Desde que el hombre fue hombre y tuvo que vivir en comunidad, se vio obligado a adoptar unas reglas de convivencia. Más adelante, cuando las sociedades evolucionaron para abarcar más allá de la villa y la tribu, y nacieron los estados, fue necesario crear un cuerpo jurídico más o menos organizado. El código de Hammurabi, dicen, es la forma más antigua de conjunto normativo que se conoce, pero desde el "ojo por ojo y diente por diente" hasta nuestros días se han sucedido toda clase de leyes, decretos y constituciones. Por eso, nos resulta extraño creer que, aun hoy, y hasta en casos muy extremos, han existido o existen lugares sin estado, zonas sin ley, emplazamientos donde no hay reglas escritas ni nadie encargado de velar por el cumplimiento de las normas. Bienvenidos a algunos ejemplos más evidentes incluso que el salvaje Oeste:
-La Antártida: Donde hay poca gente, es imposible pedir mucho más. Las naciones del mundo firmaron un acuerdo por el cual renunciaban a disputarse la hegemonía de la Antártida y ha quedado como un gran y vacía (tan sólo una breve incursión humana en sus márgenes) superficie dedicada a la investigación científica, con una escasa población, de logística relativamente precaria, que se renueva con cierta continuidad. Eso quiere decir que si alguien muere de manera sospechosa, es bastante difícil averiguar cuál es la verdadera causa de su muerte (no existen policías, abogados, y ni siquiera expertos en ciencia forense), ni forma factible de capturar al presunto culpable antes de que éste vuelva a su país, cosa que se sospecha que sucedió hace un par de años frente a un caso que nunca llegó a investigarse debido a estos motivos (la duda pues, quedó perenne). No sabemos tampoco cómo acabó la anécdota por la que un científico de la Antártida llegó a apuñalar a otro por hacerle -en teoría de forma "humorística"- spoilers de varios libros, aunque lo más lógico sería que la justicia, como casi siempre en estos casos, la aplicara espontáneamente la comunidad local (nota: en realidad, sí que hubo intervención de un estado; Rusia era el país de ambos hombres y el autor de la puñalada volvió a su patria natal para ser juzgado). Sin embargo, en el caso de que fueran los allí residentes quienes hubieran dirimido el caso, no tengo muy claro que hubiera una decisión unánime sobre quién era el verdadero culpable.
-Regiones en disputa: en aquellas regiones cuya posesión es discutida por varios países, suele ocurrir con frecuencia no haya una organización efectiva del territorio, aunque a veces la comunidad local impone sus propias normas. Un ejemplo relativamente cercano a España (y en parte responsabilidad suya) es el Sáhara Occidental, cuyos habitantes piden todavía un referéndum de independencia, aunque Marruecos nunca ha cedido en este punto y explota el territorio a pesar de las protestas del pueblo saharaui.
-El mar. En aguas internacionales puede ocurrir prácticamente cualquier cosa sin que haya castigo, y las más de las veces ni siquiera conocimiento. Y no sólo allí. Como mencionaba un artículo hace unos años, en las tripulaciones de los barcos se acumulan marinos de toda clase de condición, edad y raza, abundando la ilegalidad, la explotación y hasta el esclavismo. La ley clásica del mar decía que un capitán es dueño de la vida y la muerte de todos los viajeros en su barco, y el siglo XXI, a pesar de todos los avances, parece no haber modificado lo esencial de ese concepto.
-Comunidades aisladas: ya sean regiones asentadas (como la comuna hippie establecida en medio del desierto de California) como concentraciones espontáneas (el mayor ejemplo, "The Burning Man" que se celebra cada año en Nevada en una especie de homenaje revival pagano cargado de moderna tecnología que se ha prolongado hasta nuestros días), hay rincones del mundo donde nadie se atreve a aplicar ninguna clase de ley, ni tampoco individuo que lo consienta.
Sección de la ciudad de Kowloon, vista desde arriba
-La auténtica ciudad sin ley. Este caso ya no es real, pero lo fue hasta hace muy poco. Se trata de Kowloon, una península cercana a Hong Kong que, durante la época en que China y Gran Bretaña compartieron esta ciudad, se estableció como fortaleza. En principio era china, pero cuando los británicos entraron al asalto durante el siglo XIX en ella para confirmar ciertas sospechas, descubrieron que los oficiales chinos habían huido. Sin embargo, Gran Bretaña no hizo nada respecto a ese lugar y quedó definitivamente como una zona amurallada sin ley, donde se refugiaron multitud de desplazados por la guerra civil china después de 1945. Paulatinamente, todo comenzó a crecer: la gente que vivía allí, el número de casas, la altura de los edificios (muchos de los cuales se construían encima de las azoteas de los antiguos). Se convirtió en el lugar de mayor densidad de población del planeta (120 veces la de la ciudad de Nueva York), conformado por edificios altos (una de las escasísimas normas de la ciudad era que no podían superar los catorce pisos para no interferir con el muy ruidoso aeropuerto), en los cuales los pisos superiores tapaban la luz a los inferiores, por lo que se la conoció como "Ciudad de la Oscuridad".
Las condiciones, desde luego, no eran agradables. El espacio para que viviera una persona era menor que para un aparcamiento estándar de coche. La gente no tenía quien le instalara fontanería o cables eléctricos, con lo cual solían montárselos ellos mismos. No es que no hubiera comercio: más bien al contrario, florecieron especialmente los negocios ilegales. Entre ellos, toda clase de profesionales sin licencia, porque los alquileres de los locales eran muy económicos. Eso sí, las condiciones de estos profesionales eran deplorables: se acumularon dentistas cuya pulcritud higiénica era bastante más que dudosa -aun así, muchos clientes venían de Hong Kong, pues los precios eran baratísimos-. Los restaurantes tampoco tenían regulación sanitaria. Florecían los casinos y los burdeles, las drogas abundaban por doquier, hubo más que sospechas de incendios por especulación inmobiliaria (a cuya prevención no ayudaba la falta de previsión anti-incendios), y, por supuesto, se convirtió en el reino de las mafias ilegales. Aunque algunos defendían que la mayor parte de los habitantes no estaban metidos en ningún negocio sucio, y que la criminalidad no era tan alta como cabía esperarse -difícil saberlo, porque obviamente no había registros-, lo cierto era que, entre los callejones estrechos (a través de muchos había que pasar de lado), la oscuridad y la suciedad a nivel del suelo (te caía agua y basura de los pisos superiores porque los vecinos barrían hacia abajo), así como la maraña de cables sueltos por todos lados, a la gente no le gustaba pasear mucho por la ciudad, y menos de noche. Iban y volvían por los pocos sitios que conocían para realizar los recorridos imprescindibles, es decir, ir y volver del trabajo (había un único cartero, que era de los escasos habitantes que se conocía los detalles de la geografía de la ciudad). De hecho, existían toda clase de pasarelas a nivel de las alturas para no tener que pasar por el suelo en ningún momento. La ciudad tenía un microclima muy especial, cargada de calor y humedad, de tal manera que muchos subían a los tejados de los pisos superiores para respirar algo de aire puro, especialmente por las tardes y durante el verano. A veces los adultos organizaban allí partidas de cartas, o los niños acudían a jugar o a hacer sus tareas, después de haber pasado la mañana en el nivel inferior.
En general, la gente de Hong Kong iba allí a hacer todas las cosas que no podían en la más regulada ciudad de Hong Kong, entonces británica. Desde actividades delictivas, hasta comer platos prohibidos en otros sitios (ojos de pez o cachorros de perro, entre otros). A pesar del caos del barrio, unos cuantos se apañaron para crear sus propios oficios: por ejemplo, dedicarse a ir casa por casa para fregar las cazuelas de los demás. Algunos grupos de vecinos, por otra parte, empezaron a autogestionarse: la anarquía dio paso a una suerte de organización donde empezó a haber panaderías, jardines de infancia, escuelas, organizaciones civiles y religiosas, etc... Muchas veces las esposas se dedicaban a limpiar el exterior mientras las abuelas cuidaban a sus nietos y a los niños de edificios cercanos. Al mismo tiempo, la policía de Hong Kong (que a raíz de un asesinato en 1959 se hizo cargo oficialmente de la juridiscción de la ciudad, aunque no intervenía gran cosa) comenzó a hacer redadas, disminuyendo el nivel de criminalidad. La propia ciudad de Hong Kong acabó haciéndose cargo de algunos servicios, como el suministro de agua. La vida se abría camino a pesar de tanta anormalidad. De hecho, un texto de la época decía que, a pesar de la mezcla abigarrada de drogadictos, sacerdotes, trabajadores sociales y prostitutas, aquel lugar, que para muchos resultaba aterrador, tampoco resultaba tan diferente de la rutina habitual en Hong Kong, y que buena parte de sus habitantes tenía una existencia medianamente normal.
En 1987, la ciudad tenía entre 30.000 y 50.000 moradores, y fue entonces cuando Gran Bretaña y China (ante el hecho de que unos cuantos años más tarde tendría lugar la anexión definitiva de este territorio, junto con todo Hong Kong, al país asiático) decidieron sanear la zona, y ofrecer compensaciones para los afectados, tanto en dinero como en forma de nuevos alojamientos. Para muchos, suponía liquidar por fin el cáncer en que se había convertido la ciudad; además, al escuchar el proyecto, las mafias chinas decidieron marcharse fuera, con lo cual se convirtieron en los años más tranquilos. Sin embargo, muchos que no podían vivir de otra manera (tendrían que sacarse licencia para sus respectivos oficios), que consideraban las compensaciones insuficientes, que se habían acostumbrado a ese modo de vida, o que preferían vivir en un lugar donde no se pagaban impuestos, se negaron a marcharse. Un batallón de 150 hombres entró para desalojar a los más renuentes a trasladarse, entre otros un hombre de 62 años que amenazó con suicidarse si le reubicaban. Finalmente, después de muchos años, en 1993, dejó de haber personas allí viviendo, se desconectó la electricidad y se tapiaron los pozos: entró la maquinaria de demolición. Poco tiempo después, empezaba a re-edificarse la ciudad. El resultado, como puede verse más abajo, fue muy distinto.
Greg Girard fue un fotógrafo que se dedicó a hacer fotografías de Kowloon poco antes de su desaparición, explorando todos los rincones de la ciudad, y publicándolas en un libro (ahora expuesto en una página web) titulado "City of darkness: Life in Kowloon Walled City", que tuvo posteriormente secuelas. La mayor parte de las fotografías de este post son de su autoría, o han sido extraídas de varios blogs que enlazan a Wikicommons (Wikipedia alberga también bastante información sobre la ciudad). Abajo, la moderna Kowloon, ahora un gran y estiloso parque urbano de Hong Kong. De la Kowloon original sólo quedan un par de zonas (una de las puertas y una especie de centro social) que fueron considerados lugares de valor histórico.
Como siempre, la decisión está en nuestras manos.
-La Antártida: Donde hay poca gente, es imposible pedir mucho más. Las naciones del mundo firmaron un acuerdo por el cual renunciaban a disputarse la hegemonía de la Antártida y ha quedado como un gran y vacía (tan sólo una breve incursión humana en sus márgenes) superficie dedicada a la investigación científica, con una escasa población, de logística relativamente precaria, que se renueva con cierta continuidad. Eso quiere decir que si alguien muere de manera sospechosa, es bastante difícil averiguar cuál es la verdadera causa de su muerte (no existen policías, abogados, y ni siquiera expertos en ciencia forense), ni forma factible de capturar al presunto culpable antes de que éste vuelva a su país, cosa que se sospecha que sucedió hace un par de años frente a un caso que nunca llegó a investigarse debido a estos motivos (la duda pues, quedó perenne). No sabemos tampoco cómo acabó la anécdota por la que un científico de la Antártida llegó a apuñalar a otro por hacerle -en teoría de forma "humorística"- spoilers de varios libros, aunque lo más lógico sería que la justicia, como casi siempre en estos casos, la aplicara espontáneamente la comunidad local (nota: en realidad, sí que hubo intervención de un estado; Rusia era el país de ambos hombres y el autor de la puñalada volvió a su patria natal para ser juzgado). Sin embargo, en el caso de que fueran los allí residentes quienes hubieran dirimido el caso, no tengo muy claro que hubiera una decisión unánime sobre quién era el verdadero culpable.
-Regiones en disputa: en aquellas regiones cuya posesión es discutida por varios países, suele ocurrir con frecuencia no haya una organización efectiva del territorio, aunque a veces la comunidad local impone sus propias normas. Un ejemplo relativamente cercano a España (y en parte responsabilidad suya) es el Sáhara Occidental, cuyos habitantes piden todavía un referéndum de independencia, aunque Marruecos nunca ha cedido en este punto y explota el territorio a pesar de las protestas del pueblo saharaui.
-El mar. En aguas internacionales puede ocurrir prácticamente cualquier cosa sin que haya castigo, y las más de las veces ni siquiera conocimiento. Y no sólo allí. Como mencionaba un artículo hace unos años, en las tripulaciones de los barcos se acumulan marinos de toda clase de condición, edad y raza, abundando la ilegalidad, la explotación y hasta el esclavismo. La ley clásica del mar decía que un capitán es dueño de la vida y la muerte de todos los viajeros en su barco, y el siglo XXI, a pesar de todos los avances, parece no haber modificado lo esencial de ese concepto.
-Comunidades aisladas: ya sean regiones asentadas (como la comuna hippie establecida en medio del desierto de California) como concentraciones espontáneas (el mayor ejemplo, "The Burning Man" que se celebra cada año en Nevada en una especie de homenaje revival pagano cargado de moderna tecnología que se ha prolongado hasta nuestros días), hay rincones del mundo donde nadie se atreve a aplicar ninguna clase de ley, ni tampoco individuo que lo consienta.
Sección de la ciudad de Kowloon, vista desde arriba
-La auténtica ciudad sin ley. Este caso ya no es real, pero lo fue hasta hace muy poco. Se trata de Kowloon, una península cercana a Hong Kong que, durante la época en que China y Gran Bretaña compartieron esta ciudad, se estableció como fortaleza. En principio era china, pero cuando los británicos entraron al asalto durante el siglo XIX en ella para confirmar ciertas sospechas, descubrieron que los oficiales chinos habían huido. Sin embargo, Gran Bretaña no hizo nada respecto a ese lugar y quedó definitivamente como una zona amurallada sin ley, donde se refugiaron multitud de desplazados por la guerra civil china después de 1945. Paulatinamente, todo comenzó a crecer: la gente que vivía allí, el número de casas, la altura de los edificios (muchos de los cuales se construían encima de las azoteas de los antiguos). Se convirtió en el lugar de mayor densidad de población del planeta (120 veces la de la ciudad de Nueva York), conformado por edificios altos (una de las escasísimas normas de la ciudad era que no podían superar los catorce pisos para no interferir con el muy ruidoso aeropuerto), en los cuales los pisos superiores tapaban la luz a los inferiores, por lo que se la conoció como "Ciudad de la Oscuridad".
Niveles superiores (arriba) e inferiores de Kowloon.
Las condiciones, desde luego, no eran agradables. El espacio para que viviera una persona era menor que para un aparcamiento estándar de coche. La gente no tenía quien le instalara fontanería o cables eléctricos, con lo cual solían montárselos ellos mismos. No es que no hubiera comercio: más bien al contrario, florecieron especialmente los negocios ilegales. Entre ellos, toda clase de profesionales sin licencia, porque los alquileres de los locales eran muy económicos. Eso sí, las condiciones de estos profesionales eran deplorables: se acumularon dentistas cuya pulcritud higiénica era bastante más que dudosa -aun así, muchos clientes venían de Hong Kong, pues los precios eran baratísimos-. Los restaurantes tampoco tenían regulación sanitaria. Florecían los casinos y los burdeles, las drogas abundaban por doquier, hubo más que sospechas de incendios por especulación inmobiliaria (a cuya prevención no ayudaba la falta de previsión anti-incendios), y, por supuesto, se convirtió en el reino de las mafias ilegales. Aunque algunos defendían que la mayor parte de los habitantes no estaban metidos en ningún negocio sucio, y que la criminalidad no era tan alta como cabía esperarse -difícil saberlo, porque obviamente no había registros-, lo cierto era que, entre los callejones estrechos (a través de muchos había que pasar de lado), la oscuridad y la suciedad a nivel del suelo (te caía agua y basura de los pisos superiores porque los vecinos barrían hacia abajo), así como la maraña de cables sueltos por todos lados, a la gente no le gustaba pasear mucho por la ciudad, y menos de noche. Iban y volvían por los pocos sitios que conocían para realizar los recorridos imprescindibles, es decir, ir y volver del trabajo (había un único cartero, que era de los escasos habitantes que se conocía los detalles de la geografía de la ciudad). De hecho, existían toda clase de pasarelas a nivel de las alturas para no tener que pasar por el suelo en ningún momento. La ciudad tenía un microclima muy especial, cargada de calor y humedad, de tal manera que muchos subían a los tejados de los pisos superiores para respirar algo de aire puro, especialmente por las tardes y durante el verano. A veces los adultos organizaban allí partidas de cartas, o los niños acudían a jugar o a hacer sus tareas, después de haber pasado la mañana en el nivel inferior.
En 1987, la ciudad tenía entre 30.000 y 50.000 moradores, y fue entonces cuando Gran Bretaña y China (ante el hecho de que unos cuantos años más tarde tendría lugar la anexión definitiva de este territorio, junto con todo Hong Kong, al país asiático) decidieron sanear la zona, y ofrecer compensaciones para los afectados, tanto en dinero como en forma de nuevos alojamientos. Para muchos, suponía liquidar por fin el cáncer en que se había convertido la ciudad; además, al escuchar el proyecto, las mafias chinas decidieron marcharse fuera, con lo cual se convirtieron en los años más tranquilos. Sin embargo, muchos que no podían vivir de otra manera (tendrían que sacarse licencia para sus respectivos oficios), que consideraban las compensaciones insuficientes, que se habían acostumbrado a ese modo de vida, o que preferían vivir en un lugar donde no se pagaban impuestos, se negaron a marcharse. Un batallón de 150 hombres entró para desalojar a los más renuentes a trasladarse, entre otros un hombre de 62 años que amenazó con suicidarse si le reubicaban. Finalmente, después de muchos años, en 1993, dejó de haber personas allí viviendo, se desconectó la electricidad y se tapiaron los pozos: entró la maquinaria de demolición. Poco tiempo después, empezaba a re-edificarse la ciudad. El resultado, como puede verse más abajo, fue muy distinto.
Para mí, esta historia es importante porque refleja un dilema muy presente en estos tiempos. En los últimos cuarenta años, desde Margaret Thatcher y Ronald Reagan, se ha extendido una corriente de pensamiento que dice que los estados, regiones, ciudades, se gobiernan mejor cuando hay menos impuestos y el estado interviene lo mínimo. Pero como hemos comprobado con Kowloon, cuando no hay impuestos, no hay regulaciones sanitarias, no hay controles de edificación, no hay seguridad, todas aquellas ventajas que nos proporciona vivir en comunidad. Tenemos más dinero en la cuenta bancaria, en efecto, pero hay que pagárselo todo, independientemente de que no tengas dinero para afrontarlo: la educación, la sanidad, los medios de transporte. En distintos grados, Estados Unidos (con sus enormes desigualdades) o la España en tiempos de Franco (donde no había impuestos, pero tampoco se construía casi nada, salvo pantanos) siguen o seguían este modelo que, aunque matizado, se pretende que en muchas sociedades vaya progresivamente a más. Dentro de poco hay elecciones europeas, autonómicas y municipales: la pregunta que nos hacemos ante estos distintos modos de convivencia es, ¿a qué referente queremos parecernos?¿Querríamos vivir de un manera similar al sistema de estado de bienestar que -a pesar de los recortes y el intento de desbaratar o privatizar los servicios públicos- hasta ahora ha sobrevivido en Europa... o preferimos algo más semejante a Kowloon?
Como siempre, la decisión está en nuestras manos.
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