"Colinas de Chocolate" en la isla de Bohol
Tarsieros, el primate más pequeño del mundo, en la isla de Bohol
Playas de la turística isla de Boracay
El río Pagsanjan, donde se rodaron algunas escenas de "Apocalypse now"
El cráter (cubierto de agua) del activo volcán Taal, situado a su vez dentro de un lago en el interior de la isla de Luzón: casi cualquier zona del lago podría escalfarte tras una breve zambullida, debido a sus altas temperaturas.
Como habréis podido comprobar por alguna de las fotos, es un archipiélago (más de siete mil islas, cuyo número varía según la marea) que combina las playas paradisíacas -uno entiende en ocasiones por qué denominaron a su océano el Pacífico- con zonas de origen volcánico, rincones naturales únicos, o una flora y fauna imposibles de encontrar en otro lugar. También alberga un tráfico infernal, abruptas diferencias sociales (por poner un ejemplo, puedes contemplar los ultramodernos rascacielos desde la entrada de una red de chabolas situada en pleno casco histórico), y unos habitantes de los que se ha dicho que son los latinos de Asia y que caminan siempre con una sonrisa en los labios, a pesar de la pobreza, los tifones y cualquier otro posible mal que les pueda llegar. Dicho todo esto, vamos a meternos en su historia para poder entender un poco más los libros de los que vamos hablar a continuación.
Antes de abrirse al mundo, en Filipinas habitaban múltiples etnias independientes, aunque la más abundante en el siglo XVI era la perteneciente a la raza malaya. Entonces llegaron los españoles. El primero en desembarcar allí fue Fernando de Magallanes en su periplo alrededor del mundo. Magallanes tuvo sus momentos dulces con los nativos: le regaló a la reina de Cebú (a la que rebautizaron como "reina Juana" un poco en broma por Juana la Loca) una efigie del Niño Jesús que a ella por lo visto le encantó -y que hoy es objeto de adoración en todo Filipinas-, y firmó en las playas de Bohol, de acuerdo a los historiadores, el primer acuerdo de paz en todo el mundo entre las razas blanca y "morena". No obstante, aquello no duró demasiado: en la isla de Mactán, el jefe Lapu-Lapu desconfiaba de las promesas de Magallanes y tras una cruenta batalla, se lo cargó de una lanzada en la cabeza. Los españoles colocaron en el siglo XIX un monumento al explorador en el mismo lugar donde había caído, mientras que los filipinos, ya después de la independencia, erigieron ("a una lazanda de distancia" según la Lonely Planet) una estatua en la que un hercúleo Lapu-Lapu daba la espalda con altivez al monumento a Magallanes.
Cruz de Magallanes (en realidad, fue sustituida al menos una vez por Legazpi) que aún se exhibe en Cebú. A pocos metros de distancia, una basílica alberga el adorado "Santo Niño" que se le entregó en su día a la "reina Juana". A pesar de que la buena acogida que tuvo la efigie entre los nativos hizo creer a los españoles que los filipinos iban a ser bastante proclives a la cristianización, el escaso apego a la nueva doctrina que demostraron cuando los europeos volvieron a las islas hace creer que fue más bien la apariencia de muñeca de juguete que tiene el "Santo Niño" la que cautivó a la soberana local. El cristianismo, sin embargo, se acabó imponiendo, y hoy en día los devotos filipinos acuden en masa a adorar al Santo Niño en un ejemplo más del fervor del único país cristiano de Asia.
Arriba, monumento a Magallanes. Abajo, monumento a Lapu-Lapu, quien mató a Magallanes en una (autoridades filipinas dixit) "elocuente expresión del deseo de nuestro pueblo por ser libre".
Unos cuarenta años después de Magallanes, el militar Legazpi llegó allí dispuesto ya a emprender la conquista. Los filipinos destacan que hubo dos fases en la colonización: una primera más violenta, en la que los filipinos emplearon no poca resistencia, y otra en cambio mejor aceptada donde fueron los misioneros quienes, de manera más amable, se acercaron a los filipinos tratando de englobarles en su cultura. El caso es que, para el siglo XIX, momento en el que nace José Rizal, el sistema colonial anda firmemente establecido y Filipinas es, junto a Cuba y Puerto Rico, lo poco que queda del imperio español de Felipe II. Un imperio que Rizal se va a encargar de hacer tambalear.
Intramuros es una región de la ciudad de Manila que alberga lo poco que queda de las fortalezas coloniales españoles construidas originariamente en los siglos XVI-XVII.
Efigie de José Rizal en un billete filipino. A decir verdad, de las pocas ocasiones en el que máximo exponente heroico de un país es un pacifista convencido.
La figura de Rizal ha sido tan glorificada en Filipinas (hay poco casos en que un nombre se asocie tanto a un país) que algunos detalles de su biografía parecen sacados de la leyenda: que si aprendió a leer a los dos años, que si hablaba 10 idiomas con soltura y chapurreaba otros cuantos... Pero lo peor es que los hechos que conocemos a ciencia cierta de Rizal son casi igual de extraordinarios. Hijo de una eminente familia de las islas, estudió medicina en España, viajando para completar su educación por buena parte de las capitales europeas. Se dedicó a múltiples ciencias y artes (fundó una escuela y hospital, fue periodista, lideró la comunidad filipina en España y hasta dos especies animales descubiertas por él llevan su nombre). Conocía a fondo la literatura clásica (hay numerosas referencias latinas en su obra, y de hecho tiene un cuento donde los dioses griegos debaten sobre quién es mejor, si Homero, Virgilio o Cervantes), pero también la de su época, y cuando se decidió a escribir su primera novela bebió de las fuentes realistas que triunfaban en la segunda parte de su siglo (representadas en Europa por Balzac, Dostoievski o Galdós). Sin duda, cuando redactó su Noli me tangere, sabía que iba a tener un gran impacto, porque lo pretendía. Aunque tal vez no se imaginara todo lo que iba a venir a continuación.
El monumento a José Rizal en el parque de la Luneta, en el mismo lugar donde se fue fusilado. El monumento ha sido replicado en muchos otros países, incluyendo en las proximidades de la parada de metro de Islas Filipinas en Madrid. Para que os hagáis una idea del carácter siempre festivo de los filipinos, el edificio que se ha colado a la derecha de la foto ha sido bautizado por los habitantes de Manila como el "estropeafotos nacional".
"Noli me tangere", el título de la primera novela de José Rizal, proviene de la frase que Jesucristo le suelta a María Magdalena cuando resucita ("no me toques", como recordándole que tiene cosas más importantes que hacer que entretenerse con él). El motivo del título se debe -en palabras de una carta de Rizal a un amigo- a que el texto trata temas muy sensibles, tanto que no han sido expuestos a la luz pública por nadie, pero alguien tiene por fin que hacerlo. Y es que Rizal presenta la situación general de Filipinas y todos los problemas asociados a la colonización. Algo de lo que nadie, hasta ahora (o, al menos, desde el punto de vista filipino), se estaba atreviendo a hablar.
La cosa se pone tensa.
¿Y qué Filipinas existía en tiempos de Rizal? Pues una que se parecía mucho a la Edad Media europea. El gobierno de Madrid se encontraba muy distante; los funcionarios españoles llegaban, residían allí durante un breve tiempo, y luego se iban, con lo cual nunca adquirían conocimiento del país. Así que, como máxima autoridad residente, los administradores confiaban en los frailes, que eran los que hacían y deshacían desde sus monasterios locales. El fraile decidía y disponía a su antojo; si bien algunas clases altas filipinas (siempre dispuestos a pegarse sumisos a la espalda de los españoles) ejercían algún control, al final lo que se hacía era siempre lo que dijera el cura. En ese sentido, Rizal narra en su libro un episodio muy ilustrativo donde el partido de los jóvenes y el de los viejos discuten (en un debate muy similar al que Rizal debió contemplar entre liberales y conservadores en Madrid) sobre cómo organizar unas fiestas: al final, después de un largo proceso, dan igual las escaramuzas que han utilizado unos y de otros, porque el gobernador local confiesa que ya ha pactado montar una celebración religiosa bajo petición del cura. Y lo que diga éste, (literalmente) va a misa.
¿Problemas asociados con la "frailocracia"? El principal, que nadie les controlaba a ellos. Se describen casos de sacerdotes que abusaban y dejaban embarazadas a nativas (hay mucha discusión sobre si Rizal mencionó los peores ejemplos, o si lo que describía era moneda habitual en Filipinas). Por otro lado, los religiosos se negaban a que los indígenas aprendieran español: temían que, si esto ocurría, los nativos -que en cada isla hablaban una lengua distinta- pudieran unirse entre sí, o que accedieran a un conocimiento cuya carencia les hacía permanecer bajo el dominio de los españoles. (Un inciso: una anécdota muy interesante en este sentido, es que, para favorecer la comunicación con los indígenas, se creó un idioma denominado "chabacano". Éste consiste en una especie de castellano sin conjugaciones verbales, y todavía se habla en algunas islas, como es el caso de Zamboanga. Por otro lado, el tagalo o filipino, idioma co-oficial en las islas junto con el inglés, contiene unas 3000 palabras heredadas del español). En las Filipinas dominadas por los españoles, se descuidaba la educación y se despreciaba la suerte de los "indios", quienes eran tratados como ciudadanos de segunda categoría. Se impedía el comercio con los países vecinos por el miedo a que los filipinos se aliaran con ellos para conseguir su libertad, pero esto provocaba la decadencia de la industria y la economía. Rizal describe cómo la administración de los españoles (en parte por mantener a los filipinos en la ignorancia, en parte por exigirles demasiados impuestos, y a causa también de un excesivo sentido del orden, debido al perenne temor de que a cualquier momento se rebelaran) está obligando a numerosos filipinos a convertirse en bandoleros porque no tienen otra manera de subsistir. Tan insoslayable era el hecho que, por boca de uno de sus personajes, Rizal sugiere que, a pesar del riesgo de caos, el mejor remedio contra el problema sería la supresión de toda autoridad policial, o sea, de la Guardia Civil.
El poder de los frailes en Filipinas puede apreciarse en la magnificencia de esta biblioteca situada en uno de los pocos conventos primigenios que quedan en pie en Manila. A pesar de todos sus defectos, es verdad que los religiosos españoles fueron de los pocos que se interesaron por documentar algunos aspectos autóctonos de las islas, tanto relativos al idioma nativo como a las especies de animales y plantas presentes allí. Como me revelaba un amigo soriano, algunas de las mejores gramáticas de diversas lenguas filipinas se almacenan hoy en día en el Convento de los Agustinos en Valladolid.
Hoy, individuos vestidos con el antiguo traje de los guardas civiles sirven de atracción turística en el casco histórico de Manila.
En la novela, Rizal describe los distintos componentes de la sociedad filipina (con variados personajes, algunos de ellos bastante cómicos), entremezcla una historia de amor romántico y, en medio de todo ello, introduce varias disertaciones en los que realiza un diagnóstico sobre los males que acechan a Filipinas, del modo propio en que puede hacerlo un médico como él, es decir, a través de una profunda disección de su estructura. ¿Pero cuál es la solución que aporta? Pues ahí depende de si le preguntamos al Rizal novelista o al ensayista. En artículos periodísticos fuera de la novela (publicados en su mayoría poco después de la difusión de esta última), dirigidos sobre todo hacia las autoridades españolas, solicita como prioridades principales una prensa libre, diputados que representen a Filipinas en las Cortes -es decir, que Filipinas sea una provincia y no una colonia-, y en general algunas medidas (más educación, favorecer la justicia y la seguridad individual frente al despótico poder de las autoridades coloniales, tratar al "indio" como un ser capaz de gobernarse a sí mismo) acordes al pensamiento liberal que encontró en Madrid -el cual, también en España, tenía sus propios problemas y luchas frente a una estructura firmemente conservadora. En general, lo que pretende Rizal es que España trabaje junto con Filipinas para su mejor desarrollo (buscando el interés general de las islas en lugar de una política destinada simplemente a mantener el dominio colonial), en una solución pacífica en la que ambas naciones caminen juntas por el bien de todos. De no ser así, advierte Rizal, es probable que (aunque ésta no sea su intención ni tampoco la de los filipinos) éstos tomen las armas y se independicen de España, con perjuicio para ambas naciones. Si nos vamos al Noli me tangere, esas dos visiones se plasman en los diálogos que dos personajes (el cosmopolita Ibarra, una especie de alter ego de Rizal, y el mucho más nativo Elías) mantienen repetidamente a lo largo de la novela, exponiendo uno de ellos que, por muy lenta que sea, la vía pacífica sería la mejor antes de contemplar el derramamiento de sangre, mientras que el otro conversador le contesta que esa vía pacífica no tiene salida dado el actual estado de las cosas, y que la única forma de cambio posible es la revolución. Ésa era la dicotomía que, en el fondo de su corazón, estaba destrozando a Rizal.
La publicación del libro (editado originalmente en Alemania, en castellano, con correcciones del escritor español Vicente Blasco Ibáñez) desató una tormenta en Filipinas. Los nativos que estaban hartos de la situación en su país encontraron en Noli me tangere su inspiración y crearon una sociedad secreta, llamada Katipunan, que se inclinó abiertamente por la lucha armada una vez fue descubierta por las autoridades españolas. Estas últimas, por supuesto, culparon a Rizal, pero el escritor se hallaba muy lejos de las ideas del Katipunan: él, de hecho, había formado anteriormente una red de intelectuales denominada "La Liga Filipina", y fue cuando ésta fue clausurada por los españoles cuando uno de sus componentes, Andrés Bonifacio, decidió que las reformas pacíficas que la Liga promovía no servían de nada y se pasó al bando de la violencia, fundando el Katipunan. Rizal, mientras tanto, vivía un difícil enfrentamiento interior: era cristiano pero anticlerical; se creía un convenido pacifista, pero se veía abocado a liderar una revolución; escribió su obra por amor a su pueblo, y sin embargo observó cómo su familia sufría el desquite de las autoridades españoles como represalia. Es verdad que Rizal no había sido el único en poner el dedo en la llaga sobre todos estos asuntos. Ya existían ensayos anteriores argumentando que la situación actual de Filipinas era insostenible; un documento administrativo dirigido a las autoridades españolas exponía maneras de obrar tanto si se declaraba Filipinas independiente como si se mantenía bajo la Corona (y, de hecho, en una versión secreta, recomendaba la independencia); y Rizal no era el único de un conjunto de jóvenes filipinos que habían ido a estudiar a Europa y ansiaban en gran medida libertad. Además, Rizal se había basado, para su novela, en ciertos acontecimientos ocurridos en Filipinas (el llamado motín de Cavite) en los cuales las autoridades españolas habían tergiversado la verdad para así culpabilizar a inocentes en un ajuste de cuentas por motivos políticos. Pero Rizal tenía el problema de que nadie había colocado las cartas sobre la mesa más claramente que él y, por tanto, sobre su persona se concentraba toda la presión. En 1891 publicó en Gante la segunda parte de su obra, El Filibusterismo (nombre genérico que se daba a los actos de traición contra España y, en general, como se quejaban muchos, al ejercicio libre del pensamiento), texto que aún no he tenido la oportunidad de leer, pero que por lo visto sigue insistiendo en la dicotomía entre pacifismo y revolución violenta, hasta tal punto que pierde la estructura narrativa para convertirse en una discusión sin solución, probablemente porque ni el mismo Rizal la sabía. No sabemos por qué vía quería decidirse Rizal (ciertos indicios parecen apuntar que, al menos sobre el papel, siguió apostando por la vía pacifista), pero sí sabemos qué resolución optó con respecto a sí mismo: tras una época frenética de publicaciones y difusión de sus ideas por toda Europa, decide volver a Filipinas y escribe dos cartas para que sean publicadas después de su muerte. Ya se figuraba, sin duda, que para él estaba muy próximo el final.
Llega a Filipinas, y allí, cuando España decide que la Liga Filipina es una organización subversiva, le destierran a la isla de Mindanao. En su encierro, se dedica a la vida contemplativa, a aislarse de la política, y mejorar el día a día de sus conciudadanos; en las cartas que ya había escrito, se notaba su deseo de que todo acabara, más que nada para que dejasen en paz a su familia. Tiene en la isla (entre sus ocupaciones entre el hospital y la escuela que en Mindanao había fundado) a su único hijo, el cual, muerto al nacer, debe enterrar con sus propias manos. Solicita el permiso para embarcarse como médico en dirección a Cuba, y se lo conceden, pero cuando el barco ya ha zarpado, cambia súbitamente de rumbo y se dirige a Manila, donde se le juzga y se le condena a muerte. En su última noche, escribe dos textos: uno lo esconde en el zapato (resultaría ilegible, nunca conoceremos su contenido), y el otro, salvado en el candil que le iluminaba en su última noche en la cárcel, es el poema Mi último adiós, un conmovedor texto que alterna resignación ante la muerte, orgullo por haber servido a la causa de su patria, y un cierto alivio por el fin de todo ("morir", subraya al final el texto, "es descansar"). Al día siguiente le fusilan en un lugar donde mucho más tarde un monumento se erigirá en su nombre: Rizal sólo contaba con treinta y cinco años, y había hecho más cosas de las que muchos en una larga vida llegan siquiera a intentar.
Como novelista, Rizal era culto, apasionado; poseía un fenomenal manejo del humor y la ironía, era un paladín incurable de sus causas y un devoto seguidor de la razón y la ciencia. Sus textos incluyen un sorprendentemente actual punto de vista, incluso leído bajo el prisma del siglo XXI, y no es extraño que se le defina como el primer pensador moderno de Asia. No vivió, sin embargo, para comprobar cómo se reconocían sus ideas...
... y ésa es la parte que os narraremos en la próxima ocasión...
La publicación del libro (editado originalmente en Alemania, en castellano, con correcciones del escritor español Vicente Blasco Ibáñez) desató una tormenta en Filipinas. Los nativos que estaban hartos de la situación en su país encontraron en Noli me tangere su inspiración y crearon una sociedad secreta, llamada Katipunan, que se inclinó abiertamente por la lucha armada una vez fue descubierta por las autoridades españolas. Estas últimas, por supuesto, culparon a Rizal, pero el escritor se hallaba muy lejos de las ideas del Katipunan: él, de hecho, había formado anteriormente una red de intelectuales denominada "La Liga Filipina", y fue cuando ésta fue clausurada por los españoles cuando uno de sus componentes, Andrés Bonifacio, decidió que las reformas pacíficas que la Liga promovía no servían de nada y se pasó al bando de la violencia, fundando el Katipunan. Rizal, mientras tanto, vivía un difícil enfrentamiento interior: era cristiano pero anticlerical; se creía un convenido pacifista, pero se veía abocado a liderar una revolución; escribió su obra por amor a su pueblo, y sin embargo observó cómo su familia sufría el desquite de las autoridades españoles como represalia. Es verdad que Rizal no había sido el único en poner el dedo en la llaga sobre todos estos asuntos. Ya existían ensayos anteriores argumentando que la situación actual de Filipinas era insostenible; un documento administrativo dirigido a las autoridades españolas exponía maneras de obrar tanto si se declaraba Filipinas independiente como si se mantenía bajo la Corona (y, de hecho, en una versión secreta, recomendaba la independencia); y Rizal no era el único de un conjunto de jóvenes filipinos que habían ido a estudiar a Europa y ansiaban en gran medida libertad. Además, Rizal se había basado, para su novela, en ciertos acontecimientos ocurridos en Filipinas (el llamado motín de Cavite) en los cuales las autoridades españolas habían tergiversado la verdad para así culpabilizar a inocentes en un ajuste de cuentas por motivos políticos. Pero Rizal tenía el problema de que nadie había colocado las cartas sobre la mesa más claramente que él y, por tanto, sobre su persona se concentraba toda la presión. En 1891 publicó en Gante la segunda parte de su obra, El Filibusterismo (nombre genérico que se daba a los actos de traición contra España y, en general, como se quejaban muchos, al ejercicio libre del pensamiento), texto que aún no he tenido la oportunidad de leer, pero que por lo visto sigue insistiendo en la dicotomía entre pacifismo y revolución violenta, hasta tal punto que pierde la estructura narrativa para convertirse en una discusión sin solución, probablemente porque ni el mismo Rizal la sabía. No sabemos por qué vía quería decidirse Rizal (ciertos indicios parecen apuntar que, al menos sobre el papel, siguió apostando por la vía pacifista), pero sí sabemos qué resolución optó con respecto a sí mismo: tras una época frenética de publicaciones y difusión de sus ideas por toda Europa, decide volver a Filipinas y escribe dos cartas para que sean publicadas después de su muerte. Ya se figuraba, sin duda, que para él estaba muy próximo el final.
Llega a Filipinas, y allí, cuando España decide que la Liga Filipina es una organización subversiva, le destierran a la isla de Mindanao. En su encierro, se dedica a la vida contemplativa, a aislarse de la política, y mejorar el día a día de sus conciudadanos; en las cartas que ya había escrito, se notaba su deseo de que todo acabara, más que nada para que dejasen en paz a su familia. Tiene en la isla (entre sus ocupaciones entre el hospital y la escuela que en Mindanao había fundado) a su único hijo, el cual, muerto al nacer, debe enterrar con sus propias manos. Solicita el permiso para embarcarse como médico en dirección a Cuba, y se lo conceden, pero cuando el barco ya ha zarpado, cambia súbitamente de rumbo y se dirige a Manila, donde se le juzga y se le condena a muerte. En su última noche, escribe dos textos: uno lo esconde en el zapato (resultaría ilegible, nunca conoceremos su contenido), y el otro, salvado en el candil que le iluminaba en su última noche en la cárcel, es el poema Mi último adiós, un conmovedor texto que alterna resignación ante la muerte, orgullo por haber servido a la causa de su patria, y un cierto alivio por el fin de todo ("morir", subraya al final el texto, "es descansar"). Al día siguiente le fusilan en un lugar donde mucho más tarde un monumento se erigirá en su nombre: Rizal sólo contaba con treinta y cinco años, y había hecho más cosas de las que muchos en una larga vida llegan siquiera a intentar.
Como novelista, Rizal era culto, apasionado; poseía un fenomenal manejo del humor y la ironía, era un paladín incurable de sus causas y un devoto seguidor de la razón y la ciencia. Sus textos incluyen un sorprendentemente actual punto de vista, incluso leído bajo el prisma del siglo XXI, y no es extraño que se le defina como el primer pensador moderno de Asia. No vivió, sin embargo, para comprobar cómo se reconocían sus ideas...
... y ésa es la parte que os narraremos en la próxima ocasión...