El anciano sordo que se encontró la
caracola en su jardín se la puso al oído, pero no escuchó el mar.
Y
como no lo escuchó, se plantó delante de la caracola, que puso encima de una
mesa, y le pegó un fuerte grito:
-¡Aaaahhh!
Pero
la caracola no le respondió.
Entonces,
en un gesto de osadía, el sordo avanzó un paso, y le pegó un lametón a la
caracola.
-¡Puaj!-exclamó
asqueado.
No
se oía, desde luego, pero sí que sabía a mar.
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