La mujer de Lot
(Una pequeña lista de las mujeres más famosas sin nombre)
Una vez encontré, en un artículo de
la revista “Muy interesante”, dentro de un especial sobre mitología, una curiosa
frase: se refería a la mujer de Lot, ésa que giraba la cabeza para contemplar por
última vez Sodoma y Gomorra y a la que (al haberle prohibido Dios este acto) el
vengativo Yavhé la convertía en piedra. El texto versaba, precisamente, sobre el apelativo
que nos ha llegado refiriéndose a ella: la mujer de Lot. ¿Dónde está su nombre
de pila? No lo tenemos. Sólo es, como suele destacarse despectivamente, “la
mujer de”. ¿Por qué? Quizás, Dios, en su furia vengativa contra la fémina que
desobedeció sus órdenes, la condenó no sólo a ser estatua de sal, sino a que su
nombre fuera olvidado de la historia. O quizás, por otro lado, se deba a la
clásica discriminación y al olvido que han sufrido reinas, damas y emperatrices
a lo largo de la historia, de la misma manera que otras mujeres, anónimas,
insignificantes, pero que protagonizaron momentos decisivos en los instantes
claves de la humanidad, han pasado a ser reseñadas normalmente como una nota
aparte, sin que de ninguna de ellas conozcamos los sustantivos por los que las
conocían sus contemporáneos, en contraste con sus homólogos masculinos. Tal
vez, y por una ocasión, sea el momento de hablar sobre ellas en su conjunto, al
igual que otras veces se ha tratado acerca de las mismas por separado.
El papel de la mujer en la historia
ha sido frecuentemente infravalorado y menospreciado frente al ejercido por los
hombres. Ha habido pocas excepciones a lo largo del tiempo: una de las más
destacadas fue la del pueblo alemán de Rostock, en el cual las mujeres
rebautizaron las calles que exhibían denominaciones basadas en objetos inanimados o comerciantes desconocidos, y les pusieron el nombre -que escribieron a mano mediante
tiza- de féminas que habían dejado una impronta en la historia de la ciudad.
Entre ellos, la Casa de las Mujeres lleva el nombre de “Beguinas”, una
congregación religiosa la cual fue perseguida por el Papado y el kaiser (resurgiendo
repetidamente de debacles periódicas) hasta disolverse al fin sin que de
ninguna de esas Beguinas -a pesar de su constante y abnegada labor social- nos
haya quedado un solo
nombre para la Historia. En gran parte, esta situación de discriminación, también
en la disciplina historiográfica, se debe a la propia estructura que ha sostenido a la mayoría de las sociedades, considerando el dominio masculino como norma
habitual de la vida desde el ámbito primero del núcleo familiar hasta la
posición superior del trono real. No obstante, también en parte se debe a la
propia concepción que de la Historia tenían sus narradores: la mayoría de las
gestas escritas se refieren a una larga sucesión de reyes altivos y de batallas
cruentas, en los cuales poco o nada de espacio hay para la labor de la mujer
cotidiana, del día a día, salvo que no se tratase de alguna reina que, merced a
conspiraciones e intrigas palaciegas (e incluso, algunas veces, en el campo de
batalla), acabase por introducir algún elemento de distorsión en esta historia monocorde.
Y es que hasta hace relativamente poco, el papel de la intrahistoria -como la
definió la generación del 98-, del relato cotidiano de los días y las noches de
los pequeños protagonistas anónimos que constituyen la masa crítica que hace
avanzar a los pueblos, repetimos, esa intrahistoria, ha pasado desapercibida
para los historiadores clásicos, y con ello, la posibilidad de que las mujeres,
en sus labores continuas de amasado del pan, de coser a mano y de criar a
los hijos (pero también de sanadoras, recopiladoras de la narración oral o de autoras) hayan tenido ninguna relevancia en el relato de los acontecimientos.
No obstante, y con el tiempo, los historiadores contemporáneos han querido
volver la cabeza hacia esas mujeres anónimas que, en momentos puntuales, fueron
responsables del destino de los pueblos, y en algunas ocasiones, las más dignas
representantes de los mismos. Y poco a poco, han ido apareciendo, rezagadas,
algunas historias que con el tiempo habían quedado enterradas, como en una
tumba que va ganando estratos encima mes a mes, año a año. Una situación quizás
compatible con las mujeres que fallecen, también hoy en día, también sin
nombre, lapidadas por regímenes intransigentes, contribuyendo a construir
países que no se lo agradecen, asesinadas y marginadas por la discriminación de
su género, consiguiendo, con sus logros (como dijo Virginia Wolff), tan sólo
engrandecer la imagen del hombre, hasta que ésta parezca el doble de lo que
realmente es.
Quizás sea éste el momento de recuperar estos
relatos. Quizás sea el instante, de conocer a aquellas mujeres sin nombre, que
también hicieron historia, en homenaje a aquellas que, diariamente, sin grandes
alardes, la están continuamente elaborando.
La mujer de Asdrúbal (Cartago, ¿-143 a.C.)
Asdrúbal fue el
general cartaginés al que se le asignó la defensa de la ciudad de Cartago
durante la parte final de la Tercera Guerra Púnica frente al asedio de los
romanos. El relato que hace el historiador Apiano, basándose en los textos de Polibio -cronista
oficial de la historia desde el lado romano-, da una imagen bastante
descalificadora de Asdrúbal, mostrándolo como un hombre intrigante, capaz de traicionar a
un compatriota del mismo nombre con tal de alzarse con el poder militar
absoluto en Cartago, y responsable de las terribles ejecuciones y torturas que
tuvieron lugar con los prisioneros romanos en uno de los episodios más
deleznables de la guerra, con el objetivo de impedir toda posibilidad de llegar
a un pacto con el enemigo. Sin embargo, cuando los romanos penetran finalmente
en la ciudad, y tan sólo los desertores romanos y la familia de Asdrúbal se
mantienen sin rendirse en el templo de Eshmún, el general sale de su escondite
con una rama de suplicante, solicitando una rendición pacífica bajo el poder del triunfante
general romano Escipión Emiliano. Ante este gesto de cobardía, la mujer de
Asdrúbal se presenta, según nos cuenta Apiano, con ropas de fiesta en la parte
superior del templo, acompañada de sus dos hijos, y portando un cuchillo. La
mujer de Asdrúbal se dirige entonces hacia Escipión, el vencedor de Cartago, y le
espeta: “No existe contra ti motivo de venganza por parte de los dioses,
romano, puesto que existe derecho de guerra; pero sobre ese Hasdrúbal, que se
ha convertido en traidor de su patria, de sus templos, de mí y de mis hijos,
ojalá que los dioses se tomen la venganza... y tú, romano, junto con ellos...”.
A continuación, se vuelve hacia su marido, y le reprende, “¡Oh, tú, el más
miserable, traidor y afeminado de entre los hombres, a mí y a mis hijos nos
sepultará este fuego, pero tú, el caudillo de la gran Cartago, ¿a qué triunfo
servirás de ornato?!¿Qué castigo no recibirás, de aquél a cuyos pies te has
arrodillado?”. A continuación, degolló con el cuchillo a sus dos hijos, y se
arrojó, junto con ellos, hacia las llamas de una pira funeraria que habían
levantado los desertores para inmolarse, hecho que consumaron finalmente. El
acto de la mujer de Asdrúbal no sólo es importante porque simboliza el último
canto de cisne de Cartago, sino porque además rememora aquella pira
funeraria en la que se sacrificó Dido, la fundadora de Cartago, para evitar ser
desposada con un rey extranjero, hecho que hubiera supuesto la pérdida de
libertad de los habitantes de la ciudad púnica. No obstante, su sacrificio,
junto con la leyenda de Cartago, desapareció prácticamente de la Historia: los
romanos se encargaron de borrar buena parte de toda mención de la existencia de
Cartago, de tal forma que aparte del
manido relato de la Segunda Guerra Púnica y la figura de Aníbal Barca cruzando los Alpes en elefante, el
público general apenas conoce nada de esta urbe de origen fenicio, excluyendo
tan sólo de esta afirmación a unos cuantos aficionados y los profesionales de la Historia Antigua. Cabe decir,
además, que mientras que el cartaginés era un pueblo en el cual las mujeres
tenían una importancia relativamente destacada, participando activamente en la vida
pública, y llegando algunas de ellas a cargos de gran relevancia, entre los
romanos –y más en aquella época concreta- aquella libertad no lo era tanta. De
modo que, en ese sentido, la ofensa se volvió doble.
La madre de Quin Shih
Huang (Reino de Quin –China-, ¿-228 a.C.)
La historia oficial de China (o
de lo que luego se convertiría en ella, pues en esta época estaba constituida
por un conjunto de reinos que guerreaban constantemente entre sí) no incluyó un
registro sistemático de la historia de las emperatrices hasta mucho después de
la muerte del primer emperador y unificador de China, impulsor, entre otras
obras, de la Gran Muralla, y de su propia y grandiosa tumba, más conocida de
cara al público como los guerreros de Xi´an (a pesar de que éstos, en realidad,
sólo constituyen una muy pequeña parte de la misma). Hasta entonces, la única
manera en que una mujer podía entrar en la historia china era a través de sus
devaneos amorosos, o sus correrías sentimentales -la mayor parte, por supuesto,
para desprestigio de la dama en cuestión. La madre del futuro emperador de
China pertenecía a una familia aristocrática, y se convirtió en la concubina de
Lü Buwei, un rico comerciante que favoreció el ascenso, al trono del reino de
Quin (situado al oeste de China, y uno más de los por aquel entonces siete
Reinos Combatientes), de Yiren, el padre de Quin Shih Huang. Yiren, sin embargo,
se quedó prendado de esta hermosa mujer, y se la pidió a su protector en
matrimonio, a lo cual Lü Buwei, aunque receloso, accedió como un sacrificio más
en su plan para convertir a este joven príncipe en rey, y verse más adelante
favorecido por este esfuerzo. La pareja se casa en el 260 a.C., naciendo su
hijo (entonces llamado Zheng) al año siguiente. La polémica surge desde este
mismo momento, pues tras la muerte de Yiren, aún muy joven, se dice que Lü
Buwei siguió manteniendo relaciones con su antigua amante, con lo cual los
historiadores posteriores han llegado a dejar caer -de forma bastante sutil-,
que el comerciante pudo ser el auténtico padre de Zheng, aunque sí que es verdad
que el periodo de generación de esta leyenda corresponde a una época en que la
figura de Quin Shih Huang, bajo la dinastía de los Han, tendía a ser denostada
y vilipendiada por parte de las más altas autoridades. De todas maneras, los
encuentros entre Lü Buwei y la reina madre no duran mucho, ya que este último
no quiere arriesgarse a perder el poder por un asunto de faldas, y desvía la
atención de la reina hacia Lao Ai, un rudo cortesano cuya mayor virtud es -todo
hay que decirlo-, la longitud que presenta su pene. Esta tórrida relación (hijos
ilegítimos incluidos) se produce durante la minoría de edad de Zheng, y será
muy probablemente uno de los hechos que marque la personalidad posterior del que sería el primer emperador. El
poder de Lao Ai es cada vez mayor, se atreve incluso a presentarse como padre
adoptivo del joven rey, y de ahí que el joven Zheng no dude, nada más alcanza
la mayoría de edad, en acusar a Lao Ai de adulterio y traición a la corona (en aquellos tiempos se rumoreaba que el amante real planeaba, en el caso de la muerte de Zheng,
postular a sus hijos como herederos del trono de Quin). Lao Ai se levantó en
armas, y después de un sangriento enfrentamiento, el rebelde es capturado,
decapitado, y su cabeza clavada en una pica. A la reina madre, en el ajuste de
cuentas que está llevando a cabo Zheng en estos primeros tiempos de mandato, se
la condena al destierro; no obstante, no parece que dejase del todo de
apreciarla, ya que algunos gestos del joven rey se dirigen a vengar los malos ratos
que pasaron él y su madre hasta la edad de ocho años, cuando tuvieron que
sobrevivir en el hostil reino de Zhao y tan sólo gracias a la ayuda de la
aristocrática familia de su madre pudieron salvarse. La reina madre fallece en
el 228 a.C., quedando únicamente para la historia sus relaciones ilícitas, como
si no hubiera hecho nada más en su vida.
Otra mujer sin nombre es
importante en el camino hacia la unificación de China que está recorriendo el
rey Zheng, sometiendo, mientras avanza, a los sucesivos reinos que encuentra a su paso. Durante la conquista del reino de Wei, una nodriza protege al
príncipe real de este reino, un tierno bebé en sus brazos, de las flechas de
los soldados de Quin, muriendo cuidadora y niño bajo los dardos. El rey de Quin, sin embargo -y a pesar de
haber opuesto una ardua resistencia frente a sus soldados-, decide destacar el valor de
la nodriza y ponerla como ejemplo para generaciones posteriores, otorgando a la
mujer a título póstumo (y por tanto, a sus herederos) títulos de nobleza.
Probablemente a la nodriza le hubiera gustado más que los soldados no hubieran
acabado con su vida ni con la del niño, pero como dice José Ángel Martos, con
esta medida, recompensando a súbditos de los reinos enemigos, y sometiéndolos
bajo una ley común -sea buena o sea mala, pero igualitaria para todos-, Quin
Shih Huang fue poniendo las bases para la posterior consolidación de un imperio
y de un país, el de China, que todavía no existía, y sobre el que el emperador,
después de la conquista, tendría que ejercer la labor más difícil: la de
identificación cultural y social, entre habitantes de lugares tan diferentes,
en un solo estado, el nuevo, que en estos momentos se formaba.
La madre biológica de
Aisin Gioro Xianju, espía chino-japonesa (¿-1921?)
En este caso, la persona que
posee realmente relevancia histórica no es la mujer sin nombre, sino su hija,
conocida también como Chuandao Fangzi en China y como Kawashima Yoshiko en Japón.
Rodeada de multitud de leyendas que varían según el país de procedencia de
quien te las esté contando, esta mujer era hija de un aristócrata chino
(emparentado con la familia imperial) quien a principios del siglo XX la entregó
a las autoridades japonesas como una especie de mediación frente a una potencia
que ya se intuía que iba a tener mucha importancia en el futuro devenir histórico de
la nación china. Xianju fue educada bajo una rigurosa disciplina militar que la
hizo convertirse en una experta en la lucha de guerrillas, jugando sus
acciones militares un papel clave en la conquista de Manchuria por parte de
los japoneses, quienes arrebataron esta región a la antigua patria de Xianju. Una vez
hecho esto, las buenas relaciones personales de Xianju con el último
emperador chino (el cual la consideraba un miembro más de la familia) hicieron
que éste accediera a convertirse en soberano oficial del estado-títere de
Manchuria, manejado en realidad por los nipones. Xianju, sin embargo, no jugó un
papel pasivo: las historias dicen que siguió gobernando a sus milicias de
manera independiente y manteniéndose muy crítica frente a ciertas actitudes
japonesas en China. Xianju fue capturada por los chinos, se escapó, volvió a Japón,
retornó a China bajo la tapadera de un restaurante, y fue finalmente detenida y
ejecutada por las autoridades chinas en el año 1948, aunque ciertas leyendas
esgrimen que en realidad siguió viviendo bajo la imagen adorable y en apariencia inocente de una anciana señora denominada cándidamente “la abuela
Fang”. Desde luego, el personaje da mucho juego, porque entre su afición a
vestirse con ropas masculinas, la sospecha de unas más que turbulentas relaciones
de cama –violación por parte del padre de su tutor incluida-, o la tremenda popularidad
que llegó a alcanzar en su país de origen gracias a sus críticas a Japón desde su
posición de poder en Manchuria –lo que le llevó a incluso a grabar un disco de
canciones con su propia voz: aquello, desde luego, puso en un brete su papel
como espía discreta-, no es extraño que para la posteridad haya sido apodada
como la “Mata Hari del Este”. En esta ocasión, como decimos, la madre de Xianju
no juega ningún papel relevante en la Historia, pero como la madre del
emperador Qin, sufre el tradicional olvido que se aplica a las consortes reales
chinas. Cuando el padre de Xianju -el Príncipe Shanqi- fallece, su concubina y posiblemente la madre biológica de Xianju se ve obligada a suicidarse por el método
tradicional. Fin de la historia, y así, ella no pudo contemplar con sus propios ojos cómo su hija se
acababa convirtiendo en lo más parecido que en aquella época podía asemejarse a
un héroe.
La reina de Saba (alrededor del siglo X a.C.)
A muchos le sonará la leyenda de
la reina de Saba, aquella exótica monarca procedente de una nación situada en
las actuales Yemen y Etiopía, la cual, admiradora de la fama del rey Salomón, acudió a visitarle, y tan maravillada quedó ante la sabiduría del gobernante de
los israelitas que se acabó convirtiendo al monoteísmo. Por lo visto, todo el
mundo quedó contento con aquel viaje, porque la reina dejó en Israel varias
toneladas de oro, mientras que ella se llevó en su vientre al hijo de ambos, el
futuro Menelik I, quien daría origen a una estirpe de reyes de Etiopía que
según el mito termina en el depuesto monarca del siglo XX Haile Selassie.
Menelik, por lo visto, se llevaría a su país el Arca de la Alianza en un viaje
que hizo a Israel para conocer a su afamado padre, a quien (aunque fuera
hebreo) engañó como a un chino para llevarse el Arca a su patria. Pues bien, de la reina africana
que causó mayor furor en Occidente antes de
Cleopatra no conocemos el nombre, pues la Biblia no lo
menciona explícitamente, y según quién la mente puedes encontrarla denominada como Makeda, Bilqis, Balkis, Nikaule o Nikaula (incluso su origen se hallaría
en duda, ya que alguno le atribuye a la reina una procedencia búlgara). Así
pues, la mujer a la que Salomón le dedicó una sección del Cantar de los cantares, y por culpa de la cual -de acuerdo a la
tradición- el monarca judío se dedicó a instalar espejos por toda la superficie de una
habitación de palacio con el único objetivo de contemplar (la leyenda dice) sus peluditas piernas, no nos ha legado a la posteridad su nombre. Nos preguntamos si hubiera
ocurrido lo mismo si la reina hubiera sido israelita y un seductor rey –mago o
no- de nacionalidad etíope hubiera acudido para conquistarla. Quizás de él sí que
hubiéramos obtenido sus secretos.
Éstas
son las mujeres anónimas que hemos localizado. ¿Y vosotros?¿Conocéis alguna que
merezca cierto reconocimiento y cuyo nombre no haya sido difundido?¿Tenéis otras propuestas? Esperamos vuestras futuras aportaciones.
Bibliografía:
-Historias,
Apiano.
-El
primer emperador, José Ángel Martos.
-www.artefinal.com/mujeres_siglo_veintiuno/s_moro.htm:
La invisibilidad de la mujer en la
historia, Sonia Moro.
-http://historiasdechina.com/2014/01/29/yoshiko-kawashima-espia-china-japon/:
Tras la pista de la misteriosa “Mata Hari
del Este”, Javier Telletxea Gago.
-La Biblia.
-Wikipedia.