Hace unos años se hizo muy famosa la disposición del gobierno de Murcia (creo que en este caso la orden procedía del gobierno autonómico) de dibujar el trazado del nuevo ferrocarril de tal manera que aislaba una serie de barrios de población mayoritariamente obrera. Hubo numerosas y muy vehementes manifestaciones y -hasta lo que yo tengo entendido- consiguieron que, al menos en parte, se echaran atrás. De esta anécdota pueden extraerse múltiples interpretaciones, incluyendo que eso de los llamados "gobiernos tecnócratas", los cuales toman decisiones fundamentadas únicamente en el criterio de expertos, no existen. Porque todas las medidas son en parte políticas: puedes elegir gastar más dinero en unos colectivos u otros; puedes recaudar más de los ciudadanos ricos o de los pobres; y, a la hora de señalar por dónde pasa una línea de tren o una carretera, el sitio por donde cruza determina a quién afectará. En pocos ámbitos se nota más que en la construcción, motor económico principal de buena parte de los países, fuente abundante de tramas de corrupción (por definición, tienes un montón de dinero del sector público que pasa al sector privado: la tentación es jugosa) y, como veremos en esta entrada, origen de escenarios que alteran drásticamente la vida de la gente, y que se reflejan a veces también en la ficción.
En un interesante debate en Twitter con especialistas de variados campos que os recomiendo, y que sirvió de inspiración a esta divagación que os presento, @Pedro_Torrijos, al que muchos conoceréis por sus estupendos hilos de Twitter sobre arquitecturas improbables, mencionó una frase interesante, "el urbanismo es el segundo artefacto más importante de la especie humana después del lenguaje". No cabe duda de que otros expertos en diferentes disciplinas opinarán que su campo de estudio ejerce una influencia más relevante, pero en todo caso, como ejemplifica el caso de Murcia, puedes hacer muchas cosas según cómo dibujes los planos de la ciudad. O incluso de un país. Por ilustrarlo de otra forma: Estados Unidos tuvo que decidir -cuenta la leyenda; seguramente la verdad es más compleja-, durante la Segunda Guerra Mundial, cómo orientar su sistema de transporte para desplazar grandes cantidades de mercancías y material militar de un lugar a otro. Hitler había empleado los ferrocarriles, y gracias a ello logró enormes desplazamientos de tropas del frente Occidental al Oriental. En cambio, Estados Unidos eligió la carretera. Gracias a eso, el transporte de pasajeros por tren en Estados Unidos es casi testimonial; todo el mundo tiene coche (hasta hay vagabundos que viven en su vehículo, el cual a veces conducen en busca de una oferta de trabajo o en dirección a los bancos de alimentos); los mejores restaurantes están en las salidas de las carreteras; y los pueblos ocupan mucha más extensión que una ciudad europea media porque se asume que todo el mundo agarra el coche para ir a cualquier sitio. Por contar mi experiencia personal, durante cuatro meses viví en Charlottesville, una localidad de 30.000 habitantes -y una población flotante de 70.000 más- con quizás la mitad de extensión de la ciudad de Madrid. Los únicos que íbamos en autobús éramos las minorías raciales y yo. Los automóviles me dejaban pasar en los cruces y me miraban con cara de pena ("pobrecito, que tiene que ir andando"). En una ocasión, salía de una tienda de informática a la que llegué en taxi para que no la cerraran antes, y vi que la única manera de volver a mi residencia habitual era cruzar una carretera. Tomé la única alternativa posible: hice auto-stop. Una amable mujer (con un coche típico de madre: grande como un jeep de Mad Max y lleno de juguetes y restos de comida en el asiento trasero, que apartó con tanta gentileza como rubor) me desplazó una distancia de unos 10 metros, suficiente para llegar a un sitio desde donde podía volver andando. Las experiencias de otras personas son muy similares. Mi hermana me comentaba que, en Los Ángeles -una ciudad sin aceras-, una pareja de recién casados se compró antes un coche que un piso para vivir juntos. Compartían auto mientras habitaban cada uno en casa de sus padres. Salvo si resides en alguna de las grandes urbes del noreste como Boston o Nueva York, las cuales cuentan con un decente transporte público -y se consideran, en parte, tanto urbanística como culturalmente, "ciudades europeas", dicho en algunas ocasiones con un tono de desprecio-, en Estados Unidos, si no tienes un coche, no eres nadie. Ello implica también ciertas consecuencias: el ciudadano americano, que coge el automóvil para todo, no anda, está obeso, quema una tonelada de gasolina que contamina el medio ambiente (la disposición tan extensa de las ciudades tampoco es el sistema más ecológico posible), y exige que el petróleo esté barato para que no le cueste un riñón su modo de vida. Lo cual explica tal vez la mitad de las guerras de Estados Unidos en Oriente Medio para mantener bajo el precio de la gasolina.
Hablando de Nueva York, la primera vez que leí acerca de Robert Moses fue en este ensayo que os mencioné sobre la gentrificación. Es sorprendente que hayamos oído hablar tan poco de él, teniendo en cuenta que dirigió la política urbanística de Nueva York durante décadas, pese a que la ciudadanía nunca le había votado. La primera vez que se le ha mostrado en la gran pantalla (al menos, que yo sepa) ha sido en "Huérfanos de Brooklyn", un film noir moderno dirigido por Edward Norton, en general bien ejecutado, donde Moses es encarnado por Alec Baldwin. La película, basada en una novela, se ha tomado -o eso se deduce- bastantes licencias en el terreno de lo personal, pero menciona detalles en los que coinciden muchos críticos de Moses: para ser más explícitos, el profundo racismo y clasismo que impregnaba sus ideas urbanísticas. El ejemplo más sangrante fue construir los puentes de salida de la ciudad -recordemos que Manhattan es una isla de la que se escapa por 21 puentes- de tal modo que hacían imposible la circulación de los autobuses, lo cual impedía que la gente sin coche propio (pobres y afroamericanos, cuando no las dos cosas) pudieran disfrutar de las playas cercanas a Nueva York. La película incide también en que Moses fue muy popular por construir parques por todas partes, aunque algunos barrios fueron bastante más favorecidos que otros (adivináis cuáles, ¿verdad?). Y señala que algunos de sus planes urbanísticos -evitados en ocasiones a causa de la movilización popular- obligaban a desplazar a comunidades enteras de sus hogares sin que se supiera bien dónde podrían realojarse (en todo caso, Moses se encargaría de que no fuera en el mismo barrio que los blancos). A partir de ahí, no os cuento más sobre la trama de la película. Espero que la disfrutéis.
Por tanto, queda claro que la planificación urbanística puede decidir todo, y que su orientación es (casi) siempre política. Como mencionó alguien -no recuerdo quién, así que me perdonaréis la ausencia de cita-, sólo el hecho de escoger si una ciudad tiene o no baños públicos ya es una cuestión fundamental. A propósito de esto, menciono otra obra de ficción, pero basada en hechos reales. "Show me a hero", de la HBO, muestra una localidad anexa a Nueva York donde un juez determinó, a través de una sentencia, que el ayuntamiento debía construir una serie de viviendas para ciudadanos desfavorecidos (en una palabra, y tratándose de Estados Unidos, por supuesto negros), con el objetivo de evitar la formación de guetos y la exclusión social. Ésta es una decisión impopular, pues los habitantes mayoritariamente blancos de la ciudad se niegan a que sus viviendas se infravaloren -o no quieren a esas personas como vecinos, ahí cada uno decide los motivos auténticos-. Entonces, un concejal, interpretado por Oscar Isaac, decide auparse a una ola de populismo y anuncia que, si es elegido como regidor, no cumplirá la sentencia. Por supuesto, gana las elecciones, pero entonces se topa con la dura realidad: no tiene más remedio que acatar la orden si no quiere que la ciudad se arruine. Aquí se trata el espinoso tema de políticos que prometen algo imposible a sus ciudadanos y sólo lo asumen cuando son elegidos, apoyándose en algo que sabían que era mentira desde el principio (¿os suena? Seguro que en vuestro país habéis visto más de un caso). La serie cuenta la historia de este alcalde que tuvo que plegarse a los hechos; también relata las dificultades para que la construcción de las viviendas pudiera llevarse a cabo, y para que se lograra una cierta convivencia entre los nuevos vecinos. Narrada como una ficción atípica, la serie da abundantes pies para el debate y la reflexión, tanto en cuestiones políticas como en el aspecto personal.
Probablemente, las medidas más lesivas para nosotros los ciudadanos no llegarán de un discurso grandilocuente enunciado por un señor con bigote frente a una multitud enardecida. Lo harán silenciosamente, en forma de Boletín Oficial del estado, ciudad o comunidad autónoma. Serán disposiciones mínimas, enrevesadas e ilegibles, sobre aspectos aparentemente técnicos e irrelevantes. Quizás sólo se refieran a requerimientos sobre determinadas medidas, longitudes y pesos. Tal vez una de las cifras que aparezcan mencionadas sea el (Douglas Adams sería feliz con esto) número 42.
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