Nos encantan las buenas historias de periodistas. Incluso ahora que el periodismo anda tan en descrédito. Quizás por eso incluso más. Porque ahora que vemos a tantos llamados "periodistas" que siguen al dedillo la agenda de los poderes políticos y fácticos, que publican noticias falsas, que sólo buscan el clickbait, nos volvemos hacia los viejos referentes de lo que esa idolatrada profesión debería ser. Y la serie de televisión británica Press ha venido a llenar ese vacío.
Press (con seis capítulos de una hora de duración) parte de los dos ángulos opuestos, dos formas de enfocar las noticias. Una es la del clásico, riguroso, combativo The Herald, de componentes con ética periodística intachable, que recuerdan en cierta medida a los protagonistas de The Newsroom, otra serie ya mítica sobre el periodismo, aunque en este caso los personajes no tienen la necesidad (disculpable, por el otro lado, en los brillantes diálogos de Sorkin) de arreglar el planeta con cada discurso, aunque sí que aprovechan para introducir muy buenas reflexiones sobre el mundo que les toca lidiar. Y, por el otro, tenemos The Post, un tabloide británico de la peor calaña, liderado por su director (un villano como hacía tiempo que no veíamos, interpretado por Ben Chaplin), el cual sólo piensa en las ventas, sin importarle qué normas puede quebrar, ni a cuánta gente destruir con cada uno de sus actos. Por supuesto, esto es la vida real: mientras que para los periodistas de "The Herald" (buenos, muy buenos, demasiado incluso) las pasan canutas para conseguir sus objetivos, para los de "The Post" todo es más sencillo, aunque son conscientes de que corren el riesgo de perder el alma con cada uno de sus pasos. Por supuesto, como en buena serie que se precia, el eje central pivota alrededor de los personajes, y por tanto sus preocupaciones personales son tan importantes como las noticias que tienen que manejar.
La serie aprovecha las exclusivas periodísticas por las que pugnan los reporteros para discutir sobre los endémicos males del periodismo: tanto los viejos (la influencia de los políticos y las multinacionales, bien a través de presiones o mediante el discutible papel de los anunciantes), como los nuevos. En este sentido, resulta muy representativa la idea que los integrantes de los distintos periódicos reciben acerca del uso de las nuevas tecnologías: mientras que a una bisoña periodista de "The Herald" le dejan claro que no todo son mails y redes sociales y que de vez en cuando toca gastar las suelas como en los viejos tiempos, en "The Post", cuando buscan desprestigiar a alguien por motivos más que turbios, se ponen a rebuscar entre la basura de sus viejos tuits. ¿Les suenan estos debates en nuestros días? Ahora imagínense las mismas escenas en las sedes de eldiario.es y OKDiario. O en algún periódico del quiosco que ha ido perdiendo lustre con cada portada, sin ir más lejos.
Desde luego, uno podría pensar que (como en Spotlight, como en la película de Spielberg The Post) es la nostalgia la que invade esta serie, acerca de una edad de oro del periodismo que ya no existe, y al ver la secuencia de una imprenta funcionando en su mágico estilo ("a quién le importa la edición impresa, si nadie la lee", le insinúa una abogada a la directora de "The Herald", quien le devuelve una mirada fulminante), cabría pensar que es así. Sin embargo, Press también reparte estopa a las viejas generaciones, desde su demasiado flexible actitud hacia las mujeres hasta su también excesivamente flexible manejo de la verdad (en ese sentido, la sombra de Kapuscinski y la discusión en torno a su figura se muestra tremendamente alargada; hasta el periodista que sirve para representar a su alter ego se parece a él).
Desde luego, uno podría pensar que (como en Spotlight, como en la película de Spielberg The Post) es la nostalgia la que invade esta serie, acerca de una edad de oro del periodismo que ya no existe, y al ver la secuencia de una imprenta funcionando en su mágico estilo ("a quién le importa la edición impresa, si nadie la lee", le insinúa una abogada a la directora de "The Herald", quien le devuelve una mirada fulminante), cabría pensar que es así. Sin embargo, Press también reparte estopa a las viejas generaciones, desde su demasiado flexible actitud hacia las mujeres hasta su también excesivamente flexible manejo de la verdad (en ese sentido, la sombra de Kapuscinski y la discusión en torno a su figura se muestra tremendamente alargada; hasta el periodista que sirve para representar a su alter ego se parece a él).
Sin embargo, más allá de los debates sobre el periodismo (¿edición digital o impresa?; ¿gratuidad o suscripción?; ¿sobre qué asuntos se pone el foco y cómo?; ¿qué noticias se pueden o deben publicar, o dejar en cambio en el cajón?), como en toda buena serie, repetimos, la clave está en los personajes. En reporteros comprometidos, en otros que han perdido el rumbo, en magnates de la política o las finanzas, o el director del tabloide, tan despiadado como impredecible y poliédrico, uno de los caracteres que llevan el peso de la trama capítulo a capítulo, y sin duda uno de los motivos principales para ver esta serie. Aunque existen unos cuentos más.
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