"El teatro lleva en crisis desde los griegos, y aún sobrevive", dijo una vez Andoni Olivares. Y, dado que esta semana (día 27) es el Día del Teatro (buen momento para que busquéis una obra en vuestras respectivas ciudades y compréis entrada), hoy por supuesto tenía que tocar recomendar obra. La escogida ha sido "El pato salvaje", de Henrik Ibsen. Y sobre ella os pienso decir... nada.
¿Cómo que nada? Bueno, sí, os puedo comentar alguna cosa sobre el autor: Henrik Ibsen, quizás el noruego más famoso del mundo, mundialmente aclamado por una revolucionaria obra, "Casa de muñecas", de la que tampoco os voy a revelar mucho, pero os avanzaré simplemente que se le acusó de socavar los fundamentos de la familia, la sociedad y la civilización occidental (ahí queda eso). Pero por lo demás, sobre "El pato salvaje", el drama que hoy nos ocupa... no, no os pienso decir nada.
"¿Pero por qué no?" (me preguntaréis, mascullando: "¿este tipo es tonto o qué?"). Pues porque en muchos casos hay historias (entre ellas, dicho sea de paso, y como promoción nada encubierta, mi último trabajo, "El troll", la cual os podéis descargar siguiendo la instrucciones de la parte derecha de esta página -por supuesto que no la pienso comparar con una obra de Ibsen, pero supongo que entendéis mi postura: Ibsen no necesita publicidad, pero yo sí-) en las cuales es mucho mejor sentarse directamente en la butaca, o abrir el libro, sin saber en absoluto de qué va. De esta manera, la propia forma en que avanza la historia te sorprende en su evolución. No te dejas llevar por ideas preconcebidas ni sospechas sino que, simplemente, te dejas arrastrar por los personajes y miras a ver adónde el torrente de los acontecimientos te lleva. Y en este caso, la obra de Ibsen es un ejemplo perfecto.
¿Que me insistís en que os cuente algo más? Venga, vale, tres cosas: 1) "El pato salvaje" es menos famosa que "Casa de muñecas" pero, en mi opinión, puede rivalizar perfectamente con ella; 2) a pesar de tener más de cien años de antigüedad, os va a parecer tremendamente moderna; y 3) una de sus adaptaciones en España llegó de manos de Antonio Buero Vallejo, uno de nuestros mejores dramaturgos y que tambíen es experto en historias sobre las que es mejor encontrarse en la inopia cuando empieza la ficción -y ya de paso, dos ejemplos de este autor: "La Fundación" y "El tragaluz"; de esta última os recomiendo que os hagáis con una edición que contenga una buena introducción sobre las circunstancias de la obra, pero que no os leáis dicha introducción hasta el final: es de este tipo de relatos que contienen un mensaje interesante por sí solos, pero cuando averiguas lo que hay escondido (y aquí, como en un iceberg, hay más de nueve décimas partes bajo el agua) te impacta muchísimo más-.
Bueno, al final en vez de una obra de teatro quizás os haya recomendado cuatro (o ninguna, según se mire). Pero tenéis opciones, ¿no? Al fin y al cabo, el Día del Teatro, como Navidad, es todo el año.
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