-1G7HUWWGd3hdxoZ7i9G9OwTFinH6KS550UB7fcXTZw-H5nTm_fRW-hbal6mFs994m4J4XpfIkQl2d3GNgzbXWTTc2Ey/s2769/EL%20CAJERO%20-%20HIHG%20RES.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="2769" data-original-width="1821" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjR8WSS-s87l9aaZTYjVZ5SINVTCxvOjKNMbrcR0Bd2aJKF78ozgYH6fmoHoEPeQy18eyHoHXKvER5NY0yA1XqDCOQRtNVOX-JJ-1G7HUWWGd3hdxoZ7i9G9OwTFinH6KS550UB7fcXTZw-H5nTm_fRW-hbal6mFs994m4J4XpfIkQl2d3GNgzbXWTTc2Ey/s320/EL%20CAJERO%20-%20HIHG%20RES.jpg" width="210" /></a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><i>Entrega final de "El cajero", la novela corta que empezamos <a href="https://emilio-tejera.blogspot.com/2023/07/el-relato-del-mes-una-novela-por.html" target="_blank">aquí</a> y cuya último capítulo enlazamos <a href="https://emilio-tejera.blogspot.com/2024/01/una-novela-por-fasciculos-el-cajero-7.html" target="_blank">acá</a>. Pero si preferís leer la novela de principio a fin, podéis descargárosla aquí, tanto en formato <a href="https://drive.google.com/file/d/17l-6cbCRBsxuSavbBZxMTQZxnYW5nCuv/view?usp=drive_link" target="_blank">epub</a> como <a href="https://drive.google.com/file/d/13wtLfQeNRMAHBBVl8hJdaOK1APymKFKB/view" target="_blank">pdf</a>. En cualquier paso, espero que la hayáis disfrutado, y también de esta forma de contarla, recordando a las viejas novelas decimonónicas por fascículos. Un saludo a todos, y gracias por la experiencia compartida. Os dejo con el último contacto con nuestro amigo el cajero:</i></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><i><br /></i></div><p></p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD">La noche deja
paso a una hora todavía más bruja que la precedente. Entre otras cosas, porque de
ella no puede salir nada bueno: ya es muy tarde para acostarse, incluso aunque
nos caigamos rendidos de sueño; pero también es demasiado pronto para empezar a
hacer cualquier otra cosa, por mucho empeño que le pongamos, y aunque nos
esforcemos en despertar a todo el personal. Para más inri, el clima se está
volviendo desapacible. Se respira un aire excesivamente fresco. De hecho, en el
horizonte caen rayos y truenos, en lo que tiene pinta de ser una tormenta seca,
de ésas que atemorizan más que ninguna otra, no se sabe por qué extraño motivo;
quizá, porque no constituyen la imagen típica que tenemos en la cabeza acerca
de cómo ha de ser una tempestad. Los símbolos (o la ausencia de los mismos) infunden
más miedo, en ocasiones, que los hechos físicos <i>per se</i>.<o:p></o:p></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> Pero allí, de momento, irreductibles
frente a las inclemencias meteorológicas, (además de ante todas las demás)
resisten de momento los cuatro gatos que habitan en esa pequeña esquina del
mundo que hemos estado observando, cada uno atento a sus particulares objetos
de valor, sus preciados tesoros, los cuales custodian como un dragón que ya ha
olvidado que en otro tiempo su vida consistía en echar fuego y surcar el aire con
libertad. Por ejemplo, los empleados del restaurante chino tienen pinta de haber
agotado el negocio por esta noche, y con total tranquilidad hubieran podido
cerrar. Sin embargo, con esa camaradería que existe entre gente de una cultura
exótica que vive dentro de una civilización que (para ellos) resulta tan enigmática
e incomprensible como en sentido inverso, al local habían acudido más paisanos
de la misma nacionalidad, los cuales llegaron allí al principio para preguntar
cómo iba la cosa, permanecieron después con la excusa de jugar al <i>mahjong </i>o
conversar acerca de la madre patria y la tierra prometida, y al final se habían
quedado para pasar el rato hasta que volviera la luz, y también seguramente por
satisfacer una intrigante curiosidad acerca de cómo concluiría aquello. Entre
tanto, el vendedor de kebabs dormitaba a un lado, con unos ronquidos tan
sonoros como si a los integrantes de la filarmónica de Berlín les hubieran
sustituido por desafinados elefantes. En cuanto al joyero, en principio
permanecía imperturbable, cual estatua romana. Tanto que, según la posición en
la que se colocaba dentro de su pequeño reducto, a nuestro oficinista le
parecía que estaba lúcidamente despierto, dormido con los ojos abiertos, o se
hallaba tan sumido en los brazos de Morfeo como el vendedor de kebabs. Sin
embargo, la quietud de su negocio quedó totalmente abolida ante el sonido de un
teléfono móvil (una vieja antigualla, comprobó nuestro hombre: sólo le hubiera
resultado más anacrónico –o más en consonancia con la tienda– un auricular
decimonónico), el cual resonó estruendoso hasta que el joyero, de manera torpe,
lo agarró y consiguió accionar un par de botones que, presuntamente, lo
pusieron en comunicación con el otro lado. Comenzó entonces lo que sin duda se
trataba de un animado diálogo, aunque a nuestro (testigo silencioso)-barra-(cotilla)-barra-(hombre
agazapado fingiendo que no está escuchando) no le llegaba nada, porque el
joyero, fiel a la imagen de templanza que transmitía, hablaba en un volumen
demasiado bajo para que desde esa distancia pudiera escucharle. Sin embargo, sí
que se observaban, por parte del experto en piedras preciosas, vívidos ademanes
que dieron lugar, más adelante, a palabras serenas, muchos asentimientos, y
gestos cargados de sobreentendidos, algo muy extraño dado que la persona al
otro lado del teléfono no le veía, pero el oficinista estaba seguro de que (de
alguna manera) cada movimiento se estaba transmitiendo con fidelidad a través
de las ondas. Después, el joyero colgó y lenta, parsimoniosamente, salió de su
quiosco particular. Entonces, como si hubiera de declarar algo al resto del
mundo, y el único que tuviera a mano fuera el oficinista, anunció, parco y
tranquilo:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> –Me voy.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> El aludido se sintió tan
desconcertado que se vio impelido a levantarse y acercarse hacia su
interlocutor.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> –¿Cómo que se va?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> El hombre asintió, aunque se apreciaba
que no necesitaba ninguna clase de refuerzo, ni externo ni interno, para su
decisión:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> –Mi mujer está asustada. Por los
rayos. No lo dice, pero yo se lo noto. No hemos dormido separados en… bueno, no
sé, tantos años que ni me acuerdo. No me va a reprochar que me quede aquí… Aunque
sé que lo va a pasar mal si ve que no llego a casa.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> El oficinista casi temblaba. Le
entraban ganas de decirle: <<oiga, no puede dejarme usted solo aquí, con
todo lo que hemos pasado juntos>>, aunque él mismo se daba cuenta de lo
absurdo que sonaba.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> –¿No teme que le roben la tienda? Si
se ha quedado este tiempo, es porque no está seguro del todo. Ya que ha
invertido una buena cantidad de horas, ¿no le merecían la pena unas pocas más,
al menos hasta el amanecer, sólo por estar seguro?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> El joyero indicó con la cabeza que,
desde luego, entendía, pero que (desde luego también) el veredicto era
inapelable:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> –Si me roban, me habrán hecho un
roto. Tengo seguro, claro, aunque esas cosas las acabas pagando, de una manera
u otra. No obstante, sólo es dinero: se puede recuperar. En cambio, hay
momentos en un matrimonio en que tienes que estar ahí, sí o sí.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> Le miró, solicitándole comprensión:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> –Ella me necesita. Si no voy, sin
duda podrá perdonármelo. Pero yo no. Ahora mismo no quiero estar en ningún otro
lado que no sea allá.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> En ese momento, el oficinista,
invadido por un súbito impulso, decidió dar un paso hacia adelante. Literal.
Pero, asimismo, metafórico:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> –Yo me quedaré vigilando. Le echaré
un ojo… también a la tienda. Puede irse tranquilo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> –No se preocupe, no hace falta…<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> –No, no, insisto; total, ya me iba a
quedar aquí de todas maneras, los dos sitios están cerca, no me cuesta
demasiado…<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> Se notaba que el anciano no tenía
ganas de discutir; en cambio, estaba deseando marcharse con su mujer, abrazarla
y meterse juntos bajo las sábanas para esconderse de la tormenta.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> De hecho, mientras se marchaba,
nuestro hombre consideraba que él quizá podría encontrarse, de haberlo querido,
en una situación muy similar…<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> Mientras meditaba qué hacer con su
vida, escuchó el ruido de unos pasos detrás y, al darse la vuelta, observó
llegar tambaleándose y todavía medio abotargado al vendedor de kebabs. Llevaba
a un lado una bolsa de plástico.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> –Va a ser difícil –esgrimió–. Si
vuelve la luz a “todos sitios” a la vez, ¿cómo vas a estar en cajero y joyería?
Es imposible…<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> –¿Estabas escuchándonos?¡Pero si
estabas dormido!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> –Dormir y a la vez escuchar: buen
truco. Lo aprendí en Turquía. Creéis que este país es difícil: Turquía sí es
difícil. No has respondido pregunta –de la bolsa sacó dos refrescos. Le ofreció
uno de ellos–. No es kebab, ¿OK? Esto sí lo puedes aceptar.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> Los dos se sentaron al lado de la
joyería. El cajero quedaba relativamente lejos. El hombre había dejado allí su
equipaje, como si ya no le importara que se lo robasen. Se pusieron a beber al
unísono, con tranquilidad, a sorbitos cortos.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> –No sé qué haré si vuelve la luz a
la vez en todas partes –respondió finalmente el hombre–. A estas alturas, ni
siquiera sé del todo que hago aquí. Pero el joyero estaba obrando de un modo…
maravilloso. Pensé que era mi deber ayudarle.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> El vendedor se encogió de hombros:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> –¿Y qué?¿Cómo estás ahora?¿Qué tal
sienta hacer algo diferente?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> El oficinista tomó otro trago de su
bebida.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> –Sorprendentemente… bien.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> El vendedor levantó con prudencia la
bolsa.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> –¿Un… kebab?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> Y a pesar del goteo infecto de
grasa, de que llevaba un tiempo a la intemperie, de que la bolsa rezumaba
líquido por cada uno de sus poros (si es que las bolsas de plástico tienen
poros), el oficinista alargó la mano.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> –Venga, ¿por qué no?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> Comieron al unísono, manchándose por
completo las manos, gastando decenas de servilletas. Perdieron muchas veces la
visión del cajero y, aun así, al oficinista se le antojó una vista hermosa.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> El vendedor de kebabs se ausentó
poco tiempo después; el sueño le seguía venciendo, y prefería amodorrarse
pegado a su carrito. Se acercaba el amanecer, pero se resistía, como si el sol
se cubriera con las sábanas de la noche y remoloneara un rato su salida.
Mientras tanto, algunas parejas habían salido a pasear, cogidas de la mano (era
difícil saber si venían de la fiesta o se habían despertado bien temprano), en
la soledad de las calles vacías y, para variar, exiguas en luces. En el cielo,
de hecho, se divisaba perfectamente, alineada con la larga calle, la estela de
la Vía Láctea, y unas estrellas que titilaban más vívidas que nunca.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> Entonces llegó ella. Esta vez, era
una anciana. El arquetipo perfecto de bruja, aunque sin sombrero: pelo
ensortijado y cano, nariz larga, un par de verrugas en la cara, y un vestido
negro de pies a cabeza. Pensándolo bien, igual era una bruja que, sencillamente,
una señora mayor con atuendo de luto. Como ella misma le había dicho antes con
otras palabras, todo era culpa de las malditas atribuciones que el
subconsciente realiza de manera inmediata sin detenerse a plantear alternativas.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> –Veo que la noche está acabando de
un modo muy distinto al que empezó –subrayó ella mientras se sentaba a su lado.
Él agradeció que no hubiera partido de un: “¿ahora, ya estás preparado para
hablar?”.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> Porque, en el fondo, él no
necesitaba que le dijeran ninguna cosa para retomar la conversación:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> –No es culpa de ella… ni es culpa de
nadie. No me quería marchar porque ella hubiera hecho nada malo. Ella es como
es, tiene sus defectos, como todo el mundo, claro, pero como también los muestro
yo… Es, es…<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> Le costó arrancarse, como si la
palabra estuviera atada, ensartándole con sus agudos filos la garganta:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> –… es la nube negra –finalmente
expulsó–. Acude de vez en cuando, te atrapa, te envuelve, y no te deja
reaccionar. Te anula por completo. Te impide hacer nada, más que caer, y caer,
y reducirte a la más mínima expresión, hasta volverte un guiñapo de ti mismo…<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> –El perro negro, lo ha denominado
alguno de los que la han sufrido –matizó la mujer–. Que te muerde y te oprime
con cada uno de sus dientes.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> –No puedo estar con nadie en ese
estado –prosiguió el oficinista–. No puedo arrastrar a alguien, que me vea convertido
en… ese despojo humano en el que me transformo cuando esto ocurre. No es justo
para ella. Ni para mí. Es mejor que me vaya, que me aísle de todos. Es culpa
mía: he dejado llegar las cosas demasiado lejos.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> La bruja (hechicera, anciana, ser
humano, amiga) se acercó a él:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> –¿Y no has pensado que es al
contrario?¿Que merecía la pena tener a alguien cerca con quien poder contar? La
mayoría de las personas suele quejarse de que no conocen a la pareja que tiene
al lado, y que luego les decepciona cuando las cosas vienen mal dadas. Tú posees
un test estupendo para probar que la gente está de verdad interesada en ti, a
pesar de tus defectos, y ni siquiera lo aprovechas.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> –¿Quién va a aceptar a alguien
así?¿Quién va a querer cargar con esa losa encima?<br />
–¿Has intentado contárselo? A
veces la gente te sorprende…<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> El oficinista bufó.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> –¿Eso de qué manual de autoayuda lo
has sacado?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> La bruja se rio. Lo hizo de manera
tan natural y sentida que no podías enfadarte con ella.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> –Míralo desde otro punto de vista
–abordó la mujer–: te está aguantando ya de normal, a pesar de que no eres
precisamente una perita en dulce. A lo mejor va a resultar que cree de verdad
que hay algo valioso en ti, aunque ninguno de nosotros lo percibamos ni aun acercándonos
a centímetros. No sé, a lo mejor le das algo que merece la pena, y por lo que
estaría dispuesta a aguantar a las duras y a las maduras. A ver si va a ser
verdad que en el fondo te quiere y todo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> A pesar del sarcasmo con el que
remarcaba cada una de las frases, nuestro oficinista no alteró el rictus para
esbozar siquiera una sonrisa. Contemplaba encogido, en cambio, un punto fijo en
el suelo:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> –No se trata sólo de ella. Todo esto
(sí, por supuesto) va sobre mí. He sido tremendamente egoísta hasta para eso.
Pero, a la vez, también intentaba despegarme lo más posible de mis propios
problemas. Huir, ser otra persona. Aunque supongo que no puedes escapar de ti
completamente, ¿verdad?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> Ella suspiró:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> –No soy la mejor para responderte.
Llevo toda la noche yendo en dirección contraria a mí misma. En cada capítulo
de esta larga vigilia he sido un poco distinta, y en cada fase de la vida la
pifio de una manera diferente: unas por más, otras por menos, en ciertos casos
por un problema diametralmente opuesto, y en alguna ocasión volviéndola a cagar,
una vez más, al repetir el error original. A veces el fracaso pasa inadvertido,
y otras ilumina el cielo en forma de desastre magnífico, una hecatombe
espectacular. ¿Qué le vamos a hacer? Somos humanos. Y hasta las máquinas
fallan, ¿no?–dijo señalando con la barbilla lo que asemejaba un derrotado,
exangüe cajero–. No deberíamos exigirnos, a nosotros mismos, más que a esos viejos
cacharros de hojalata.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> El oficinista volvió a contemplar al
expendedor de billetes: casi de igual a igual, por primera vez en toda la
noche.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> –O tal vez sí -expuso el hombre, como
un suspiro-: si una máquina se equivoca, se obceca en su actitud de errar.
Nosotros podemos aspirar a hacerlo mejor.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> En ese momento, comenzó a retornar
el movimiento a aquella sección de la calle. No sólo porque unos cuantos
volvieran ya de la zona de fiesta con las ropas tan maltrechas como si hubieran
pasado por un lavadero de coches, pero sin coche (para muestra, un botón: observando
los agujeros en las prendas de los recién llegados, el oficinista constató que
la natalidad iba a aumentar en gran medida a lo largo del siguiente año); sino,
sobre todo, por la insólita llegada de un colorido grupo: una banda de mariachis
que cruzaban la calle a un ritmo muy vivo –casi diríase que bravo– mientras
cargaban con sus guitarras con la misma actitud con la que un comando de
francotiradores portarían sus armas semiautomáticas. Dicha formación musical
avanzó con determinación hasta llegar a las proximidades de la zona donde se asentaba
nuestra pequeña congregación de personajes, momento en que los componentes de
la banda se detuvieron, justo enfrente del edificio anexo a la joyería. El que
parecía el líder consultó entonces un papelito en el que tenía algo anotado,
tratando de determinar si aquel era el punto final de su destino. Ante la duda,
el segundo de a bordo de tan peculiar tripulación sin barco intervino,
entablándose una discusión entre ambos dirigentes, los cuales llegaron a la
conclusión de que el edificio al que debían encaminarse no era ése, sino el
colindante, es decir, el de la silueta. Los que aún permanecían en el
restaurante chino escrutaron con curiosidad a los recién llegados conforme se
aposentaron y sacaron los instrumentos delante de ellos, mientras los pocos
viandantes aguardaban con anhelo el siguiente episodio. Éste no se demoró
demasiado. Los mariachis arramblaron con composiciones con un claro tinte
mexicano, provocando un estallido de música y color en un lugar que hasta hace
poco se erigía en una balsa de aceite sonora. Entonces, a la vez, empezaron a
suceder muchas cosas. Lo primero de todo, apareció de ninguna parte un hombre,
pero no uno cualquiera, sino uno que nuestro oficinista reconoció como el
marido de esa mujer del edificio de la silueta, la cual llevaba esperando toda
la noche a su esposo. El individuo se puso a pelear a gritos con el líder de
los mariachis (por lo visto, preguntaba que a qué venía ese estruendo tan
molesto, ahora que volvía a casa para disfrutar de un par de horas de sueño),
señalando al edificio de la silueta, donde su mujer –quien debía de creer que
andaban debatiendo sobre qué melodía concreta interpretar, pues estaba sin duda
convencida de que era su marido quien los había contratado–, exhalando
felicidad por los costados, daba palmas desde la ventana y se disponía a salir
del piso. La contienda verbal que estaba teniendo lugar allí abajo no afectó en
absoluto al registro musical de la banda, la cual siguió tocando, para regocijo
de los comensales del restaurante chino y hasta del vendedor de kebabs, que se
había desperezado y arrancó a bailar de manera espontánea una especie de
pasodoble (el cual combinaba apropiación cultural con un atentado evidente al
buen gusto) en colaboración con una encantada señora china, de edad
indeterminada entre los ochenta y los trescientos años. Mientras tanto, en los
pisos de arriba, los vecinos salían a las terrazas a mirar con asombro lo que ocurría
en la calle: entre otros el pianista, y también su vecina, la chica de al lado,
quien por fin se dejó ver a pesar de sus magulladuras. Entonces, ambos
prácticamente se sincronizaron para hacer lo mismo: gritarles a los mariachis,
lanzándolas una sátira de improperios, ordenándoles que les dejaran dormir,
trabajar, o lo que quieran que estuvieran haciendo al filo de aquella larga e
intempestiva noche. Lo más llamativo de todo fue que, entre el sonido
estridente de los mariachis y de sus propias voces, ambos ocupantes de los
apartamentos contiguos se giraron para darle las gracias al desconocido que
estaba dándoles la razón y, cuando se miraron a los ojos, surgió algo: esa
conexión que sólo se produce entre dos personas que vociferan hacia el mismo sitio.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD"> El oficinista se rio. Se rio mucho.
Pensó que hacía bastante tiempo que no se lo pasaba tan bien. Miró a su lado.
La hechicera había desaparecido. Empezó a llegar más gente, que se incorporó a
la charanga, y se puso a bailar bajo el compás de los mariachis, mientras la
mujer del edificio de la silueta interrumpía a su marido en mitad del acalorado
debate con los mexicanos, discusión la cual, por suerte, en su emocionado
arrebato, la esposa no escuchó en absoluto. Por ello, la mujer agarró a su
marido y le envolvió en un beso de película; el cónyuge se resistió al inicio,
sorprendido, pero luego aflojó los músculos, dejó que ambos cuerpos se fundieran
en un cálido abrazo y se olvidaran, los dos en sintonía, de cualquier discordia.
La mujer tomó a su marido del brazo y se lo llevó en dirección al edificio,
justo en el momento en que aparecía en la calle el joven que, aquella misma
mañana, había contratado a los mexicanos, y que ahora les señalaba
enérgicamente el edificio de al lado, recalcando la existencia de una confusión
a la cual el resto de los mariachis daban la impresión de hacer caso omiso. Mientras
tanto, el hombre del piso alto del edificio de la silueta avanzaba en dirección
a casa con su mujer y, observando de reojo aquella nueva bronca en el lado de
los mexicanos, agradecía su buena suerte, dejaba de prestar atención a la calle
e, incluso, arrojaba a una papelera cercana su maletín del trabajo, con pinta
de no tener la más mínima intención de ocuparse de su contenido nunca más. La
calle volvió a llenarse de color y de sonido mientras nuestro protagonista,
conmovido por todos estos acontecimientos, se levantaba y encendía el móvil
para llamar a alguien. Conforme tecleaba los números, observó de reojo cómo, en
los pisos intermedios del edificio bajo el cual tocaban los mariachis, la
ventana de la casa de la chica mostraba que allí no había nadie, al tiempo que
las persianas de la vivienda del pianista se hallaban completamente bajadas.
Para cuando se alejó del lugar, de espaldas al cajero, el oficinista ni
siquiera estaba considerando si, en medio del maremágnum, la luz se había
recuperado o no (la joyería, por lo visto, permanecía a salvo), o si el cajero,
solitario y mudo, había vuelto a funcionar.</span> </p>
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-TRAD; mso-bidi-language: AR-SA; mso-fareast-font-family: "Times New Roman"; mso-fareast-language: ES;"><div style="text-align: center;"><span style="font-size: 12pt;">FIN</span></div></span></div>Emilio Tejerahttp://www.blogger.com/profile/16693655548919889737noreply@blogger.com0Madrid, España40.4167754 -3.703790212.106541563821153 -38.8600402 68.727009236178844 31.4524598tag:blogger.com,1999:blog-4740953227341482868.post-27576002745643970722024-02-12T08:56:00.000+01:002024-02-12T08:56:00.138+01:00Cine y realidad. Charla: "¿Están locos estos romanos?"<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhs0XeQ-a84xvxWj173L_1wlmvJM_-0xKtSEOsJ19sZatOVDr3qFkDQ3OpC1n5eho3gFBcbbbymjWFEzXuBTCqzbPg0IiAI1tmaPx4sGlBH5IgtAZPd7sOQQvl3TWKeHDyiF0zkJZbws85f9zvF7uxHVIqu-mJDIdvOkMuIqdILDy4HtSaCu3JTvUmKgtye/s403/GAMl7DCWkAA1Hr0.png" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="377" data-original-width="403" height="299" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhs0XeQ-a84xvxWj173L_1wlmvJM_-0xKtSEOsJ19sZatOVDr3qFkDQ3OpC1n5eho3gFBcbbbymjWFEzXuBTCqzbPg0IiAI1tmaPx4sGlBH5IgtAZPd7sOQQvl3TWKeHDyiF0zkJZbws85f9zvF7uxHVIqu-mJDIdvOkMuIqdILDy4HtSaCu3JTvUmKgtye/s320/GAMl7DCWkAA1Hr0.png" width="320" /></a></div><div style="text-align: justify;">Este pasado 14 de diciembre, en la Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma, tuve el privilegio de impartir, en nombre del Instituto Cajal, una conferencia titulada "<a href="https://www.youtube.com/watch?v=EBRoLPOYYP8&ab_channel=EEHARCSIC" target="_blank">¡Están locos estos romanos!</a>", donde discutimos acerca de las películas del género péplum (especialmente las que tratan sobre la antigua Roma) que han tratado la enfermedad mental, y cómo la han reflejado. De esta forma, charlamos acerca de cómo los trastornos mentales en el mundo aniguo podían diferir de los actuales, de lo difícil que es diagnosticar a posterior, y también acerca de lo diferentes, pero también de lo similares, que pueden ser los antiguos romanos respecto a los actuales seres humanos. Si te interesa el tema, puedes ver la charla completa <a href="https://www.youtube.com/watch?v=EBRoLPOYYP8&ab_channel=EEHARCSIC" target="_blank">en este enlace</a>. Espero que os guste. Un saludo</div><p></p>Emilio Tejerahttp://www.blogger.com/profile/16693655548919889737noreply@blogger.com0Madrid, España40.4167754 -3.703790212.106541563821153 -38.8600402 68.727009236178844 31.4524598tag:blogger.com,1999:blog-4740953227341482868.post-19146416687002272922024-02-01T09:04:00.000+01:002024-02-01T09:24:03.268+01:00Los libros y las historias reales de febrero: "Dientes de dragón" y "El último tahúr"<p style="text-align: justify;">Hoy presentamos dos narraciones que tienen varios puntos en común: hallarse ambientadas en el salvaje Oeste americano y entremezclar la realidad y la ficción.. De hecho, contaremos también parte de las historias reales (o las leyendas) en las que se basan.</p><p style="text-align: justify;"><b>Dientes de dragón. </b>A Michael Crichton le conocemos por <i>Parque Jurásico, Esfera </i>o<i> Sol Naciente</i>, con sus adaptaciones cinematográficas, y tiene algunas obras polémicas, pero otras también bastante interesantes. Por ejemplo, una característica de algunas novelas (por ejemplo <i>Devoradores de cadáveres</i>, que también tuvo su versión en pantalla grande) es que tratan de hacerse pasar por narraciones reales, incluyendo diarios en primera persona de sus protagonistas. Es el caso de <i>Dientes de dragón</i>, que nos cuenta la historia de un univesitario de la Costa Este estadounidense que, por culpa de una apuesta, ha de viajar al Oeste, y lo hace acompañando a O.C. Marsh, un reconocido paleontólogo que, durante el siglo XIX, mantuvo una dura pugna con su rival E.D. Cope por ver quién descubría más especies distintas de dinosaurios (si la historia os suena, quizá es porque me habéis escuchado mentarla brevemente <a href="https://www.youtube.com/watch?v=DYGgveaFxPo&ab_channel=EspacioFundaci%C3%B3nTelef%C3%B3nicaMadrid" target="_blank">aquí</a>). Crichton emplea ese viaje como excusa para narrar el enfrentamiento entre ambos científicos, pero aprovecha para hablar de guerras indias, visitar la atmósfera del legendario pueblo de Deadwood (un lugar que tenía la fama de "pueblo sin ley" de manera más que merecida), o introducir como personaje a Wyatt Earp, en lo que constituye un relato de crecimiento y maduración de un joven en el terreno hostil del Far West. Quizás (como ocurre con la otra ficción que vamos a describir a continuación) la narrativa pierde algo de verosimilitud o de continuidad a lo largo de las páginas, pero en todo caso habla de tantos temas sugerentes que no te queda otra que seguir leyendo.</p><p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgJCFyklFQIsHadGj0hBvCIh1Nv2Q045tAkl7dHyl3kh-ourkH3wnSOb6GeaJnyD76GhMgPn5uTrX4RXBjUjqZ2ys1Rjv-2TDU0ZwS0b2IqTARkA9iXHPpVTdHYFzhY5r8LiP04Gs4xtlAI-V-WoYvouHE58-NGzdu5i-pXWk3mzwz2hSfm3bXnE6X8-ptY/s1600/descarga.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="900" data-original-width="1600" height="180" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgJCFyklFQIsHadGj0hBvCIh1Nv2Q045tAkl7dHyl3kh-ourkH3wnSOb6GeaJnyD76GhMgPn5uTrX4RXBjUjqZ2ys1Rjv-2TDU0ZwS0b2IqTARkA9iXHPpVTdHYFzhY5r8LiP04Gs4xtlAI-V-WoYvouHE58-NGzdu5i-pXWk3mzwz2hSfm3bXnE6X8-ptY/s320/descarga.jpg" width="320" /></a></div><p></p><p style="text-align: justify;"><b>El último tahúr. </b>Existe un volumen denominado <i>El experto en la mesa de juego, </i>escrito por un tal S.W. Erdnase y publicado en 1902, que aparentemente consiste en un inocente librito que explica cómo realizar determinados trucos de magia mediante la manipulación de los naipes de una baraja. No obstante, hay una leyenda circulando en torno a él: se dice que el autor en realidad era un jugador profesional que escribió todas las maneras conocidas de hacer trampas a las cartas, y que ocultó su identidad porque las leyes federales prohibían los libros de contenido obsceno (por lo visto, algunos jueces consideraban que el juego era un tema de este tipo). El manual se ha hecho extremadamente famoso tanto entre magos como entre jugadores -tanto que algunos le conocen como "la Biblia"-, y por supuesto se han disparado las especulaciones sobre la auténtica identidad de S.W. Andrews. Entre los posibles candidatos a ser los verdaderos autores del texto se hallan un pintoresco grupo, que incluye magos, jugadores profesionales, miembros del circo, detectives privados y por supuesto criminales. Una teoría ya clásica esgrime que, si uno escribe el nombre del escritor al revés, sale E.S. Andrews, un apelativo tan común que no sería extraño que el autor se denominara así en realidad (aunque otros opinan que sería algo demasiado evidente -o quizá prepotente). A partir de ahí, Rodrigo Sopeña y Juande Pozuelo elaboran una novela gráfica usando a E.S. Andrews como personaje ficticio que también recorre buena parte del siglo XIX en el Oeste americano, con sus grandes forajidos fuera de la ley -los Dalton entre otros-, sus personajes más reconocidos (entre otros, Harry Houdini y sus amigos los Keaton, entre los que se hallaba el famoso actor de películas de cine mudo apodado Buster), y el turbulento mundo de las mesas de juego. Una fantasía divertida pero que, sobre todo a nivel gráfico, está muy inspirada en imágenes y fotografías antiguas, así como en algunas de las biografías más extravagantes de una época que, sin duda, dará durante siglos de qué escribir y de qué hablar. Y nosotros lo leeremos y lo oiremos, quizá sobre una mesa de juego.</p><p style="text-align: justify;">Posdata: si me queréis ver haciendo un truco de cartas que no tiene trampa ni cartón (quizá sí algo de magia), podéis echarle un ojo a <a href="https://www.youtube.com/watch?v=MDVUWMsC6QI&ab_channel=InstitutoCajal" target="_blank">este vídeo</a> de Youtube (o quizá <a href="https://www.youtube.com/watch?v=EK4dpLpVA8A&ab_channel=InstitutoCajal" target="_blank">este otro</a>) que he grabado para el Instituto Cajal y donde hago difusión de nuestra neurobaraja (ya os enteraréis de <a href="https://institutocajal.blogspot.com/2022/06/ya-tenemos-la-neurobaraja-completa.html" rel="nofollow" target="_blank">qué es</a>; si os interesa tenerla, podéis descargárosla o imprimirla, o bien comprarla en versión bonita en la tienda del Museo Nacional de Ciencias Naturales en Madrid). Así veréis cómo las artes del ilusionismo no sólo mienten, sino que también pueden servir para expresar la verdad -por ejemplo, explicar neurociencia-. Un saludo, tened buena suerte en el juego, y más aún en la vida. Nos leemos.</p>Emilio Tejerahttp://www.blogger.com/profile/16693655548919889737noreply@blogger.com0Madrid, España40.4167754 -3.703790212.106541563821153 -38.8600402 68.727009236178844 31.4524598tag:blogger.com,1999:blog-4740953227341482868.post-79225214592101345702024-01-29T07:30:00.000+01:002024-01-29T07:30:00.250+01:00Una opinión muy personal sobre la llamada "generación de cristal"<p style="text-align: justify;">Una opinión muy general sobre la llamada "generación de cristal".</p><p style="text-align: justify;">Llevamos desde los griegos quejándonos de que la siguiente generación siempre es peor que la nuestra; y, como suele decirse, aquí seguimos.<br /><br />Hay una cosa que suelo decir de un tiempo a esta parte; nuestros abuelos no tenían problemas de salud mental: simplemente bebían.<br /><br />Nuestros padres tampoco tenían problemas, simplemente lo pagaban con sus hijos. Y mi generación tampoco tiene problemas, lo paga con la gente de su alrededor, que ni siquiera sabe de qué van nuestros traumas. Sin embargo, a su vez, esto genera una reacción negativa cuya consecuencia es que los afectados arrojan sus frustraciones sobre otra gente, y así sucesivamente...</p><p style="text-align: justify;">De vez en cuando, la persona con problemas le cuenta a otro -alguien concreto, de confianza- lo que le pasa, pero no lo hace con el objetivo de arreglarlo: sino de que le escuchen, le comprendan y le justifiquen, en plan adolescente (todos somos un poco adolescentes). Y al final seguimos pagando nuestras neurosis -que seguramente no son culpa nuestra, pero acaban por hacer sufrir a los demás- con el resto.</p><p style="text-align: justify;">La nueva generación ha adoptado otra manera: habla abiertamente de salud mental, y confiesa sus taras. Eso también tiene sus inconvenientes: primero, porque muchas veces se hace (¿lo hacemos?) también como autojustificación -en el fondo, los seres humanos somos muy parecidos-, y para quitarnos responsabilidad. Segundo: como en todo movimiento pendular, pasamos de un extremo a otro, le echamos la culpa de cualquier asunto a la salud mental, e incluso frivolizamos con el tema.<br /><br />Pero quiero pensar que cuando pase una época de extremos, y se aclare el ruido y la furia, eso servirá para crear una sociedad más consciente de sus limitaciones y sus problemas: y en la que, de vez en cuando, rompamos el ciclo del dolor y, a pesar de los males que nos han infligido, reaccionemos frente a la sociedad que nos ha hecho daño aportando un balance positivo, aprendiendo, y tratando de enmendarnos a nosotros mismos (que es, al final, lo único que tenemos, y sobre lo que podemos hacer autocrítica: autocritica no entendida como castigo, sino para mejorar nuestras vidas y la relación con el entorno). O no respondiendo tan mal cuando señalan nuestros problemas. Incluso, siendo capaz de aconsejar a otros, no para recriminarles "es culpa tuya", sino para decirles (o para decirnos): "entiendo tu dolor, pero con él, en vez de hacérselo pagar a los demás y a ti mismo, tienes que sacar algo positivo para todos, incluyendo por supuesto -y para empezar- tú".<br /><br />En ese camino andamos. Veremos cómo lo superamos. Como la mayor parte de las acciones humanas, en buena medida saldrá mal. Pero quiero pensar que, al menos en parte, mejoraremos.</p>Emilio Tejerahttp://www.blogger.com/profile/16693655548919889737noreply@blogger.com0Madrid, España40.4167754 -3.703790212.106541563821153 -38.8600402 68.727009236178844 31.4524598tag:blogger.com,1999:blog-4740953227341482868.post-2633346662318824622024-01-22T09:54:00.000+01:002024-01-22T09:54:00.123+01:00Dedicadas a Eduardo Galeano (XXII): "La Odisea"<p><span style="text-align: justify;"> </span><span style="text-align: justify;">El otro día leí un artículo que me
llamó mucho la atención, sobre uno de los inmigrantes que consiguió (lo logré,
lo logré), logró pasar al otro lado, cruzar aquel abismo insuperable que
suponen los tres metros de la valla de Melilla: en medio de la conflagración, despiadada,
había perdido un ojo. Pero lo sorprendente es el motivo por el que pasó.</span><span style="text-align: justify;"> </span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Quería casarse. Se había enamorado
de una chica de su poblado, por cuyo consentimiento (o mejor dicho, por el de
sus padres), tenía que pagar una dote. Ella, además, estudiaba para maestra,
con lo cual, argumentaba él con una lógica aplastante, “vale más”. Y por eso,
corría al norte, no para quedarse, como prentenden casi todos, sino para
conseguir dinero para poder casarse con su chica.</span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Y fíjate por dónde, esta historia me
recordó a aquellos cuentos tan perversos, de ésos que nosotros leíamos anonadados
de niños, en los cuales un príncipe era obligado a pasar infortunios diversos,
y a superar miles de enrevesadas pruebas, para poder acceder por fin a la mano
de su amada. Y pensé en qué dirían los griegos antiguos, si vieran a su
Hércules, su Teseo, su Ulises (que al fin y al cabo, también llegó en patera),
con un ojo partido, la tez renegrida de tantos disgustos, y una sonrisa pícara
que muestra al enterarse que, por mucho que proclame que le entusiasman
Ronaldinho y Raúl, en este país no se puede ser del Madrid y del Barcelona a la
vez. Me pregunto, la verdad, qué es lo que pensarían los antiguos, o qué es lo
que opinan ahora los modernos.</span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Es lo que tiene Madrid: en mitad de
la calle, puedes contemplar a un príncipe de cuento de hadas, limpiándote las
botas como parte de su odisea. La única diferencia es que el color de este
príncipe no es azul: pero poco importa, la sonrisa de los dientes sigue siendo
tan blanca como siempre. <o:p></o:p></span></p>Emilio Tejerahttp://www.blogger.com/profile/16693655548919889737noreply@blogger.com0Madrid, España40.4167754 -3.703790212.106541563821153 -38.8600402 68.727009236178844 31.4524598tag:blogger.com,1999:blog-4740953227341482868.post-82907504288522856952024-01-15T07:00:00.009+01:002024-01-16T09:07:25.830+01:00La obra de teatro de enero: "A la luna se viaja sin sombrero"<p></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhP9nnOEAMzyorwecIR9J9K5Lv1LCEpDatobTMNDrOi-TpkHy5cOEsXaTwQ31Sbdjc9csdzU5qXwg4VyESRE3CGeh9T6NhGcChmDYWAnvv4hkCFOptgmCsoMgXjBR6JSPE2FgXMFWmI9-kIPETSn8ttWznjkGbocLUprbWWdO_04OQ9Ym3DODrqDw4T7G-W/s1138/Captura.PNG" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="380" data-original-width="1138" height="183" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhP9nnOEAMzyorwecIR9J9K5Lv1LCEpDatobTMNDrOi-TpkHy5cOEsXaTwQ31Sbdjc9csdzU5qXwg4VyESRE3CGeh9T6NhGcChmDYWAnvv4hkCFOptgmCsoMgXjBR6JSPE2FgXMFWmI9-kIPETSn8ttWznjkGbocLUprbWWdO_04OQ9Ym3DODrqDw4T7G-W/w547-h183/Captura.PNG" width="547" /></a></div><div style="text-align: justify;"><span> </span></div><div style="text-align: justify;">Siempre es un gustazo recomendar las obras del grupo teatral "<a href="https://m.facebook.com/p/La-Fragua-y-La-Luna-SL-100064844057740/" rel="nofollow" target="_blank">La fragua y la luna</a>", porque, a pesar de ser amigos, no le dices a la gente que vaya a ver su trabajo por compromiso, sino porque realmente merece la pena. En este caso, se han marcado una estupenda obra para público familiar titulada "<a href="https://www.atrapalo.com/entradas/a-la-luna-se-viaja-sinsombrero_e4903488/" rel="nofollow" target="_blank">A la luna se viaja sin sombrero</a>", la cual constituye una mezcla de temas bastante sugerente. Por un lado, es un homenaje a ese grupo de poetisas (las llamadas "sin sombrero") de la generación del 27, injustamente olvidadas en comparación con sus compañeros masculinos, y también es un tributo a las abuelas y a esas historias épicas que, en muchos casos, les tocó vivir. Por otra parte, este grupo de excéntricos aventureros se embarcan en un viaje a la Luna donde abundan los guiños a los periplos (literarios y reales) más míticos a nuestro satélite. Y es que la obra, con un guión muy bien estudiado, incluye puntos cómicos que harán las delicias de niños, pero también de los más mayores, quienes entenderán las referencias a ciertas series de televisión o a personajes con fama. A destacar sobre todo la buena labor de los cuatro actorazos protagonistas, que valen tanto para cambiar de personaje en menos de un minuto como para interaccionar y jugar con la escenografía, los efectos especiales y, sobre todo, el público más joven.<br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Así que ya sabéis: si os apetece pasar un rato divertido con toda la familia, esta obra se está representando en el teatro La Encina en Madrid los domingos de enero a las 12.30, aunque pasará a los sábados a partir del día 27 y a lo largo del mes de febrero. Podéis reservar a través de <a href="https://www.atrapalo.com/entradas/a-la-luna-se-viaja-sinsombrero_e4903488/mes-01-2024/" rel="nofollow" target="_blank">este enlace</a>, y seguro que me confirmáis que he acertado en recomendárosla. Un saludo.</div><p></p>Emilio Tejerahttp://www.blogger.com/profile/16693655548919889737noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4740953227341482868.post-78778880510437907262024-01-08T07:30:00.003+01:002024-01-13T11:25:29.582+01:00Una novela por fascículos. El cajero (7)<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjJGtn8mkBEwc1KxrqNOlU_BhW8SK7IlZ0FLZ_Yw_nSO747549tGStW6_YE94NHAY4Bc48fimTQ0M_HUxt4OC5ow7sVWPr40ALac0_VkbeOWhZDH8SpPcBg2YTlvlLE0AgWwvOdpX47Qyh5H2B3-hK2rbs0J4liwMuQoS3y1PRZBcW-ZHkN43Gz6NhPo256/s2769/EL%20CAJERO%20-%20HIHG%20RES.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="2769" data-original-width="1821" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjJGtn8mkBEwc1KxrqNOlU_BhW8SK7IlZ0FLZ_Yw_nSO747549tGStW6_YE94NHAY4Bc48fimTQ0M_HUxt4OC5ow7sVWPr40ALac0_VkbeOWhZDH8SpPcBg2YTlvlLE0AgWwvOdpX47Qyh5H2B3-hK2rbs0J4liwMuQoS3y1PRZBcW-ZHkN43Gz6NhPo256/s320/EL%20CAJERO%20-%20HIHG%20RES.jpg" width="210" /></a></div><i><div style="text-align: center;"><i>Empezamos a aproximarnos al cogollo de un asunto que dio sus primeros pasos <a href="https://emilio-tejera.blogspot.com/2023/07/el-relato-del-mes-una-novela-por.html" target="_blank">en este capítulo</a> y nos realizó las últimas revelaciones en <a href="https://emilio-tejera.blogspot.com/2023/12/una-novela-por-fasciculos-el-cajero-6.html" target="_blank">éste</a>. Ya no queda mucho para el final...</i></div></i><p></p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD">Hay una hora
tonta en la madrugada en la que, como dice un viejo proverbio, sólo son felices
los fantasmas. Si para ese momento no estás metido en una actividad interesante
con la persona a quien realmente quieres (o roncando en tu cama, que es otra
forma de decir casi lo mismo), es que andas muy perdido en la vida. Por eso, conforme
se desplazaron las manecillas del reloj, las calles se fueron vaciando <a name="_Hlk121397637">–</a>cual afluentes desembocando en ríos– hacia zonas más
céntricas, y los personajes que caminaban por allí resultaban más
desconcertantes y, en apariencia, se encontraban más fuera de sitio. Hay que
decir que muchos de los disfraces andaban, a esas alturas, ya bastante marchitos
como consecuencia del transcurso de la fiesta. Por otra parte, ciertos trajes,
que en medio del conjunto pasaban desapercibidos, en aquellos momentos en que
circulaba menos gente se apreciaban de manera más destacada, al menos en cuanto
a su originalidad, genialidad o crudeza. Desde esa perspectiva, eran dignos de
observar los atuendos con los que la gente cruzaba de vez en cuando por encima
de la acera (calle arriba, calle abajo). Unos cuantos resultaban verdaderamente
pintorescos. Apareció por allí un mago que iba seguido por un baúl. Eso hubiera
resultado muy normal: lo extraordinario era que el que iba disfrazado era el
baúl, y el bártulo que formaba parte de los accesorios de vestuario era el
mago. También había un reloj andante, con los brazos y las piernas
sobresaliendo a la altura de las múltiples manecillas, por el cual, sin
embargo, no daban la impresión de pasar las horas; quizá llevaba por allí
circulando cinco minutos, o puede que cinco mil años. Oculto a simple vista,
sin embargo, se exponía el más disimulado camuflaje: un chico trans iba
disfrazado de chica que, en la superficie (con una barba tan realista que daba
el pego), se hacía pasar por chico. Para su sorpresa, nunca se había sentido
más natural, y jamás había percibido que le trataba de manera menos extraña la
gente a su alrededor. Ni siquiera el año pasado, cuando había puesto pañuelos
entre sus senos y el sujetador y había fingido que no iba de nada. O que, en
cambio (respondía cuando le preguntaban, mostrando su bolso y el carmín rojo
sobre sus labios), iba “disfrazado de chica”. La gente se reía cada vez que lo
decía; pero él era absolutamente sincero. Vaya fiesta, el carnaval.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">Sí, había de todo: buenas gentes que simulaban ser villanos, y
villanos que trataban de hacer creer que, el resto del año, no lo eran. Sin
embargo, los ropajes que la mayor parte llevaba puestos clamaban a voz en
grito: “gente que finge pasar casualmente por allí”. Casi en su totalidad se
trataba de individuos que se había desviado de su ruta al escuchar que por allí
repartían comida en oferta, y cuyo objetivo era recogerla, pero como si no supieran
nada acerca de esa circunstancia, recibiendo las viandas cual regalos
inesperados caídos del cielo. Quizá por ello, en aquel cruce, había más
densidad de puntitos humanos que en el resto de las calles aledañas. En ese
sentido, el restaurante chino debería haber cerrado hace tiempo, pero, arrastrado
por el mismo espíritu que le llevaba a no desaprovechar los alimentos que se
estaban estropeando a marchas forzadas dentro de sus frigoríficos, empezó a
repartir comida a domicilio a la gente que no podía cocinar a causa del apagón,
y después a todo el que pasara por allí, casi a precios irrisorios, a semejanza
de nuestro hombre de los kebabs, quien seguía haciendo su particular agosto. Entre
tanto, en los pisos superiores, unas persianas continuaban bajadas mientras, en
la vivienda contigua, el pianista (quien por fin había encontrado algo con lo
que iluminarse) emborronaba partituras al tiempo que echaba una ojeada ocasional
en dirección a la pared adyacente, como evocando posibilidades perdidas…
Arriba, la mujer cuyo marido quién sabía dónde andaba se había desvelado, y
contemplaba de vez en cuando el implacable mundo exterior, intentando desnudar
la oscuridad, quizá con el objetivo de discernirle un cuarto de segundo antes. “Desde
luego”, caviló nuestro hombre, “el esposo debe de estar de verdad trabajando
porque, si estuviera pasando el tiempo con una amante, no utilizaría estas
horas tan sospechosas para zascandilear por ahí”. Justo después de pensar esto,
le invadió un casi incapacitante bostezo. Le echó un furtivo vistazo al cajero,
tan impávido e inexpresivo como siempre. Volvió la mirada hacia las aceras
opuestas, para observar si sus compañeros seguían al pie del cañón. El joyero
se mantenía en su puesto, pero se adormecía con cierta periodicidad: agachaba
muy lentamente la cabeza y, sólo cuando estaba a punto de caerse, alzaba el
vuelo cual búho real, para recuperar su efigie de soldado en mitad de una
guardia. Entre tanto, el dueño del kebab se mantenía de pie, aunque en ocasiones,
cuando no se acercaba nadie a su negocio, la cabeza también amenazaba con
desplomársele.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¿Qué?–preguntó el oficinista al
comerciante turco, con la confianza que se adquiere tras compartir durante un
rato tan largo un destino común–. ¡Ya no pueden quedar más kebabs!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El otro se rio con una carcajada
estruendosa, tan natural y tan poderosa como una cascada.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Quedan, quedan… No muchos, pero
alguno…<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¿Y no sería mejor cerrar?¿O a ti
también te pasa como al joyero, que no te fías de la tecnología?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El hombre agitó la cabeza.<span style="mso-tab-count: 1;"> </span><o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–No; yo no fiarme de tecnología;
pero cierre de negocio, manual. De todos modos, voy a quedar aquí. Este
ambiente me gusta, el follón… Tengo ganas de ver cómo acaba.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¿No te molesta… el caos?–terminó la
frase, dubitativo, el cuadriculado oficinista. El otro negó enfáticamente.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Un poco de desorden anima la vida.
Si no, ¿dónde estaría la gracia?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El interpelado alzó la ceja. Visto
así…<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Por cierto, voy adentro –dijo
señalando al local anexo donde almacenaba bebida, comida y otras cosas que no
le cabían en el carrito–. ¿Quieres algo?<a name="_Hlk134171816">–</a>preguntó
el turco–. ¿Refresco para beber?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Ah, pues sí… Muchas gracias… Un
poco de agua, si puede ser…<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¿De montaña o del ayuntamiento?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¿De… qué…?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El dueño del puesto de kebabs hizo
un gesto desdeñoso con la mano, porque ya se dirigía hacia el interior del edificio.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Da igual, traigo yo lo que sea…<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El oficinista volvió a quedarse
solo. Entonces, al otro lado, hubo una figura que le llamó la atención. El caso
es que le sonaba. Sin embargo, no sabía identificarla de todo. Era mujer, era
joven, era alta, llevaba unas gafas enormes… Se parecía sospechosamente a… Pero
no. Era imposible. Aquella niña que había visto un rato antes tenía como máximo
diez años menos, e iba vestida de bruja… Claro que esta chica también iba disfrazada
de hechicera… bueno, a su manera. Sus ropajes podrían pasar por las de una
esposa Amish, una arpía de la Edad Oscura… o esa tribu urbana que estaba tan de
moda unos cuantos años atrás, ¿cómo se llamaban: siniestros, góticos? Pero (se
preguntó nuestro hombre) ¿aún seguían existiendo? En todo caso, aquello no
explicaba la transformación. Tampoco en la actitud. Las gafas le daban un aire
de intelectual. Los abalorios en las muñecas, en la otra visión infantiles, en
este momento denotaban un propósito más profundo. Y ahora, en lugar de una
escoba, portaba bajo el brazo una caja con uno de esos artefactos mecánicos que
se pasean por toda la casa, se supone que limpiando, pero en realidad
persiguiéndote, chocándose con las paredes y generando imágenes escandalosas como
consecuencia de su interacción con gatos. Además, le parecía que, esta vez, la
chica era más morena. ¿Tenía un aire latino, tal vez?¿Era posible que seseara y
le hablara de usted? Porque en sus oídos no lo parecía.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Tú… tú…–balbuceó conforme la chica
se le acercaba, con las mismas dosis de serenidad y aparente indiferencia–. Tú
antes eras…<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¿Cómo?–replicó ella, tan vivaz como
afilada–. ¿Más joven?¿Una niña?¿Tú crees que yo era así? O, más bien al
contrario, ¿me querías ver así? De hecho, ¿quién te dice que no me estás
imaginando ahora de esta manera, y que es “esta versión” la que no es de verdad?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El hombre empezó a sentirse un poco
mareado.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Yo… No me líes… Lo que yo quería
decir…<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Ah, ¿con que te estoy liando? Ahora
resulta que la culpa es mía si no ves las cosas tal como son. Qué oportuno
todo. Odio la gente que simplifica los hechos mediante estereotipos.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El oficinista plantó una expresión
de disgusto.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Oye, que yo no me he metido
contigo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¿Ah, no?¿Cómo me has llamado
antes…? Oh, sí: rarita. ¿Tú te crees que se le puede soltar eso a alguien? A
una niña, además. Claro, y como me ves rarita, me tienes que imaginar con la
pinta que habrían de tener las raritas, o más bien lo que al señor le parece
“anormal”, como si él fuera la cosa más estable y equilibrada del mundo. Y por
eso me has puesto con esta ropa: que no es que tenga nada en contra, desde
luego, porque podría ser mucho peor… No, no, no sigas por ahí, cesa inmediatamente
de pensar eso –le apuntó con el dedo–, porque como vayas por ese camino vamos a
tener serios problemas tú y yo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Antes de que pudiera darse cuenta,
la chica se había sentado en la acera, a unos pocos centímetros de él. La forma
que tuvo de callarse de golpe le incitó (le obligó más bien) a agacharse junto
a ella y reproducir la misma postura.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–A ver, hablemos claro –enunció la
chica, rompiendo la paz del lugar como una bola de demolición en medio de un
concierto de ópera–. ¿Qué demonios haces aquí?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El hombre, que ya llevaba allí unas
cuantas horas, se descolocó:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¿Qué hago en…?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Aquí, en este momento, en este
lugar. A otras preguntas llegaremos más adelante.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Pues –cerró los párpados, cansado,
el hombre– el cajero se ha tragado mi tarjeta…<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>La chica bufó con toda la
contundencia que le fue posible. Tanto, que el oficinista creyó sentir que unas
gotas de saliva le caían en la mano.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¡A otro perro con ese hueso! Uno no
se queda toda la noche aguardando por una tarjeta que está protegida, o que
puede desautorizar en cualquier momento con una llamada telefónica al banco.
Todos esos “por si acaso” suenan muy bien para justificarse, pero, a la hora de
la verdad, tú y yo sabemos que no estás aquí por eso. De hecho, ¿cuánto dinero
tienes ahí? Si te quisieras largar para siempre, te importaría muy poco esa
cantidad.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El hombre iba a decir algo, pero, justo
en el momento en que su boca había alcanzado el máximo ángulo de apertura, sonó
un pitidito procedente del teléfono. La chica le miró casi de refilón desde el
otro lado de los enormes cristales de sus gafas.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¿No vas a contestar?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El oficinista se había llevado el
móvil a la mano. Negó taciturno con la cabeza.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–No. Creo que no.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>La muchacha inclinó la cara en su
dirección.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¿Qué es lo que ha podido hacerte
esa chica que ha sido tan grave?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Nuevo movimiento de cabeza.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–No lo entenderías.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¿Lo entiende ella?¿Se lo has
explicado acaso?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Ahora tocaba encogimiento de
hombros.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Ni siquiera me dejaría meter baza.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¿Ah, sí?¿Pero lo has intentado? Y
digo de verdad. No que te has encogido a la más mínima oportunidad sólo porque
a ella le gusta llenar los silencios. A lo mejor lo hace precisamente porque tú
eres el que no paras de crearlos.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Conforme lo decía, alzó el mentón
hacia arriba, señalando a la casa oculta bajo las persianas:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Es como lo de esa chica. Tu
prometida pensaba que era una prostituta; tú también lo has acabado creyendo.
Pero ¿tenéis ambos alguna prueba?¿Habéis valorado en otra posible
interpretación que explique lo que habéis visto?¿O habéis ido adecuando lo que
ibais observando a vuestro relato? Pues a lo mejor tú has hecho lo mismo con la
persona con la que te vas a casar. ¿Te lo has planteado en algún momento?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Esta vez no exteriorizó una negativa
a través de su cuerpo, pero el hombre que, aquella noche, pretendía dejarlo
todo atrás, realizó enérgicos aspavientos con su mente: <<¡No, no, no le
hagas caso!¡Es mentira!>>.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¿Crees que de verdad tiene lógica
esa manera de obrar?–continuó ella–. ¿Desaparecer así, sin más, sin dejar aclaración
alguna?¿Creerás que habrás ganado algo con eso?¿En realidad, habrá ganado
alguien nada?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Lo cierto es que los músculos del –ahora,
ya abiertamente– interrogado se encontraban cada vez más tensos. Le estaban
entrando unas ganas tremendas de huir. Sin embargo, para terminar de descuadrarle,
fue ella la que se levantó:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Volveré cuando tengas ganas de
dialogar sobre el tema. Cuídate mientras tanto.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>La chica, en efecto, se alejó
entonces, dejando a nuestro hombre más perplejo todavía que al inicio de la
conversación.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>De todos modos, mientras el oficinista
hablaba, la calle se había vuelto a animar. Se veía que grupúsculos procedentes
del entorno de la fiesta principal se habían desplazado hasta allí, quizá
atraídos por la comida o, simplemente, porque no tenían nada mejor que hacer y,
conforme se desplazaban a lo largo de la ciudad, se les iba añadiendo más gente.
Algunos iban disfrazados y otros, en cambio, dejándose llevar por el jolgorio,
la emoción, y el influjo creciente del alcohol, se habían quedado desnudos de
cintura para arriba, o en más o menos estructurados trajes de baño. Empezaron
los bailes, los juegos y las coreografías. De improviso, el movimiento había
vuelto a la calle, de manera alocada y caótica, como un mar embravecido. De
hecho, la multitud se había puesto a jugar con una pelota gigante de plástico (que,
por otra parte, nadie sabía exactamente de quién era, ni de dónde había salido)
la cual, con sus vivos colores, salía rebotada de un lado a otro, arrastrando
detrás a una muchedumbre que se movía en una trayectoria similar al movimiento
ondulatorio de las olas. En cuanto la bola se alzaba en el aire, la calle
contenía la respiración, para, en cambio, prorrumpir en gritos de júbilo cada
vez que la enorme esfera caía, y alguno de los participantes de este
improvisado juego impulsaba de nuevo el esférico hacia arriba.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Sin embargo, a pesar de la jarana,
de la alegría contagiosa que lo invadía todo, una inquietud creciente comenzó a
extenderse entre los jugadores de esta actividad, que no tenía mayor propósito
que el de pasárselo bien; y aquella sensación de intranquilidad nació conforme
algunos se notaron más ligeros, se palparon en sus bolsillos, y se dieron
cuenta de que habían desaparecido (quizá, porque alguien se los había sustraído)
sus móviles o sus carteras. Los participantes del multitudinario evento se
observaron cautos entre sí, dudosos de interrumpir un entretenimiento tan
simpático e imaginativo, prudentes antes de dar la voz de alarma, hasta el
instante en que uno de ellos avistó, con el rabillo del ojo, unos dedos ágiles
moviéndose entre la multitud, enroscándose alrededor de un objeto valioso. En
ese momento, su voz gritó:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¡Al ladrón, al ladrón!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Todas las miradas se vuelven,
entonces, al unísono, en dirección hacia donde ha señalado la acusación; el
hombre al que apuntan todas las miradas observa, de repente, cómo su mano está
situada en una posición tan inequívoca que, por mucho que le gustaría decir:
“No es lo que parece”, al final lo único que puede argüir, más para sus
adentros que de cara al exterior, es: “Ups”.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><a name="_Hlk132372754"><span lang="ES-TRAD">–</span></a><span lang="ES-TRAD">¡Es el
de la bicicleta!¡A por él!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El aludido, rodeado de dedos
admonitorios, y de un entorno que se aprecia hostil por momentos, decide inmediatamente
no defenderse de las acusaciones que se le imputan y, en cambio, salir rodando.
Aunque, probablemente, huir era lo más sabio que podía hacer, ya que de sus
propios bolsillos comenzaron a caer una nube de monedas y collares que, lejos
de eliminar las sospechas de latrocinio, las fundamentaron bastante. Ante la muchedumbre
enfervorecida, que había abandonado el juego de la pelota para afrontar una
nueva misión (la siempre más popular formación de una turba), el criminal trató
de escapar, pedaleando a toda velocidad sobre su bicicleta; sin embargo, ante
tal masa de cuerpos estorbándole, el ladrón consideró más adecuado –como única
salida frente a la barahúnda que le acosaba–, dejar el vehículo apartado a un
lado, y huir en cambio por una estrecha callejuela por la que pocos se atrevieron
a aventurarse. Primero, porque ahora los perseguidores se estorbaban entre sí
y, frente a este camino tan angosto, más brazos y piernas no constituían una
ventaja, sino una rémora. Además, algunos, al divisar el botín que había
quedado desparramado –como un reguero–, a lo largo del camino de huida del criminal,
se habían olvidado de todo lo demás, y dedicado a recoger las riquezas desperdigadas
por el suelo, obstaculizando cualquier acción coordinada por parte del gentío. Entre
eso, el hecho de que la organización de la marea humana se había disgregado, y la
imposibilidad de reanudar el juego, ya que la pelota de enormes proporciones
hacía mucho tiempo que había desaparecido (avanzando río arriba por encima de
la corriente de jugadores), estaba claro, para los que aún se hallaban por
aquella zona de la calle, que los incentivos para permanecer allá se habían
volatilizado. Por eso, poco a poco, y tras unos primeros instantes para
establecer prioridades, calcular puntos cardinales y marcar coordenadas de
destino, muchos de los allí presentes decidieron imitar a las cigüeñas en
invierno, y se dispusieron a viajar a latitudes donde pudieran continuar la
diversión. En consecuencia, el entorno volvió a vaciarse poco a poco,
retornando una vez más a un ambiente relajado y tranquilo, surgiendo sólo de
vez en cuando algún personaje aislado que, seguramente, había acabado ahí
despistado, y estaba deseando salir de aquel páramo a la máxima velocidad.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>La bicicleta, pues, en la que había
estado montado el ladrón, reposa abandonada, junto con una miríada de objetos
que han resultado esparcidos ante la huida de la multitud; enseres que, si un
arqueólogo los estudiase, dirían mucho acerca de la civilización que los había
dejado atrás. Pero, como decimos, ahora mismo sólo nos interesa la bicicleta, que
ha quedado caída y solitaria, iluminada de manera aislada por la pálida luz de
la luna. En ese momento, un nuevo personaje entra en escena. O, mejor dicho, un
personaje anterior, al que el resto habíamos perdido de vista por algún tiempo.
Se trata del mendigo que apareció unas cuantas escenas antes y le tomó el pelo
a nuestro oficinista, y que ahora ha regresado, entre tumbo y tumbo, de nuevo a
la escena del crimen. Se desplaza tambaleándose, con una botella de vino vacía
en la mano, que arroja a un lado en cuanto vislumbra la bicicleta. En el
momento en que se acerca a la misma, intenta subirse a ella, pero sus
movimientos bamboleantes le dificultan la acción: apoya un pie en un pedal,
deja caer este último, se desequilibra encima del vehículo, mantiene de forma
precaria la posición y, finalmente, avanza a trancas y a barrancas (más a unas
que a otras, porque siempre se desplaza hacia un lado, lo cual provoca que sus
primeras trayectorias sean circulares). Al principio la gente lo contempla con
indiferencia, más adelante con atención. En el momento en que empieza a
aproximarse a nuestro oficinista, éste se pone nervioso, porque se da cuenta de
que está cogiendo mucha velocidad, y más todavía conforme avanza hacia él. De
hecho, se levanta con premura al percatarse de que, aun dando bandazos a
izquierda y derecha, la trayectoria del mendigo sobre ruedas pasa
peligrosamente por su sitio… Pero entonces, el vagabundo parece retomar de pronto
el control del aparato, y no sólo eso, sino que se pone a hacer malabarismos
con el vehículo, apoyándose sobre la rueda delantera, y dando saltos como el
mejor equilibrista del lugar. Se pasa un buen rato en una auténtica exhibición
circense, digna de los mejores espectáculos de variedades, hasta realizar un
ligero pero bien calculado derrape a un lado, para continuación desmontar y
sentarse, de un elegante salto, justo al lado de nuestro hombre:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¿Cómo ha hecho usted eso?–preguntó
el oficinista, atónito ante tal demostración.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El mendigo agitó la mano hacia un
lado, como restándole importancia al suceso:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Oh, era campeón del mundo en mi
especialidad hace tiempo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Se agolpaban tantas preguntas en la
boca de nuestro individuo (las cuales, además, tenía dificultad para formular
de una manera que no sonara descortés o insultante) que le costó un rato
expresarse:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Pero, entonces… ¿cómo ha acabado
usted aquí… así… ahora…?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El mendigo no parecía entender (la
prosodia del oficinista, desde luego, no ayudaba), hasta que, al bajar la vista
para observar sus propias ropas, captó la intención final de su interlocutor, y
el sentido de su pregunta. Como toda respuesta, encogiéndose de hombros, con la
misma falta de relevancia con la que había tratado el fenómeno de haberse
erigido en el pasado como un deportista de talla internacional, sencillamente
manifestó:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Ah, eso. Fue la nube negra.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Luego volvió la vista hacia el
vendedor de kebabs y le espetó a nuestro hombre:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¿Oiga, me presta algo de dinero?
Con tanto ejercicio me ha entrado hambre.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El oficinista, atribulado y
perplejo, sin dejar de mirarle, le pasó unos cuantos billetes, pero lo hizo
como si estuviera en otro mundo. El vagabundo se alejó. Sólo entonces, muy poco
a poco, se le acercó a nuestro protagonista una persona por detrás. Se trataba
de la misma bruja que antes; sin embargo, ahora ya no era joven, y su piel era
todavía más oscura, de un tono africano. De hecho, presentaba una edad madura y
un aspecto cansado, junto a la escoba que, esta vez, era del tipo que usan las barrenderas.
En realidad, más que un traje de hechicera, su apariencia era la de una
empleada municipal. ¿Lo había sido todo ese rato? En cualquier caso, se la
mujer se aproximó con aire comprensivo hacia él.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Te has quedado muy pálido. ¿Hay
algo que te preocupa?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El oficinista calló. En efecto,
hasta él mismo sentía la lividez que mantenía en el rostro, y que se reflejaba
en una intensa sequedad de boca. Las palabras que había dicho el mendigo
parecían haberle golpeado como una onda sónica en la cabeza.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Sí… No… No sé decir… Es…
complicado. Resulta difícil de explicar.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Ambos se quedaron callados, un
cierto rato. Ella simplemente permaneció allí, como ofreciendo sostén si fuera
necesario, alguien a quien acudir a modo de primer recurso. Pero visto que
nuestro hombre no reaccionaba en ese sentido, la mujer se marchó con igual sigilo
y discreción. Una vez más, al oficinista, que esta vez permaneció sentado,
cubriéndose las piernas con sus propios brazos, como si tuviera frío, le
dejaron solo.<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span lang="ES-TRAD"><i><a href="https://emilio-tejera.blogspot.com/2024/01/una-novela-por-fasciculos-el-cajero-8-y.html" target="_blank">CONTINUARÁ...</a></i></span></p>Emilio Tejerahttp://www.blogger.com/profile/16693655548919889737noreply@blogger.com0Madrid, España40.4167754 -3.703790212.106541563821153 -38.8600402 68.727009236178844 31.4524598tag:blogger.com,1999:blog-4740953227341482868.post-56860187549359850252024-01-01T00:30:00.002+01:002024-01-01T00:30:00.137+01:00Una ronda de libros para enero: recomendaciones para regalos de Reyes<p style="text-align: justify;">Unas cuantas recomendaciones de regalos de Reyes, ya sea para otros... o para vosotros mismos, que el amor bien entendido siempre empieza por el cariño a uno mismo. Espero que alguno os cuadre:</p><p style="text-align: justify;"><b>-Conquistadores secundarios. </b>Muchos conocéis a Javier Traité (yo en concreto lo hice a través de <i>El condensador de fluzo</i>; por cierto, su estilo de escritura me recordó mucho a sus participaciones en el programa), pero quizá no sepáis de este divertidísimo libro en el que este autor escudriña a aquellos conquistadores que -más allá de Colón, Cortés y Pizarro- invadieron, saquearon y esquilmaron poblaciones al mismo tiempo que se perdieron, se tragaron toda clase de embustes y pasaron más hambre que el perro de un ciego. Cargado de ironía a la par que inspirado en las crónicas oficiales (las cuales con frecuencia pone en cuestión), nos muestra que la conquista de América fue menos una epopeya que un conjunto de equívocos, disputas absurdas y obsesiones -sobre todo, alrededor del oro- donde los españoles se comportaron de manera tan indómita como idiota. Hilarante a la vez que instructivo.</p><p style="text-align: justify;"><b>-Historia irreverente del arte. </b>El título del libro de Alberto Garín (subtitulado "De la caída del Imperio Romano de Occidente al final de la Edad Media") conduce en parte a equívoco. Porque no se trata de un texto que se tome a mofa el mundo del arte: al contrario, lo que hace es irse a las razones básicas por las cuales los distintos movimientos artísticos adoptaron ciertas maneras. Explica el origen de cúpulas, arcos ojivales o variaciones de la planta de las iglesias en función de las intenciones políticas, sociales y religiosas de las personas que ordenaron edificar estas estructuras, así como de la influencia mutua que los diferentes pueblos iban ejerciéndose entre sí. Un libro muy ilustrador acerca del origen de determinados conceptos, si bien la parte del románico (a lo mejor es porque no soy un fan de este estilo), o las genealogías de determinados reinos, no resultan tan interesante como otros apartados.</p><p style="text-align: justify;"><b>-El asesinato de mi tía. </b>Richard Hull fue ayudante de Agatha Christie, y se nota conforme uno lee esta novela, repleta de sutil ironía, implacable humor negro y un poco de ridículamente cómico costumbrismo británico. El argumento: el protagonista es un tipo perezoso, esnob y mezquino que depende por completo (a nivel económico) de su tía, insufrible, metomentoda y tan mezquina -a tenor de lo que cuenta su sobrino- como él. Entre ambos irritantes personajes tiene por fuerza que haber choques, pero llega un momento en que el protagonista considera que la única manera de resolver la situación es desembarazarse de su pariente. Sin embargo, va a comprobar que cometer un asesinato no es tan sencillo como uno hubiera imaginado. Para amantes del humor macabro y con un punto perverso.</p>Emilio Tejerahttp://www.blogger.com/profile/16693655548919889737noreply@blogger.com0Madrid, España40.4167754 -3.703790212.106541563821153 -38.8600402 68.727009236178844 31.4524598tag:blogger.com,1999:blog-4740953227341482868.post-66687388115171526542023-12-25T07:00:00.002+01:002023-12-25T07:00:00.142+01:00Dedicadas a Eduardo Galeano (XXI): Para qué están los nietos.<p style="text-align: justify;">Esta historia es real.</p><p><span style="text-align: justify;">Los nietos
yonquis cogieron el dinero del abuelo, tomaron también el tractor, y se fueron
a la ciudad para comprar droga.</span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Cuando volvían con el dinero ya gastado,
los dos, más tontos que hechos aposta (para que os hagáis una idea: a uno de
ellos, cuando estaba haciendo la mili, le dió un “yuyu” y pilló un tanque con
la intención de dirigirse a las Barranquillas), volcaron el tractor en mitad de la
carretera. Fue entonces cuando la guardia civil les pilló, y fue por eso por lo
que se enteró el abuelo.</p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><<¡Os habéis fumado el dinero
de mi entierro>>, bramó el abuelo, suspirando por lo que le había costado
adquirir tantos años. <<¡Me moriría aquí mismo, de no ser porque no tengo
sitio donde morirme!>>.</p>Emilio Tejerahttp://www.blogger.com/profile/16693655548919889737noreply@blogger.com0Madrid, España40.4167754 -3.703790212.106541563821153 -38.8600402 68.727009236178844 31.4524598tag:blogger.com,1999:blog-4740953227341482868.post-16013386838407796372023-12-18T07:30:00.002+01:002023-12-18T07:30:00.154+01:00Los libros de diciembre: tres ensayos<p style="text-align: justify;">-"Hijos del Nilo": el periodista Xavier Aldekoa, experto en África, traza un recorrido geográfico, histórico y humano a través del imprescindible río Nilo, desde sus míticas fuentes hasta su desembocadura. Viaja pues a través de Uganda, Sudán y Sudán del Sur, Etiopía y Egipto, no sólo relatando su pasado y su relación con el río que los vertebra, sino su presente y los retos futuros a los que han de enfrentarse. Esclarecedor, y todavía muy válido para entender la actualidad.</p><p style="text-align: justify;">-"La jirafa de los Médici", de Marina Belozerskaya, narra un conjunto de episodios alrededor de figuras históricas las cuales, por diversas razones, reunieron costosas y exuberantes colecciones de animales exóticos. Desde Ptolomeo Filadelfo hasta William Randolph Hearst, pasando por Pompeyo, Lorenzo de Médici, los emperadores Rodolfo y Moctezuma y Josefina Bonaparte, el libro explora la fascinación que producen en nosotros las criaturas vivas procedentes de lejanas tierras, así como nuestra cambiante relación con los animales y la forma en que éstos son considerados. Abundante en documentación, el libro no se detiene solamente en los zoológicos creados por estos personajes, sino que explora a fondo sus biografías, sus motivaciones, y también la de una gran cantidad de personajes que se implicaron en conseguir que las ciclópeas locuras de sus superiores lograran llevarse a cabo. Muy interesante.</p><p style="text-align: justify;">-"Viajes al otro lado del mundo". El naturalista y documentalista David Attenborough nos narra algunos de sus viajes de juventud a tierras lejanas: la Melanesia, Nueva Guinea, Australia, Madagascar. Allí se tropezará con animales sorprendentes y con grupos humanos con costumbres que le descolocarán. Attenborough mezcla la mirada del escritor y del humanista, del individuo que te muestra la naturaleza, y del que te relata también las dificultades técnicas para registrarla. También es una oportunidad de comprobar cómo ha cambiado la perspectiva acerca de la conservación del medio natural en las últimas décadas. Diría que más cautivador aún que sus documentales: además, las fotografías en este volumen, de "Ediciones del Viento", sirven para ilustrar las descripciones del autor, y visualizar lo que él está viendo.</p>Emilio Tejerahttp://www.blogger.com/profile/16693655548919889737noreply@blogger.com0Madrid, España40.4167754 -3.703790212.106541563821153 -38.8600402 68.727009236178844 31.4524598tag:blogger.com,1999:blog-4740953227341482868.post-67363860877159744162023-12-11T09:00:00.002+01:002023-12-11T09:00:00.142+01:00Las historias reales de diciembre: hilos a tutiplén<p style="text-align: justify;">Más hilos interesanes, para que podáis leerlos incluso los que estáis fuera de esa cosa llamada X: uno sobre <a href="https://threadreaderapp.com/thread/1710568025370275979.html" target="_blank">la entrada al infierno</a>; otro acerca de <a href="https://threadreaderapp.com/thread/1710928032645398628.html" target="_blank">cuando Madrid fue la capital de Armenia</a>; y un tercero en el que os desgrano <a href="https://threadreaderapp.com/thread/1730617813981643132.html" target="_blank">cuál es la historia más antigua que conocemos</a>. Espero que os llamen la atención, os hagan aprender un poco y, sobre todo, os diviertan. Un abrazo, nos leemos.</p>Emilio Tejerahttp://www.blogger.com/profile/16693655548919889737noreply@blogger.com0Madrid, España40.4167754 -3.703790212.106541563821153 -38.8600402 68.727009236178844 31.4524598tag:blogger.com,1999:blog-4740953227341482868.post-21905075191330988162023-12-01T09:00:00.004+01:002024-01-13T11:27:18.128+01:00Una novela por fascículos. El cajero (6)<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhuh1Bf5CK_v-hb9ylaogr1yJogLvJvpEUxXPsKZ0T_7We5FXqbVADlPF0lOi9adnyIhJQ-WaGehm8TKUr-T34c9pswFsmtrjB0-jkvyhDEOvUUCiiw7MkCCmhK4PS-LNVGTfbxtJfmW5Zzmb8NB8Tma7wGBb8KWQEF2HDE4fpxORBn6W4jYqjYGGAIpn0d/s2769/EL%20CAJERO%20-%20HIHG%20RES.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="2769" data-original-width="1821" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhuh1Bf5CK_v-hb9ylaogr1yJogLvJvpEUxXPsKZ0T_7We5FXqbVADlPF0lOi9adnyIhJQ-WaGehm8TKUr-T34c9pswFsmtrjB0-jkvyhDEOvUUCiiw7MkCCmhK4PS-LNVGTfbxtJfmW5Zzmb8NB8Tma7wGBb8KWQEF2HDE4fpxORBn6W4jYqjYGGAIpn0d/s320/EL%20CAJERO%20-%20HIHG%20RES.jpg" width="210" /></a></div><p><i>Retomamos la historia que empezamos <a href="https://emilio-tejera.blogspot.com/2023/07/el-relato-del-mes-una-novela-por.html" target="_blank">aquí</a> y cuya última entrega fue <a href="https://emilio-tejera.blogspot.com/2023/11/el-relato-de-noviembre-una-novela-por.html" target="_blank">ésta</a>. De hecho, volvemos a hallar al protagonista donde le dejamos, en el momento en que el caos se adueña de la ciudad.</i></p><p align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span lang="ES-TRAD">III<o:p></o:p></span></p>
<p align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span lang="ES-TRAD"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El oficinista se dio la vuelta, y
encontró al Arca de Noé desparramándose por encima de las olas en mitad del
diluvio.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Toda la ciudad se había convertido
en un caos. Sobre las calles se extendía una larga hilera de coches que habían
chocado entre sí, generando un maremágnum de faros rotos, carrocerías
abolladas, y humos procedentes de motores colisionados que emergían
desconcertados a la superficie. Y una vez más, como hacía un rato, cuando se
apagó de golpe la luz (aunque en esta ocasión por motivos distintos), un
vocerío de cláxones tronando al mismo tiempo, entrelazándose los unos con los
otros, instando a los demás coches a desplazarse, aunque cada auto podría responder
que para ello primero tendría que moverse el de delante. Pero no era la
cuestión del tráfico, o de las luces apagadas, o de la música de carnaval que
aún resonaba de fondo, la que más conmovió a nuestro hombre. Lo que más le llamó
la atención fue constatar –cosa de la que por supuesto se había dado cuenta,
pero a la que hasta entonces no le había concedido mayor importancia– que en
esa calle, además de máquinas destruidas y farolas apagadas, había gente... Seres
humanos en los que, por primera vez en mucho tiempo, se fijó con detenimiento,
y tuvo la oportunidad de contemplar su reacción...<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>La primera respuesta, en contraste
con el bullicio del instante anterior, fue la parálisis. Era como, si en mitad
de una composición musical, una nota hubiera sido entonada a destiempo y, por
tanto, el resto de los miembros de la orquesta se hubieran detenido para descubrir
dónde estaba el fallo. Desconocidos que, de común, nunca habrían posado la
mirada sobre sus vecinos, ahora se escrutaban entre ellos, en la oscuridad de
la nueva noche, sorprendiéndose de que en los cristales de las gafas de los
otros no se reflejara ninguna luz. Es curioso, pensó nuestro hombre, cómo el
ser humano nació entre tinieblas, y en cambio, lo desprotegido que se encuentra
ahora cada vez que no localiza en su entorno bombillas. Tras esa estupefacción
inicial, se produjo una primera fase de movimiento; pero no hacia ninguna
parte, sino anárquico, contradictorio, como un autómata que hubiera perdido las
órdenes que tenía asignadas en su cerebro positrónico, y no hiciera sino agitar
los brazos de forma mecánica e imprecisa. Más adelante, y como tercer paso, lo
que ocurre cuando la perplejidad se aúna con la incomprensión: todo el mundo se
plantea la misma pregunta. Y ésta es (ni más ni menos) qué hacemos ahora. Era
como si la muchedumbre presente –al igual que en aquella novela de H.G. Wells
en la que arriban a la Tierra los marcianos– hubiera perdido al unísono los
sombreros que portaban sobre sus respectivas cabezas, y éstos hubieran quedado
distribuidos de manera errática por las calles. Los interrogantes mentales se hicieron
tan sólidos que fue como si se pronunciaran: dónde estamos, de dónde venimos,
dónde podemos encontrar comida. Daba la sensación de que, junto con el apagón,
se hubiera presionado un botón, y a partir de ese momento la gente no recordara
el rumbo ni el propósito de sus acciones. Sólo más tardíamente comenzaron a actuar.
Y la reacción, una vez más, no fue desplazarse de manera decidida, sino inquirirse
entre sí. Qué habrá pasado, se preguntaban los transeúntes. Algún habitante de
este país donde aconteció el suceso (que, como otros muchos estados, también
tiene en cada esquina tres tertulianos profesionales que se ven con derecho a
opinar sobre todo) comenzó a echarle la culpa al gobierno; unos, más atrevidos todavía,
se pusieron a detallar punto por punto los protocolos y procedimientos que
debían seguirse a continuación, aunque en realidad sólo estuvieran especulando.
En un momento determinado, un par de los primigenios organizadores de este
nuevo mundo después del diluvio comenzaron a batirse a puñetazos por discrepancias
en el trayecto que debía seguir cada pareja de animales de camino al arca:
dicen que por una divergencia similar se crearon las fronteras y que, debido a
una fruslería de ese tipo, algún funcionario imbécil dibujó unas montañas a lo
largo de una marca delimitante entre dos países.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>No obstante, tras aquellas primeras
reflexiones, nuestro hombre desvió la atención de esos asuntos para volver bruscamente
al suyo, y en este momento es cuando en la narración se introduce de golpe una
dramática música de violines: la tarjeta de crédito se había quedado dentro. Y
eso significaba (para alguien que, en general, aprecia tanto que los
acontecimientos circulen por los cauces previstos) casi un colapso nervioso.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>La tarjeta se había quedado dentro.
Allí se concentraban todavía una buena parte de sus ahorros. No era que le
resultaran imprescindibles para seguir adelante: pero eran una pasta, hablando
alto y claro, cosa que nuestro hombre no solía hacer, ya que, incluso para sus
adentros, conservaba los eufemismos en el lenguaje. La cuestión (retomando una
vez más el problema) era que las circunstancias no eran como para
despreocuparse a lo tonto de la tarjeta. Y ahí entraba el dilema fundamental:
¿podía nuestro amigo confiar en los bancos? En eso se resumía la encrucijada, y
por tanto la entera situación.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Porque por un lado, se supone que
hay mecanismos de seguridad: protocolos, comprobaciones, sistemas que previenen
este tipo de eventualidades –como que las tarjetas, después de recuperarse la
electricidad, no puedan ser utilizadas por nadie que no tenga el número secreto–;<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>de no ser así, toda la civilización se
vendría abajo, como en el cuento de Asimov, donde la estructura social
desaparece después de un gigantesco apagón, aunque en este caso al apagón se le
denomine eclipse, y el operario incompetente se llame Dios. Pero Dios no es el
que está a cargo de las tarjetas de crédito, sino los bancos; por tanto,
máquinas; por tanto, dependientes de los hombres y, por tanto, falibles. Por tanto,
¿podía nuestro individuo a la fuga marcharse sin más, dejando abandonada su
tarjeta, y esperar con toda ingenuidad a que ésta no fuera empleada por nadie
en el momento en que retornara la luz? Y en todo caso, ¿cuándo demonios iba el
oficinista a volver, si tenía todavía las maletas en la mano, y su único
propósito, nada más terminar la operación bancaria, era marcharse de la ciudad
para siempre? En definitiva, ¿adónde iba a ir?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Y como no tenía respuesta a esta disquisición,
y porque no podía confiar en los dispositivos electrónicos, se quedó allí,
esperando. Y al hacerlo, y al no tener otra cosa de la que ocuparse, se puso
por primera vez en todo ese tiempo, en los numerosos días en que había acudido
a aquella esquina a lo largo de las últimas semanas, a fijarse en la calle; en
las personas que la moraban, como si fueran duendes, con sus pequeñas miserias.
Todos esos detalles, que describimos tan vívidamente en los capítulos
anteriores, y que, para nuestro hombre, habían pasado casi desapercibidos,
considerándolos, si acaso, una parte más del paisaje. Esta vez, nuestro
oficinista, sin embargo, pudo contemplarlos bajo un prisma distinto: en
realidad, desde un punto de vista excepcional. Y se empezó a interesar por
ellos como algo más que un motivo decorativo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Comencemos con el ruido de fondo,
que lo daban los tremendos y –todavía– continuos bocinazos. Fijémonos ahora en
esta calle de gran tamaño que pasa al largo del cajero donde está nuestro
hombre, la cual recorre longitudinalmente una buena parte de esta ciudad.
Pertenece, durante una amplia proporción de de este tramo, a un sector de
población humilde, compuesta en su mayor parte de inmigrantes y gentes de bajos
recursos: el barrio es aficionado a la fiesta, a la decoración extravagante, a
la mezcla de razas y a la diversidad de culturas, a ancianos paseando sosegados
junto a los escaparates, y a niños jugando animosos entre ambas aceras. A lo
largo de su trayecto, esta avenida se halla salpicada de un alto número de
pequeños comercios: bares, panaderías, tiendas de muebles, librerías,
supermercados y abundantes locales de baratillo; una jugosa pastelería se abre
un poco más allá, y un videoclub permanece abierto, resistiendo aún a la
extinción. Si a la animación habitual a la calle le unimos, además, la fecha
del carnaval, nos encontramos que había mucha gente a ambos lados de la
calzada, multitud la cual ahora, pasado el primer instante inicial de
confusión, se dispone a desplazarse de nuevo: algunos se alejan en dirección a
sus casas; otros, en cambio, andan interesados por el fenómeno del apagón, y se
ponen a departir con los desconocidos para contrastar la situación. En este
tipo de ocasiones, la gente se desinhibe; se atreve a conversar con una persona
a la que habitualmente ni saludaría. Se fraguan amistades breves, fugaces, y aun
así duraderas, de ésas de las que luego uno se dice, <<Qué tipo más majo
conocí aquella vez que me quedé parado en el ascensor, qué habrá sido de él>>.
O como cuando en un comercio de informática, donde nos encontramos imprimiendo
un trabajo de quinientos folios, tenemos que entrar en contacto mil veces con
la encargada, y nos preguntamos, <<Esta chica jovencita, con gafas, la
melena rizada, pelirroja quizás teñida, parece simpática>>, y en ese
momento te planteas que los encargados de las tiendas también tienen una vida,
y quizás un novio, y tal vez problemas, y gente que les disfruta o que les hace
sufrir, y razones para llorar a la luz intermitente del televisor todas las
noches… Nuestro hombre también se fijó en aquel peculiar edificio, el que hemos
denominado “portal de la silueta”, el cual, hace un par de párrafos, destacamos
en mayor proporción que a otros. Asimismo, también le llamaron la atención sus
habitantes, a quienes hasta entonces, tan sólo en unos breves retazos, había
contemplado de reojo desde abajo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Partamos de la planta inferior y
vayamos hacia arriba: por un lado, el restaurante chino, en el cual los diligentes
camareros, al menos de momento, seguían atendiendo las peticiones de los clientes
a pesar de la oscuridad reinante, tanto en el interior como en las terrazas. A
modo de solución pusieron unas velas –<<verás tú qué problema>>, aparentemente
había pensado la que debía ser la bisabuela de todos ellos, una anciana con
arrugas sobre las arrugas que bien podría haber sido la primera novia de
Confucio–, y lo cierto es que, mediante aquel apaño improvisado, se podía
fingir que los comensales (incluyendo los participantes de las insulsas cenas
de negocios) estaban celebrando una velada romántica. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Más arriba, a la derecha, el pianista.
Claro, sin luces, ha intentado tocar en la oscuridad, pero cede en cuanto no le
queda otro remedio que recurrir a las partituras. De todas maneras, no ceja en
su empeño. Tiene pinta de estar buscando por la casa alguna clase de objeto que
le aporte iluminación: una linterna, una vela. Se deja los ojos, se alumbra
precariamente mediante la luz del móvil, ¡por fin!, encuentra la linterna, pero
ahora se da cuenta de que no tiene pilas… Mientras tanto, en la habitación contigua,
siguen con las persianas cerradas, pero esta vez se oyen fuertes gritos; pese a
que nuestro oficinista se resista, la evidencia a favor de la teoría de su
novia es cada vez más fuerte. Adentro, por lo que se intuye, se hallan
discutiendo por razones de dinero. Casi puede oír los diálogos: la chica no
quiere seguir con el trabajo pues teme que el otro trate de arrebatarle los
beneficios logrados con el sudor de… bueno, de su cuerpo en general. Un poco
más arriba, la mujer en bata y zapatillas, cuyo marido, a pesar del apagón, se
marchó de casa hace un rato –seguramente por culpa de sus obligaciones
laborales–, se halla cosiendo sola. De vez en cuando se asoma a la ventana para
ver lo que acontece. “Quizá” (da la impresión de que suspira) “ese de abajo sea
él”. Pero de su marido, de momento, no da señales de vida.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Entre tanto, en la calle, se vuelven
más fuertes los rumores. Conectados mediante móviles (parece que este recurso
no ha dejado de funcionar), la gente –vestida de payaso, de vampiro, de guardia
de tráfico– se informa (habladurías, contactos, un amigo de un amigo de un
amigo, que por casualidad trabaja en la compañía telefónica). Dicen que el
apagón es general; que afecta a toda la ciudad; que va para largo, para muy largo.
Ante esa circunstancia, algunos adoptan determinaciones imprevistas. El primero
en hacerlo es el orondo dueño del puesto de kebabs.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¡Kebabs a un dólar!¡Kebabs a un dólar!
–o a un euro, o a diez pesos, o lo que sea equivalente en este caso. Con tal de
no perder dinero, y que no se le pudra la carne en los congeladores (por lo
visto, situados en un diminuto local cercano, el cual servía de soporte al
carrito, y al que el dueño del puesto se aproximaba de vez en cuando) el
práctico hombre de negocios pone en marcha la estrategia comercial más exitosa
desde el acto de rimar versos. El astuto plan funciona y, con rapidez de
vértigo, una multitud de transeúntes, atentos a la primera oportunidad que se
les presenta de obtener casi-cualquier-cosa casi-gratis –cualquier cosa, corrige
mentalmente el oficinista, contemplando los grasientos y amarillentos kebabs–,
se lanza en tromba sobre la comida, que el comerciante vende ya por la calle, cargadas
ambas manos, las cuales se esfuerzan con todos los dedos disponibles en
intercambiar salsa y carne en dudoso estado de salubridad por dinero. Nuestro
oficinista se queda parado, a pesar de la estampida. Para ser sinceros, le ha
entrado hambre. No ha cenado todavía, pero la idea que menos entusiasma ahora
mismo es entremezclarse con una miríada enajenada de gente, menos aún para
comer un kebab.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¡Vamos!–le incitó el turco, quien
le observaba por encima del enjambre que le cercaba, y se empeñaba en ofrecerle
comida con el mismo ímpetu con que le animaba esa misma mañana<a name="_Hlk130820519">–</a>. ¡Sólo un dólar, amigo!, ¿quién le va a vender una
oportunidad así?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>La frase no es que estuviera
formalmente muy bien enunciada –las oportunidades se conceden, no se venden–,
pero el hombre lo achacó al desconocimiento que el dueño del negocio tenía aún
del idioma… O tal vez no. En todo caso nuestro hombre prefería aguardar a que
las cosas se tranquilizasen, y que la insaciable turba, una vez conseguido alimento
barato, se volviera a dispersar en todas direcciones (allá afuera, de fondo,
seguía resonando el ruido de la fiesta, pues el apagón ni mucho menos había detenido
el carnaval, sino que lo había exacerbado) y por fin le dejaran solo. En efecto,
no pasó mucho tiempo: la nube de transeúntes hambrientos ubicados en aquel
momento en el cruce había hecho acopio de kebabs, y el gentío decidió que tenía
cosas más interesantes que hacer en cualquier otro lado. La calle, pues, no
quedó vacía, pero sí a un nivel normal para aquella hora de la noche, quizá con
una afluencia similar a la que habría tenido un día de diario. En el ambiente,
sin embargo, subsistía todavía la agitación propia de una plaga de langostas
que ha arrasado con todo a su paso. Aquella situación a nuestro protagonista le
afectaba, y le obligó por un momento a sentarse y descansar.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD"><<Vamos a ver>>, trató de respirar sin hiperventilarse
el individuo de nuestra historia, mientras recopilaba la poca información de la
que disponía: <<ésta es una situación excepcional; en las situaciones
excepcionales, por definición, siempre hay bullicio y problemas. Es
inconcebible esperar menos de eso. Al fin y al cabo, no podemos desear que todo
el mundo se volatilice en mitad de la noche>>, sopesó el hombre delante
del cajero. <<Aunque eso, en realidad>>, suspiró con una
resignación tan melancólica como desesperanzada, <<me encantaría>>.
Así que el oficinista se sentó en un escalón que daba a la entrada de la
sucursal bancaria donde se hallaba localizado su cajero, y allí, sin otra
ambición que aguardar a que se restableciera la ciudad del apagón y se encendieran
las luces, simplemente esperó…<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El oficinista se fijó en los
comercios que estaban abiertos a ambos lados de la calle donde se hallaba.
Algunos de ellos directamente cerraban, si es que no se encontraban clausurados
antes como consecuencia de la hora. Otros, en cambio, vivían la ocasión de sus
vidas, ante el reciente curso de los acontecimientos: así pues, una tienda de
aparatos eléctricos, la cual vendía linternas, bombillas, y cualquier cosa que
funcionara con pilas, no tenía mayor motivo para hacer una caja excepcional en
carnaval, salvo que, claro está, se produjera un fallo eléctrico generalizado.
De hecho, una tienda de ese mismo tipo, con las persianas bajadas unos cuantos
minutos antes, fue abierta <i>ex profeso</i> por su dueño, quien acudió
especialmente para la ocasión. Un comercio de frutas y verduras, regentado por
un par de indios, mientras tanto, seguía ejerciendo su labor de manera
disciplinada, con la única dificultad de localizar la fruta en medio del oscuro
local. En concreto, la problemática se veía acrecentada por un grupo de chavales
que metía de manera agitada dentro de la tienda (a pesar de los esfuerzos en
contra de los comerciantes), sin duda esperando sacar algo en claro, y por
supuesto gratis, de aquella bendita situación. Al tiempo, en el lado contrario
de la acera, el joyero de mirada callada se mantenía expectante, pero sin hacer
nada. Asemejaba dudar a cada segundo, y a cada paso, llevándose las manos a la
cabeza –iluminado por una idea prístina–, o volviendo a colocar el puño sobre
el mentón, meditando reflexivamente. Daba la impresión de que no tenía muy
claro qué hacer: si cerrar, si abrir, si mantenerse allí… Probablemente se
preguntaba si la alarma antirrobo que tenía puesta dependía o no de apagones. <<Otro
que no se fía de las modernas tecnologías>>, caviló nuestro hombre,
mascullando levemente para sus adentros. Atrapados ambos dos por la misma
circunstancia adversa. Ni siquiera le miró, porque aquel acto le parecía tan
maleducado como excesivamente evidente.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Aparte de todo eso, había un extraño
aroma flotando en aquel ambiente, y nuestro individuo se estaba dando cuenta. A
estas alturas, todo el mundo se hallaba, bien organizando la manera de actuar a
continuación, bien marchándose a toda velocidad de allí, ya fuera para
salvaguardar sus bienes más preciados, o a reunirse con sus seres queridos. En cualquier
caso, se estaba produciendo fluctuación y –salvo casos como él, el del joyero o
el del vendedor de kebabs– mucha aceleración y trasiego. Menos desde un determinado
rincón. El hombre volvió la vista. Se trataba de una chica. De unos diez a doce
años; nuestro protagonista no sabría decir. Se le daba muy mal calcular las
edades. Adolescente o pre–adolescente. De colegio de los que llevan uniforme;
se le notaba incluso aunque su atuendo en aquel instante fuera un disfraz de
brujita. Vestía unas gafas redondas, enormes, que si no hubieran sido
transparentes le habrían ocultado la mitad de la cara. Llevaba un sombrero
puntiagudo, ropas casi enteramente negras, salvo unos cuantos detalles
(calcetines blancos con rayas rojas, por ejemplo, o unas pulseras plateadas), y
cargaba a su lado una escoba. Se encontraba allí, de pie, sin más, con la
vestimenta de bruja algo desordenada, como si se la hubiera puesto su madre por
la mañana de cualquier forma para no llegar tarde al colegio, y la hubiera
arrastrado de esta guisa todo el rato hasta mostrarse delante de él de esa
forma tan estrafalaria y desaliñada. Allí, contemplándole. Escudriñándole
fijamente.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Eh, tú –llamó el hombre a la chica–.
Sí, tú –añadió al ver que la bruja no se daba por aludida–. ¿Qué estás mirando?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>La muchacha se encogió de hombros.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Ven, acércate –la instigó el oficinista.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>La niña, con pinta de que hubiera
respondido lo mismo a esa orden que a cualquier otra, se acercó con un paso
similar al de un pato afectado de una ligera cojera. Se plantó delante y le
siguió mirando.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¿Dónde están tus padres?–preguntó
el oficinista.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>La chica volvió a ejecutar un gesto
ambiguo mientras replicaba:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¿Dónde están los tuyos?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El hombre enarcó una ceja.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Es una buena respuesta. Aunque algo
impertinente.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>La niña asintió.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¿Reconoces que eres impertinente?–planteó
nuestro individuo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–No, claro que no.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¿Entonces, por qué asientes?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>La niña se encogió de hombros de
nuevo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–A la gente le gusta que le den la
razón; por eso, si asientes, se quedan normalmente más tranquilos. Yo me niego
a decirles que aciertan cuando están equivocados, así que prefiero mover la
cabeza para no discutir. Ellos son los que interpretan el signo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El hombre frunció el ceño.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Tú eres la rarita del colegio,
¿verdad?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>La chica asintió, pero, después de
lo que había comentado antes, el oficinista no pensó que aquello quisiera decir
nada bueno. Aun así, la muchacha contestó:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Eso dicen algunos.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¿Quiénes lo dicen?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Creo que la gente que es más rara
que yo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El hombre arrugó la cara.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Definitivamente, eres muy
antipática.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>La joven volvió a asentir.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Más o menos como tú –sentenció.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">–¿No te han dicho que no se debe hablar así a los mayores?–replicó
el oficinista, enfadado.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">–Me enseñaron que tampoco se debía hablar de cierta manera a los
niños.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">–Está claro que eres una brujita sabelotodo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">–No, qué va, voy de espejo; por eso, todo lo que crees que parece
erróneo, quizá se debe a que lo ves en ti –proclamó la niña, en el tono altivo
que había mantenido desde el principio-. Por cierto, ¿de qué vas tú?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">–De nada –contestó desabrido el hombre–; no me gustan los
disfraces.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">–¿Por qué? –la pregunta sonó seca, abrupta, insoslayable.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">–Me parecen una cosa muy extraña.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">–Más extraño es estar en medio de un carnaval sin disfraz.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">–Vale, mira, para ti, voy de muro, ¿de acuerdo? De pared. O sea,
que haz como si no hablaras conmigo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">–No, qué va: no vas de pared, y ni siquiera de espejo. Vas de
cristal. Puede verse a través de ti, y te crees invisible, pero tus
pensamientos se transparentan por completo <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>–sentenció la niña, y se dio la vuelta,
desplazándose a grandes zancadas, con sus piernas embutidas en calcetines de
colores y zapatos de pico. El oficinista la miró con desdén conforme se
alejaba, y soltó un bufido cuando, tras la esquina de un callejón, la muchacha
desapareció de su vista por completo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El hombre se quedó otro rato allí
sentado. No ocurría ningún suceso de consideración. La gente, con sus móviles
iluminados en medio de la oscuridad, iba abandonando el lugar en un lento goteo.
Un grupo de jóvenes disfrazados hablaban de continuar la fiesta en otro sitio:
incluso exploraban sobre las nuevas posibilidades que la oscuridad podía
proporcionarles. Un par de policías habían llegado a la zona para controlar que
el tráfico no se convirtiera en un caos, pero al constatar que la inmensa
mayoría de los coches habían decidido tomar vías alternativas, marcharon hacia
un rincón donde hicieran más falta. Poco a poco, nuestro hombre se estaba
quedando solo, si por solo entendemos en compañía del joyero (quien seguía
parsimonioso en su lugar, sin afectarse por el aburrimiento que a nuestro
hombre le oprimía), del vendedor de kebabs –el cual tenía menos clientela, pero
todavía mantenía buen ritmo–, y, en ese mismo momento, de un vagabundo que
apareció por la única bocacalle que nuestro protagonista no tenía controlada en
su campo de visión. El vagabundo vestía una raída gabardina y un sombrero
ajado, y portaba una botella envuelta en papel de cartón de la que daba
continuos y apasionados tragos. A la vez que hacía esto, el hombre, más que
caminar, bailaba en una extraña danza en la que paseaba entre farolas y aceras
como un Gene Kelly entusiasmado al descubrir que ha dejado de llover y la
ciudad se ha vaciado de coches. En un momento determinado, sin embargo, el
hombre tropezó con una de las múltiples basuras que el caos originado por el
apagón había dejado distribuidas por el suelo. Ese tropiezo le llevó a resbalar
sobre una superficie deslizante (¿los restos de una fruta a medio devorar,
quizás?), y el individuo empezó a girar sobre su propio talón en una danza
frenética.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¡Me caigo, me caigo, me caigo…!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El oficinista se quedó hipnotizado,
mirándolo. El vagabundo se estaba a punto de desplomar, pero nadie hacía nada
para rescatarlo. Así hasta que finalmente, el vendedor de kebabs sacó a nuestro
protagonista su aturdimiento, gritándole en un tono estentóreo:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¡Pero qué hace, hombre!¡Usted está
más cerca y yo no puedo abandonar mi <i style="mso-bidi-font-style: normal;">puesta</i>!¿Por
qué no lo ayuda?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El aludido iba a protestar, pero se
dio cuenta de que, en verdad, no parecía que el cajero se fuera a poner en
marcha en un buen rato. Así que, a pesar de su reticencia a apartarse tan
siquiera un instante de sus proximidades, tras un segundo de vacilación, se
acercó al vagabundo, el cual seguía exclamando: <<¡Me caigo, me caigo, me
caigo…!>> y (aun con la dificultad, para el oficinista, de seguir
portando la bolsa de mano colgada del hombro) agarró al indigente de las
solapas del abrigo con el objetivo de sujetarlo, notando el tacto de muchos
años de suciedad en la prenda de vestir conforme lo asía. Entonces el mendigo, exhibiendo
una boca con unos huecos tan evidentes en la dentadura como los de una flauta
travesera, se dejó caer hacia su espalda, permitiendo que su salvador le
sostuviera en posición inclinada, mientras le dedicaba una amplia y
espeluznante sonrisa y remataba:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Me caigo… hacia la eternidad…<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El hombre, indignado, soltó al
mendigo, quien recorrió el escaso trayecto que le separaba del suelo y, lejos
de lamentarse, se estrumpió de un ataque de risa. El vendedor de kebabs también
se reía.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¡Jaja, amigo!¡Ha caído!¡Es el
cuarto que cae esta semana!¡Lo hace siempre que pasa por aquí, y esta vez le ha
tocado a usted!¡Es gracioso!; ¿verdad que sí? –disfrutó dando palmas con las
manos y compartiendo su chiste con el vecindario, incluyendo el joyero, que expuso
desde su atalaya una tímida sonrisa–. ¡Venga, amigo!, ¿por qué no se ríe?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Ja, ja –soltó el oficinista con
sarcasmo, para volver a sentarse en su hueco en la acera. El vagabundo se
levantó, limpiándose el polvo del suelo, mientras el vendedor de kebabs se
acercaba al desabrido vigilante del cajero.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¡Vamos, amigo!, ¿por qué no se ríe?
Le falta un sentido del humor –dijo, obviando la incorrección gramatical–. Tenga,
tome un kebab.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Por última vez, no, no quiero un
kebab.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¿Pero qué le pasa, hombre? Está
usted de merros… ¿cómo se dice? De morros todo el rato.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El oficinista se sentó en la acera,
asqueado. A pesar de que el vendedor de kebabs trató de mostrarse empático al
colocarse a su lado, el individuo a un cajero pegado le volvió la espalda.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Tengo mis problemas –espetó.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¿Qué problemas, hombre? Es viernes,
es día de fiesta -reclamó el vendedor extranjero, cuyo uso del idioma alternaba
pifias inexplicables con períodos en que parecía expresarse como un nativo con
apenas acento-. Parece sano, está en una buena edad… ¿Qué le pasa?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El interpelado iba a replicar algo,
pero sus labios se interrumpieron a medio camino al constatar una vibración
procedente de su bolsillo. Se trataba de su móvil. Lo miró. Tenía varios
mensajes de su prometida, de los que no se había percatado antes. Cerró el
móvil de nuevo y lo guardó en el bolsillo. El dueño del puesto de kebabs, ahora
sentado a su lado, le miraba de reojo. Si había percibido la relevancia o la
naturaleza del contenido de los mensajes, no lo transmitió en su cara.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Tengo un problema –retomó el hilo
el oficinista. Al principio dudó sobre si debía comentarlo. Incluso, en su
paranoia, pensó que, si lo revelaba, a lo mejor el vendedor de kebabs trataba
de apoderarse de su tarjeta de crédito. Pero luego desechó aquella sospecha (el
comerciante estaba tan pegado a su negocio como él al edificio del banco), y se
dijo que, quizás, si se lo comentaba a un segundo cerebro, éste le propondría
una alternativa mejor a esperar a que volvieran las luces–. Se me ha quedado la
tarjeta dentro del cajero.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¿Ah, eso? Pero no pasa nada. Eso el
lunes vas al banco y se la pides, y ya está.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El oficinista agitó la cabeza.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Ya, pero es que… no me fío.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Aaaah… No se fía –el hombre se
inclinó hacia él–. Tú no tienes pinta de fiarte de mucha gente, ¿no?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El otro negó con la cabeza y casi se
rio.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–No, desde luego que no –levantó la
ceja, mordaz.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Pero venga, no vas a perder tiempo
por tomarte un kebab conmigo. No vas a estar ni a diez metros de tu querido
cajero, lo tendrás a la vista todo el tiempo. Anda, toma uno conmigo. La casa
invita.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El oficinista, incapaz de encontrar
una excusa aceptable por la que rechazar el regalo, se volvió lívido. En su
incongruencia, ni siquiera fue capaz de balbucear unas palabras para
disculparse, y sólo negó enfáticamente con la cabeza. En el mismo momento en
que lo hizo, resonaron un par de pitidos. Eran un par de nuevos mensajes que
entraron en el móvil como fulgurantes destellos.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El vendedor de kebabs se levantó,
ofendido. Mientras lo hacía, miró por encima del hombro a nuestro hombre y,
señalando con la barbilla el teléfono, casi escupió (con marcado acento) una
dura imprecación:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¡Desde luego, si alguien, un
viernes de carnaval, tiene una chica escribiendo, y se pasa la noche amarrado
al cajero de un banco, está claro que tiene problemas!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>A continuación, el turco se situó a
un par de metros de distancia de donde se hallaba el otro individuo y cruzó
enfurruñado los brazos. Se hizo de nuevo el silencio. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Sin embargo, el ambiente no
permaneció mucho tiempo tranquilo. A los pocos minutos, se escuchó un ruido
chirriante por encima de las calles mojadas (entre otros motivos, a causa de la
profusión de líquidos procedentes de las bebidas de la gente había dejado caer
en el suelo). Entonces, apareció una figura sorprendente. Se trataba de una
mujer en bicicleta que portaba encima, a sus espaldas, una especie de
estanterías acopladas a su cuerpo. Lo más chocante de todo es que aquellos
armaritos móviles, cerrados, cubiertos por paneles de cristal, contenían
libros, de tal manera que su estampa parecía la de una biblioteca rodante. Y
cuando se detuvo, colocó el seguro de la bicicleta, abrió las puertas de los
anaqueles y exhibió su contenido de papel y derivados delante de la (todo hay
que decirlo) escasa concurrencia sobre el asfalto.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span><a name="_Hlk134134754">–</a>¡Librería
móvil!¡Librería móvil!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>A continuación, empieza el show.
Música de un equipo portátil, luces de colores a lo largo de unas extravagantes
prendas de vestir (que provocan que la conductora dé el pego con un arbolito de
navidad), y unas grandes gafas colocadas en la coronilla. No se sabe muy bien
si las lentes están ahí como consecuencia del carnaval, si es que la librera
ambulante las lleva todos los días, o si esa forma de colocarlas es la habitual
en determinadas circunstancias, como cuando –al igual que en este momento– saca
una kilométrica chuleta y comienza a enumerar:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–¡Tenemos aquí la mejor selección,
la más elegante, la más exclusiva, con títulos en constante actualización y
reposición! Para los que llevan siempre encima todos los accesorios de
seguridad, nos hemos hecho con “El arpa de hierba” y un par de biografías
escritas por Stefan Zweig. Para los amantes de la velocidad, tenemos la
colección completa de los thrillers de la doctora Scarpetta y de Aníbal Lecter;
hemos perdido un par de novelas de Camilleri en las últimas curvas (¿quizá han
sido asesinadas?), pero, a cambio, de repente han aparecido como por arte de
magia varias antologías de Neil Gaiman. ¡La cosa es que tenemos de todo y para
todos los públicos… cuentos infantiles y también, ejem, novelitas subidas de
tono!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Mientras desplegaba su material
sobre una mesa portátil (cuyo origen era también desconocido), y colocaba
encima de la tabla brillantes novelas eróticas de color rosa casi fucsia junto
a unos cómics con portadas de violencia más que explícita, la mujer abría la
gabardina con mil precauciones mientras bisbiseaba su contenido a los curiosos
que se iban acercando:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Pero el material bueno de verdad está
aquí escondido. Venid más cerca, que no nos vean. Tengo lo más prohibido: filósofos,
economistas… Versiones clásicas de los cuentos infantiles, historias de amor
donde los personajes no son tóxicos y a pesar de todo se quieren… Libros para
adultos, como éste de Gloria Fuertes… Un ensayo sobre la censura y la cultura
de la cancelación que estuvo varias semanas en la lista de <i>best-sellers</i>
del New York Times…<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Más transeúntes se aproximaban,
intrigados. La comerciante desplegaba su género con la pericia de un vendedor
del Gran Bazar:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Esto te va a encantar: un libro
rompedor, contra el sistema. Lo publica una editorial muy reconocida. Y también
lo tengo en audiolibro, narrado por, ¿cómo se llama?, esa estrella de la tele...<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Conforme la gente hojeaba los
libros, la librera se sacaba otro conejo de su chistera. Casi literalmente
porque, de huecos inimaginables dentro de su gabardina, extrajo una especie de
paneles de cartón de la altura de una persona.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Y luego tenemos el consultorio
particular. Dime quién eres, tus cuitas, tus últimas y tus favoritas lecturas,
y te digo lo que necesitas.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Era gracioso escuchar, en el
exterior del confesionario particular que había montado, a partir de los
paneles de cartón y un par de sillas, sus recomendaciones finales:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Libros de humor. Uno detrás de
otro.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">–Te lees este libro. Y después lo relees. Una, otra, y otra vez.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Yo sé que tú quieres este libro,
pero lo que tú necesitas es este otro.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Coge éste. Terminarás superjodido.
Luego este otro. Empezarás a ver la luz. Y el tercero: allí, llegarás al punto
de la esperanza. Ahí entenderás por qué cada paso ha sido necesario y por qué
el camino ha merecido la pena.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Entonces, dentro del pequeño
habitáculo entró nuestro hombre. Sin embargo, mostraba un aire timorato, como
si no quisiera estar ahí:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–No soy mucho de leer, la verdad.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Eso no es problema: nunca es tarde
para empezar. Ya se sabe, aquel que pasa una vida leyendo no pierde una vida,
vive mil. Bueno, cuéntame tus vicisitudes.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El hombre empezó a hablar. Al
principio le costó; más adelante (quizás por encontrarse ante una completa
desconocida a la que seguramente no volvería a ver jamás, un efecto muy similar
al de confesarse en una iglesia anónima), empezó a darle detalles. La
propietaria de la librería móvil escuchó muy atentamente, y se fue poniendo
progresivamente más azorada. Al final, cuando el individuo terminó su alegato,
la mujer agitó la cabeza de un lado a otro:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>–Tú necesitarás un libro. No uno,
muchos. Pero eso será más adelante. Ahora requieres ayuda, muchísima ayuda,
pero de otro tipo. Tiene que venir de personas. Y no soy yo la que puedo
proporcionártela.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Nada más dijo esto, se levantó,
desarmó el confesionario, empacó los libros en la estantería, reintegró a su
posición inicial el tenderete que había montado y marchó en su bicicleta, con
tal exhalación, que casi cabía dudar de que hubiera pasado por allí. Los
clientes que aún merodeaban alrededor del conjunto se quedaron impactados por
aquella desaparición tan brusca, que instaba a creer que la llegada de la
biblioteca móvil había sido un sueño, o el recurso literario de alguno de los
escritores cuyos libros acababan de adquirir los clientes, volúmenes los cuales
eran la única prueba de que lo que habían vivido era real. Aunque quien se
hallaba más desazonado de todos ellos era nuestro oficinista, el cual se quedó
preocupado por lo que le había comunicado la vendedora de libros. Porque,
aunque su fuero interno se empeñaba en desdeñar aquel críptico mensaje, por
dentro no paraba de darle vueltas…<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>De repente, sin embargo, una serie
concatenada de ruidos les hizo a muchos dar la vuelta, y girar la cabeza hacia
arriba. No obstante, estos sonidos no venían del cielo, sino del edificio de la
silueta que hemos mencionado antes. Procedían en concreto del piso de las persianas
bajadas, donde empezaba a escucharse el estruendo de vajilla rota y de trompazos
en las paredes. En el apartamento de al lado, el pianista se hallaba tan
descolocado que al principio se le vio paralizado, atenazado a una de las
sillas. Luego, tras unos instantes de vacilación, se levantó hacia la pared
contigua y la golpeó un par de veces; la primera de modo suave, y la segunda,
con mucha más contundencia. Pero como continuaban los gritos y los sonidos
desasosegadores, el joven se inclinó hacia la parte contraria de la habitación
para agarrar el teléfono. Mientras tanto, las voces se elevaban de tal modo que
podía captarse cómo la chica pedía ayuda y cómo otros vecinos se hallaban
intentando abrir la puerta del piso, lo cual sin embargo no daba la impresión
de servir para nada, puesto que el hombre del interior (ya había quedado muy
claro que había un hombre dentro) se negaba a dejar pasar a nadie. Desde la
calle, empezó a arremolinarse un grupo alrededor del edificio, como si los
congregados estuvieran presenciando un partido de fútbol, aunque en realidad
ver, lo que se dice ver, atisbaban más bien poco: eso sí, los aullidos eran
cada vez más estentóreos. Por suerte, a pesar del apagón y de las demás
circunstancias, la policía no tardó demasiado tiempo en personarse en la escena
a través de un coche que, con la urgencia, aparcó en mitad de la acera. Un par
de agentes bajaron con prisa del vehículo y subieron por las escaleras (qué
remedio), provocando ya de paso la alteración de los comensales de la terraza
del restaurante chino. Se escuchó de pronto un estrépito, aunque esta vez de
naturaleza distinta; la multitud, ávida de conocimiento sobre lo que estaba
pasando, trataba de interpretar cada mínima variación de sonido para dilucidar lo
que ocurría allá adentro. Después de un rato, no obstante, la caja de los
misterios se reveló y salieron los dos policías escoltando a un fornido
individuo de mirada enrabietada al que trasladaban esposado. Mientras tanto,
las persianas del apartamento se levantaron por fin y se vislumbró la silueta
de una mujer que, evidentemente (incluso desde abajo se distinguía), había
estado llorando mucho en las últimas horas, aunque todas las miradas iban
dirigidas a un ojo morado. La mujer se asomó a la estrecha terraza del piso
para ver cómo los policías desplazaban al hombre arrestado y lo introducían en
el vehículo. Mientras, al otro lado de la barandilla que separaba sus dos
terrazas, el pianista miraba a su vecina y amagaba con decir algo, incluso
estiró la mano para hacer un gesto… Sin embargo, la joven se dio la vuelta de
nuevo hacia el apartamento y el pianista se quedó allí, mudo y estático, en
mitad del tiempo y de ninguna parte. Al fin, con mirada compungida, retornó a
su piano, aunque no transmitió la impresión de tener e deseo de tocar nada. La
multitud en el exterior, entre tanto, fue dispersándose cabizbaja, al tiempo
que unos cuantos miraban con cara de tristeza el apartamento donde había
surgido el problema, en el cual habían vuelto a bajarse las persianas. Se hizo
un vasto silencio que, durante muchos minutos, nadie fue capaz de conjurar…<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span lang="ES-TRAD"><a href="https://emilio-tejera.blogspot.com/2024/01/una-novela-por-fasciculos-el-cajero-7.html" target="_blank">CONTINUARÁ...</a></span></p>Emilio Tejerahttp://www.blogger.com/profile/16693655548919889737noreply@blogger.com0Madrid, España40.4167754 -3.703790212.106541563821153 -38.8600402 68.727009236178844 31.4524598tag:blogger.com,1999:blog-4740953227341482868.post-26875489571043707062023-11-27T09:19:00.004+01:002023-11-28T09:45:36.807+01:00Las historias cortas de noviembre. "Qué haríamos sin las señoras...", segunda parte<p><span style="text-align: justify;"><span> </span>Esto ocurrió, hace no demasiado
tiempo, en uno de estos barrios castizos típicos de Madrid.</span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span> </span>Una señora, con bata de boatiné y
con rulos, se dispone a irse a dormir a su cama. Y entones, para su sorpresa,
se encuentra a un lagarto, de medio metro de envergadura, de color verde,
tumbado sobre su cama, con los ojos fijos sobre ella, como preguntándole,
“¿Qué, te metes por fin, o tengo que esperar mucho más? Que ya tengo sueño”.</span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span> </span>La señora, completamente alucinada,
no sabía lo que hacer. Recurrió entonces al único método que se le ocurrió en
este momento: cogió el primer spray que tenía a mano (ella le llamaba “flu-flu”:
el problema es que no se trataba de insecticida, sino de limpiador para el
polvo) y lo roció, como si se tratara de nieve, encima del lagarto; eso sí,
manteniendo las distancias. Flu-flu la primera vez, flu-flu la segunda, y el
lagarto, nada, ni inmutarse, no se iba ni se movía, tan sólo sacaba la lengua,
como volviendo a preguntar: “¿Pero te dejas de chorradas o qué? Métete de una
vez en la cama”.</span></p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span> </span>Así que la señora, agotada de
recursos, asió con una mano el teléfono, y llamó, efectivamente...</p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span> </span>No, no a la policía ni a los
bomberos ni a la perrera. Tampoco a hijos, sobrinos, familiares o vecinos.</span></p><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="text-indent: 35.4pt;"><span> </span>A Telemadrid.</span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span> </span>La combinación de España profunda y
mundo globalizado, es tan peligrosa como la de fundamentalismo islámico y alta
tecnología armamentística.</span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span> </span>(Al final, resultó y todo que el
lagarto era especie protegida).<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span> </span>(Otra versión de la historia dice
que en realidad, la señora estaba acojonada, y lo que pasa es que les había
llamado porque no tenía el número ni de la policía ni de los bomberos, sólo el
de Madrid Directo).<o:p></o:p></span></p>Emilio Tejerahttp://www.blogger.com/profile/16693655548919889737noreply@blogger.com0Madrid, España40.4167754 -3.703790212.106541563821153 -38.8600402 68.727009236178844 31.4524598tag:blogger.com,1999:blog-4740953227341482868.post-24522114008379746522023-11-20T09:00:00.002+01:002023-11-20T09:00:00.139+01:00Las historias reales del mes: otra ronda de hilos de Twitter (expuestos para los que no son de Twitter)<p style="text-align: justify;">Más historias que espero que encontréis apasionantes: sobre <a href="https://threadreaderapp.com/thread/1672877783494586368.html" style="text-align: justify;" target="_blank">una carta que probablemente causó la muerte a la mayor parte de los implicados</a> en la misma<span style="text-align: justify;">, el sorprendente relato del <a href="https://threadreaderapp.com/thread/1677956161834713088.html" target="_blank">Vasco de la Carretilla</a>, y las <a href="https://threadreaderapp.com/thread/1680505438087835648.html" target="_blank">peripecias de una mujer</a> que se inventó una trola del quince para un problema del cuarenta. Que lo paséis bien con ellas.</span></p>Emilio Tejerahttp://www.blogger.com/profile/16693655548919889737noreply@blogger.com0Madrid, España40.4167754 -3.70379029.4663774403527654 -38.8600402 71.367173359647239 31.4524598tag:blogger.com,1999:blog-4740953227341482868.post-11276534374904992032023-11-13T09:20:00.000+01:002023-11-13T09:20:14.098+01:00La película de noviembre. Homenaje a "Sinopsis de cine", de Ángel Sanchidrián.<p style="text-align: justify;"><span style="color: #050505; font-family: arial;"><span style="background-color: white; white-space-collapse: preserve;"><i>Recordaréis que alguna vez os he mencionado </i>Sinopsis de cine<i>, un proyecto desarrollado por el escritor <a href="https://m.facebook.com/profile.php/?id=100044620261303&name=xhp_nt__fb__action__open_user" target="_blank">Ángel Sanchidrián</a> a través de Facebook (y más tarde mediante dos libros), en el que hace resúmenes descacharrantes de toda clase de películas habidas y por haber. El otro día vimos un film que requería explayarse sobre sus cualidades artísticas dignas del la Academia Cinematográfica de Alpedrete, y qué mejor que explicarla a través de un tributo a ese estilo que tantas risotadas nos ha provocado. Allá va: que os haga tener ganas de ver la peli... o no. </i></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="color: #050505; font-family: arial;"><span style="background-color: white; white-space-collapse: preserve;"><i></i></span></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhWsHvamUS8fFtrYAbxWc6nIGiws90FwSMcOlJ35rbT9SJsspM2ii64D0aC4Zr_E5VvpknASL_RP-j8TEoBez-FBvcNJQoeOqXQ2VY566-u55ys2Img8ppe1B4Yu8M0cRvoDqiKTgrCnlpRSdikVYxrzuGnkNfieKF9n8qvLuSi9gT7VrhEwNSB63af8dl8/s1600/MV5BMzFkMTQyZDAtOTU4My00OWRkLTk0ZTAtZWU4ZDdiNTU5N2Y5XkEyXkFqcGdeQXVyMTA3MDk2NDg2._V1_.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1600" data-original-width="1200" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhWsHvamUS8fFtrYAbxWc6nIGiws90FwSMcOlJ35rbT9SJsspM2ii64D0aC4Zr_E5VvpknASL_RP-j8TEoBez-FBvcNJQoeOqXQ2VY566-u55ys2Img8ppe1B4Yu8M0cRvoDqiKTgrCnlpRSdikVYxrzuGnkNfieKF9n8qvLuSi9gT7VrhEwNSB63af8dl8/s320/MV5BMzFkMTQyZDAtOTU4My00OWRkLTk0ZTAtZWU4ZDdiNTU5N2Y5XkEyXkFqcGdeQXVyMTA3MDk2NDg2._V1_.jpg" width="240" /></a></div><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="background-color: white; color: #050505; white-space-collapse: preserve;"><span style="font-family: arial;">Bueno, pues hoy hemos visto "Willy's Wonderland" y os vamos a contar un poco.</span></span></p><div class="x11i5rnm xat24cr x1mh8g0r x1vvkbs xtlvy1s x126k92a" style="background-color: white; color: #050505; margin: 0.5em 0px 0px; overflow-wrap: break-word; white-space-collapse: preserve;"><div dir="auto" style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial;">La película va de Nicholas Cage, que se le estropea el coche y acaba en el típico pueblo de Estados Unidos donde lo más divertido que te puede pasar es ver un arbusto rodando. Entonces a Nick, que de pelas anda como el bolsillo de Elon Musk después de comprar Twitter, le ofrecen que se <a style="color: #385898; cursor: pointer;" tabindex="-1"></a>pase limpiando una noche un parque infantil mugroso y abandonado, mezcla de un Toys R Us chungo y del típico McDonalds, y así paga la reparación. Lo que ocurre es que el pueblo está maldito, y que el parque infantil está lleno de criaturas demoníacas que quieren comerse a la gente, pero al precio que están los mecánicos, ni tan mal. Además, los pueblos malditos en EEUU son como la comida basura: son sus costumbres, y hay que respetarlas, y podría ser peor y tener piña.</span></div></div><div class="x11i5rnm xat24cr x1mh8g0r x1vvkbs xtlvy1s x126k92a" style="background-color: white; color: #050505; margin: 0.5em 0px 0px; overflow-wrap: break-word; white-space-collapse: preserve;"><div dir="auto" style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial;">Pero Nick Cage no se achanta: si ha sido capaz de pasar por los peores garitos de Hollywood, incluyendo sus propias películas, podrá con esto. Así que se pone a currar con un horario prusiano: cincuenta minutitos limpiando, descanso, una latita de Red Bull, unos jueguitos en las maquinitas, y de vuelta al tajo. Si le aparece un robot mecánico con forma de cocodrilo que quiere matarle, él no altera su programación: el convenio es el convenio, y si no te gusta, protéstale al sindicato. Los monstruos son un variadito: está Fonso el León Loco, Rita la Hormiga Taradita, el lagarto Juancho después de su reunión de Alcohólicos Anónimos, Julia Roberts antes de cobrar el cheque, y la mitad de los muñecos de José Luis Moreno. En medio se mete una pandilla de criminales juveniles que quieren ayudarle, pero Nicholas Cage anda muy metido en su empeño de ser el actor mejor pagado por palabra, y ha conseguido batir el récord aunque le hayan dado el sueldo en caramelos.</span></div></div><div class="x11i5rnm xat24cr x1mh8g0r x1vvkbs xtlvy1s x126k92a" style="background-color: white; color: #050505; margin: 0.5em 0px 0px; overflow-wrap: break-word; white-space-collapse: preserve;"><div dir="auto" style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial;">La película está muy bien porque tiene de todo: su maldición relacionada con psicópatas, su secta de aldeanos que entrega a los forasteros a la muerte (porque para eso están los forasteros), y la típica parejita adolescente que se pone a darle a la gominola en medio de un lugar lleno de monstruos homicidas, porque, total, es el mismo ambiente que el Hogar del Jubilado, y no es que haya muchos sitios en la aldea para frungir como monos locos.</span></div></div><div class="x11i5rnm xat24cr x1mh8g0r x1vvkbs xtlvy1s x126k92a" style="background-color: white; color: #050505; margin: 0.5em 0px 0px; overflow-wrap: break-word; white-space-collapse: preserve;"><div dir="auto" style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial;">Los actores están muy bien porque son casi todos amateurs y aun así actúan tan bien como Nicholas Cage, y los efectos especiales son las atracciones descartadas de la última verbena de tu pueblo, pero con algo menos de roña, que es lo que le da calidad a la película.</span></div></div><div class="x11i5rnm xat24cr x1mh8g0r x1vvkbs xtlvy1s x126k92a" style="background-color: white; color: #050505; margin: 0.5em 0px 0px; overflow-wrap: break-word; white-space-collapse: preserve;"><div dir="auto" style="text-align: justify;"><span style="font-family: arial;">Te la recomiendo si te gusta frungir como monos locos o cumplir un horario prusiano de acuerdo al convenio.</span></div></div>Emilio Tejerahttp://www.blogger.com/profile/16693655548919889737noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4740953227341482868.post-82858196277245085722023-11-05T21:30:00.006+01:002023-11-19T11:22:30.674+01:00El relato de noviembre. Una novela por fascículos. El cajero (5)<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEieTZSPOXCR-ZQAwiZTSBq1uxPJmD9mX8i_8c9tA20BQ75sTuVMwmjwY_4Sa3_jfn-BY8Zb5Mn0yD6DVsWG4L_Px7BpE-ZPd_pWNiFD9vwBG8JMOd09fbgS8Wvulo-bsQSEIWlUBfK39B8U14acqS5dcKhKMc9g9gRS_Ts13nbowiwxv7eNpTZ0olYxGCRa/s2769/EL%20CAJERO%20-%20HIHG%20RES.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="2769" data-original-width="1821" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEieTZSPOXCR-ZQAwiZTSBq1uxPJmD9mX8i_8c9tA20BQ75sTuVMwmjwY_4Sa3_jfn-BY8Zb5Mn0yD6DVsWG4L_Px7BpE-ZPd_pWNiFD9vwBG8JMOd09fbgS8Wvulo-bsQSEIWlUBfK39B8U14acqS5dcKhKMc9g9gRS_Ts13nbowiwxv7eNpTZ0olYxGCRa/s320/EL%20CAJERO%20-%20HIHG%20RES.jpg" width="210" /></a></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: arial;"><span style="background-color: white; color: #333333; font-style: italic; text-align: justify;"><br /></span></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: arial;"><span style="background-color: white; color: #333333; font-style: italic; text-align: justify;">Aunque esta sección casi parezca una narración independiente, se trata de la continuación de la historia que empezó </span><a href="https://emilio-tejera.blogspot.com/2023/07/el-relato-del-mes-una-novela-por.html" style="background-color: white; color: #336699; font-style: italic; text-align: justify; text-decoration-line: none;" target="_blank">aquí</a><span style="background-color: white; color: #333333; font-style: italic; text-align: justify;"> y cuya última entrega puedes encontrar </span><a href="https://emilio-tejera.blogspot.com/2023/10/el-relato-de-octubre-una-novela-por.html" target="_blank">acá</a><span style="background-color: white; color: #333333; font-style: italic; text-align: justify;">.Tranquilos, que todo se acaba relacionando.</span></span></div><p></p><p align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span lang="ES-TRAD">II</span></p><div>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> El enfermero se situó ante la puerta
del hospital y, mientras oteaba el mundo exterior (que incluía los ajardinados
paisajes, imbuidos en el sosiego de la noche, interrumpidos tan sólo por la
intempestiva presencia del parking), encendió un cigarrillo. Aspiró el humo
gris unos instantes: luego, al apercibirse del sonido de pasos, arrojó el
cigarrillo al suelo y lo apagó. Una enfermera de pelo rubio, veintipocos años y
coleta se colocó al otro lado de la puerta, apoyándose sobre el umbral.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –¿Qué?–le inquirió la muchacha–. ¿Un
descansito?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> El otro realizó un gesto
despreocupado.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Claro. Estaba pensando irme al
Caribe, pero me da el tiempo justito antes del cambio de turno. Y, como no me
quieres llevar a cenar o al cine, pues me tengo que conformar con la luna y las
estrellas.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> Ella no dijo nada; simplemente
emitió una enigmática expresión, y siguió mirando al cielo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –¿Cuándo vas a salir conmigo de una
vez?–pasó el chico de las sutilezas al ataque directo–. Te lo llevo pidiendo
más de una semana, y sigues empeñada en partirme el corazón. ¿Piensas decirme
que sí algún día?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> La joven giró la cabeza, con la sonrisa
pícara de un duende. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Saldré contigo, en cuanto dejes de
fumar.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> La frase fue enunciada en un tono en
apariencia neutro, aunque, para su interlocutor, recordó a la voz sugerente,
tan común en el cine clásico, de una atractiva mujer fatal.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –¡Vamos!–respondió el enfermero
escéptico–. No puedo creer que te niegues únicamente por eso.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> Ella se encogió de hombros.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Prueba… y verás.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> El enfermero se quedó muy quieto,
con los labios entreabiertos, oteando su mirada, mientras la mujer, sin perder
esa cómplice mueca en su rostro, volvía la vista de nuevo hacia la luna, y
hacía como si se olvidara de él.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> El enfermero, muy paulatinamente,
sacó de su bolsillo un chicle de nicotina.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> Comenzó, mientras ella se reía, a
masticar…<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> Pasaron unos cuantos minutos. El
sonido de los grillos constituía una alfombra de bienvenida que tapizaba la
entrada al hospital. Ambos seguían allí, detenidos, contemplando las estrellas,
como si aguardaran una señal.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> El silencio se quebró cuando, más
que nada, por romper el hielo, él elevó al cielo la típica pregunta:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –¿Qué tal ha ido el día?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> La chica se encogió de hombros:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Hoy me ha tocado en la 203. Ya
sabes. La habitación de la chiquilla que tiene cáncer.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Ah, sí... Una pena. Es muy joven.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Pues en el momento en que estaba
trayéndole la comida, había dos personas que habían venido a visitar al
paciente de al lado: una era una señora mayor, la otra una muchacha joven.
Mientras yo hacía mis cosas, la chica enferma ha dicho, <<Tengo frío>>,
y justo yo andaba agobiada de tanto calor como hacía; ya sabes, la maldita
calefacción de este hospital, que siempre la ponen a tope. Entonces, la señora
mayor ha respondido, sin venir a cuento de nada, porque en realidad no se
dirigían a ella: <<Pues yo no; es más, lo contrario, tengo mucho calor>>.
A continuación, la muchacha se ha puesto muy triste, porque había quedado muy
claro que la causa del frío que sentía era que estaba enferma... Pero en ese
momento, la chiquita joven que había acudido a visitar al paciente de al lado
ha añadido: <<Yo también estoy helada. Es que en mi familia hemos sido
siempre muy frioleros>>. Y le ha sonreído. Entonces, la chica con cáncer
ha recuperado la sonrisa (estaba muy claro que la otra lo había dicho para
reconfortarla, pero tal vez precisamente por eso sonreía), y ha contestado: <<Sí,
en efecto, en mi familia hemos sido siempre muy frioleros también>>.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> Se volvió hacia su compañero:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –¿Qué te parece?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Una vela encendida en medio de la
oscuridad que sufre esa pobre muchacha. Yo no soportaría encontrarme en su
pellejo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Sí; que te toque una afección como
ésta, cuando tienes toda la vida por delante, es una putada. Pero bueno, una
vez te ha caído la maldición encima, no tienes más remedio que soportarlo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> Su interlocutor negó con la cabeza.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Yo no lo haría.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –¿El qué?¿Cómo?¿Quieres decir…? –vaciló
cuando empezó a entender.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –No –prosiguió, indiferente, con su
razonamiento el otro–. A mí me resultaría imposible aguantar tanto tiempo como
ella, sabiendo que todos te miran, pendientes del más mínimo paso, y no actuar
al respecto. Antes haría cualquier otra cosa.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –¿Qué dices?¿Me estás afirmando en
serio, con esa tranquilidad, que te suicidarías?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –No, no –agitó la cabeza–; de eso no
sería capaz. Me faltaría valor para ello.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Pues entonces, no veo que te quede
ninguna alternativa.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Sí hay una.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –¿Ah, sí?¿Cuál, listo? –se plantó
retadora ella.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Una muy sencilla. Llamaría al
asesino de suicidas.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> La enfermera soltó una carcajada
que, en medio de la pureza de la noche, sonó clara y límpida.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –¿Asesino de suicidas?¿Esa coña que
se inventó tu supuesto amigo el periodista sobre el tipo que, a cambio de una
cierta gratificación económica, te proporciona “el empujoncito” para abandonar
este mundo, incluso fingiendo que es un accidente para que la familia pueda,
por ejemplo, quedarse tranquila sobre tu muerte, y además cobrar el seguro de
vida?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –¿Lo de supuesto va por lo de amigo,
o por lo de periodista?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –A estas alturas no creo que exista.
Ni el asesino de suicidas, ni tu “supuesto amigo”. De hecho, no creo que tengas
amigos.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Pensaba que te había convencido de
que, aparte del dinero, al tipo le interesaba también el derecho de la gente a
morir con dignidad. Aunque su cobardía (o la dificultad de hacerlo ellos
mismos, con todo lo que implica para las familias) les negara la posibilidad de
ello. La libertad de elección de la gente y esas cosas –empezó a exponer cual
consabida letanía–. Como el enterrador que no siente pena al arrojar tierra a
la cara de un cadáver, sino que tan sólo cumple con su obligación. O que opina
que no está matando a alguien, sino que se encuentra ayudándole en el tránsito
a una nueva vida. Que no te juzga, no ofrece rollos de falso salvador ni
moralinas: simplemente procura que todo ocurra de la forma menos dolorosa y más
reconfortante posible. Incluso aunque crea que la chica está cometiendo un terrible
error cuando permite que su novio, el lanzador de cuchillos, falle el tiro a
propósito para de esa manera ahorrarle el último trago de sufrimiento. ¿Te
acuerdas lo que te comenté sobre el dilema de mi amigo, evaluando si aquello
estaba bien o estaba mal, si yo debía denunciarle o recomendarle en cambio que
pidiera una subvención?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Cuéntame otro rollo, anda –repuso
la mujer escéptica–, que ése está muy gastado.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Pues el caso –indicó el enfermero,
cambiando de pierna de apoyo– es que justamente tenía otra historia curiosa que
contarte acerca de mi amigo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –¿Algo que me pueda interesar?–preguntó
ella con aire desafiante, mientras se apartaba el pelo de la cara.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Oh, es acerca del cuentasueños.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> La enfermera arrugó el ceño.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –¿De qué coño me estás hablando?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> El otro masticó el chicle con aire
divertido.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –El cuentasueños. Un tipo que es
capaz de ponerse en trance al lado de alguien que está durmiendo, y describir
lo que está soñando.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –¿Y eso para qué narices sirve?¿A
quién le interesa lo que sueña tu vecino de cuarto?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Le interesa, por ejemplo, a las
últimas personas a las que ha prestado su servicio: unos padres cuyo hijo está
en coma desde hace años, y que de esa manera pueden conocer las ensoñaciones de
su retoño.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">La enfermera le contempló con una mirada sorprendentemente más
crédula de lo que cabría pensar.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Me estás vacilando.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –No –respondió el enfermero con aire
suficiente–: me lo contó mi amigo el periodista.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Te lo estás inventando para hacerte
el interesante y llevarme a la cama.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –No; me lo contó para poder hacerme
el interesante y llevarte a la cama.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –No te lo crees ni tú.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –¿Que te voy a llevar a la cama o
que es cierta mi versión?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Ambas cosas; pero, en particular,
me refería a lo segundo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> <a name="_Hlk118397871">–</a>¿Es que
habría mucha diferencia entre tu versión y la mía?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Pues en mi opinión, muchísima.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Yo no creo que haya tanta.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> La enfermera se quedó súbitamente
sin respuestas.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –En todo caso, ¿de qué va eso de leer
sueños, y la conspiranoia de la dominación mundial y todas esas mierdas?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> El enfermero ignoró el sarcasmo y se
apoyó contra la pared.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Por lo visto, mi amigo se lo
encontró un poco por casualidad. Ya sabes que trabaja en la sección de sucesos
del periódico.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Tu amigo trabaja en la sección de
lo que te da la gana según te convenga.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Lo que provocó aquel fenómeno –le
explicó el enfermero, poniéndose místico– fue, en realidad, el primer reportaje
que hizo sobre el caso. Ya te imaginas, accidente de coche deja en coma a niño,
padres se quedan todo el día a su lado sin saber qué hacer, lo típico en esta
clase de ocasiones. La crónica fue publicada, y flotaba la sensación de que la
cosa se iba a quedar ahí. Sin embargo, un par de días después, apareció por el
hospital un hombre de edad madura, de origen africano. Según mi amigo, llevaba
ropas sencillas, un aire majestuoso, y una mirada que daba la impresión de
contemplar constantemente el infinito, hasta cuando estaba enfilando tus ojos.
Decía que había leído el artículo por casualidad, en el momento en que se
hallaba a punto de emprender un viaje a un lugar muy lejano; no especificó
dónde, aunque indicó vagamente que hacia el este. Pero que, al descubrir la
noticia, y creer que podía echar una mano, había decidido personarse allí. No
pidió en ningún momento dinero. No solicitó nada, salvo un sillón en el que
sentarse a meditar. Durante dos días con sus noches, se quedó al lado del niño,
vigilado por el personal del hospital, que no las tenía todas consigo respecto
a este asunto. Sin comer ni beber, simplemente reflexionando, con los ojos
cerrados. Finalmente, tras ese tiempo, medio deshidratado, alzó los párpados… y
comenzó a narrar.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> ˃˃Los sueños que describía eran más
bien caóticos, anárquicos. Eran los sueños de un chico que llevaba varios meses
sin salir al aire libre, y que por tanto no tenían por qué guardar relación con
el mundo real… en comparación con la conexión habitual que suele mantener el
sueño con la vigilia, les explicó el hombre. Les desgranó los detalles de las
fantasías de su hijo: decía que imaginaba inacabables prados; que soñaba con
colores, incluso con sus padres de vez en cuando, aunque aparecieran en retazos
breves e inconexos. En esa clase de apreciaciones se notaba (decía mi amigo el
periodista) que las narraciones del africano eran realistas: no trataban de ser
consoladoras para su familia, ni tampoco de describirles un mundo coherente.
Los sueños son bizarros, confusos: no hubiera tenido sentido que, en el espacio
onírico del niño (o como quiera que se llame eso), éste se encontrara con sus
padres en un mundo de paz y felicidad. Eso hubiera sido en realidad el sueño que
ambicionaban sus progenitores. Sin embargo, y a pesar de que el hombre no pidió
en ningún momento dinero, los médicos no creyeron en su buena fe. Por eso, los
integrantes del hospital le colocaron al individuo electrodos para medir sus
ondas cerebrales y ese tipo de cosas que hacen los neurólogos, ya les has
visto. Y el caso es que, según cuenta mi amigo, las ondas cerebrales del
cuentasueños se parecían sospechosamente a las del chico en coma… aunque el
hombre se encontraba por supuesto despierto, pese a que, según los análisis, debería
estar durmiendo de modo profundo. Pero allí estaba, hablando, de la misma forma
en que lo hacemos tú y yo, mientras los padres le escuchaban embelesados.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> La chica clavó una nota mental en un
corcho imaginario, como recordatorio para preguntarles luego a los médicos
acerca de si era posible aquello de las ondas cerebrales. Sin embargo, antes
que nada, cuestionó:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –¿Cómo demonios era capaz el tipo…?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Nadie lo sabe. Mi amigo el
periodista le preguntó al africano, pero por lo visto fue bastante parco al
respecto. Y de lo que me explicó, yo no me acuerdo del todo. Se supone que
argumentó algo acerca de desiertos lejanos, de la quietud del silencio, de
aprender a escuchar con autenticidad. De los espíritus arrepentidos de los
muertos que vagan entre las dunas de noche. Decía (no sé si me acuerdo) algo
acerca de que, siendo sinceros, comunicarse con los muertos no es posible. Sí,
puedes escucharles y preguntarles cosas, pero eso no significa necesariamente
que te vayan a hacer caso y responder. Ya resulta bastante difícil, decía el
anciano, que los hombres actúen como pretendemos cuando están vivos, menos aún
cuando han pasado al otro barrio. La mayor parte de ellos, defendía el hombre,
están obsesionados por cosas diminutas que se dejaron atrás. Detalles que a
nosotros nos resultan insignificantes y hasta estrambóticos, pero que para
ellos son los más importantes del mundo. Dónde se quedaron las llaves de la
cocina. ¿Desenterró alguien el esqueleto del perro en el jardín? Si la familia
canceló el contrato con la lechería, o que nunca te juntes con los primos del
otro lado del valle. Decía el cuentasueños que era por eso por lo que, en el
momento en que leyó la noticia del chico en coma, huía a un lugar recóndito, un
refugio donde no pudiera contactar ni con los vivos ni con los muertos. Pero
que, antes de aislarse, deseaba hacer este último favor especial. El problema
es que, entre todas las pruebas que los médicos le hicieron al hombre para
detectar si mentía, también le encontraron un cáncer de hígado.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –¡Ostras!–replicó la enfermera. En
puridad, dijo otra palabra–. ¿Y qué pasó entonces?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –El hombre se estaba muriendo, y lo
sabía. Se negó a cualquier tipo de tratamiento. Pero los más desesperados eran
los padres del chico: el africano ofreció a la pareja la posibilidad de seguir
observando los sueños del niño a través de los suyos propios. Decía que no
tenía tiempo para enseñarles el método con el que poder “atraparlos” (así lo
denominó, “atraparlos”) por ellos mismos, pero que, mediante un tipo de hierbas
que él conservaba, serían capaces de leer su mente y, a través de ella,
atisbar, como en el fondo de un túnel, lo que se cocía en el cerebro de de su
hijo. Les explicó que al principio tendrían que hacerlo de esa manera; después,
desgranó, tras mucho tiempo leyendo su mente (incluso cuando la enfermedad le
hubiera dejado inconsciente y ya no pudiera hablar) podrían acceder
directamente, sin necesidad de intermediarios, a la de su hijo. Declaró que era
todo lo que les podía darles: también, que no era una maniobra exenta de
riesgos. Explicó que, cuando vives los sueños de otras personas, una parte de
ti queda ocupada por esas fuerzas invasivas. Decía que las fantasías te
envuelven, enraízan en ti, se empiezan a confundir con la realidad y con la luz
del día. Y advertía de que lo peor de todo eran las pesadillas: que a partir de
entonces, nunca podrías cruzar una esquina sin saber si iba a aparecer detrás
el monstruo más letal. Manifestó que algunos no pueden volver a reengancharse a
la vida; que, aunque lo pretendan con todas sus fuerzas, la presión de los
sueños es tan aplastante que son incapaces de escapar. Ante esas perspectivas,
los padres del niño discutieron: la madre estaba asustada, paralizada por el
miedo. Instaba a su marido a volver a casa, retomar de nuevo la actividad
cotidiana, salir del aquel bucle, recuperar una rutinaria vida normal. El
padre, en cambio, esgrimía que no había nada allá afuera que le atrajera: que
lo único que ansiaba era intuir aunque fuera una pequeña fracción de lo que
estaba pensando su hijo. Defendía que, en caso de duda, prefería quedarse
enredado en el universo de los sueños, a permanecer encerrado en la angustiosa
cárcel del mundo real.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –¿Y qué decían los médicos?–tiraba
del hilo la enfermera, cada vez más intrigada.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Observaron las hierbas que les
había entregado el africano, y no pudieron deducir gran cosa del contenido de
las mismas: sabían que incluían algunos opiáceos, con lo cual no podían deducir
si serían capaces de conectar al padre del niño con los sueños, o solo crearían
cierta clase de ilusión durmiente. Desde luego le induciría una especie de
trance, o si prefieres decirlo de coma, que hasta podría interferir con la
respiración. Sin embargo, los médicos creían ser capaces de estabilizar su
estado, hasta de un modo permanente. Pero la pregunta, aparte del tema
económico, y del personal por parte del padre (quien amenazaba con quitarse la
vida si no le dejaban hacerlo), era si era ético llevarlo a cabo. Un médico
preocupado por estas cuestiones, también la presupuestaria, expuso que, ante el
riesgo de suicidio por parte del progenitor, pero asimismo, frente al peligro
de que quedara constreñido en un mundo de pesadillas del que no pudiera huir,
casi sería mejor inducirle el coma y retirarle toda asistencia vital justo en
el instante máximo de felicidad, para que así al menos disfrutara ese último
momento feliz.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Qué cínico, ¿no? Como tu amigo el
asesino de suicidas.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Hay muchas maneras de verlo. En
ambos casos. Yo prefiero considerarlo una visión alternativa.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –¿Y qué ocurrió entonces?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –¿No decías que esta historia era un
invento mío?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Ay, no seas imbécil. Si me has
mentido todo este rato, puedes seguir un poco más hasta el final.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Al cuentasueños le indujeron un
coma la semana pasada, y se encuentra en la misma habitación del hospital,
junto al niño. Los doctores no saben cuánto tiempo tardará en matarle en cáncer
ni si (en el caso de que las cosas que ha dicho sean ciertas) ese tiempo sería
suficiente para permitirle al padre contactar directamente con su hijo tras la
muerte del africano. Los padres se han divorciado, y la mujer se ha marchado a
su casa. Los del hospital aún andan a tortas entre sí y con el padre acerca de
lo que deben hacer a continuación. Y mi amigo dice que no tiene ni idea de qué
pensar sobre este asunto, ni sobre lo que él haría de encontrarse en el pellejo
de cada uno de los implicados. ¿Tú qué opinas?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –No lo sé. No me gustaría tener que
decidirlo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> –Yo tampoco. ¿Entramos en el
hospital?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"> Accedieron de nuevo por la puerta de
urgencias, hacia la sala de enfermeros, y se encontraron allí con sus
compañeros, Hola de nuevo, Qué tal estáis, como va todo, Ah, pues aquí andamos,
sin más, normal, qué es lo que habéis estado haciendo allá afuera, Eso es
secreto, lo que hagamos o lo que dejemos de hacer fuera del hospital es cosa
nuestra, Uy, que nos estamos poniendo nerviosos, a saber cómo se lo han pasado,
fíjate, si les veo hasta sudorosos, Anda, cállate y no digas tonterías, La
guardia normal, bien, aburrida, más de lo previsto, bueno, una excepción, aquí
el amigo, que se ha traído champán, ¿Champán?, Sí, es por el nacimiento de mi
niña, y como me ha tocado a mí de guardia, pues nada, he traído esta botella, a
ver si lo celebramos un poco, Pero cómo vamos a beber champán en mitad del
servicio, Va, déjalo, sólo van a ser un par de sorbos, y total, ahora mismo no
está viniendo nadie, además, ya sabes cómo va esto, si llega algo gordo, con la
adrenalina del momento, el traguito que te hayas tomado se volatiliza en
seguida, seguro que antes de terminar el vaso ya nos toca volver al curro, Como
nos pillen ya verás la que se lí–, Que no, que no te preocupes, si viene la
jefa sólo tienes que invitarla a una copa para que te deje en paz, anda que si
la conozco, ¿no te acuerdas de la fiesta de navidad, que se pilló un pedo mas
grande que nadie? Bueno, venga, en ese caso, afirmó la enfermera de antes,
condescendiente, Que rule, que rule, exigieron algunos, y sacaron vasos de
plástico, a falta de copas, y corrió la espuma y el líquido de las ocasiones
especiales aún en esos recipientes tan corrientes; no siempre van a ser las fiestas
para los cirujanos que vuelven de los congresos en Oxford, también tiene que
haber por aquí ratitos de gloria, digo yo, clamó alguno, y momentos de
descanso, con toda la crudeza que vemos en el día a día; y comenzaron a hablar
de muchas cosas, cualquiera a excepción del trabajo; sacaron a la luz sus
pasiones ocultas; se pusieron a conversar acerca de lo que realmente les
entusiasmaba fuera de las paredes verdes y la esterilidad del quirófano: Yo
estoy haciendo colección de maquetas de barcos, tengo barcos de todos los
estilos, banderas y colores, Pues yo me dedico a criar distintas clases de
caracoles, no son todos iguales, ni mucho menos, los ejemplares que te
encuentras por allí son muy diferentes, cada cual tiene sus pequeñas peculiaridades,
en la concha, en la forma de los cuernos, en el tipo de movimiento, A mí me
encantan los idiomas, hace poco he terminado con el búlgaro, ahora empiezo por
el sueco, Hay que ver, fíjate, qué aficiones más interesantes, con lo aburridos
que aparentábamos ser todos, Es lo que tiene la vida, como los icebergs; debajo
de la superficie es donde se esconde la mayor parte de lo que existe, Qué frase
más profunda, no sabías que fueras filósofo, No, qué va: la primera carrera que
estudié fue la de oceanógrafo; ser profundo era una condición imprescindible, Ya
a estas alturas se encontraban todos un poco achispados, Y tu niña qué tal es, Preciosa,
tiene los ojos azules, Pero qué raro, si ninguno de los dos los tenéis, Es por
un gen recesivo, me lo ha explicado el de Reúma, dice que a lo mejor los dos
tenemos un gen para los ojos azules, pero que éste está oculto, Quiere decir
eso que a lo mejor yo poseo un gen para salvar a la humanidad, y quizás se
halle escondido, Pues mira, nunca se me había ocurrido pensar eso, a lo mejor
es verdad. Se repitió de manera periódica una pregunta, Qué tal otro sorbo, y entonces
el champán se derramó en parte sobre la mesa, pero ya a todos les daba igual, a
alguno se le ocurrió que deberían empezar algún juego. Con el paso de tiempo, y
con las copas, llegó la hora del abrazo, la de Tú sí que eres un amigo de
verdad, la de El problema de este país lo arreglaba yo en dos días, tres se
pusieron a alinear el once ideal de la selección, un enfermero afirmaba, ya con
una copa de más (quizá empezaban a ser conscientes de que se habían pasado un
poco porque nadie les había interrumpido), Si es que el mundo está hecho una
mierda, y un colega respondió, Tienes toda la razón, verdad que la vida es muy
dura, Fíjate, con la de cosas malas con las que nos tenemos que enfrentar cada
día en el trabajo, y encima siempre hay alguno, un jefe, o algún listillo, que pretende
hacerse el importante, el gracioso, que se dedica a clavar puñaladas por la
espalda y complicarnos la vida a los demás, Tú sí que aciertas, le respondió el
compañero, En cambio, prosiguió, si todo el mundo fuera así, como la gente de
esta sala, como tú y como yo, tranquilos, simpáticos, amigables, sin prisas,
sin ajetreos, sin rabietas encabronadas y con algo de comprensión mutua,
entonces todo sería muy diferente, y no habría guerras ni hambre ni miedo ni
nadie que hubiera tenido que convertirse en un héroe llamado Schindler, fíjate
qué nombre más ridículo, como el de los ascensores, y entonces un celador entró
para preguntar que cuál era el motivo de la fiesta, y la gente le respondía,
Porque sí, por estar vivo, qué motivo mejor hay, y entre tanto, de fondo, y
mientras alguien ponía música con voz de mujer francesa, en un rincón de la
estancia, nuestro enfermero y nuestra enfermera se habían perdido de la vista
del resto, comenzaban a besarse, y quizás, con las manos, hacían algo más que
besar, y se encontraron todos en una nube, con las liras y las arpas, y Apolo
componiendo música, y el viejo capitán sin barco contando las batallitas, y
Woody Allen tocando el saxo, y un tal Paul Newman mascullando que quién coño le
ha comparado con Marlon Brando, y entonces a alguien se le ocurrió preguntar,
Oye, qué extraño, no ha venido ninguna ambulancia desde hace un buen rato, y
por qué puede ser eso, Se habrán declarado en huelga, especuló uno, Quizá,
quiso apuntar otro, con el puntito ya subido, en un arrebato de esperanza,
Quizá, incidió por dos veces, ha dejado de haber muertes, la Gran Dama ha
clausurado el chiringuito, ha cesado de actuar, y podremos andar por fin,
libres y sin miedo para siempre, y entonces uno le respondió, Eso es una novela
de Saramago, imbécil, en realidad es que ha habido un apagón en la ciudad, y
las ambulancias, sin la ayuda de las farolas, se están quedando varadas en los
arcenes de la carretera.</span></p><p class="MsoNormal" style="text-align: center;"><i><a href="https://emilio-tejera.blogspot.com/2023/12/una-novela-por-fasciculos-el-cajero-6.html" target="_blank">CONTINUARÁ...</a></i></p></div>Emilio Tejerahttp://www.blogger.com/profile/16693655548919889737noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4740953227341482868.post-14318307706224165212023-10-30T09:33:00.000+01:002023-10-30T09:33:49.985+01:00Cine y realidad: una charla sobre el Alzheimer.<p style="text-align: justify;">Saludos. Hace poco más de un mes, en Roma, tuve el privilegio de dar una charla donde hablaba sobre la enfermedad de Alzheimer desde un punto de vista científico y también cultural (en concreto, contaba cómo el cine -entre otras artes- ha tratado esta dolencia). La conferencia formaba parte de <a href="https://www.eehar.csic.es/memostoria/">un evento más amplio</a> donde se exponía el proyecto <a href="https://www.eehar.csic.es/proyecto-de-divulgacion-cientifica-para-colectivos-vulnerables-2023/" rel="nofollow" target="_blank">Memo(s)toria</a>, una actividad organizada por la <a href="https://www.eehar.csic.es/" rel="nofollow" target="_blank">Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma</a> en colaboración con Caritas Roma, y en el cual se realizan actividades de divulgación histórica y estimulación cognitiva aplicadas en pacientes de Alzheimer -un proyecto muy interesante, por cierto, y que ahora se encuentra en plena fase de expansión-. Por si os interesa escuchar lo que allí se comentó (hay parte en italiano y parte en español, pero creo que podéis serviros de los subtítulos automáticos; mi sección, de todas formas, está en español), os dejo colgado <a href="https://www.youtube.com/watch?v=tKN0Ug2tD-4&ab_channel=EEHARCSIC" target="_blank">el vídeo</a>. Como siempre, espero que os guste. Un saludo.</p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEguiXbQjBBgg_cm3ygMtLHEt4NCfnC-UE6YomyMHIQmgSxYB12mH8q0jAra6Yhie-n6Bokt8au891-yZB9fbnXehg35lhZS8O908irMdYKmGjncYFW23tnf4hQ_WyETnNjVUcsR2A6F4rEfuHVKB_R09MR4OOVm63XNqe2CtsWMs9uAOEffoAk26Up0BZXp/s1200/PRESENTACION-MEMOSTORIA.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1131" data-original-width="1200" height="302" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEguiXbQjBBgg_cm3ygMtLHEt4NCfnC-UE6YomyMHIQmgSxYB12mH8q0jAra6Yhie-n6Bokt8au891-yZB9fbnXehg35lhZS8O908irMdYKmGjncYFW23tnf4hQ_WyETnNjVUcsR2A6F4rEfuHVKB_R09MR4OOVm63XNqe2CtsWMs9uAOEffoAk26Up0BZXp/s320/PRESENTACION-MEMOSTORIA.jpg" width="320" /></a></div>Emilio Tejerahttp://www.blogger.com/profile/16693655548919889737noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4740953227341482868.post-77441263249504978542023-10-23T09:38:00.002+02:002023-10-23T16:20:25.569+02:00Las historias cortas de octubre: "Qué haríamos sin las señoras..."<p style="text-align: center;">Qué haríamos sin las señoras...</p><p style="text-align: center;"></p><p class="MsoBodyText" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span><i style="mso-bidi-font-style: normal;"><span style="mso-bidi-font-weight: bold;">Una
mujer le hizo la promesa a Cristo</span></i></span><i style="mso-bidi-font-style: normal;"><span style="mso-bidi-font-weight: bold;"> de que, si atendía a sus ruegos respecto a su salud, se vestiría
de nazareno toda la vida: y así lo hizo. Túnica púrpura, cuerdecita tomatera
amarilla (hasta con borla). Es como si Cristo estuviera barriendo su casa</span></i><span style="mso-bidi-font-weight: bold;"> (¿Y lleva también caperuza?, le quiero hacer
concretar a mi novia. <i style="mso-bidi-font-style: normal;">No,</i> me
responde: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Dios le salvó la vida, pero
debe de ser que le dejó de residuo un dolor de espalda</i>).</span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 6;"> </span>*</span></i></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span></span></i><span lang="ES-TRAD">Una señora que se va a acostar para dormir la siesta, a las
cuatro de la tarde. Entonces, dos niños se colocan debajo de su ventana y
empiezan a cuchichear. Claro, hablan en un tono tan secreto, tan intrigante, que a la
mujer le entra la curiosidad: aguza muy bien la oreja para escucharles, y por supuesto, no puede
dormir. Así que, al ver que no se está enterando de nada, y que tampoco se
duerme, sale al balcón, y le grita a los niños, con toda la fuerza de sus
pulmones:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>-¡No habléis tan bajo, que no me
dejáis dormir!<o:p></o:p></span></p><br /><p></p>Emilio Tejerahttp://www.blogger.com/profile/16693655548919889737noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4740953227341482868.post-26451590864364171042023-10-16T08:06:00.002+02:002023-11-05T21:31:23.118+01:00El relato de octubre. Una novela por fascículos: El cajero (4)<p> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhs9G5Hp43sFFl4h_TPIVQXkSmWDyFTq7LcKPrsEDn3LXnFPCsLsco3QO8O6EzoBohHqaOP1B6hNqpRXZ20-Vhtlm1aZ15590fzD0yYPw_hkKREnBMhFpv1y5eQ943sMOcM3frvIHf049BfZ2zwjSav_a4iH9-GUk3SrJPUiGcc23y6id5nNtAkinu0M6AB/s320/EL%20CAJERO%20-%20HIHG%20RES.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="320" data-original-width="210" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhs9G5Hp43sFFl4h_TPIVQXkSmWDyFTq7LcKPrsEDn3LXnFPCsLsco3QO8O6EzoBohHqaOP1B6hNqpRXZ20-Vhtlm1aZ15590fzD0yYPw_hkKREnBMhFpv1y5eQ943sMOcM3frvIHf049BfZ2zwjSav_a4iH9-GUk3SrJPUiGcc23y6id5nNtAkinu0M6AB/s1600/EL%20CAJERO%20-%20HIHG%20RES.jpg" width="210" /></a></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-style: italic;">Llegamos al nudo gordiano de nuestra historia, que empezó <a href="https://emilio-tejera.blogspot.com/2023/07/el-relato-del-mes-una-novela-por.html" target="_blank">aquí</a> y cuya última entrega puedes encontrar <a href="https://emilio-tejera.blogspot.com/2023/09/el-relato-de-septiembre-una-novela-por.html" target="_blank">acá</a>. Que lo disfrutéis.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-style: italic;"><br /></span></div><p></p><p><span style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span> </span><span> </span><span> </span>Hoy es un día movidito. La ciudad está de fiesta.</span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">Nuestro hombre lo nota. Cuando sube en el metro, a las [ruido
estremecedor del convoy al arrancar, no se escucha la hora exacta] y dos
minutos de la noche –es lo que tiene esta época del año, se hace de noche en
seguida; o no tanto; en fin, para aclararnos, más o menos el tiempo que tarda
en terminar el día–, con una pequeña maleta a un lado, las calles están llenas
de colorido y sabor. Gente vestida de variopintos disfraces, ataviada con
máscaras, matasuegras y accesorios de lo más estrafalario. Abundan las chicas y
chicos, jóvenes y no tan jóvenes; se exhiben con profusión el amarillo, el
rojo, el verde, el naranja, los olores tropicales, el sabor de las frutas
exóticas: todo, en definitiva, lo que nos haga olvidar por una noche que somos
nosotros mismos, y fingir, a veces de manera desesperada, que en realidad
consistimos en otra persona.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">Mientras tanto, el oficinista se acuerda tan sólo de que le ha
echado un último repaso al salón de su casa, ha mirado los muebles que no va a
poder transportar consigo <a name="_Hlk108625956">–</a>es una pena, se dice,
pero no queda más remedio; en fin, no es una pérdida irreparable–, y ha apagado
las luces. Luego se ha marchado, no sin echar (la fuerza de la costumbre) los
tres cerrojos detrás de él.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">De nuevo en el mundo exterior, el ambiente se ha activado más todavía.
Es increíble la de gente que ha llenado la calle en tan poco tiempo. Sigue siendo
de noche, pero casi parece que refulja el sol de mediodía. El metro se halla
atestado: suenan música, bailes, un tambor en el andén… El tren que el
oficinista ha tomado va además en dirección al centro, allá donde se encamina la
cabeza de esta serpiente (cuyas escamas son personas) tan gigantesca como
agitada, que circula en dirección al enclave principal de la apabullante y
fractal celebración, con gente inmóvil en sus asientos que, sin embargo se
siente desplazada hacia todos lados. <<También es mala suerte>>, se
lamenta nuestro protagonista: <<podría trabajar en un lugar menos
concurrido>>. Pero sabe que no sirve de nada quejarse. Hoy el metro
presenta el mismo olor a sudor reconcentrado y a marea humana de otros días, aunque
a nadie da la impresión de importarle: todos están demasiado atentos con que no
se rompan sus trajes, o con guiñarle un ojo a su acompañante para que así se
fije en él. Nuestro hombre, con la gabardina encima, ajustándose las gafas (se
las ha puesto, no tanto porque las necesite, sino porque cree -de manear
instintiva y un poco irracional- que, con ellas, como un Clark Kent cualquiera,
pasa más desapercibido), no pega nada con este ambiente, que podría haber
salido perfectamente de una película de tribus africanas, en la cual los
nativos danzan con faldas de paja al trepidante ritmo de un tam–tam. <<De
todos modos, hoy no tengo tiempo de hacer fiestas. Esta noche huyo, y sólo hay
una cosa que me retiene aquí. Voy en busca de esa cosa>>.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">Cuando el metro se detiene, estalla de golpe una explosión de
júbilo. La multitud cimbrea las maracas, entona canciones de moda, surgen
improvisados aspirantes a reyes de la fiesta. A pesar de la climatología
reinante allá afuera, tirando a fresco –quién lo nota, entre la muchedumbre,
más aún en el metro, donde siempre hace un calor sofocante–, las chicas y los
chicos exhiben desnudas ciertas partes de su cuerpo, por lo común más cubiertas.
Bastantes de ellas están tan blancas que parece que no les hubiera dado durante
meses el sol, aunque unas cuantas siluetas extremadamente morenas lucen sus carnes
con orgullo. Nuestro hombre se siente arrastrado por la colmena sin propósito
colectivo, de camino hacia el exterior. Las escaleras mecánicas al completo asemejan
estar bailando una conga. El oficinista espera que, al llegar arriba, cuando los
viandantes sientan el frío de la calle, la cosa se calme un poco.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">Pero qué va, ni muchísimo menos. La gente sale a trompicones y
continúa la farra, la cual se anima recíprocamente con el ambiente del ancho
mundo. Algo que no resulta extraño asimilar conforme giras la cabeza y adivinas
lo que ocurre en la avenida principal, por donde se avistan las carrozas y los
carruseles, sobre las cuales hombres y mujeres bailan juntos y tocan palmas,
junto a la banda sonora que constituye el sonido cada vez más ensordecedor de
la multitud. Nuestro protagonista intenta zafarse de esa marabunta tamaño premium
mientras se dirige hacia su bendito cruce, tratando de localizar algo de paz y
reposo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">Le cuesta llegar. El tráfico está imposible; los coches bloquean
la calzada debido al atasco. Los autos comienzan a pitar –sin ningún sentido,
por otra parte: nadie los escucha entre el bullicio–, y cuando encuentran el
más mínimo hueco libre, avanzan a toda prisa, con atrevimiento casi suicida. El
oficinista sufre horrores para arribar a su destino. Suda a goterones y, sin
embargo, cuando se le abre un pliegue de la gabardina, nota la corriente gélida
que le hiela la camisa y los sencillos pantalones marrones; cómo es posible, se
pregunta, que el resto de la gente no pase frío en esta noche tan ventosa. <<Será
que el carnaval castiga la vulgaridad>>, le replica su yo interior, pero decide
no hacerle caso, atento a otras cuestiones más apremiantes.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">Nuestro hombre cruza al lado del puesto de kebabs. El dueño debería
hallarse con el ánimo en su cénit, ya que, en medio de la algarabía, el entorno
que circunda su carrito, cargado de bombas alimenticias, se encuentra lleno a
rebosar. Sin embargo, el comerciante se lo toma con calma; a pesar de tratarse
de un puesto pequeño, se permite el lujo de agarrar la escoba y salir a barrer
su trocito de calle, acto que parece fútil, pues en seguida se volverá a cubrir
de confeti y guirnaldas de colores. En cuanto atisba por el rabillo del ojo al
protagonista de esta historia, le reconoce, y no tarda ni un segundo en
abordarle.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">–¡Ah, ha venido!¿Se ha convencido ya?¿Va a probar uno de mis
kebabs?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">–¡No!–grita el hombre, desabrido; sin embargo, el turco no se
rinde.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">–¡Vamos, señor, es carnaval!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">–¡Por favor, tengo prisa!–le espeta el aludido. “Pero bueno”,
medita indignado, “¿es que no ve que voy con una maleta?”. Encima una bolsa de
mano, que es más difícil de transportar. <<No es culpa mía que no pueda
atenderle>>, se siente obligado a justificarse a sí mismo. Porque claro,
el problema viene por otra parte: su prometida se ha empeñado en guardar en
casa de sus padres (donde está viviendo hasta que se celebre la boda) las
maletas de ruedas, para así preparar el equipaje del viaje de novios, ya que
todavía guarda la esperanza de convencerle de que se acaben marchando a algún sitio.
Con lo cual, esta vieja bolsa de mano es lo único a lo que he podido recurrir.
El hombre aprieta el botón del semáforo. En la esquina opuesta del cruce, el
joyero tiene pinta de hallarse a punto de cerrar. <<Me cae bien este
hombre>>, cruza un pensamiento rápido por la mente a nuestro protagonista.
Así, tan callado, tan silencioso, siempre tan atento a su trabajo; cuando desliza
las joyas entre los dedos, es como si estuviera tratando con pequeños seres
vivos. Las maneja con tanta delicadeza que parece que temiera hacerles daño;
como si creyera que, por apretarlas demasiado, corren el riesgo de dejar de
respirar. Ahora, sin embargo (se reprende), no es momento de fijarse en estas
cosas. Mientras debate consigo mismo, el semáforo se pone en verde; atraviesa
el paso de peatones, y un coche a demasiada velocidad está a punto de atropellarle.
El hombre suelta un gritito de queja, aunque no lo suficientemente airado:
nadie le escucha, el coche se ha marchado y la multitud avanza impertérrita y
fluida en dirección a la calle principal de la ciudad. Nuestro individuo, por
fin, se ha plantado delante del cajero. Es el instante crucial de su plan. El
momento álgido, a partir del cual no hay vuelta atrás.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD"><<Introduzca su tarjeta, por favor>>.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">El hombre mete el trocito de plástico: amadas tarjetas, qué sería
de nosotros sin ellas. Se da parcialmente la vuelta, por curiosidad, para
contemplar el edificio de la silueta. Tiene capacidad para verlo porque, como el
bloque de viviendas que alberga el cajero está un poco adelantado respecto al
otro, puede observar la construcción desde ese lado sin alejarse demasiado, y
hasta atisbar, si le pone mucho empeño, detalles concretos. Le echa una ojeada
general, clasifica sus distintos pisos. En la parte de abajo hay un restaurante
chino: ésta es una zona de muchos locales exóticos, recuerda mientras se le
revuelven las tripas acordándose del kebab; ya hemos dicho que no le gusta
probar los sabores nuevos. Lógicamente, no ha querido pisar un chino en su vida
y, cuando le han obligado, ha pedido siempre lo mismo, un inmaculado arroz
blanco. Dentro del restaurante trabajan cuatro o cinco personas, probablemente
todos emparentados entre sí: entran, salen, entregan y devuelven platos a un
ritmo vertiginoso, hablando entre ellos en su idioma natal. No cometen ningún
fallo, con eficacia de autómatas, concentrados de manera absoluta en su empeño.
Luego, arriba del todo, en este bloque de pocas plantas, puede observar al
matrimonio que contempló salir del edificio esa misma mañana. Dan la impresión
de continuar enfurruñados: ella sigue en bata y zapatillas, la bata por cierto es
roja, mientras las zapatillas lucen cuadros de color verde oscuro alternados
con otros de tono claro (el calzado no lo ve el oficinista desde su posición,
pero los aspectos que él no sea capaz de distinguir ya los comentaremos
nosotros). La mujer se encuentra preparando la cena; él, en cambio, lee el
periódico en la mesa de la misma habitación, pero no se hablan, ni tan siquiera
se miran. Un piso más abajo, se divisa un cuarto con las luces encendidas,
varios flexos enfocando de manera convergente en un punto: es el piso que ha
contemplado esa mañana, el del joven del piano. El muchacho parece obsesionado,
estudiando unas partituras, el pelo mucho más desarreglado que esta mañana;
algo debe de ir mal con la composición, o eso indica el creciente desorden entre
sus papeles. El muchacho toca varias teclas del piano. Entonces, vuelve la
vista de manera brusca hacia la pared. Desde su posición, nuestro protagonista
no sabe qué es lo que ha ocurrido, pero se figura que ha escuchado un sonido
procedente del otro lado. Y, por la cara del tipo, y su forma de abandonar el
piano, el oficinista imagina que el pianista quizá ha captado del otro
apartamento un par de golpes, como si, en respuesta a la música, le hubieran
devuelto la jugada de aquella mañana. El <i>voyeur</i> a nivel de la calle desplaza
entonces su mirada hacia la vivienda contigua (sólo un poquito, no tiene ni que
mover la cabeza) y encuentra las persianas cerradas. Se acuerda de la escena
que contempló aquella mañana, y el rubor le sube a los pómulos. Durante las
numerosas ocasiones que ha pasado por ese cajero, se ha fijado recurrentemente
en aquel edificio, y ha sido muy frecuente encontrar las persianas bajadas.
¿Quién vivirá ahí?, se preguntaba de vez en cuando. Había visto a la inquilina
más de una vez, pero quería conocer más detalles acerca de ella. Cuando se lo
comentó a su novia, así de pasada –sin decirle, por supuesto, por qué se
encontraba él en aquella esquina, ni lo que estaba haciendo allí–, ella le
contestó, como si de una verdad evidente se tratara, <<Seguro que es una
prostituta>>. ¿Cómo una prostituta? Pues claro, cariño, en ese barrio, en
ese tipo de casa, ¿quién querría tener cerradas las persianas todo el día? “Pues
alguien a quien no le gusta que los vecinos cotilleen lo que ocurre dentro. Me
parece una forma de pensar muy retorcida”, había contestado nuestro hombre, “¿no
puede ser que le moleste la luz para dormir?””¿Y quién duerme a las doce de la
mañana, me lo explicas, cariño?”, respondió con sorna ella. A su prometido no
le gustó aquella respuesta. Aunque no lo reveló abiertamente, marcó un rictus
de enojo en sus labios, y procuró escapar con premura de casa de su novia, con
un recalcitrante rencor en la boca del estómago y en el corazón. Desde luego,
aquel día estaba enrabietado: ¿por qué tenía que meterse su prometida con la
otra muchacha, fuera quien fuera, sin conocerla, ni tan siquiera haber estado
allí? Había miles de razones para que una persona tuviera las persianas
bajadas, ¿por qué tenía que ser necesariamente la que dejara en peor lugar a la
persona implicada? Y sobre todo, le irritaba ese aire de superioridad, esa
sensación de <<Ya verás cómo tengo razón>>, como si él no supiera
nada ni fuera capaz de hacer ninguna deducción alternativa por su cuenta, como
si todas las ridículas suposiciones de su prometida constituyeran verdades
absolutas. Y por eso miraba a la ventana cada vez que estaba allí, para ver si
descubría el secreto de esa casa, pero la persiana, día tras día, y casi de
manera ininterrumpida, volvía a encontrarse cerrada. El hecho de que la escena
de aquella mañana –aunque ni mucho menos confirmatoria– apuntalara la teoría de
su novia, por supuesto, le provocaba mayor exasperación todavía.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">Pero basta, basta de perder el tiempo, se dijo. Al girar la
cabeza, se estuvo a punto de dar un golpe con el inmóvil cajero: tengo prisa,
el plazo se agota, el avión saldrá dentro de no mucho, a las doce y un minuto (no
le ha mentido a su jefe, partirá el sábado). Y de repente se pregunta, <<¿cuánto
durará el engaño hasta que ella averigüe que me he marchado a
Ginebra?¿Resistirá más de un lunes la teoría de que mi traslado debe mantenerse
en el más absoluto de los secretos? No creo que nadie sospeche que provoqué el
presunto ataque informático tan sólo para tener una excusa por la que huir; más
bien, supondrán que aproveché la ocasión para evadirme de un compromiso al que
me creía completamente abocado, y al que habría acudido si no hubiera
encontrado un pretexto. Y para cuando ella lo averigüe, bueno, Ginebra está muy
lejos, las cosas siempre son más fáciles así, en medio de la boda tendrá a
familiares y amigos para consolarla>>, reitera las ideas exculpatorias de
aquella misma tarde, <<y, como proclaman el refrán y los físicos, el
tiempo y el espacio todo lo curan>>. <<Eso dicen algunos>>,
interrumpe su vocecilla interna; <<otros, en cambio, opinan que el
alejamiento y el paso de los días lo hacen aún peor>>.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">El oficinista comprueba de nuevo el estado de su cuenta: ya lleva
varias veces en el día, más aún en estas últimas jornadas, pero es su forma de
ser; le gusta certificar las cosas mil veces. Guarda en el banco una cantidad
que sería equivalente al precio de un muy buen coche; podríamos nombrar el
monto exacto, pero habría que traducir a la divisa del lector la moneda que se
emplea en esta gran urbe que ahora mismo se halla de fiesta: Nueva York, Madrid,
Barcelona, Colonia, Buenos Aires, Nueva Orleans, Río de Janeiro, Cádiz, quién
sabe, hay tantas ciudades donde se celebra de un modo u otro el carnaval… A
Dios gracias <a name="_Hlk133319825">–</a>o porque él lo ha querido así; de
hecho, la ha modificado de manera premeditada con esta intención–, su tarjeta
tiene un límite muy alto para sacar dinero. Su cuenta también permite que el
contenido de la misma se reduzca a un saldo muy bajo, de tal manera que, aunque
se vea obligado a dejar un depósito en el banco, éste será ínfimo. El
oficinista, mientras tanto, lleva semanas sacando poco a poco dinero, a
intervalos variables, para no levantar sospechas, hasta dejarlo en la máxima
cantidad que podía sacar de golpe. Monto que va a extraer ahora, gracias al
amplio nivel de efectivo disponible en el cajero –en este punto no hizo falta
cambiar de banco, allí el destino le sonrió–. Lo unirá al resto que ha ido extrayendo
a lo largo de los últimos tiempos, y portará entonces encima (dentro de la
maleta que lleva consigo) prácticamente todo lo que es, lo que ha sido, y
cuanto tiene de valor –salvo, como hemos mencionado, los pocos muebles que le
pertenecían, los cuales se quedarán dentro de la casa de alquiler. Más tarde
mandará a alguien a recogerlos; o tal vez no lo haga, que le aprovechen al
siguiente, qué más da. También tendrá que avisar al casero, por supuesto: se
acabó la idea de comprar un piso a medias con su esposa una vez estuvieran
casados, eso habrá que dejarlo para una siguiente ocasión. Pero ahora me voy, se
instiga a sí mismo el hombre. Aquí, ahora, en este punto, en esta calle, en
esta fecha, es el lugar donde se resuelve la decisión más radical, más en
extremo arriesgada –qué sudores le dan tan solo pensarlo–, más audaz o más
cobarde, y más trascendental de su vida…<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">Introduce la cantidad numérica a extraer en la interfaz del
cajero. Éste te pide confirmación antes de sacar una suma tan significativa de
golpe. De todas maneras, no será un peso muy arduo: la moneda de este país
permite sacar cantidades relativamente altas de dinero en tan sólo unos pocos
pero valiosísimos billetes. Por fin, se muerde nuestro individuo el labio
inferior. Sólo tengo que apretar a <<Aceptar>>…<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">El ruido, las luces, el sonido atronador de las calles; la multitud,
la fiesta, los tambores, los comercios que empiezan a cerrar; la vida, la
muerte, gente que se despierta y gente que se marcha a dormir… Ahora, en este
momento, parece como si toda su vida, todas sus experiencias, las canciones que
ha bailado, los lugares de los que ha oído hablar y que nunca ha visto, se
hayan ido a concentrar allá… Sólo tiene que accionar el botón…<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">Y de repente, no ve nada. ¿Cómo es esto?¿Quién ha obrado este
maléfico milagro?¿Es que he quedado ciego?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">–¡No veo… No veo…!–balbucea. Y de repente, se da cuenta, de que no
es él. De que le ha ocurrido a todo el mundo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">–¿Qué pasa?¡No veo nada!.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">–¡Ey, ten cuidado!¡Que eso con lo que estás tropezando es conmigo!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">–¡Qué siga la fiesta, hermano!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">–Ahora os jodéis –grita un ciego en una esquina–. Os habéis
quedado como yo, hijos de puta.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">Nuestro hombre gira en redondo: echa una ojeada a la calle,
contempla la otra acera, refugia la mirada en un portal, mientras escucha con
estruendo los bocinazos de los coches, y el sonido de algún “crash” entre
sendos cuartos delanteros de un par de autos. Y entonces se da cuenta de que goza
de una visión de la que no ha disfrutado jamás, porque contempla por primera
vez esta esquina (la cual ha visitado de modo tan habitual en los últimos
tiempos) desde una perspectiva nueva… sin luz. Hasta puede divisar mejor las
estrellas.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">Apenas ha bastado un segundo, comentan los transeúntes:
parpadearon un poco, un instante, y entonces, de repente, el mundo al completo se
fundió.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">–¡Se han ido las luces!–gritan varios al unísono, como si fueran los
únicos que se han dado cuenta.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">Se ha producido un apagón. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">El hombre vuelve la vista hacia el cajero.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD">La pantalla está en negro. La tarjeta se ha quedado dentro.</span></p><p class="MsoNormal" style="text-align: center; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD"><i><a href="https://emilio-tejera.blogspot.com/2023/11/el-relato-de-noviembre-una-novela-por.html" target="_blank">CONTINUARÁ...</a></i></span></p>Emilio Tejerahttp://www.blogger.com/profile/16693655548919889737noreply@blogger.com0Madrid, España38.7478542 -2.988812515.024872396274269 -38.1450625 62.470836003725729 32.1674375tag:blogger.com,1999:blog-4740953227341482868.post-75829037691918698272023-10-09T06:13:00.000+02:002023-10-09T06:13:04.000+02:00El podcast de octubre. Alcohol: hemos venido a emborracharnos, el Gato de Hubble nos da igual<p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEh8Olk3ur29TZu0jQ1UgLYHspsVKCkXE2fxg5WNcZjzaa7Za36VuQZQHGztEShLvhp13ia47GpdKhMSNn2aBzR2OYs73JSnWHYSMFM9e55Z5jhwxsBQ9EuUpmeNYLsPLbkDWB2CBpM5bAqSdVaXKm9Z46QGXNVEIwnOzbkwGdlvjK1fMFNmJcqf6pF6dWv9" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img alt="" data-original-height="800" data-original-width="1200" height="213" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEh8Olk3ur29TZu0jQ1UgLYHspsVKCkXE2fxg5WNcZjzaa7Za36VuQZQHGztEShLvhp13ia47GpdKhMSNn2aBzR2OYs73JSnWHYSMFM9e55Z5jhwxsBQ9EuUpmeNYLsPLbkDWB2CBpM5bAqSdVaXKm9Z46QGXNVEIwnOzbkwGdlvjK1fMFNmJcqf6pF6dWv9" width="320" /></a></div><p></p><p style="text-align: justify;">Traemos <a href="https://www.ivoox.com/alcohol-de-fermentacion-a-cultura-audios-mp3_rf_117010297_1.html" target="_blank">nuevo episodio</a> del podcast <a href="https://www.ivoox.com/podcast-gato-hubble_sq_f1425906_1.html" target="_blank">El Gato de Hubble</a>, donde hablamos de la historia, curiosidades y problemáticas en torno al alcohol, una bebida que, a pesar de todos los inconvenientes que nos causa, en buena medida ha definido al ser humano. Como siempre, <a href="https://www.ivoox.com/alcohol-de-fermentacion-a-cultura-audios-mp3_rf_117010297_1.html" target="_blank">hemos tratado muchos y muy variados temas</a>, y siempre se nos queda alguno en el tintero, <a href="https://elpais.com/ciencia/2020-06-19/la-inesperada-muerte-de-la-senora-eley-que-descubrio-como-combatir-las-epidemias.html" rel="nofollow" target="_blank">como cuando el creador de la epidemiología John Snow descubrió descubrió que la gente que sólo bebía alcohol estaba protegida de la epidemia de cólera</a>, o cómo <a href="https://vivaelsoftwarelibre.com/por-que-se-llama-t-de-student/" rel="nofollow" target="_blank">la cerveza Guinness está íntimamente asociada a un parámetro indispensable para la ciencia estadística</a>. Espero que <a href="https://www.ivoox.com/alcohol-de-fermentacion-a-cultura-audios-mp3_rf_117010297_1.html" target="_blank">lo disfrutéis</a> y, recordad: la mejor cantidad de alcohol siempre es cero, pero, si lo vais a tomar, consumidlo con moderación. Un abrazo</p>Emilio Tejerahttp://www.blogger.com/profile/16693655548919889737noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4740953227341482868.post-36347563760581987772023-10-02T13:09:00.001+02:002023-10-02T19:51:51.602+02:00El libro de octubre: "Tierra arrasada", de Alfredo González Ruibal<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhHv-oNxdKv67eurX5X7LPiMJiU-L_69HrkjYZ0eb4MGMAADeSUvVXUVB7a5cQBsjcbIZQFIHkHkcEopMffG2sdZX0ETkxwc5-zhRpxWD2WnN8Kr-9xWX1D4jRvPqc3w8H_ED4QR3PFHMyUhMNZC48ltuzSV428MnLM4TKERNNNxQhmkNf0waTFJ-K0bpkb/s1500/81968s8icfL._SL1500_.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1500" data-original-width="1035" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhHv-oNxdKv67eurX5X7LPiMJiU-L_69HrkjYZ0eb4MGMAADeSUvVXUVB7a5cQBsjcbIZQFIHkHkcEopMffG2sdZX0ETkxwc5-zhRpxWD2WnN8Kr-9xWX1D4jRvPqc3w8H_ED4QR3PFHMyUhMNZC48ltuzSV428MnLM4TKERNNNxQhmkNf0waTFJ-K0bpkb/s320/81968s8icfL._SL1500_.jpg" width="221" /></a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><p style="text-align: justify;">"Tierra arrasada", de Alfredo González Ruibal (@guerraenlauni para los que le conocen en Twitter) da lo que promete: hectómetros cuadrados y cúbicos de terreno maltratado por la guerra. A través del tiempo, el espacio en dos dimensiones, pero también en tres, porque si por algo se caracteriza este texto es porque no habla de los conflictos armados utilizando como principal referencia las fuentes históricas, sino, sobre todo, a través de los descubrimientos arqueológicos. El autor nos desgrana una historia alternativa del planeta Tierra, a través sobre todo de sus enfrentamientos más olvidados: desde las batallas campales de determinados momentos de la era prehistórica hasta la violencia inusitada de la Guerra de los Treinta Años, de las luchas de los nativos americanos entre sí y con los colonizadores (o entre estos últimos) hasta contiendas desconocidas en África. Nos menciona restos biológicos que señalizan masacres que ocurrieron en ciertos puntos, pero que también demuestran las relaciones familiares o de cercanía entre víctimas, asesinos y enterradores. Entre otros aspectos, el libro centra su atención en objetos los cuales revelan información que la historiografía oficial había olvidado, pero que asimismo reflejan la cotidianidad de la vida de las personas que fallecieron bajo sucesivas olas de violencia. Además, detalla a fondo la transformación del paisaje como consecuencia de la guerra, y por supuesto las causas y las consecuencias materiales de la misma, especialmente en lo que se refiere a la ritualización, tecnificación e industrialización del acto de matar a otros hombres. González Ruibal trata todos estos temas (por supuesto, imposible abarcar todos; se centra en algunos para extraer conclusiones tanto generales como particulares: uno de los temas que ignora <i>ex profeso</i> es el de la guerra civil española) desde la perspectiva de las distintas culturas, razas y géneros, y lo hace, sobre todo, con una humanidad que impregna cada una de las fosas comunes que va destapando, sin dejar que la abundante documentación y el rigor científico empañen el significado real de lo que encontramos en cada estrato. En definitiva, es un libro interesante y ameno, que os proporcionará muchísimos detalles sobre conflictos conocidos y por descubrir, pero que también aportará perspectivas diferentes a la historia del hombre, la cual se ha definido, entre otras cosas, por aquellas ocasiones en que se ha pegado contra su vecino. Aunque sin duda uno de los propósitos principales de este libro es que, al averiguar más acerca la guerra, lleguemos a desmitificarla, y no tengamos que escribir sobre ninguna contienda nueva nunca más.</p>Emilio Tejerahttp://www.blogger.com/profile/16693655548919889737noreply@blogger.com0