El secuestrado fue
liberado al lado de una carretera enormemente transitada. Fue inesperado, y
también brusco; le sacaron del maletero del coche, le quitaron la capucha
–dejándole tan solo con la mordaza y el vendaje en los ojos- y le ordenaron que
esperara un minuto antes de quitárselas o darse la vuelta. En menos de veinte
segundos, el coche arrancó, y el hombre se descubrió libre. No sabía si habían
pagado su secuestro o bien los terroristas no se habían atrevido a dispararle. Al quitarse la venda y la mordaza, notó una sensación extraña, como sintiendo una nostalgia anticipada por una situación a la que se había acostumbrado con el tiempo, y al contemplar las inánimes prendas que hasta ahora le habían privado de la vista y la capacidad de producir sonidos, celebró que le hubieran permitido conservarlas, como una especie de recuerdo de que una vez aquello fue real y que había salido vivo. El hombre observó la carretera y constató que con hacer un poco de autostop
–seguramente, su imagen ya había salido en los periódicos- podría volver a
casa, aunque le daba algo de recelo pensar en quién podría llevarle: al fin y
al cabo, no era cosa de haber sobrevivido a un secuestro para que luego un
psicópata repartiera su vísceras a lo largo de toda una carretera comarcal.
"Claro que, pensándolo
bien" (el hombre ahora libre meditó), "¿a qué estoy volviendo? Mis hijos no me
hablan. Hacía tiempo que mi mujer quería el divorcio. Mi trabajo cada vez me entusiasmaba menos. En fin, ¿qué clase de vida quiero retomar?"
El individuo miró un
momento a la autopista, y luego al bosquecillo cercano.
Tras unos instantes de
cavilación, se apartó de la carretera, y comenzó pausadamente a caminar en dirección opuesta a esta última…
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