lunes, 19 de febrero de 2018

El relato de febrero: "Todos los caminos llevan a Cartago"

Todos los caminos llevan a Cartago

            En el año 210 a.C., Roma claudicó al fin y firmó la paz con Cartago. El éxito se debió sin duda al cambio de opinión, casi in extremis, de los dirigentes cartagineses, los cuales autorizaron a enviar más hombres y equipamientos a su general Aníbal, permitiéndole entonces cercar la ciudad, lo cual supuso, tras un terrible asedio que se prolongó durante varios años, la rendición definitiva de Roma.

            No obstante, la contienda de más de veinte años, que se había prolongado, como una auténtica guerra mundial, la primera de ellas, a lo largo y ancho del Mediterráneo, Iberia, África, la Península Itálica, le había dejado a Aníbal Barca bien clara una cosa: Roma tenía mucho que ofrecer a Cartago, y pese a su odio eterno jurado a los nueve años contra los romanos, pensó que nada podría ser más provechoso para la causa de Cartago –y más humillante para los romanos, por otra parte; aunque las futuras versiones históricas, benignas con Aníbal, tendería a teorizar que le movió mucho menos su deseo de venganza que el sentido de estado-, que convertir a los romanos y a sus aliados itálicos en uno más de los colaboradores de Cartago, en miembro más de un imperio formado por estados satélites. Así pues, lejos de aquellas voces que proclamaban la destrucción de Roma, Aníbal pronunció un legendario discurso, en el que proclamaba que vivos, sus antiguos enemigos podrían ayudarles a ser mucho más fuertes de lo que eran. Los romanos, a pesar de su derrota, se resistieron a formar parte del bando de su propio enemigo; sin embargo, ante la débil oposición de los estados italianos –que por otro lado, se sentían hasta cierto punto felices de ver derrotada a su antigua señora, y aliviados al haberse colocado bajo el mando de un ejército que, al contrario que el romano, no les exigía más batallas-, poco más pudo hacer, y tuvo que claudicar por segunda vez, esta vez, en el terreno de los sentimientos. Además, Roma era en aquella época una ciudad sin tradición ni apenas historia, no fue difícil que asimilaran el vasto andamiaje cultural heredado de los fenicios y ahora defendido por los cartagineses, y los romanos se alegraron también –pasado el habitual recelo frente a los extranjeros- al ver cómo se erigían en su ciudad monumentos y jardines que antes no existían en esa sucia cloaca en mitad de la península italiana. Así pues, los romanos orientaron, tal y como pensaba Aníbal, su patriotismo, la defensa por su patria, a la defensa de los intereses de Cartago. Un cambio de mentalidad que, un tiempo más tarde, sería muy beneficioso para todos ellos, y que a la luz de las circunstancias presentes, y como profundizaremos más adelante, debería recuperarse de nuevo para una revisión histórica.

            Con la conquista de Roma, la anexión de Iberia fue una cuestión costosa, pero que sólo requirió tiempo, después de todo, Cartago ya se hallaba implicada con los pueblos ibéricos mediante lazos comerciales, no fue difícil que ingresaran en el interior de su federación, manteniendo su autonomía a cambio de pagar un tributo. Algunas tribus se resistieron, y durante varios siglos, las antiguas legiones romanas, en colaboración con las falanges cartaginesas, se vieron obligados a combatir a diversos pueblos, hasta que finalmente obtuvieron una conquista completa. En aquellos tiempos, se observó ya lo que sería una constante militar durante siglos, y es que la colaboración de estos dos sistemas de ataque, conjugando hombres procedentes de ambos bandos –el doble de efectivos, por tanto-, y las estrategias más útiles de cada una de sus organizaciones militares, el eje Roma-Cartago se convertía en un poderoso tanque, al lado del cual se hacía muy difícil prácticamente respirar. Por eso fue por lo que los griegos, prudentes, decidieron establecerse como una parte más de la autonomía cartaginesa, garantizando, con ello, la independencia de sus polis, aunque sí a cambio de unas fluidas y muy ventajosas para los púnicos relaciones comerciales. En poco tiempo, el Mediterráneo estaba en paz; y lo era bajo un gran imperio, que tenía como capital Cartago.

            Los historiadores cifran para aquella época lo que ellos denominan, y que ha determinado la mayor parte de la historia de la humanidad, es la “superposición de culturas”. La mayor parte de los eruditos predice que, de haber quedado en derrota, o tan siquiera en tablas, incluso si se hubiera vencido pero si se hubiera destruido Roma, la conflagración de la segunda guerra itálica hubiera marcado el principio del fin del pueblo cartaginés. Tal y como afirmó Polibio, el apogeo de Cartago había sido muy brillante, pero como toda civilización, a un momento le brillo le suele seguir la decadencia, así hasta la conquista de otro pueblo. Fue en cambio, la conquista de Roma, la que permitió obtener a los cartagineses el empuje de nuevos pueblos en ascenso, como los romanos, aprovechando sus fuerzas y su dominio militar. Y esta conjunción de astros permitió a su vez incorporar toda la cultura y la ciencia de los griegos, combinadas las cuales, crearon una cultura grecocartaginesa, la cual se expandió por Roma, Iberia, y todo el norte de África, consiguiendo incorporar a la civilización a los númidas, y la colaboración estrecha junto con un asociado imperio egipcio.

            La superposición de culturas fue la que permitió subsistir al Imperio Cartaginés durante varios cientos de años. De no ser así, de no haberse producido la combinación de una amalgama de culturas las cuales unieron sus fuerzas para lograr una civilización más potente, ninguna de ellas hubiera durado lo mismo que cada una por separado. Más ladelante, Las guerras civiles internas por hacerse con el poder llevaron a la finalización de la república y a un gobierno en manos de un solo hombre, un imperio plural, multiétnico, y esencialmente pacífico, dedicado solamente a defenderse de las invasiones de los bárbaros en la Galia, Germania, etc. No obstante, las relativas escasas fronteras que presentaba el imperio en su zona europea, así como los agrestes accidentes geográficos –Pirineos, Alpes, etc-, que les defendían, mantuvieron estas zonas fácilmente defendibles seguras durante mucho tiempo. No obstante, todo cambia a partir del siglo VII, con la llegada de los árabes.

            El profeta Mahoma, inspirado en gran parte por un cristianismo que se había extendido por todo el Imperio Cartaginés, incitó a sus contemporáneos a la conquista del mundo, expandiendo su religión, su cultura y su idioma por todo el orbe. En el momento en que llegan al Norte de África, se encuentran con un imperio altamente desarrollado en el sentido cultural e intelectual, aunque ya muy empobrecido militarmente. Los árabes engulleron fácilmente la región del norte de África, llegando hasta Hispania, pero no más allá, a causa del clima. Mientras tanto, Italia y Grecia, perdidas a su suerte, fueron invadidas por los bárbaros, que tomaron estas regiones. Es en ese momento cuando Europa deja de formar parte del núcleo más elaborado de la civilización, y cae en un abismo donde la ciencia, la tecnología y la cultura brillan por completo por su ausencia.

            Los árabes mantuvieron un imperio que, una vez más, formó parte de una nueva ola, por segunda vez en la historia, del impresionante fenómeno de superposición de civilizaciones. De haber caído el imperio cartaginés sin más, todos sus vastos conocimientos, junto con los de los griegos, hubieran caído en el olvido, lo cual hubiera supuesto un bache de varios cientos de años, del cual nos hubiera costado mucho recuperarnos, y que hubiera retrasado enormemente los enormes progresos que tantas vidas han salvado (y al mismo tiempo, es triste decirlo, tantas muertes), en nuestra civilización. Pero gracias a la llegada de los árabes, un pueblo organizado tras su contacto con otras grandes civilizaciones en Oriente Medio y Próximo, todo este saber fue mantenido, y por tanto, fue posible desarrollar la ciencia nueva en base a la antigua, sin interrupciones ni discontinuidades, de forma fluida y recíprocamente enriquecedora. Gracias a ello, ya en el siglo X, se desarrolló un método científico, se pusieron los primeros pilares para desbancar la teoría geocéntrica, se desarrolló la teoría de la gravitación universal, y comenzaron las exploraciones marítimas que llevarían al descubrimiento, por parte de ibn-al Hassam, del continente americano. La fragmentación del imperio árabe en varios países no fue un impedimento, sin embargo, para que los recursos naturales procedentes de América desarrollaran de nuevo la economía, la ciencia y la cultura, desarrollándose una feroz competencia entre los países árabes –en los cuales, poco a poco, las presiones religiosas fueron menos estrictas, permitiendo el desarrollo de la investigación sin cortapisas-, que es la que nos ha llevado a los tremendos avances tecnológicos que tenemos hoy en día.

            No obstante, todo este desarrollo no se ha acompañado sin problemas sociales que han afectado, en su mayoría, al conjunto de los trabajadores, y también a los países pobres anexos al extinto imperio árabe, tanto en el lado europeo, como sobre todo, por el lado africano. Después de un largo periodo de conflictos y revoluciones, incluso la creación de un estado comunista en la empobrecida Inglaterra, las presiones populares permitieron una mejora del nivel de vida de los trabajadores, y también la mejora de las condiciones de vida de países como la India, cuyo sufrimiento, por su cercanía geográfica y su historia común con el islam, resultaba fácilmente identificable a los ojos de los árabes, favoreciendo leyes más justas y la colaboración con los más desfavorecidos. Sin embargo, los países africanos situados más allá del Sáhara, asfixiados por la presión colonial, también la región de Norteamérica, sin civilizar y con los indios explotados para obtener materias primas, y los países europeos, olvidados por todos más allá del estrecho –a todos nos conmueven las imágenes de esos niños blanquitos hambrientos, soportando los fríos inviernos, entre las ruinas de la antigua Roma-, fueron condenados al ostracismo y a la pobreza. Más allá del Estrecho, nos olvidábamos de todos, como si no fueran seres humanos.
                       
            Por eso, no es extraño, como quiero resaltar en este artículo, que nuestra pobre actitud contra ellos se haya tomado venganza. Entre la pobreza y la marginalidad, el cristianismo se ha vuelto radical en esos países consumidos por el analfabetismo y la ignorancia, fácilmente manipulables por líderes religiosos que proclaman su odio contra el Sur y contra su poder omnímodo. Ante esta situación, no es extraño que individuos procedentes de países con nombres impronunciables –Francia, Reino Unido, Alemania, regiones cargadas de duros climas de nieve y de lluvias-, se hayan organizado para dañar las estructuras más esenciales de nuestra civilización, y atacar a nuestros núcleos de riqueza, poder y orgullo. La situación se ha vuelto para ellos insostenible, y bajo esa situación, no sería extraño que el fundamentalismo cristiano volviera a atacar de forma dramática y mortal. Hemos convertido el mundo en un infierno para buena parte de la humanidad que vive en él: sólo de nosotros, haciendo partícipes a otros pueblos de la riqueza que ahora poseemos, podremos poner freno a esta oleada de odio anti-musulmán, y hacer que todos nosotros podamos subsistir en paz.

            Hemos de recuperar ese espíritu, ese eje con el que hemos comenzado el artículo, Roma-Cartago, norte-sur, y que al inicio de nuestra civilización tantos buenos frutos nos procuró, e intentar que la colaboración sea la máxima que rija las relaciones de nuestros pueblos, en lugar de instigar la separación entre los mismos.

            De no hacerlo, agresiones como la de esos aviones que se han estrellado sobre las Torres Omeya en El Cairo, lejos de constituir un hecho aislado, no habrán hecho más que empezar.


Muhamed al Nimri es catedrático de Estudios Europeos por la Universidad Nacional de Túnez.

lunes, 12 de febrero de 2018

El libro de febrero: "Noli me tangere", otra perspectiva

Hace algún tiempo ya comentamos la obra "Noli me tangere", la definición de Filipinas a manos de su héroe nacional, José Rizal. No obstante, resulta interesante, a pesar de todo, traer a colación este artículo de opinión que me pidió un amigo filipino acerca de cuál fue la impresión que me produjo, como español, leer un libro sobre un escritor que le pedía a mi país que dejara de tratar al suyo como una colonia y que, si no era capaz, que le concediera la independencia. Soy testigo directo de cómo mi amigo trató esta extraña mezcla de "crítica literaria" y "sociología histórica comparada" con mimoso esmero, pero aún así, debido a dificultades editoriales a las que muchos de nosotros estamos acostumbrados, el artículo no llegó a ver la luz, motivo por el cual decido ahora mostrároslo. El texto se redactó originalmente en inglés y como tal os lo transcribo, con tan sólo alguna nota explicativa (no le vería sentido traducir un texto que se redactó específicamente para gente de otras latitudes, y hablantes de otra lengua), y a pesar de mis muchos errores semánticos y sintácticos, estoy casi seguro de que conseguiréis desentrañarlo. Otra opción, en todo caso, si veis que mi inglés o el vuestro no ayuda, es preguntarme por su significado, o aún mejor -como siempre-, os emplazo a leer el original y, como el Pierre de Menard borgiano reescribiendo El Quijote, llegar a las mismas conclusiones que yo por otro lado. Lo cual, por paradójicas que parezcan mis divagaciones, en realidad, es bastante probable, o al menos creo que no os costara demasiado.

Aquí va el texto:

How reading Noli me tangere got me closer to the Pinoys (1)

                From my years in university, when I met a group of Philippinos, I had dreamed to visit their country, but never found the right moment. So, when a couple of friends told me they were marrying in Boracay, I thought it was the perfect excuse. As I usually do when I travel, I tried to get some books that could be useful as a cultural reference. One Philippino pal recommended me the first novel of José Rizal, Noli me tangere, and I decided to follow his advice.
I must confess I did not know much about Rizal until then: I knew he was considered the father of Philippines independence and, so, Noli me tangere was a relevant book for the country, similar, for young students, to our Don Quixote. However, my knowledge ended there. In Spain, we usually analyze the independence of the Philippines from the Spanish point of view. In that version of the story, we lost the last remainings of what was, in the past, an overwhelming empire, and that fact became a national humiliation. We are conscious that we lost our empire due to our own mistakes, and, from 1898 on, we assumed we were a second-order nation in a long process of decadence. But we are never told about the vision of the same story from the Philippino side. In fact, few Spaniards know much about colonial society in Spanish empire, and I learnt nothing in school about Philippines.
I am not going to speak much about plot of Noli me tangere, because most of you already know it. From the literary point of view, I was surprised to find Rizal’s style (despite physical distance) similar to the one you can find in other European authors from same period, as Emile Zolá or Spanish writer Vicente Blasco Ibáñez -who, in fact, collaborated with the corrections of Noli me tangere-. While reading the novel, I admired ironic, quite intelligent sense of humor of Rizal, and also the modernity of the arguments he defends in the very intense dialogs of the story. As I imagine it happens to everybody, I felt impressed the first time I read about the multi-faced biography of Rizal, and cannot avoid a reaction of pain when I think on the sadness of his last days.
However, I think we all agree that the most crucial moments of the novel are those in which Rizal complains about the way Spain treats the Philippines, and claims for a change in the relations with the metropolis. I imagine that these paragraphs must look the most difficult to read for a Spaniard and, in fact, many of my friends get shocked when I say I have read a book <<against the Spaniards>>. But, on the contrary, my feeling is the opposite: I think that, after the lecture of Noli me tangere, I have found lots of things in common between Philippinos of that time and Spaniards of the same period and, even, with Spaniards of the present moment. I know this theory can look surprising, but I will try to explain it.
In his novel, Rizal talks about the way Spain administers its colonies: there, local government follows rules from the distant capital, trying to favor the interest of a short minority of the population (the Spaniards). There is an excessive authority of Catholic Church in the islands, where all what the priests demand is obeyed as law. Rizal complains about difficulty for Philippinos to earn enough under colonial system, and how poverty leads them to crime, making poor people be chased by police (in that moment, the <<Guardia Civil>>). Also, he criticizes the way Spanish authorities silence those who protest against their way to do things, employing a perverted justice to condemn critics. Rizal also underlines the division of Philippinos between those who want to maintain the old traditions, and the ones who are fighting for a new way to do things, with no real chance of progress for population.
My first impression -when I read those lines- was amazement to find an incredible number of resemblances with what I had heard about my own country in the XIXth Century. For example, in Spain we also had problems with uncontrolled power of Catholic Church in routine life and politics –some people even think it has too much yet-. Furthermore, during XIXth and XXth century, there was a great fight in Spain between liberal and conservative party about how things should be done, resulting of which no real advances could be developed for that period. In that sense, Spaniards in the time of Rizal (who, in fact, lived in the metropolis for a while) should share some common feelings with the Philippinos about Spanish regime.
But, in fact, I was surprised on how easy was to draw parallelisms with Spanish situation right now. As you probably know, Spain has been one of the most affected countries by the economic storm which started on 2007, and it is far from recovery yet. High unemployment, people losing their homes, worsening work conditions, have become the common day-to-day. What is more, in these moments, when Spaniards expected more from their country, news about corruption and how politicians make laws which are good just for a high-class elite, fill mass media. This <<cast>> is also accused of employing justice and police to protect their abusive situation against poor people. In addition, Spain belongs to European Union, and, in the last times, decisions about internal politics have arrived from distant Brussels without any chance of discussion. So, if you substitute that privileged elite we have mentioned by <<Spaniards>>, and common people by <<Philippinos>>, you have a social situation which does not differ much from Philippines in the XIXth Century.
Of course, this is a simplification. Spain has problems but, even now –although great improvement in Philippines in the last years-, they are far away from challenges that Philippinos must front in the present days. And, of course, lives of modern Spaniards are much better than the ones Rizal’s coetaneous had to develop a century ago. However, similarities are there, and also the aim of some people –as Rizal in its time- to improve situation.
As I told before, I visited Philippines recently. I was in touristic Boracay, in beautiful Taal volcano and Pagsanjan river, in surprising Bohol, and also in overcrowded Manila. I had the opportunity to contemplate by myself some of the paradoxes of the country, as watching skycrappers in Makati in the same view of slums in Intramuros. From my visit, and also from Pinoy friends in Spain, I feel jealous of the capacity of Philippinos to remain optimistic in every situation despite enormous troubles, while Spaniards complain too much about –comparatively- tiny things. In that sense, I feel Spaniards have lots to learn from our former colony.
Noli me tangere also caught me by the solutions Rizal proposed for the problems of his nation. He preferred to change things by pacific methods, and working in collaboration with his enemies, than declaring war to them. Rizal was, however, a great revolutionary, who fought hard and sacrificed much in order to get a better world. Nowadays, many Spanish civil groups are also trying to change society in a non-violent way, asking for more democracy and better opportunities for low-class people. I like to imagine that Rizal would have shared the wish for these aims.
In the end, I think another great connection between Spain and the Philippines comes from the figure of Rizal. When I look at the image of Rizal in “peso” (2) notes, I see the face of a Philippino. But, when I read his sentences, I find the prose of a Spaniard who speaks my language, has studied the same classic books, and exposes ideas who are not very different from mine. Rizal is the best example of how a man can be 12,000 km away and, however, be called your brother. I probably feel as much Spaniard as Rizal considered himself a Philippino. Nevertheless, I have clear that the nation that is formed by people like Rizal, is the one I want to belong to.

      (1) "Pinoy" es el apelativo cariñoso con el que los filipinos se denominan a ellos mismos.
(2) El peso es la moneda de uso cotidiano en Filipinas.

lunes, 5 de febrero de 2018

La historia real de febrero: beguinas

Ser mujer en la Edad Media era muy complicado. Por no decir jodido. En realidad, ser mujer es complicado en cualquier tiempo, y a cualquier edad. Pero volvamos a la Edad Media. A las obvias dificultades tecnológicas (entre otras inclemencias del tiempo o enfermedades, aunque ésas las sufrían todos), añádele también cuestiones ginecológicas, de higiene femenina, un machismo recalcitrante, y la asfixiante posibilidad de que te acusen de bruja en cualquier instantes. La mujer pasaba de ser "hija de su padre", a tener sólo tres opciones para elegir: casarse con un marido -que mandará en todo-, casarse con Dios -casi que lo mismo-, o meterse a puta, para que todo el mundo le mande. Como decimos, no era buen panorama. Sin embargo, la Edad Media, ese período oscuro donde parece que el tiempo se detuvo durante casi un milenio, fue un lapso de tiempo muy amplio, ocurrió en muchos sitios, y se produjeron de vez en cuando algunos pequeños destellos que no tuvieron que esperar hasta el Renacimiento para hacer que pequeñas cuestiones relacionadas con la vida de la gente evolucionaran a mejor. Entre estos hitos destacados, sobresale la iniciativa de las beguinas. Nadie sabe muy bien cuál fue su origen (de hecho, alguna teoría dice que la idea la tuvo un hombre), pero el concepto es aparentemente sencillo: un grupo de mujeres que no quieren casarse, que tampoco quieren meterse a monjas, y que prefieren vivir en comunidad aunque siendo siempre ellas mismas, y consagrando su vida a Dios (porque, en el católico medievo, a algo tenían que dedicarse), sólo que en forma de auxilio a los pobres, contribución en hospitales, o metiendo el cerebro, incluso, en labores intelectuales. Desde ese punto de vista, si una mujer quería vivir independientemente de los hombres y no bajo la disciplina de un convento, no era la peor opción.

Beguinario de Brujas (fotos del autor)

Lo de la disciplina conventual es importante. Las beguinas tenían sus reglas, pero no eran tan estrictas como las de las monjas, y sus comunidades eran mucho menos jerarquizadas. Vivían en los llamados beguinarios o beguinajes, unos pequeños barrios semi-cerrados situados normalmente cerca de las iglesias u hospitales donde realizaban sus labores, y aunque compartían casa (donde podían vivir un número variable de beguinas), no necesariamente tenían que dormir en la misma habitación -hay que decir que cada beguina traía consigo aquellos bienes materiales que consideraba oportuno, y las diferencias de clases sociales se marcaban mucho en la residencia de cada una. Las beguinas, como hemos dicho, a pesar de consagrar su vida a las buenas obras, no eran monjas, y podían recibir visitas masculinas, aunque eso sí, debían abandonar el beguinario antes de la noche, por aquello de las formas del decoro. Por otro lado, una mujer podía dejar de ser beguina cuando quisiera, incluyendo por supuesto para casarse (esta forma de vida, obviamente, no era compatible con el matrimonio). Los primeros beguinarios se crearon en Lieja en el siglo XII, y se expandieron rápidamente, sobre todo en el norte de Europa: el beguinario de Brujas es de los más grandes visitables, aunque los de Gante y Colonia contaban por miles sus integrantes. Tanto triunfó el movimiento, que hasta surgió uno paralelo en forma masculina, los begardos. Hasta el siglo XIV, se trató de un movimiento en expansión.

En un post anterior hablamos de las beguinas de Rostock, ninguna de las cuales ha pasado a la historia por su nombre propio. Pero en otras comunidades sí existieron beguinas famosas, particularmente aquellas (Hadewych de Amberes, Matilde de Magdeburgo, entre otras) que se dedicaron a la escritura. Su importancia es tal, que se dice que muchas lenguas modernas (flamenco, francés, alemán) empezaron a organizarse en torno a sus textos. Las mujeres de estas comunidades escribían principalmente sobre temas espirituales, y aunque no eran monjas, argumentaban estar siendo inspiradas de manera directa por Dios. Muchas de sus obras relatan sus experiencias místicas, que establecieron un nuevo tipo de fervor religioso que se hizo muy popular en aquella época. Tal vez fue esa popularidad, precisamente, lo que las condenó.

Al principio, la Iglesia toleró a este movimiento, que no le estorbaba y en principio decía servir a Dios. Pero luego, se fueron metiendo en una serie de cuestiones que a la Iglesia no le entusiasmaban, y que continuaron siendo una tumultuosa fuente de conflictos hasta que éstos implosionaron, en la Reforma impulsada por Lutero, de manera definitiva. Entre otras cosas, las beguinas, al redactar sus poemas místicos, decían comunicarse de tú a tú con Dios sin necesidad de intermediarios, cosa que a los eclesiásticos no le hacían ninguna gracia. Además, redactaban sus escritos en lenguas vulgares, no en latín, con lo cual, hacían más accesibles los textos sagrados y, una vez más, obviaban el papel de los sacerdotes en la interpretación de las escrituras (una cuestión que, también, fue fundamental a la hora de la ruptura con la herejía protestante). El punto de inflexión de las relaciones de la Iglesia con las beguinas lo marca el juicio a Margarita Porete, una mística de Valenciennes que tenía como delitos proclamar en su libro "El espejo de las almas simples" una comunión directa con Dios, y haber escrito dicho texto en francés, su lengua vernácula, actos que, como hemos mencionado antes, eran comunes a un abundante número de beguinas que, por el contrario, nunca fueron acusadas. La acusación se vuelve más arbitraria todavía si tenemos en cuenta que Margarita Porete afirmaba haber sido asesorada en sus escritos por respetadas autoridades eclesiásticas. No obstante, quizás el secreto de qué encontró realmente de satánico la Inquisición en sus páginas debamos quizás hallarlo en cierta frase aislada, en la que arroja alguna pullita hacia la forma de interpretar la Biblia por parte de clérigos y teólogos. Sea por lo que fuere, la inquisición francesa se lo toma de manera personal y presiona a Margarita Porete y a su correligionario, el begardo Guiard de Cressonessart. Este último cede y se declara culpable, pero Porete se niega a abjurar de su libro y sus ideas e incluso a colaborar con el inquisidor, por lo que es condenada a la hoguera en una ejecución en la que -dicen las crónicas- las multitud quedó sorprendida por su serenidad. Lo más paradójico de todo es que (como suele ocurrir) la prohibición de libro de Margarita Porete no consigue acallarlo: más bien al contrario, la Iglesia lo había traducido al latín para los juicios, y a partir de esa versión surgen copias en otros idiomas, entre otros en inglés. Porete ha muerto, pero callando al mensajero, su mensaje ha triunfado.

Es entonces la Iglesia tiene un problema, y como suele ocurrir con otras grandes macroinstituciones cuando se enfrentan a movimientos de amplio respaldo popular, la Iglesia emplea todas las armas bajo su mano, tanto el palo como la zanahoria. En el caso de las beguinas, para no ser menos, la iglesia vuelve a dar una de cal y otra de arena: en el Concilo de Vienne, con el caso de Margarita Porete aún coleando, las obligan a desaparecer pero, nueve años después, un nuevo papa dicen que han enmendado sus formas y pueden proseguir su labor. A partir de entonces, la biografía del movimiento de las beguinas se vuelve una historia de continuos roces con la iglesia oficial, que presiona a través de bulas y órdenes inquisitoriales. Los métodos podían ser más indirectos o explícitos: desde la prohibición de que trabajadores laicos pudieran actuar en hospitales (con lo cual privaban a las beguinas de buena parte de sus tareas), hasta confiscación de sus bienes para pasar a manos de las carmelitas, o nuevas normas que presionaban a las beguinas para ingresar en esta última orden. Ante todas estas dificultades, los beguinarios decaen y se van vaciando. Muchas de sus integrantes, con la Reforma, aprovechan para escapar de esa iglesia a la que tanto ayudaban y que ahora quiere oprimirlas. En el siglo XVIII, siguen decretándose medidas contra ellas. Es evidente para todos que la gran época de las beguinas, en fin, ha pasado.

No obstante, siguió habiendo beguinas hasta una época muy reciente. En concreto, la fecha es 2013. Marcella Pattyn, por poner nombres, había nacido en el Congo belga. Era ciega, y ningún convento quiso aceptarla. Finalmente (como en una extraña alegoría de cómo se desarrollaron los acontecimientos a través de la historia), sólo encontró refugio en la comunidad de beguinas en Gante, que aún contaba con 260 componentes. Allí, se dedicó a cuidar enfermos. Luego se mudó a Kortrijk, acompañándolas otras ocho compañeras.Todas desaparecieron hasta que ella murió, poniendo punto y final a un movimiento que entre nueve y diez siglos había durado. Una forma de liberación que se le presentó por delante a la mitad siempre menospreciada de la humanidad, la cual, a falta de otras opciones, reclamaba el derecho a no ser hijas de nadie, esposas de nadie, putas de nadie, simplemente, "mujeres". Como tenía que ocurrir, ni con eso las dejaron en paz. Sin embargo, su presencia sigue visible, en los beguinarios aún en pie, en los nombres de las calles. Unas mujeres del pasado con las que estamos hermanadas, de una manera u otra. Hoy serían voluntarias, viajeras, médicas, enfermeras, filósofas, escritoras, profesoras, trabajadoras sociales. Algunas dicen que se dedican a Dios, y otras han consagrado a la humanidad a su vida: pero no por ello dejan de ser mujeres, sin necesidad de que ningún hombre las tutele. Todavía sigue habiendo beguinas; siguen existiendo, y están al lado de nosotr@s.

jueves, 1 de febrero de 2018

La historia corta de febrero: "Hotel"

Esta noticia es real. Un hotel lanzó una oferta de empleo para la cual se requería entregar el currículum presencialmente y no online. Bajo el hotel se formó una larga cola que duró horas, con personas vestidas de punta en blanco (pues el trabajo exigía buena presencia), mientras algunos, desesperanzandos, abandonaban la fila a causa de la gran afluencia de gente. En realidad, hoy en día, con los medios telemáticos que existen, ninguna compañía requiere de tanta gente acudiendo en persona, y se cree que esto sólo era parte de una estrategia publicitaria por parte del hotel. Ante esta noticia, se leyó, en las redes sociales el siguiente comentario:

Y aquí -y seguro que también mi amiga XXX XXX-, me imagino por supuesto a Cortázar narrando una historia, con cientos o miles de parados aguardando días o semanas, montando tiendas de campaña, organizando paellas los domingos, con partidos de fútbol y de petanca, compartiendo películas en el móvil, casándose, reproduciéndose, teniendo hijos, en familias que pasarían toda la vida haciendo cola en busca de un empleo que no existe, guardando sitio en la fila por si sus hijos tienen la suerte de obtenerlo, e incluso permaneciendo allí después de haber sido reconocido el engaño, para no admitir ante sus amigos que todo este tiempo perdido ha sido un error. Mientras tanto, algún inconsciente niño contemplará desde la ventana a esas personas trajeadas, portando en una carpetita todas sus ilusiones y sueños desechados, y le preguntará a su madre: "¿Qué hacen esos?". La madre le contestará: "Buscan un trabajo, pero en realidad se están riendo de ellos". Y el niño contestará, con esa ingenuidad que anuncia verdades: "¿Y a qué están esperando para organizarse y hacer algo?".