(Este microrrelato, creado por mi musa, fue leído por mí en la Jam de Microrrelato y Poesía que celebramos el 22 de abril de 2016 en "Tierra, Trágame", como conmemoración del Día del Libro").
¿Por qué estamos aquí? Porque nos gusta lo curioso, lo sorprendente, lo interesante, lo inusual, lo que engrandece al ser humano, lo que lo redime de vez en cuando. Por eso nos apasionan las historias: porque hayan ocurrido o no, de alguna manera es real.
lunes, 25 de abril de 2016
La historia corta de abril: Titular del Times (3065)
(Este microrrelato, creado por mi musa, fue leído por mí en la Jam de Microrrelato y Poesía que celebramos el 22 de abril de 2016 en "Tierra, Trágame", como conmemoración del Día del Libro").
lunes, 18 de abril de 2016
La historia real de abril. "Almerienses" ilustres: Hermano Rufino
Durante mucho tiempo, la colección que recolectó el hermano Rufino (aunque otros religiosos, los Hermanos Jerónimo, Sennen y Mauricio, también intervinieron abundantemente en ella) permaneció fuera de los focos. La ocasión que tuve yo de conocerla fue cuando otro de los profesores del colegio, el Hermano Francisco Aguilera, empezó a poner en orden la colección de minerales, plantas y fósiles para convertirlo en un museo. El cual se abrió definitivamente al público en 2011.
Os dejo un enlace de la asocación de padres del propio colegio donde podéis contemplar fotografías del Hermano Rufino y de algunas de las secciones del museo (como digo, son especialmente impresionantes los huesos de ballena), y donde indica una dirección de correo electrónico con la que pueden contactar los interesados para visitarlo. Sin duda, ganará bastante con una ruta guiada a cargo de alguno de los más íntimos conocedores del museo. Puede parecer que esta entrada del blog tiene un sabor demasiado local y personal, y no lo niego, a pesar de que la trascendencia del hermano Rufino vaya más allá del colegio donde trabajaba y sea una referencia dentro de las ciencias naturales de la provincia. Pero creo que, en cierta medida, este post se trata de un recordatorio, para mí y para otros, de la cantidad de pequeños tesoros que no necesariamente están almacenados en reconocidos museos y superpoblados rincones turísticos, sino en lugares pequeños, discretos, en buena medida desconocidos para el gran público. El Hermano Rufino simboliza el poder de la acción de los pequeños gestos a lo largo de todos los días, y la capacidad de saber apreciarlo, esté cerca o lejos, en lugar de concentrarnos en unas pocas y a veces demasiado homogeneizadas referencias culturales. Para quienes les pillan muy a desmano determinados legados, es normal que el interés sea menor, a no ser que por casualidad pases muy cerca de los mismos (aunque, ¡ey!, incito a todos los que visiten Almería a visitar otras partes de su legado natural y cultural, y no sólo sus estupendas playas); pero para los que nos cruzamos en nuestra vida cotidiana con estas pequeñas maravillas, es un deber obligado. No obstante -todo hay que decirlo- es de ese tipo de obligaciones que sólo puede reportarte beneficios.
Nos leemos.
lunes, 11 de abril de 2016
El relato de abril. "De semillas y hombres"
Ésta
es la calle Zaldívar, situada en pleno corazón del barrio de Simancas: una zona
proletaria, en cuyas ventanas puede admirarse a señoras que a la vez que riegan
sus geranios cotillean la calle sin ningún pudor, ya que consideran se lo han
ganado después de más de veinte años de estancia en el barrio. En el inicio de
la primavera, la calle se exhibe adornada con sus almendros florecidos. Pero
podremos ver algo muy curioso si prestamos algo de atención:
Un poquito más…
Un poquito más…
Sí, un calceltín. Y en un segundo árbol apareció otro; y en otro unos zapatos; y en otro unos pantalones. Los vecinos juntaron todas las prendas de ropa en un trozo de tierra, colocaron entre ellas una semilla de almendro, regaron y esperaron. En poco tiempo, brotó un árbol, vestido entre otras prendas con sombrero, corbata y gafas de sol. El árbol comenzó a hacer una vida normal dentro del barrio: alquiló un piso, lo amuebló, consiguió un trabajo como jardinero. Por las tardes veía solitario la tele, mientras los vecinos le espiaban a través de su ventana para vigilar cada uno de sus movimientos, pero él nunca dio nada de lo que hablar. De hecho, los vecinos llegaron casi a olvidar su origen y considerarlo un miembro más del vecindario, con las ventajas adicionales de ser bastante educado y poco ruidoso. Poco a poco, el árbol se fue haciendo más viejo: sus hojas primero amarillearon y más tarde cayeron, sus movimientos se hicieron más lentos, y tras un deterioro progresivo de varias semanas llegó un momento en que, mientras avanzaba por la calle, fue paralizándose poco a poco hasta que finalmente se detuvo del todo. Entonces empezó a crecer: creció tanto y tan rápido que sus ramas se colaron por las ventanas de los pisos, y los vecinos creyeron que iba a explotar. Y efectivamente, explotó, pero de manera inocua, disolviéndose en miles de flores de almendro que alfombraron la superficie de la calle. En cada una de las macetas que había tocado el árbol en su expansión, las plantas crecieron durante los siguientes meses de manera exuberante. Tras aquellos sucesos inesperados, la vida del barrio no fue igual. Quién sabe si se debió a que después de un suceso de esa magnitud nadie puede permanecer incólume, tal vez fue a causa del común conocimiento de que compartían un secreto, la gente de aquella calle se volvió más unida, más solidaria con el resto de la barriada, con mayor sentimiento de grupo. Mientras tanto, en un cruce de aquella calle, delante de un banquito donde las señoras y los jóvenes solían reunirse alternativamente para repasar la vida del barrio y sus habitantes, alguien plantó en la tierra la única ramita de más de dos centímetros que sobrevivió tras la explosión de aquel extraordinario almendro. Allí aguarda paciente, y los vecinos bajan expresamente para regarla de vez en cuando. Todos esperan que, un día u otro, vuelva a brotar.
CALLE ZALDÍVAR, MADRID