Decía Isaac Asimov que muy pocos escritores reconocen tener influencias de otros, asemejando (segäun sus palabras) que sus estilos son completamente originales. Por supuesto, mi forma de escribir tiene referentes literarios y, durante un largo tiempo (y aún hoy, aunque en menor grado) Asimov fue uno de los ellos. En ese sentido, escribir un relato en un estilo "asimoviano" era no sólo un homenaje, sino una consecuencia natural de numerosas lecturas. A los fans del " buen doctor" sin duda les traerá gratos recuerdos, pero creo (y espero) que también les gustará a aquellos que no le conocen o son menos entusiastas de este escritor. En todo caso, para vosotros.
Posdata 1. Este relato fue escrito hace unos añitos, así que seguramente si lo escribiera hoy hubiera modificado unas cuantas cosas. Sin embargo, he decidido presentarlo tal cual para conservar el espíritu original y porque, por otra parte, creo que representa en mejor medida el modo de narración "asimoviano" que se le pretendía infundir a la historia.
Posdata 1. Este relato fue escrito hace unos añitos, así que seguramente si lo escribiera hoy hubiera modificado unas cuantas cosas. Sin embargo, he decidido presentarlo tal cual para conservar el espíritu original y porque, por otra parte, creo que representa en mejor medida el modo de narración "asimoviano" que se le pretendía infundir a la historia.
Posdata 2: En cuanto al "uno de los mejores escritores de ciencia ficción de la historia" que se nombra en la narración, su nombre está omitido para ser rellenado por el que más os apetezca. Unos pensarán en Asimov y en Clarke, pero otros seguramente en H.G. Wells, Verne... Señores, hagan sus apuestas.
Reunidos para la
paz.
El
invitado, como se le puede llamar eufemísticamente, se levantó cuando los
hombres que antes le habían estado escrutando a través de los cristales de la
habitación (opacos desde dentro, trasparentes desde fuera), entraron en la
estancia. Los hombres, sin embargo, le indicaron que podía sentarse. Él, que no
sentía, al menos por el momento, demasiado respeto por sus captores, siguió su
consejo casi con entusiasmo. Los hombres abrieron sus extraños maletines, se
dispusieron en las mesas con un orden y una precisión previamente pactados, y
le miraron entonces a los ojos.
-Primero de todo-comenzó a contar el
hombre que parecía al mando, de pelo grisáceo con algunas canas en las sienes-,
queremos disculparnos por la precipitación y por los métodos empleados. Pero,
como comprenderá usted a continuación, cuando le expliquemos la situación,
momentos desesperados requieren acciones desesperadas. De allí que le hallamos
llamado.
-Secuestrado, querrán decir.
-Como le digo, el motivo es más que
justificable. Para empezar, le diremos que, si fuera cualquier otra persona,
todo lo que le vamos a revelar ni tan siquiera se lo dejaríamos entrever. Pero
dado que es usted un autor de ciencia ficción, creemos que está más capacitado
que otras personas para entender su propia posición, así como la nuestra. Por
ello, seremos claros.
El escritor sonrió. Resultaba
irónico que, después de todo, en estos momentos tan surrealistas, le refirieran
su condición de “hacedor de sueños”, como le habían comentado en alguna
ocasión. ¿Qué iban a hacer?¿Pedirle un autógrafo? Desde luego, algo no
terminaba de cuadrar. Al menos, la amabilidad desplegada en estas últimas horas
no se correspondía en absoluto con el ataque nocturno en su casa, con un rapto
que, bien sin emplear demasiada violencia, fue más a causa de su falta de
resistencia que a la gentileza de sus captores.
¿Quiénes eran esos hombres que, a pesar de sus agresivos métodos, se
comportaban ahora mucho más como directivos de empresa, que como secuestradores?
El escritor no podía saberlo. Pero
deducía que no iba a tardar mucho tiempo en averiguarlo.
-En primer lugar, ha sido usted
seleccionado. Es usted uno de los mejores escritores de ciencia ficción de la
historia, y, sobre todo, el que más se adaptaba a nuestras necesidades. Ni los
anteriores, ni los venideros, requerían todas las cualidades necesarias para
este encargo que vamos a proponerle. De ahí que deba usted considerar un signo
de respeto y admiración el que le hayamos escogido a usted.
El escritor sonrió.
-¿Ha dicho usted... venideros?
-Exacto-parecía que el hombre iba a
llevar la iniciativa en la charla, y que los otros tan sólo asistirían para
tomar notas o enterarse de primera mano de la conversación-. Le dije que íbamos
a ser claros. Usted es escritor y, como tal, se ha planteado otras veces la
posibilidad del viaje en el tiempo. Este concepto, por tanto, no le es nuevo
para usted.
Mostró una sonrisa sarcástica
nuestro protagonista.
-¿Es... es esto una broma?
-Para nada, en absoluto, señor...
Llamémosle X. Discúlpeme por este trato tan frío, pero toda nuestra
conversación está siendo grabada, y, por motivos referentes a su propia
seguridad, es mejor que los que están contemplando esta charla desde su
despacho no conozcan su nombre, ni la época de la cual usted procede. No
quisiéramos que nadie tomara medidas drásticas contra su vida...
El sarcasmo se había transformado en
una expresión de extrañeza, perplejidad, y cierta preocupación. ¿Sería posible
lo que estaba ocurriendo? Por mucho que los escritores fantaseen acerca de
mundos y situaciones futuras, tendemos a creer que éstas no son más que
producto de nuestra imaginación, al igual que un autor de libros de fantasía no
cree en sus propias historias acerca de hadas y duendes. Pero, ¿sería
posible?¿No era tan extraño que, después de todo, y teniendo en cuenta que las
predicciones de los escritores de ciencia ficción acertaban muchas veces, y se
basaban en rigurosas teorías científicas, este hecho fuera real? Al señor X
comenzó a paseársele por la mente, la sombra de la duda.
-Así pues, estoy en el futuro-quiso
resumir él.
-En efecto; está usted en el futuro,
y ni tan siquiera se halla en el planeta Tierra. Comprendo que sea difícilmente
asumible y, sin pudiéramos, le daríamos más tiempo para recuperarse de, sin
duda, esta sorprendente revelación y, aún más, otorgarle pruebas, contarle algo
de este futuro del que usted supo adivinar algunas cosas... No obstante, no hay
posibilidad de hacer nada de esto. El tiempo y el espacio del que disponemos,
es limitado. No podrá salir de esta habitación... y tampoco se le permitirá
estar aquí durante demasiadas horas.
-Y ha dicho usted que mi vida puede
correr peligro.
-Sin duda; se debe a causa de la
misión que queremos encomendarle. Hay mucha gente que está deseando que ésta
fracase y, aunque las probabilidades de éxito son casi nulas para usted (y
perdone la franqueza), su muerte contribuiría mucho a disminuir aún más todavía
dichas probabilidades. Por ello es por lo que, en esta conversación que, como
le digo, está siendo registrada, será conveniente que no utilicemos su
auténtico nombre.
Entonces, uno de sus ayudantes
extrajo de su maletín un libro, y se lo tendió. El escritor reconoció su propio
nombre y, al abrirlo, leyó un par de párrafos con un estilo extraordinariamente
similar al suyo... De hecho, se trataba de una novela que había ideado, pero
que todavía no había publicado, ni que hubiera revelado a nadie. Ni siquiera
tenía nada por escrito, todo estaba en su imaginación... Pero allí estaba su
novela. Publicada por primera vez en una fecha reciente... para el año el cual
había estado viviendo. Era una reimpresión tardía. Allí estaba el libro... que
sólo podía conocerse, para aquel que hubiera estado en el futuro.
Comenzó a dejarse convencer.
-¿Y en cuanto al suyo, señor...?
-Spencer. Johnathan Spencer. Jefe de
los servicios secretos de la Confederación Terrestre. A su servicio.
El escritor tamborileó los dedos
sobre la mesa sobre la cual se apoyaba. Se pasó la mano por la frente.
-La Confederación Terrestre...
-En efecto. Somos un grupo de
planetas, constituidos a partir de las oleadas colonizadoras que salieron del
planeta Tierra con destino a otros mundos. No es que seamos demasiado
numerosos, ni demasiado poderosos, pero sí que somos sus descendientes, señor
X. Y he allí que vengamos a usted a pedirle ayuda.
El escritor se acomodó en el
asiento.
-Bueno, no es que yo me niegue a
ello... La verdad, preferiría que las cosas fueran con un poquito más de calma,
pero, visto cómo se lo están tomando ustedes...
-Lo sentimos mucho, señor X-agregó
Spencer-. Ya le he dicho que nos gustaría que las cosas fueran de otra manera,
así como que la forma en que contactamos anoche con usted hubiera sido muy diferente.
Pero, como ya le decimos, no tenemos mucho tiempo. Hemos de ir al grano.
El escritor suspiró.
-Supongo que no tengo otra
alternativa.
Los demás hombres, negaron simple y
llanamente con la cabeza. Muy bien. Estaba claro. El señor X entrelazó las
manos.
-Muy bien; ¿de qué se trata, entonces?
El hombre pareció aliviado de dejar
de lado la inútil palabrería. Abrió su maletín, y comenzó a extraer papeles de
éste.
-Muy bien. Para ello, he de ponerle
en situación. Nos hallamos en un asteroide en un sistema situado en la
periferia de la galaxia, no excesivamente lejos de nuestra Tierra natal. En
estos momentos, se está negociando... o, al menos, se estaba negociando, un
importante acuerdo de paz en este asteroide. Tras una larga, y, querría añadir,
fútil guerra entre las grandes potencias de nuestra galaxia, llega la hora de
imponer las condiciones de paz. Muchas millones de vidas, tanto humanas, como
de seres de otras civilizaciones, están en juego... Como usted comprenderá, es
una situación delicada.
El escritor se aproximó entonces,
trasladando su propio cuerpo por encima de la mesa.
-Seres de otras civilizaciones,
entonces...
Todo era cada vez más surrealista.
Cabían dos opciones: tomárselo como una broma, y divertirse... O asumir que
esto iba en serio –lo cual, por el aspecto circunspecto de sus antagonistas,
iba siendo cada vez probable-, y actuar en consecuencia. En dicho caso, esto
comenzaba a sobrepasarle... Incluso a pesar de tratar con estos conceptos
–extraterrestres, viaje en el tiempo, confederación de planetas-, todos los
días. Incluso aunque constituyera el pan nuestro de cada día. Incluso aunque
hubiera ganado mucho dinero con ello, y que fuera famoso por todo el mundo en
su época. Aún así.
-En efecto. No queremos agobiarle
con demasiada información al respecto. Enumerar la cantidad de seres de otros
planetas que se han descubierto desde su época, en la cual todavía muchos
sospechaban que estábamos solos en el universo, sería excesivo para cualquiera.
No es nuestra intención aportarle más datos de los necesarios; mi experiencia me
dice que, en este sentido, y para nuestra propia cordura, es mejor quedarnos
con los conceptos básicos, más que con los pequeños detalles, por muy
exuberantes y decorativos que éstos sean. Así pues, le diré que en este tratado
de paz están implicados, básicamente, cuatro civilizaciones: los mnemitas; los
traza; los borgovianos; y, finalmente, nosotros, los terrícolas, y sus aliados.
Una pantalla holográfica apareció
súbitamente en mitad de la habitación, mostrando un sencillo esquema.
-Los mnemitas fueron los vencedores
en la última guerra. Las otras tres civilizaciones, tres perdedores, aunque no
en el mismo bando, desgraciadamente. Los mnemitas, pues, son los que mantienen
ahora el control militar de la galaxia, de tal manera que poseen poder suficiente
para destruir a cualquiera de sus oponentes, incluso a todos ellos, si lo
desearan.
-Parece que ha sido una guerra
desigual, entonces.
-Han ocurrido muchas cosas, señor X.
Los avances tecnológicos han sido fulgurantes en estos años de guerra. Eso ha sido,
básicamente, lo que ha inclinado la balanza a su favor. En todo caso, ellos son
los que imponen las reglas. Y los demás tenemos que acatarlas.
-Los cuentos clásicos de ciencia
ficción de la Tierra solían colocarnos de vencedores en todas las batallas.
-Como ha mencionado usted, eso son
los humanos. En el planeta Elberg, en cambio, el público no aplaude al final
hasta que toda la humanidad no ha sido masacrada. Cosas de especies.
-Y entonces, es aquí donde ha tenido
lugar la conferencia de paz.
-Todavía está teniendo lugar. Aunque
se halla momentáneamente... en suspenso.
-¿Ah, sí?¿Y eso?
-Comencemos contándolo así: las
condiciones de la conferencia las impusieron los mnemitas. Son un pueblo con
unas características peculiares. Mantienen una serie de constantes en sus
relaciones con otras culturas; al principio, confían en ti ciegamente, entre
otras cosas, porque confían en que su tremendo poder de destrucción sirva de protección
suficiente para que nadie ose atacarte. Pero, si se sienten traicionados, las
consecuencias son desvastadoras. No sería la primera vez en que un planeta entero
desaparece de las coordenadas de los mapas galácticos, únicamente por una
cuestión de orgullo, o una ligera ofensa.
-No parecen muy amigables.
-Ya conoce usted el percal, señor X.
Cada especie tiene unas cualidades inherentes, una idiosincrasia y forma de ser
propias. La de los seres humanos, ya las sabemos todos. Las de las otras
especies, son más difíciles de entender... Prácticamente imposibles de
comprender de una forma profunda, al menos para la mayoría de nosotros. Pero
tenemos que convivir con ello. En mi opinión, y llevo bastantes años
contactando con muchos seres de otros mundos, no son ni mejores ni peores que los humanos: ni siquiera podemos juzgarle por nuestros propios parámetros, pues
éstos no tienen cabida, ni posibilidad alguna en su lugar de procedencia. Son,
simplemente, diferentes.
El escritor asintió.
-Deduzco, entonces, que son los
mnemitas los que están registrando nuestra conversación.
-Efectivamente.
De hecho, son los únicos que poseen el poder de viajar tiempo. Y es por ello por lo
que hemos tenido que pedirles este breve lapso para charlar con
usted. Son una deferencia que han tenido para con nosotros... aunque, en mi
opinión, no hacerlo hubiera sido una crueldad por su parte, y una traición a
sus principios.
X musitó algo entre dientes. Pero
indicó con un leve gesto a Spencer que prosiguiera su relato.
-En todo caso, como decía, los
mnemitas son los que imponen las condiciones de paz, y también la forma en que
se desarrollan las negociaciones. Han seguido el método tradicional que emplean
en su planeta de origen: cuatro seres, uno representando a cada raza, en un
asteroide, acompañados del mínimo personal que sirva para cumplir sus
necesidades. A la hora de las negociaciones, los cuatro se hallan en un
edificio sin posibilidad de acceder desde el exterior, al menos sin permiso del
que controla los accesos; en este caso, el control lo tenía el representante
mnemita, por telepatía. Sin su permiso explícito, nadie podía entrar al
edificio. Estaban los cuatro solos, en un lugar que incluía una sala de
reuniones, y cuatro habitaciones individuales, conectadas cada una a la sala de
juntas por un largo pasillo. Todos ellos, completamente aislados del mundo exterior.
Sólo penetró el ejército mnemita en el recinto... cuando se dieron cuenta de
que su representante había muerto.
El escritor dio un respingo en su
asiento. Al otro no le pasó inadvertido este gesto.
-Efectivamente. Es justo lo que
usted ha estado pensando.
Spencer mostró una débil sonrisa en
sus labios.
-Fue asesinado.
El escritor unió las yemas de los
dedos de ambas manos.
-Y, claro-quiso concretar-, sólo hay
tres posibles asesinos.
Aquí, se le borró toda sonrisa del
rostro a Spencer.
-Ése es el problema.
Declaró.
-Que en realidad sólo hay un posible asesino...
Balbuceó levemente, lo cual no
correspondía con la imagen de un hombre como él.
-Y es el representante de la
Tierra...
El escritor, entonces, enarcó una
ceja.
-Pero, ¿los otros dos?
Spencer se mordió el labio inferior.
Continuó hablando.
-Había un representante traza, y
otro borgoviano. Ninguno de ellos dos, por definición, ha podido cometer el
crimen. Sólo queda, pues, una alternativa.
X abrió los brazos, interrogante.
-Pero, entonces, ¿dónde está el
dilema?
Spencer se apoyó sobre el respaldo
de su silla.
-Señor X; si ya le hemos comentado
algunos de los actos que han realizado los mnemitas por una cuestión de una
leve ofensa...
Tragó saliva.
-¿Que cree que harían, entonces, con
el planeta de un ser que ha asesinado a uno de los suyos?
El escritor se estremeció.
Una imagen espeluznante cruzó a
través de su mente. No la pudo resistir.
* * *
El escritor se levantó. Comenzó a
dar vueltas por la habitación.
-Pero entonces, ¿el ser humano es
culpable, sí o no?
-Él dice que no lo es: y nosotros
confiamos en él. No obstante, ya sabe usted que puede mentir. Está dentro de la
naturaleza intrínseca del ser humano. En todo caso, esa no es la cuestión. Para
ser sincero, ni siquiera me importa demasiado si nuestro hombre lo hizo o no.
Simplemente, quiero que se demuestre que esto no es así o, al menos, que hay
otra posible alternativa. Aunque no sea verdad. A pesar de que sea agarrado por
los pelos. Quiero algo. Lo que sea.
X elevó una de sus manos a la
cabeza, y se mesó los cabellos.
-Así pues, lo menos importante es la
verdad en sí.
-Desde luego. Tenga usted en cuenta
la alternativa: si nuestro representante es el culpable, puede estar seguro de
que sus descendientes, en lugar de estar aprovechando los derechos de autor de
uno de los más grandes escritores de ciencia ficción de todos los tiempos,
acabarán constituyendo polvo estelar en algún rincón entre Venus y lo que quede
de Marte... eso, como posibilidad más halagüeña.
-¿Tan vengativos son los mnemitas?
-No lo sabe usted bien. Ni se lo
figura.
-¿Serían capaces de liquidar un
planeta entero, por la acción de un solo hombre?
-Le dije que se podía intentar
entender a los extraterrestres... pero que era un esfuerzo prácticamente inútil.
Para los mnemitas, la acción de un ente equivale a la de toda su especie. El
peor acto de un hombre, mancha por igual a toda la raza humana.
-¿Qué pasa: no han oído hablar de
los asesinos en serie?
-Sí que lo han oído: gracias a Dios,
ese es un capítulo ya desterrado de la humanidad, aunque tal hecho no viene a
cuento. En todo caso, a los mnemitas no les importa lo que nos hagamos entre
nosotros, sino lo que les hagan a ellos. Y no captan nuestro concepto de que la
acción de un hombre, incluso siendo su mayor representante en una conferencia
internacional, no equivale a la de todo un pueblo.
-No veo a un alto diplomático
asesinando a nadie. No me lo acabo de creer.
-Nadie lo hace. Pero hay un mnemita
muerto. Y hay que probar que no ha sido el humano.
-Hasta tal punto que habría que
mentir, aunque creyéramos que nuestro hombre fue el asesino.
-Efectivamente: salvaguardar nuestro
futuro en la galaxia lo requiere.
El escritor entonces dudó.
-Pero, dígame... Si se demostrase
que alguno de los otros dos es el asesino, entonces...
-Su civilización quedaría reducida a
cenizas por el poder mnemita.
-Ah; o sea, que aquí tiene que
perder necesariamente alguien. Un planeta entero...
-... o varios.
-Un planeta entero ha de quedar
destruido.
-Efectivamente.
-A ver si lo entiendo: usted no
quiere que el ser humano sea culpable de asesinato... aunque sea verdad. Aunque
para ello haya que destruir a una civilización inocente.
-Le dije, señor X, que era jefe del
servicio secreto de la Confederación Terrestre... No una monja de clausura. A
cada cual con su civilización: yo defiendo la mía. Llámelo egoísmo, pero yo
tengo familia. Y no me gustaría nada que les afectase a ellos. Si tienen que
morir para ello los traza o los borgovianos... bueno, eso ya es cuestión de mi
homólogo en sus respectivos territorios. No es cosa mía.
El escritor se volvió a sentar.
-Bien: analicemos los hechos, para
empezar. ¿Cómo murió el mnemita?¿Son descartables el suicidio, o el accidente?
-Estrangulado: efectivamente, son
descartables.
-Y hay otros dos candidatos, el
borgoviano y el traza.
-Efectivamente.
-Pero ninguno ha podido ser.
-¿Por qué?
-Cada cual por distintos motivos.
-Comencemos por el borgoviano. ¿Por
qué no ha podido cometer un asesinato?
-No, si poder, podría... Por
complexión física, y estructura corporal, tiene capacidad más que de sobra para
ser un soberbio ejecutor. El problema, es que no lo haría jamás.
-¿Por qué?
Spencer se levantó.
-Ningún borgoviano ha asesinado
jamás. A nadie. Ni siquiera de especies ajenas. Ni siquiera a un animal
inferior. Nunca lo haría.
El señor X le miró, interrogante.
-Perdone, pero eso no lo acabo de
entender. ¿Nunca?¿Nadie?
-Exacto; los borgovianos tienen un
código moral estricto, que nunca traicionan. Son incapaces de ejecutar acción
alguna opuesta a sus principios, que se parecen bastante a los nuestros, al
menos, los admitidos oficialmente en la Tierra: la paz, la verdad, la justicia,
el honor. Nunca matarían, ni por placer, ni tan siquiera por necesidad. Es así,
y punto.
-Pero eso es una mera cuestión
cultural: en todas las civilizaciones que han poblado la Tierra se ha prohibido
el asesinato y, aún así, y por muy estricta que fuera su moral, se han roto las
normas. Lo mismo podemos hablar en distintos estratos sociales: en teoría, los
religiosos no pueden cometer pecados y, sin embargo, algunos de ellos han sido
nefandos.
-Éste no es el caso, señor X. No se
trata de una cuestión cultural. Va mucho más allá de los meros
convencionalismos sociales. Es algo que se ha ido desarrollando a lo largo de
la evolución biológica de los borgovianos. Que está impreso, en su propio
código genético.
-No lo entiendo.
-Es difícil hacerlo la primera vez:
verá, los borgovianos provienen de un planeta repleto de bosques. Su
musculatura, su fuerza, sus varios brazos, etc, provienen de la necesidad de
trepar de liana en liana en tan espesas selvas. Pero, en realidad, son
herbívoros: nunca han tenido que usar su fuerza para nada que no sea circular
por la selva... y defenderse, claro.
-Defenderse, ¿de quién?
-De los slubos. Los slubos son seres
que viven en la zona de sombra de los árboles del planeta original de los
borgovianos. Son, y si quiere mi opinión más personal, sencillamente
repugnantes. No respetan nada de nada, son seres inferiores, sin apenas
inteligencia. Se dedican a acabar con todo borgoviano, o todo bicho viviente
que ven.
-¿Y ello no originó, en la evolución
de los borgovianos, un cierto impulso agresivo?
-Podría haber ocurrido así, dicen
algunos, pero no. Los borgovianos, de hecho, afirman que esa salida nunca
hubiera sido posible: pero, claro, es su opinión; se consideran una raza
superior. En lo que no andan muy desencaminados, después de todo, si los
comparamos con nosotros. Pero creo que a todas las especies nos pasa algo
parecido. Incluso a la nuestra. Sobre todo, a la nuestra.
-¿Qué ocurrió, entonces, en...
Borgovia?
-No se llama así... pero bueno.
Además, el lenguaje borgoviano es indescifrable, su nombre verdadero sería
imposible para nosotros. La cuestión fue que los borgovianos -en aquellos
momentos en el equivalente en nuestra prehistoria-, que habían desarrollados
instintos pacíficos, de comunidad entre ellos, no tuvieron que hacer frente a
los slubos, puesto que había allí otros seres vivos, inferiores, pero con
capacidad agresiva, que eran sus aliados. Que no les atacaban, y en los que
podían confiar. No es que estos aliados tuvieran un sistema nervioso tal que
podamos compararlos con los borgovianos, así que no se puede hablar de una
auténtica amistad, o colaboración... fue bastante más biológico, más primitivo,
llamémosle, quizás, una simbiosis. En ese sentido, los borgovianos se acoplaron
perfectamente. La simbiosis, tanto mental como física, con otras especies, hizo
innecesaria una lucha directa contra los slubos, sino, más bien, el desarrollo
de estrategias comunes para que sus aliados protegiesen a los borgovianos de
los ataques de éstos... Ello desarrolló aún más la civilización borgoviana, y
las contrapartidas que estos seres inferiores les pidieron a cambio les
hicieron desarrollar más todavía su civilización... Pero eso ya es historia
borgoviana.
-En todo caso, no hubo necesidad de
recurrir a la violencia.
-No solo eso, sino que,
genéticamente, y mediante selección natural, fueron favorecidos aquellos seres
sin predisposición a la violencia. Ello se debía a que, cada acto de muerte
contra cualquier animal, incluyendo los slubos, alteraba enormemente el
delicado ecosistema en el cual vivían, y las relaciones entre las distintas
especies, imprescindibles para el equilibrio de dicho hábitat. Los borgovianos,
en este sentido, tenían como máxima función alertar al resto de los seres vivos
del peligro de los slubos durante la noche. Es complicado de entender, lo sé...
De hecho, el proceso completo sólo lo entienden unos pocos historiadores
borgovianos. En todo caso, genéticamente, la naturaleza seleccionó siempre a
individuos sin agresividad, de tal manera que ésta ha sido desterrada del área
borgoviana: de hecho, existen casos de borgovianos que fueron raptados por
slubos, y criados bajo condiciones de agresividad, se les incitó incluso a
portarse como si fueran slubos; es una conducta rara en estas criaturas, pero a
veces ha ocurrido: no dio resultado. Los borgovianos eran pacíficos,
tranquilos, y aberrantes a la violencia, haciendo lo que fuera por impedirlo.
Eran, si me permite el símil, como corderos criados por lobos, que nunca
llegaban a dar ningún mordisco. Un borgoviano, pues, no puede matar. Es contrario a su naturaleza.
-Pero siempre existen mutaciones
genéticas.
-No estamos hablando de un
borgoviano cualquiera: estamos hablando de uno de sus principales dirigentes.
Es un hombre que ha tenido una intensa preparación antes de llegar hasta donde
se halla, sometido a múltiples exámenes de actitud y aptitud. Si este
borgoviano concreto fuera violento, a estas alturas ya le habrían descubierto.
-Interesante... Oiga, y, sólo por
curiosidad, ¿qué clase de guerra han librado los borgovianos?
-Una que estaban destinados a
perder, como puede apreciar claramente. En general, los borgovianos se han
visto protegidos por su sabiduría, su moderna tecnología, y la influencia
religiosa que ejercen sobre los sistemas colindantes; eran los filósofos de
este lado de la galaxia. Como ve, en los últimos tiempos, su estrategia no ha
sido muy correcta; supongo que la evolución lo tendrá en cuenta en el futuro, a
la hora de modificar la forma de hacer las cosas. Pero, de momento, les está
sirviendo para salvarse de la amenaza mnemita; que no es poco.
El escritor se quedó pensativo unos
instantes. Luego prosiguió.
-Vale; vamos a probar por otro lado.
¿Qué tal los traza?¿Tienen ellos también algún impedimento moral?
-No, no; en absoluto. En ese
sentido, son bastante parecidos a nosotros.
-¿Entonces?
-No reúnen los requisitos
esenciales; la capacidad para asesinar a alguien. Si le contamos a un humano de
la calle esa posibilidad, se estrumpiría de risa.
-¿Por qué?¿Acaso no pueden
estrangular?
-¿Sin brazos? Dudoso es. ¿Con
apéndices de apenas un par de centímetros?¿Un cuerpo fofo y ridículo, casi
inexistente, donde albergar, eso sí, un poderosísimo sistema nervioso?
Imposible.
-Pero, ¿qué son?¿Una cabeza con
tentáculos?
-Ligeramente parecido... aunque hay
que verlo para comprenderlo del todo.
-O sea, que no pueden cometer un
asesinato.
-No.
-Perdone, usted ha mencionado antes
a los mnemitas como dominadores de la telepatía: ¿no tendrán por casualidad,
los traza, algún tipo de poder mental?
-No; ojalá lo tuvieran, nos
solucionaría muchos problemas en este sentido. De todas maneras, lo de la telepatía no es una capacidad intrínseca de ninguna especie, es tan sólo temporal y con mucho despliegue tecnológico por medio. No, los traza sólo tienen un poder,
y es su soberbia inteligencia. Son crueles, maquinadores, y manipuladores hasta
más no poder. Se han pasado siglos haciendo alianzas para tratar de dominar la
galaxia; son, por ello, el máximo enemigo de los mnemitas, después de los
humanos.
-¿Ah, encima nos tienen manía?
-Todo son ventajas, ¿verdad? Pues
sí. Los traza, como digo, pueden hacer muchas cosas con sus armas... sus
ejércitos emplean robots tremendamente poderosos, y poseen instrumentos de
guerra que suplen sobradamente sus deficiencias físicas. Pero, por sí solos, no
pueden hacer nada. Y recuerde que, en el edificio, sólo había un representante
de cada especie. Sin armas, sin ningún posible truco procedente del exterior...
Sólo los propios individuos.
-Pero eso de que no había nada, es
muy relativo. Al fin y al cabo, toda prohibición puede ser evadida. ¿No es
posible, acaso, que alguien introdujera algún objeto u arma desde fuera?
-Los mnemitas son seres
extremadamente inteligentes, señor X. Y hacen muy bien su trabajo. Además,
llevan haciendo ese tipo de cosas durante milenios, como ya le he dicho, es su
forma de negociación habitual. Y, por supuesto, sabiendo que su representante
era el más importante en esta reunión, ya que es su decisión última la que
marca lo que ha de hacerse, han buscado defender al máximo a su líder. La
probabilidad de fallo es prácticamente nula... y, lo que es más, los mnemitas
nunca lo aceptarán. Ya ha podido dilucidar, de mis palabras, que tienen
bastante amor propio.
-Lo que me está entrando es complejo
de inferioridad: todos parecen ser más inteligentes y sabios que nosotros.
-Las especies inferiores no tienen
cabida en la galaxia. Han sido unos siglos muy crueles, estos últimos. Muchos
esclavos, muchas luchas, muchas especies descontentas, subyugadas... Que los
seres humanos sigamos siendo una raza predominante en la galaxia es sólo
cuestión de horas... Después de este tratado, seremos relegados a potencia de
segunda línea... Eso, si no nos destruyen antes.
-Pero parece que los mnemitas no
cuidaron tan bien de su líder. Al fin y al cabo murió, ¿no?
-Confiaban en su poder: los traza no
pueden matarles, los borgovianos tampoco, y los terrícolas... Diablos, no
pensaron que nadie fuera tan tonto.
-Claro; pero si un traza introduce
un arma en el edificio, es la situación perfecta para echarle la culpa al
humano. Los mnemitas han de tener en cuenta este hecho.
-Como ya le he dicho, los mnemitas
nunca aceptarán esa posibilidad.
-¿A pesar de los muertos?
-Esto no va por los parámetros de la
Tierra, señor X; los mnemitas no se van a quedar de brazos cruzados, por no
saber quién es el culpable. Esto se parece más a lo de Salomón: cortamos al
niño y a la mitad, y adiós. Si no encuentran culpables, a lo mejor acabamos
todos muertos. No es una posibilidad, señor X.
-O sea; quiere usted una teoría que
exculpe a nuestro ser humano, y que al mismo tiempo la acepten los mnemitas...
pide usted mucho.
-Por lo menos no le pido que sea la
correcta.
-¿Está usted seguro de que no sabe
la verdad, y me la está ocultando?
Spencer sonrió.
-Parece que lo más lógico,
tratándose de mi condición, es pensar que estoy protegiendo al humano... No, se
lo prometo, le juro la verdad: yo no sé quién mató al mnemita. Ojalá lo
supiera. No trabajaré con ninguna hipótesis que no exculpe a nuestro
representante, pero ni le creo ni le dejo de creer. Si me pregunta mi opinión
personal, le diré que creo que es un hombre bastante decente, lo sé porque le
conozco íntimamente... Pero no puedo poner la mano en el fuego. Como ya le
digo, sinceramente, no conozco la respuesta: sólo busco una salida a este
problema.
El escritor se retorció los
cabellos.
-¿Y no hay ninguna prueba, ningún
indicio que apunte hacia algún sospechoso concreto?¿Qué coartadas presentan?
-No hay indicio alguno. El mnemita
apareció muerto en una silla de la sala de reuniones. La fuerza física
requerida pudo ser ejercida por un humano, por un borgoviano (pero, como hemos
visto, es imposible que él sea el asesino), y con un traza con un arma, pero
nunca él solo. Los tres individuos declaran que estaban durmiendo en el momento
que pasó todo, y que no oyeron nada.
-Muy oportuno.
-Pero puede ser real: al menos, para
dos de ellos.
-¿Y cuál se supone que es el móvil?
-Había pocas reuniones de grupo en
esta larga serie de negociaciones; en general, las conversaciones tenían lugar
en la sala de juntas, con el mnemita y uno solo de los representantes, a los
que accedía por telepatía. Él venía, discutían, y se volvía a su habitación. Se
cree que es posible que el representante mnemita haya revelado su decisión
final acerca de los acuerdos de paz a uno de ellos, y él haya visto tan
desventajoso el acuerdo, que la única manera de salir adelante, era asesinar al
dignatario mnemita, y echarle la culpa a otro, para que su civilización sea
destruida; de esa manera, se podría obtener un acuerdo mejor.
-Pues, si hubiera sido el humano, le
habría salido muy mal.
-Los mnemitas asumen que los seres
humanos cometemos errores. Somos, en general, más falibles que otras especies.
-En otras palabras, nos consideran
estúpidos.
-Como nosotros a los niños. O a
otras especies animales. No es muy distinto.
-Pero, vamos a ver una cosa... Para
empezar, ¿por qué a mí?¿No tienen ustedes detectives, o algo así?
-Efectivamente. El caso lo ha
investigado un detective mnemita, y, a raíz de los resultados, nos han
permitido (como un gesto de gracia), traer a nuestro propio hombre. Que no
llega a conclusiones muy distintas. El estrangulamiento se perpetró desde
atrás: pudo ser tanto de pie, y luego se colocó el cadáver en la butaca, o en ese mismo
sillón. Eso es imposible de saber.
-¿Y en cuanto a las marcas del
cuello? La ciencia forense hará maravillas hoy en día.
-Desgraciadamente, las marcas no son
definitorias. Los dedos humanos, y los apéndices borgovianos, no son tan
distintos, teniendo en cuenta que procedemos de animales que saltaban de árbol
en árbol. También tienen pulgar prensil, ya sabe, ese paso de la evolución que
ha propiciado buena parte de nuestro desarrollo tecnológico. En todo caso, no
nos es posible determinar quién pudo ser el asesino. Salvo el traza, por
supuesto, al cual le hubiera sido, ya de todas maneras, físicamente imposible.
-¿Y dónde encajo yo en todo esto?
-Nuestro detective, como ya le he
dicho, no nos proporcionaba ningún dato novedoso. Todo seguía entre el
borgoviano, y el representante humano, y, abandonada la hipótesis del
borgoviano... usted ya me entiende. Por ello, le pedimos a los mnemitas, dado
que nuestro mundo estaba en juego, una segunda prerrogativa. Veíamos que este
caso no correspondía tanto al territorio de la ciencia forense, o de la
investigación policial habitual, sino de la comprensión de la psicología de las
distintas razas que se veían enfrentadas: hemos consultado a algunos expertos,
pero el problema es que les es muy difícil juzgar este asunto desde un punto de
vista imparcial.
-¿Demasiado humanos?-preguntó el
escritor.
-Más bien al contrario: han
trabajado tanto con seres de otros mundos, que hay ciertos aspectos de su
personalidad que han asumido tanto como la propia condición humana. Créame,
señor X, existen dogmas que hoy se aceptan en la Tierra de la misma forma en
que reconocemos que ésta es esférica o que gira alrededor del sol. Y uno de
ellos es que los borgovianos no pueden asesinar. Sería imposible convencer a un
terrícola común, menos aún a un experto en psicología interestelar, de lo
contrario; de hecho, hay muchos seres humanos, en una especie de movimiento
social muy común hace unas décadas, que han preferido convivir bajo el sistema
borgoviano, y renegar del cruel y demasiado humanizado planeta Tierra. Como ve, la
cosa no pintaba muy bien para nosotros.
-Y allí es donde entro yo.
-Exacto-certificó Spencer-.
Necesitábamos alguien imaginativo, alguien que comprendiera las motivaciones humanas
y, aún mejor, las no humanas. Alguien que no estuviera tan intoxicado con los
prejuicios actuales como para no proponer una hipótesis alternativa.
-Un escritor de ciencia ficción.
-Es nuestra última posibilidad.
Créame, el tiempo se agota. Los mnemitas nos han dejado sólo una oportunidad,
sólo esta habitación, sólo un estricto intervalo antes de que nuestro hombre,
encerrado en una prisión mnemita, sin posibilidad de que le realicemos nuevos
interrogatorios, sea declarado culpable, y nos preparemos para una guerra de
dimensiones épicas... e infausto final... Y sólo puede ayudarnos usted. Sé que
no poder interrogar a nuestro hombre, ni tampoco a ninguno de los otros
participantes, no es la mejor manera de llevar a cabo una investigación, y que
hacer elucubraciones sobre el papel no es la forma más adecuada de dilucidar un
crimen... incluso para un escritor. Y créame que lo siento. Pero los mnemitas
no nos dan más medios... Ya están bastante susceptibles como para pedirles
más... Es duro tener que trabajar así. Pero no nos queda otro remedio.
El escritor cruzó los dedos de sus
manos. Spencer le miraba fijamente, entregando una pesada responsabilidad sobre
su cuello, el cual empezaba a sentir la opresión de la cadena en la que iba
envuelta sobre sus músculos y venas... Hasta entonces, él había trabajado con
personajes procedentes exclusivamente de su mente. Esto en cambio, parecía
real. Demasiado real.
-Pero ustedes me han dicho-comentó
X-, que los mnemitas poseen el secreto del tiempo. Podrían avanzar hacia atrás,
para salvar a su dignatario, o para adelante, para averiguar si yo, o cualquier
otro, averigua la solución del misterio. ¿Por qué, entonces, necesitamos estos
métodos tan pedestres?
-El tiempo no es sencillo de
manejar, amigo mío. Nosotros no poseemos los detalles, pero sí que sabemos que
los mnemitas han tenido muchas malas experiencias con el manejo de los viajes
temporales, y que sólo los realizan bajo circunstancias excepcionales, y
garantizando siempre que no habrá alteraciones en cuanto a la historia, o a los
hechos pasados. Existen, además, ciertas circunstancias de índole física y
matemática que hacen mucho más complicado para los mnemitas arriesgarse a los
peligros inherentes al viaje en el tiempo, que, simplemente, tomar su propia
decisión, por muy errónea que esta sea, y confiar en ella, pese a que toda una
civilización inocente, o varias, puedan sufrir las consecuencias. Como le digo,
los mnemitas no sienten mucho aprecio por otras razas, y si nos han dejado
traerle en el tiempo a usted, es porque están absolutamente seguros de que este
pequeña distorsión de la curva espacio-temporal no va a causar ninguna
interferencia en el actual presente, o en el futuro. Al menos en el suyo. Ésta, y no otra, es la
razón por la que actuamos de esta manera.
El escritor bufó espontánea y
sinceramente. Tragó saliva.
-Una última pregunta...-susurró.
Spencer suspiró con paciencia.
-¿Sí?
-¿Por qué yo, y no otro?
El jefe de los servicios secretos
sonrió. Señaló su libro.
-Es mi favorito.
Se pasó la mano por la parte inferior
del rostro.
-Eso, y algunas características de
su literatura. Pero no perdamos más tiempo. Por favor. Éste se agota.
El escritor titubeó.
-Pero, bueno, tendré que pensarlo,
¿no?, que...
-Como quiera. Si prefiere estar a
solas...
El señor X sacó un pañuelo de su
chaqueta, y se quitó unas cuantas gotas de sudor de su frente.
-No... Déjelo... Si lo hiciera,
empezaría a pensar que esto es una pesadilla, y no podría concentrarme... Vamos
a pensar...
Tamborileó los dedos sobre la mesa.
-Todo parece girar, pues, a la
decisión que el diplomático mnemita había tomado con respecto a las
conclusiones definitivas de la conferencia de paz.
-Efectivamente.
-Pero no conocemos su contenido.
-No.
-¿Ni tan siquiera se puede intuir?
-Raro sería. En este sentido, las
posibilidades son múltiples y variadas, distintas según a cuál le corresponda
la peor de las alternativas. ¿Por qué lo dice?
-Estaba pensando... Supongamos que
no ha sido el ser humano. Sólo nos queda, pues, el borgoviano. Fue el
borgoviano, entonces.
-Sí, es una posibilidad. ¿Y cómo?
-Vamos a ver: usted ha dicho que el
mundo al que los mnemitas, digamos, le tengan más rabia, disfrutará de muy
malas condiciones resultantes de la conferencia de paz, ¿no es así?
-En efecto.
-Me figuro que las condiciones serán
básicamente económicas.
-También a nivel político.
-Quiere decir que los borgovianos
podrían sufrir hambre, o, cuanto menos, una muy desagradable pobreza...
Spencer frunció el ceño.
-¿Se refiere a que el borgoviano
asesinó al mnemita para evitar la muerte de un mayor número de personas?
-Efectivamente: al fin y al cabo, si
se trata de una raza tan inteligente, deben tener capacidad de pensar a largo
plazo.
-Veo que no acaba usted de
comprenderlo, señor X. Los borgovianos no son tan maquiavélicos: el fin no
justifica los medios, no siempre, al menos. El que los borgovianos se salven a
través de un asesinato es demasiado indirecto; sería factible, pero no
excesivamente creíble. Los traza serían más parecidos a nosotros, en ese
sentido. Además, han puesto en peligro a la Tierra; eso no debería entrar en
sus planes.
-Pero cada cual vigila sus propios
intereses.
-Eso no es algo que encaje en la
moral borgoviana.
-¿Y cómo, entonces, se han metido en
una guerra?
-En defensa de seres más débiles.
Les ha perdido la bondad.
-Eso nos pone aún más difícil las
cosas... Pero, imaginemos que el mal fuera tan grave, no sólo para ellos, sino
para los demás, que mereciera la pena el sacrificio de la Tierra; por ejemplo,
que los traza y los borgovianos se vieran afectados de la misma dramática forma
por la decisión mnemita. Supongo que quedarían afectados un mayor número de
personas que si sólo la Tierra fuera perjudicada: al fin y al cabo, dos
civilizaciones, al menos sobre el papel, tienen más población que una.
-No sólo eso: los traza y los
borgovianos tienen muchos más habitantes en sus planetas que nosotros, aún por
separado. En ese sentido, tendría usted razón.
-Pues entonces tenemos esa
posibilidad alternativa: el mnemita le revela al borgoviano su decisión,
posiblemente antes que al traza, ya que empezaría probablemente por el ser más
noble y, por tanto, el más fácil a la hora de comunicar sus intenciones. Esa
decisión supone un golpe en la línea de flotación de los sistemas borgoviano y
traza, y el borgoviano delibera, y toma su decisión, cometiendo el asesinato.
Es una buena posibilidad.
Spencer mostró un gesto escéptico.
-Existe alguna inconveniencia a esa
teoría.
-¿Cuál?
-Los traza y los borgovianos
mantienen posturas opuestas en este conflicto. Cualquier concesión a uno, es
una prerrogativa para con el otro. No es posible que ambos queden igualmente
afectados. El enfrentamiento es muy fuerte entre ellos. Sólo uno de los dos
puede mantenerse fuerte, y, por razones universal-estratégicas, uno de los dos
lo hará, necesariamente. Y la teoría
sigue manteniendo un punto de vista maquiavélico, que no me convence nada.
-Pensé que no se trataba de
convencerle a usted, sino a los mnemitas.
-Créame: los mnemitas no serán ni la
mitad de crédulos que yo. No cuente usted demasiado con ello.
El escritor divagó durante unos
instantes en silencio.
-Espere un momento... Pongámonos
desde el punto de vista mnemita: han de mantener a una civilización, bien sean
los borgovianos, bien sean los traza, como civilización auxiliar... como
aliado, digámoslo así. ¿Podemos afirmar esto?
-Efectivamente.
-La Tierra se queda, pues, como
potencia de segundo orden.
-Veo que aprende usted a manejarse
en este mundillo. No creía que fuera usted capaz de asimilar tantas ideas en
tan poco tiempo.
-Pues bien; si usted fuera un
mnemita, y tuviera que elegir un compañero de fatigas en la difícil tarea de
administrar la galaxia, ¿de quién se fiaría más?¿De los borgovianos, o de los
traza?
-Evidentemente, de los borgovianos.
-Así pues, partamos de hipótesis
inicial ésta; que los borgovianos fueron el pueblo elegido para seguir
adelante, y los traza fueron condenados a retroceder en el siempre accidentado
camino del progreso.
-Muy poético. Se nota que es usted
escritor.
-Ironías las mínimas.
-De acuerdo, señor X. Perdone, pero
llevo ya demasiadas horas sin dormir.
-Pues bien; la solución pues, pasa
porque el representante traza reciba la noticia de que ellos son los
perjudicados. ¿Qué podría hacer, entonces, para evitarlo?
-Nada. Protestar inútilmente, si
acaso. Continuar la guerra, para perecer sin remisión.
-Pero usted me ha dicho que los
traza son inteligentes, astutos, manipuladores. Estoy seguro de que se les
ocurriría una solución más sutil... Conoce usted que la mejor manera de sacar
un objeto de una botella no es romperla...
-... sino llenarla de agua.
-Así pues, el diplomático traza
podría conseguir un sistema... para asesinar al mnemita.
-¡Pero él no puede matar a nadie!¡No
presenta la capacidad física para ello!
-No... pero podría haber utilizado
su influencia para conseguir un aliado.
-¿El borgoviano?¿Un borgoviano
aliado con un traza, actuando en contra de su propia raza, y mediando un
asesinato por medio?¿Pero qué está diciendo?
-No estamos diciendo, en este caso,
que el borgoviano conociera su papel en todo esto...
El oscuro jefe de los servicios
secretos sintió temblar su labio inferior.
-Quiere decir entonces...
-Quiero decir-susurró el señor X-,
que hay varias maneras en que un hombre, o un ser vivo inteligente en general,
cometa un asesinato... Desde los primeros palos y piedras de la prehistoria,
hasta nuestros días... Uno es la propia intencionalidad... pero otro es el
accidente.
Los otros hombres que estaban en la
habitación, que hasta ahora asistían impertérritos al diálogo, comenzaron a
murmurar entre sí.
-¡Silencio!-siseó Spencer-. ¿Es que
nos toma por estúpidos?¡Por supuesto que consideramos la posibilidad del
accidente!¡Era nuestra única salida, vistas las opciones que teníamos!¡Pero no
se puede estrangular a alguien por accidente!¡No...!
-No, a no ser...-un refulgente
brillo tintineaba desde la oscuridad de las pupilas del escritor-, que
estuviera tratando de proteger a alguien. A no ser que tuviera que anteponer
una vida a otra. Incluso el ser más pacífico, debe valerse a veces de la
violencia para evitar una muerte.
Spencer comenzó a dar vueltas
alrededor de la habitación.
-¿Está usted insinuando que el
mnemita atacó al traza?
-Exacto: lo atacó, pretendiendo
matarle. Y, dada la evidente superioridad del mnemita sobre el traza, el
borgoviano, que bien podía hallarse en la habitación, bien pudo haberse
despertado por los ruidos procedentes de la sala de reuniones, se vio obligado
a actuar.
-¿Y le mató?
-Probablemente no fue su intención.
Probablemente vio que era la única manera de detenerle en ese momento.
-Hay maneras mejores de detener a un
hombre que estrangularle. Apartándole, por ejemplo.
-No podemos conocer las
circunstancias exactas. Quizás el mnemita agarraba al traza de tal manera que
apartar a su agresor hubiera sido de poca ayuda para el traza, incluso podría haber puesto
en peligro su vida. Probablemente el
borgoviano no quiso estrangularle, sino únicamente conmocionar a nuestro
individuo, tratar que soltase al traza, impedirle la respiración de tal manera
que cesase la lucha... Pero como habitualmente suele ocurrir, no es en el caso
de los hombres violentos en que esta agresividad desatada induce a la muerte...
Sino, más bien, en aquellos que no están acostumbrados a ejercer la violencia.
Un borgoviano presenta la fuerza, la estructura ósea, la capacidad de matar...
Pero nunca la ha empleado. Es tan fuerte como un fornido ser humano, pero nunca
ha experimentado su violencia, nunca se ha peleado con un niño en la escuela,
no sabe emplear su propia fuerza. A la hora de defender una vida, pues, será
alguien inexperto, incapaz, y ni siquiera su inteligencia podrá prevenir que
lleve a cabo acciones incorrectas o que se exceda en el uso de su propia capacidad... De esta manera, lo que comenzó siendo un el intento de salvar una
vida se convirtió en el acto de sesgar otra... El borgoviano se convirtió en
asesino, sin quererlo.
-Pero hay algo que no
comprendo-incidió Spencer-. ¿Por qué iba el mnemita a atacar al traza? Él tenía
las circunstancias bajo control. El traza no podía amenazarle físicamente. ¿Por
qué iba a alterarse de tal forma?
-¿Ni tan siquiera tratar de
atacarle?
-Podría intentarlo... pero
difícilmente hubiera llegado hasta el punto de una pelea seria.
-Sin embargo, supongamos que la culpa
no fuera del mnemita... Sino del propio traza.
-¿Y qué le hizo?¿Qué hizo para que
el borgoviano se viera obligado a salvarle?¿En qué lío se vio envuelto?
-Al contrario, cómo su magnífico
plan funcionó. Traza: manipulador, experto en convencer, en llevar a la gente a
su lado. Él quiso provocar la pelea. Él estaba seguro de que alguien vendría en
su ayuda. Provocó el suficiente ruido para que alguien viniera a ayudarle.
-Y ese alguien fue el borgoviano.
-Exacto.
-Pero, aún así, sigue sin quedar claro
cómo consiguió el traza enardecer de tal manera al mnemita para que éste le
atacase.
-¡Usted mismo me ha dicho que los
mnemitas son altamente vengativos! Eso, sin duda, revela que lo son más allá
del pragmatismo. La venganza es un sentimiento sólo asociado a aquellos que
piensan en sus propios sentimientos, más que en lo que es más necesario en la
realidad en que vivimos. Está también asociado a seres orgullosos,
susceptibles.
-Los mnemitas efectivamente lo son,
como ya le he mencionado.
-He ahí cómo pudo hacerlo. El traza
aludió al orgullo de especie. Les acusó de opresores, de injustos, abusó de sus
defectos físicos, de los fallos que todo ser vivo ha de poseer. Y a un
autoritario diplomático, acostumbrado, además, a tener una corte de aduladores
a su alrededor, sintiéndose el rey del mundo (por decirlo de alguna manera), tratando a los otros como
un rey a sus siervos, llamando a sus enemigos a la sala de reuniones, ¿cuánto más podía
serlo? Quiso acabar con su vida: porque además, sabía, que tenía la
suficiente fuerza para castigarle. Y que, si los mnemitas consideran que los
actos de un ser equivalen a los de su raza, con más razón todavía, el acto de
un mnemita no podía ser impuro. En fin, usted mismo me ha dicho que por
cuestiones de un quítame allá estas pajas, ha habido auténticas masacres.
-Así es-se frotó las manos Spencer.
Comenzó a ver el asunto más claro-. Entonces, el traza provocó su propio
ataque, para que el borgoviano fuera la mano ejecutora.
-Es exactamente lo que ocurrió;
cuando el borgoviano se dio cuenta del terrible delito que había cometido, se
sintió avergonzado. El traza, entonces, aprovechó aquel momento de confusión
para actuar con las sibilinas tácticas que caracterizan a los de su especie: le
razonó que, a los ojos de cualquier tribunal mnemita, los borgovianos, y
también los traza, serían declarados culpables. Que ambas civilizaciones serían
destruidas. Que el mal estaba hecho, que no podía haber final feliz, que,
pasara lo que pasase, habría muertos. Esto no es, como hablábamos antes, una
decisión tomada previamente, un asesinato realizado con premeditación y
alevosía... Es una política de hechos consumados. Callar, sabiendo que el
humano sería acusado del crimen; que todo el mundo caería ante el dilema del
traza que no podía cometer el asesinato, y el borgoviano que no debía hacerlo.
Condenar a una civilización, para salvar a dos. Eso no me negará que sí puede
ser razonado por un borgoviano, por muy nobles que sean sus sentimientos. Como decía aquel, Dios
dijo que seamos todos hermanos, pero no primos.
-Eso no se lo discuto, pero hay un
problema: ¿cómo podía el traza saber que el borgoviano acudiría al escuchar el
escándalo, y no el ser humano? Porque, si hubiera venido este último, la
coartada no hubiera sido tan eficaz como la que usted ha propuesto, y los traza
no hubieran cumplido su objetivo de beneficiarse políticamente de la
desaparición de la Tierra (algo que muy probablemente pesó mucho en su mente a
la hora de realizar sus acciones). ¿Cómo explica usted esto?
-Usted ha elogiado tremendamente a
los traza: me ha dicho que es su inteligencia la que les ha mantenido fuertes a
lo largo de su historia. Pues bien, como tales, y teniendo en cuenta que su
poder se basa en el conocimiento de otras razas, y como manejarlas, estarán al
tanto de los estudios sobre el origen de la civilización borgoviana. Y, como
usted me ha mencionado, parece que su misión en el complicado ecosistema de su
planeta de origen era avisar, durante la noche, del peligro slubo. Deduzco de
allí que, o bien son una especie de hábitos nocturnos, que duermen durante el
día...
-No lo son. En realidad, en su planeta siempre es de día, pero tienen sus períodos de descanso.
-... o bien, en dicho caso, poseen
mucha más capacidad para nosotros de apercibirse a alteraciones a su alrededor
durante la noche y, por tanto, tienen muchas más probabilidades de despertarse
ante una lucha en la sala de juntas, separada de su habitación por un largo
pasillo, que un ser humano corriente. Y era en eso en lo que estaba pensando el
traza cuando ideó su plan.
Spencer estaba frenético. Parecía a
punto de dar saltitos de alegría.
-Pero aún queda un último escollo:
esta teoría es posible. La que mantienen hasta ahora los mnemitas también. ¿Qué
es lo que hace que los mnemitas deban convencerse de que la nuestra es la
correcta, y de que no eliminen, por principio de precaución, a las tres
civilizaciones?
-Muy sencillo: su teoría original se basaba
en suponer la incompetencia y la estupidez del ser humano. Ésta, en cambio,
tiene en cuenta las mejores cualidades de los individuos de cada especie.
Seguro que, para una especie que ha dominado la galaxia, infravalorar a sus
enemigos no debe ser una política habitual, incluso aunque en su fuero interno
tengan tan mala opinión de nosotros. Estoy seguro de que esta teoría les
resultará mucho más convincente que la primera. Por otro lado –ahí X sintió
su argumento demasiado maquiavélico-, al adoptar esta teoría, los mnemitas
pueden destruir tanto a los borgovianos como a los traza, las únicas especies
capaces de hacerle sombra… Con tan sólo los terrícolas a su lado, nadie se
atreverá a hacerle sombra.
Spencer sonrió. Al hacerlo mostró los
colmillos. X sintió una punzada: pero sabía que el daño no se lo había hecho el
otro, sino él mismo con esta última frase.
-Sólo una pregunta más entonces:
¿por qué cree que los trazas, una especie sumamente astuta, han urdido un plan
que ha sido capaz de ser desvelado por un humano?
-Bueno, no es por despreciar mi
propia inteligencia, pero me figuro que habrán influido varios factores: primero,
que los trazas se habrán visto sorprendidos en una situación que se les ha
puesto en contra en condiciones muy desfavorables, y han tenido que operar como
mejor han podido, dadas las circunstancias. Segundo (y esto es un suponer),
quizás han asumido que en caso de duda los mnemitas no actuarían contra nadie
o, si acaso que, en igualdad de circunstancias (y eso todavía puede ocurrir) la
astuta diplomacia de los trazas les convenza a los mnemitas de la idoneidad de
contar con ellos como aliados, o al menos de minimizar los daños. Quizás, no
sé, el odio de los trazas a los borgovianos supera su propio instinto de
autorpreservación, y prefieren, por decirlo de alguna manera, dejar a sus
enemigos ciegos a costa de quedarse tuertos. Usted los conoce más, ya me dirá
si es posible. Y en cuanto al último argumento, es lo que usted dijo: yo no estoy condicionado por los dogmas básicos de esta época. Añadamos a eso, además, el espíritu taimado y ligeramente escéptico de mi época (que no sé si los seres humanos actuales conservarán), y tendrán algo que los traza no podrían averiguar.
Spencer, entonces, sonrió de manera
franca y espontánea, por primera vez, en todo el tiempo que había durado la
entrevista.
-Excelente, señor X. Excelente. No
dudaba que usted no nos defraudaría-aquí el escritor despreció esta ligera
mentira-. Nos ocuparemos de que regrese a su mundo de tal manera que no haya
ninguna alteración para su vida cotidiana. Por supuesto, garantizamos su
seguridad ante la posible venganza, esencialmente de los traza, ante la gestión
que ha realizado, y, eso sí, le pediremos que no mencione ninguno de los
detalles que ha conocido en este día a sus conocidos, o que lo refleje en
ninguno de sus libros. Creemos que no tendrá usted ningún problema en esto: al
fin y al cabo, si no sigue nuestras instrucciones, y a pesar de nuestro más
sincero agradecimiento, tendremos que actuar sobre su vida... Usted ya me
entiende.
-Sí-la practicidad brutal de Spencer no le
pasó inadvertido al escritor-. Le entiendo perfectamente-dijo mientras ambos se
estrechaban la mano.
Entonces, los hombres que
acompañaban a Spencer, esta vez más relajados, entre comentarios jocosos y
sonrisas, se fueron marchando de la sala. Spencer iba a cerrar la puerta tras
de sí cuando, de improviso, X preguntó:
-¿Y ahora, qué?
-Ahora, no se preocupe-le indicó
Spencer-. Usted quédese simplemente aquí, y nosotros nos encargaremos de que
vuelva a su hogar sano y salvo, como si nada hubiera ocurrido.
-No-replicó el escritor-. No me
refiero a eso. Quiero decir...
Spencer, al principio los ojos
expectantes, ahora comprensivos. Humedeció sus labios.
-Le contaremos esta teoría a los mnemitas
y, si les convence (lo cual, gracias a usted, es muy probable), tomarán medidas.
-... que pasan por la eliminación de
los traza y borgovianos.
Spencer se encogió de hombros.
-Los traza no merecían la pena de
todas maneras.
-Los borgovianos sí.
-En eso le doy la razón.
-¿No podrían perdonarles? Fue un
accidente, después de todo.
-Se puede intentar... pero lo dudo,
señor X. Son los autores materiales del crimen. Y les han mentido. Esos
pequeños detalles tal vez no sean claves a la hora de la evaluación final de lo
ocurrido... Pero ya lo sabe usted, amigo mío. No es la razón la que, la mayor
parte de las veces, dirige las acciones de los pueblos. De cualquier especie, cabría añadir.
El escritor bajó la cabeza, y se
pasó la mano por la frente, apesadumbrado. Estaba de pie, su sombra proyectándose
en el suelo de la habitación, así como la de Spencer, como si se trataran de
las de dos edificios en el skyline neoyorquino... Un skyline realmente tétrico,
dadas las circunstancias.
-Va a morir mucha más gente que si
nosotros fuéramos los culpables.
Spencer se mordió el labio inferior;
pero no había remordimiento en su mirada.
-Piénselo de otra manera: a lo
mejor, y a pesar de su teoría, incluso fuimos los culpables.
Spencer cerró la puerta tras de sí.
El escritor se quedó solo. Junto a
su libro.
Lo arrojó con fuerza hacia la
pared... A pesar de que lo desconocía, no quiso leer el final.
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