Fue un experimento sorprendente.
En una escuela de verano para niños,
la monitora quiso enseñarles a los chavales cómo son las relaciones entre los
países del mundo. Así que repartió la Tierra entre ellos.
Cada niño representaba a un país
concreto. A cada uno le eran asignados unos materiales, según el país que le
había sido asignado. Los países ricos tenían compases, reglas, escuadras,
cartabones... pero pocas materias primas; a la niña de Estados Unidos, por
ejemplo, le correspondieron escasamente dos folios. Y los países pobres no
tenían ninguno de esos instrumentos, pero sí muchas materias primas, por
ejemplo diez folios cada uno. El objetivo del juego era hacer, con los materiales
de los que disponían (o con los que pudieran conseguir por intercambio) figuras
de papel con distintas estructuras geométricas, que serían las equivalentes a
billetes. Y comenzó el juego.
Los resultados fueron inesperados
La niña de Estados Unidos, que era
la típica muchacha egoísta que lo quería todo para ella, trató de venderles a
los países pobres un compás roto. Entonces, los países pobres decidieron
hacerle un boicot, y se asociaron entre sí, consiguiendo realizar entre todos
muchísimas figuritas, mientras que la niña de Estados Unidos se quedó sola,
encerrada en su esquina, sin poder construir ninguna figura en absoluto.
A veces uno se pregunta qué pasaría
si les diéramos a los niños el control del mundo...
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