Arriba, portada cerrada de "El jardín de las delicias". Abajo, tríptico abierto
Recientemente, el Museo del Prado ha estado organizando una exposición en torno al misterioso pintor holandés Jheronimus Bosch, más conocido como "El Bosco", centrada, por supuesto, alrededor del más famoso de sus cuadros, "El jardín de las delicias". El cuadro ha servido de inspiración para pintores y toda clase de artistas, y ha sido sometido a toda clase de interpretaciones, pero quizás una historia menos conocida (y, sin embargo, también bastante interesante) es la de cómo un cuadro creado por un críptico pintor holandés ha acabado dentro de las salas del más importante museo español. Lo que hoy os quiero contar es, precisamente, el relato de estos hechos.
Para empezar, nadie sabe muy bien quién encargó el cuadro. Es el primero (entre una larga lista) de los misterios de esta obra. Se sabe que aparece por primera vez en uno de los palacios de la casa Nassau en Bruselas, de lo cual se deduce que su ejecución se debió a alguno de sus integrantes. Una de las posibilidades lo atribuye al preceptor de Felipe el Hermoso y de su hermano, el futuro Enrique III de Nassau-Breda, con la función de que fuera un cuadro que proporcionara entretenimiento a la par de instrucción a los jóvenes príncipes. Esto cuadraría con la opinión mayoritaria de los expertos de que el cuadro tiene una función moralizante. Lo primero de todo, el nombre de "El jardín de las delicias" no es el original del cuadro. Éste nunca lo conoceremos realmente. Algunos argumentan que el título original estaba relacionado con "la variedad del mundo" (lo cual encajaría con la imagen del tríptico cerrado, donde aparece un planeta a punto de ser revelado a sus habitantes. De hecho, buena parte de los autores encuentran símbolos que relacionan esta imagen con el tercer día de la Creación). Entre los hombres que más escribieron acerca de la pintura del Bosco durante la época de Felipe II, fue denominado como el cuadro de la fresa o del madroño, debido a ciertos detalles de la pintura. Las fresas, en concreto -representadas en varios lugares de la obra- simbolizan los placeres carnales y efímeros, de ahí que fácilmente se pasara a denominarlo el cuadro de "las delicias o deleites terrenales" hasta, finalmente, adquirir el ya mítico nombre de "El jardín de las delicias". El cuadro, como decimos, tendría una función moralizante: en el lado izquierdo del tríptico estaría el Paraíso. En el central estaría la Tierra, con toda su variedad de placeres y sensualidades, capaces de excitar nuestros sentidos pero también de albergar los más extravagantes sueños y pesadillas (ésta es la parte del cuadro que genera más ambigüedad, puesto que mientras unos espectadores se centran en la cantidad de maravillas que contiene, otros hallan cierta fuente de temor en tan aberrante imaginería, o destacan la brevedad y lo insano, al menos desde el punto de vista de la época, de los placeres allí descritos. Si El Bosco pretendía reflejar esa dualidad -en un estilo muy sutil y muy medieval también, exaltando veladamente aquello que se pretendía condenar, de tal manera que produce casi más tentación que rechazo-, si era parte del entretenimiento que se esperaba para los príncipes, o si es interpretación anacrónica procedente de un siglo XXI más liberal en cuestiones relacionadas con el placer, eso ya es opinión de cada cual). El panel derecho, en cambio, representaría el infierno, adonde acabarían aquellos que han disfrutado demasiado de los sentidos y pecados reflejados en el panel central. Se ha hablado de múltiples simbolismos y significados ocultos en la obra, pero de momento, vamos a dejar aparcado el tema y vamos a volver a la cuestión que nos ocupa, y es acerca de qué pasó con el cuadro.
A través de herencias familiares, el tríptico es heredado por Guillermo de Orange. Guillermo era de los aristócratas mejor valorados en Flandes por Carlos I de España, pero acaba rebelándose contra su hijo Felipe II (son las famosas guerras de Flandes en las que se vio metida España durante muchos años, y donde Velázquez, el conde-duque de Olivares y el famoso personaje de ficción Alatriste acabaron por tener mucho que decir). En el transcurso de aquel largo período de enfrentamientos entre España y Flandes, Guillermo de Orange, viéndose derrotado, abandona su castillo. Es entonces cuando entra en escena el duque de Alba, el cual había llegado a Flandes -enviado por Felipe II- para imponer orden, y que dejó una leyenda negra tan terrorífica detrás que todavía en Holanda se amenaza a los niños con que, si se portan mal, vendrá el duque de Alba a castigarlos. La cuestión es que el español sabía de la existencia del cuadro, sabía que se encontraba en el castillo de Guillermo de Orange y, obsesionado con él (no lo habría visto nunca, si acaso copias imperfectas, pero las historias en torno al cuadro debían haber causado en él más que una honda impresión), registró todo el castillo para conseguirlo. Para que os hagáis una idea, interrogó al guardián del castillo, intentando obtener de él información acerca de la localización del cuadro. Como el guardián no se prestaba a colaborar, y el duque de Alba estaba empeñado en conseguir el tríptico, costara lo que costase, el enviado del rey español olvidó las contemplaciones y torturó al holandés, arrancándole las uñas de los pies hasta que confesó el emplazamiento de la obra de arte. Imaginaos las necesidad que tenía de apropiarse de aquella pieza, y lo que el cuadro lleva impresionando desde su concepción...
El duque de Alba se lo trae a España y, años después, merced a herencias familiares, acaba en manos de Felipe II. Parece ser que Felipe II aprecia mucho el cuadro, y lo coloca en sus dependencias personales. Una vez más, se ponen en duda los motivos por los que la gente encontraba fascinante la pintura, probablemente muy distintos de los de nuestra época. Es verdad que el cuadro contiene desnudos y todas las formas de pecado imaginables, pero los frailes cercanos a Felipe II no lo consideraban herético sino ejemplarizante, y el "buen rey católico" Felipe II se lo recomienda a sus hijos porque es un cuadro -según dice- del que se pueden aprender muchas cosas. Tal vez aquel rey religioso (pero también cosmopolita y versado en arte) también sabía adivinar en aquel entonces aquella interpretación que dice que no hay mejor manera de exponer a un hombre a la tentación que prohibirle algo. O tal vez quedó hipnotizado por la ambigüedad de disfrutar secretamente de aquello que censuras de manera oficial. O (quién sabe) aquellas extrañas imágenes del Bosco, hoy tan atractivas y tan instaladas en la cultura popular a través no sólo de sí mismas, sino de las herencias de Dalí y otros pintores modernos, infundían a Felipe II y a sus coetáneos un sobrecogedor temor que nosotros ahora, liberados del fantasma del cielo y del infierno, no podemos entender en su misma dimensión. Es posible que todas las dimensiones del jardín del Bosco no las puedan entender completamente un hombre del siglo XVI, y tampoco uno del siglo XXI.
De Felipe II a la colección del Escorial, y de allí al Museo del Prado, los pasos son bastante intuitivos. Y de allí a la popularidad y a la reciente exposición de El Bosco en El Padro, también. Y de allí al documental "El Bosco. El jardín de los sueños", emitido en estas fechas en la 2, una buena recomendación para averiguar más sobre el cuadro y todas las leyendas que se ciernen a su alrededor.
Pasad una buena y artística semana.
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