¿Yo
puta?
Me llaman
puta porque voy de casquivana. Porque creo en el amor libre, y libre es porque
todo se lo di. Porque he llevado una gabardina por la calle, sin nada debajo,
para sorprender a mi novio. Porque no me importaba meterme en la cama con dos o
tres personas a la vez, y hacer toda clase de cosas que se consideran
prohibidas. Me llaman puta porque, en ocasiones, por mi voluntad o porque no
tuve más remedio, acepté dinero de un hombre a cambio de sexo. ¿Eso es lo peor
que podéis llamarme? Está bien, acepto la acepción. Pero consentidme otra cosa:
no existe una palabra similar, igual de ofensiva, para él; para el que destroza
y secuestra la felicidad de mujeres; para el que vende y esclaviza su futuro;
para el que traiciona sus secretos más íntimos, violando o vendiendo su cuerpo
o su cerebro, quizás a la vez. El que cuartea y rompe en pedazos el alma de
aquella que lo ha entregado todo (sus planes enteros, su mente y su vida) sólo
para que, a cambio de ello, él la mire unos pocos segundos, y comparta unas
migajas de rosado pastel. Tampoco existe un nombre para ella: la que se mantuvo
puritana toda su vida, pero se dedicó a putear las vidas de los demás. La que
se dedica a criticar los actos de aquellos (o aquellas) que se vieron abocados
a obrar de cierta forma, precisamente por el modo que ella tenía de tratar a
los demás. La que machaca a los demás con tal de conseguirlo todo. No, no
existen palabras para ellos: las que cortan el pan, los que mueven los hilos. Las
que -con sólo apretar un botón- pueden privar de hálito, sin conocerla, a media
humanidad. A ellas no les señalan con apelativos hirientes por la calle. Son
reconocidos como triunfadores cuyas opiniones dictan lo que hay que pensar.
Ellos son los que se dedican a ponerles nombres a todo el mundo; y somos las
demás los que aceptamos el juego si usamos dichos nombres para otros, o si nos
dejamos nombrar.
¿Te atreves a
llamarme puta? Hay insultos mucho peores que me podrías denominar…
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