En realidad, si uno lo piensa bien, es muy gracioso.
La orden llegó desde arriba: en el Peñón de Gibraltar, debíamos llenarlo todo de "donkeys". Ya sabe, burros en inglés -porque la orden, ya se lo habrá imaginado, llegaba de Gran Bretaña-. Hacían falta "donkeys", claro, porque se suben a cualquier lado, incluyendo a los escarpados riscos del peñón, transportan cualquier carga, por muy oneroso que sea el movimiento, y constituyen al final un medio de locomoción fiable. Por eso, desde arriba, tenía mucha lógica llenar Gibraltar de burros.
El problema es que la orden llegó a un responsable del servicio correspondiente en el Peñón que era muy puntilloso con las normas. Ya saben, un oficial de la vieja escuela, de "lo que me han ordenado va a misa" y todo lo demás demás. Por eso, cuando leyó el documento, escrito a mano de cualquier manera por un ministro que tenía que encargarse de otras treinta cosas ese mismo día, el responsable del servicio se lo encasquetó a su asistente, diciendo:
-Monkeys [monos]. Tenemos que conseguir monkeys.
El subalterno leyó el papel con cuidado y repuso:
-Mi coronel, ¿no es más probable que diga que debemos adquirir donkeys? Tendría más lógica, ¿no? A lo mejor es que no ha entendido bien la letra. O resulta que se trata de un error.
El coronel, irritado por la interrupción en la cadena de mando, volvió a leer el papel, tratando de desentrañarlo como un forense delante de un cadáver autopsiado y, tras mucho bizquear los ojos y fruncir las cejas, finalmente estalló:
-¡Ahí pone monkeys, y monkeys es lo que habrá que obtener!
Y ésa es la razón por la que tenemos monos en el Peñón, mi general.
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