¿Por qué estamos aquí? Porque nos gusta lo curioso, lo sorprendente, lo interesante, lo inusual, lo que engrandece al ser humano, lo que lo redime de vez en cuando. Por eso nos apasionan las historias: porque hayan ocurrido o no, de alguna manera es real.
lunes, 23 de mayo de 2022
Los libros de mayo: una guía de Nueva York
martes, 17 de mayo de 2022
El relato de mayo: Los límites del infinito
Los límites del infinito.
(Relato escrito al azar)
La
lanzadora de cuchillos apuntó las dagas con precisión, asiéndolas por la punta
y concentrando la pupila en su objetivo. Se preparó para arrojarlos alrededor
de la chica del traje de lentejuelas que le servía en este espectáculo de
víctima. Las luces del escenario brillaban con todos los fulgores. El público,
vestidos de traje y corbata ellos, y engalanadas ellas, casi todos de estirpe
anglosajona, contenía la respiración.
Entonces,
un grupo de soldados vestidos del riguroso traje militar indio, y de esta misma
nacionalidad, entraron por una de las puertas laterales, y se dirigieron hacia
allí.
La
lanzadora de cuchillos detuvo su número. En realidad, y por un reflejo
automático, los cuchillos falsos que debían salir de la tabla se mostraron ante
el público. La columna de soldados se dirigía hacia ella por un lado. Estaban a
punto de ascender las escaleras que conducían hacia el escenario. En llegar hasta
la posición donde se encontraba la lanzadora, a la que buscaban, tardarían tan
sólo diez segundos, y transcurrido ese tiempo llegarían hasta allí y la
degollarían. Ella se puso frenética a darle vueltas a la cabeza. No tenía mucho
tiempo para pensar.
Esta
es la historia de esos diez segundos...
Explicar
nuestra condición es complicado. No me hago una idea precisa de cómo hacerlo.
De hecho, al principio, cuando era joven, me parecía normal, incluso me
preguntaba cómo era posible que los demás no entendieran lo que decía al
referirme a ello. Para mí viajar en el tiempo era algo parecido a cruzar una
habitación: simplemente avanzabas un paso, movías una puerta y ya estaba. Sin
traumas ni transformaciones, sin movimientos bruscos y sin aspavientos. Tanto,
que a veces no me daba cuenta de que lo hacía. Sólo estaba pensando en otra
cosa, en otro momento, en otro lugar, y allí aparecía. Es algo tan sencillo
como eso.
Luego fue cuando me
empecé a dar cuenta del poderoso don que me había sido otorgado, y que se
cernía intrigante a mi alrededor. Lo primero de todo debo explicar que no se
trata ni mucho menos de una propiedad que reporte un poder universal. Viajar en
el tiempo tiene sus reglas estables. Lo primero de todo es que vas envejeciendo
mientras lo haces. Tomemos por ejemplo un tiempo de unos diez segundos de
lapso. En ese periodo, puedes hacer un número limitado de desplazamientos por
el tiempo. La cuestión no se refiere tanto a número de viajes (como he dicho,
lo que es el viaje en sí mismo consiste tan sólo en un parpadeo de ojos), como
en los años recorridos mientras tanto. Es decir, tú en esos diez segundos
puedes marchar, vivir mil vidas, dirigirte a mil sitios, envejeces pero cuando
retornas al origen del viaje en el tiempo te vuelves joven otra vez, tan sólo a
lo mejor un segundo más viejo. Y así durante un largo rato. Pero no puedes
caminar sin límites: llega un momento en que esos diez segundos pasan, y ya no
puedes dar marcha atrás. En cierta medida, y para que nos entendamos, es como
un zurcido. Tu vida siempre avanza en una sola dirección y sentido, por donde
marcha la aguja: luego, lateralmente, tú puedes dar todas las puntadas que
quieras, arriba y abajo, a derecha e izquierda; no obstante, cuando vuelvas a
la línea inicial, sólo puedes desplazarte hacia delante. No sé por qué ocurre
de ese modo exactamente, pero lo cierto es que es así. También, en cierta
medida, es como un lanzador de cuchillos: un cuchillo puede ser clavado sobre
la tabla en un número infinito de posiciones. Sin embargo, esas posiciones están
limitadas por la extensión de la tabla, y también por el hecho de que no puedes
dañar al individuo (normalmente una hermosa señorita) que se encuentra tumbado
sobre la misma. Creo que este punto no está muy claro, pero algunos postulan
que por cada unidad de tiempo que avances en tu vida, dispones del equivalente
a unas 30 millones de veces para recorrer pasado y futuro, dirigiéndote a
cualquier localización del espacio, antes de avanzar un paso más. Es decir que
en esos diez segundos, tendríamos diez mil años como lapso posible de tiempo.
Diez mil segundos para ser vividos, envejecer, rejuvenecer de nuevo, y volver a
viajar, antes de que esos diez segundos pasen. Es mucho, pero no lo es todo.
Esos son los límites del infinito.
Otra paradoja curiosa
que me he encontrado a lo largo de mis viajes es que constituye un embuste eso
que algunos han teorizado acerca de que es imposible alterar el presente a
través de modificaciones en el pasado, puesto que estos cambios lo único que
harían sería conducirnos a él. La realidad es que una circunstancia presente
puede ser enmendada a voluntad como consecuencia de sucesivos viajes en el
tiempo encaminados específicamente a modificarla. Pongamos por ejemplo la
situación en la que me han encontrado: una chica ha vivido treinta años
–pongamos en 1870-, durante los cuales ha realizado innumerables viajes en el
tiempo (el equivalente a 900 millones de años de vida, más o menos, según
recordamos). Luego, llega un momento en que se nos presenta una situación
angustiosa a esa edad de 30 años, en el año 1900: por ejemplo, esos diez
segundos que tenemos antes de que un grupo de soldados hindis degollen a esa
chica sobre el escenario. Esos diez segundos son para esa persona diez mil años
de vida a través del tiempo que tiene para modificar su circunstancia presente,
para así poder salvarse, y continuar envejeciendo hasta morir de una manera
normal, a los 80 (lo cual ocurriría en el año 1950). Porque se supone que todos
morimos. Eso dicen. No he encontrado a nadie que me lo haya aclarado.
¿Así que, qué hacer?
Viajar. Viajar mucho. Pasar de habitación en habitación. Es tan sencillo como
eso, abrir una puerta. También hay límites. Al igual que hay un número finito
de localizaciones, y de habitaciones en una casa. En mi caso he comprobado que
mi límite son cuatro mil años para atrás desde el momento de mi nacimiento, y
veinte mil para adelante. ¿Dentro de esas limitaciones, entonces, qué es lo que
hacemos? Pues lo dicho: viajar, viajar mucho. Puedes ser una princesa en
Persia, un hombre santo en
Me diréis, “qué
terrible la soledad del viajero entre mundos”. No estamos tan solos. A fuerza
de cruzar nuestros caminos, hemos encontrado a varios de los nuestros. Ninguno
conocemos el origen de este don, ni hasta donde podemos llegar. Nos encontramos
unos a otros en una inmensa madeja, ya sea en las épocas Tinder en el siglo XXXVIII
o en la victoriana Inglaterra. Interaccionamos de vez en cuando: incluso yo he
mantenido relaciones de amistad y he compartido sexo con otros de mi condición,
pero para ser sinceros, es aburrido. Hemos visto todos tanto, lo hemos
contemplado todo, que tenemos una visión muy parecida acerca de cómo es el
mundo y de las cosas que en él te pueden suceder, o que tú puedes crear. Nos
estamos convirtiendo en una especie aparte, si es que no lo éramos antes.
Y aparte de ellos, también se encuentran los
guardianes del tiempo. No sabemos exactamente quiénes son: si fueron algunos de
los nuestros que decidieron un día salirse del juego y quedarse permanentemente
(por así decirlo) en la puerta de la habitación, o simplemente son personas se
perdieron en la maraña espacio-temporal. Te los encuentras, como digo, en los
umbrales, en los espacios perdidos entre las puertas del tiempo; si te detienes
un momento a mirarlos, tan sólo te parecen espacio vacío, en general de colores
ocres o apagados, como un lugar entre dos mundos. De vez en cuando esos
guardianes te ayudan, o te preguntan qué tal va todo. En general constituyen
gente, por su aspecto, bastante anciana y cansada. Quizá algún día yo acabe
como uno de ellos.
Hay un aspecto de este
asunto que me gustaría que terminarais de entender. Pero lo veo complicado. Se
trata de la doble direccionalidad de este juego. Los viajes se dan hacia el
pasado y hacia el futuro. Lo que hagas en el pasado, puede afectar a lo que
venga después. Pero al mismo tiempo, lo que cometas en el futuro, también puede
influir a lo que suceda antes. Comprendo que esto es difícil de aceptar:
estamos acostumbrados a que el tiempo transcurra en una sola dirección, y
argumentar lo contrario puede parecer una herejía. Ni yo mismo sé cómo
explicarlo, ¿cómo iba a poder?¿Cómo le contaríais a un ciego el color rojo,
cómo le explicaríais a alguien sin papilas gustativas el sabor dulce? Las pocas
veces que lo he intentado, ha acabado en un balbuceo de palabras en torrente de
mi boca, y en la incomprensión de los que me rodeaban. Así que no voy a
intentarlo de nuevo. Lo único que puedo deciros es que esto es así, y que es
verdad. Tampoco os sé proporcionar la explicación científica: yo solamente os
voy comentando lo que me he ido encontrando al avanzar.
En este camino,
solicitar indicaciones es de lo más complicado. En estas intersecciones que os
he comentado antes, se encuentran los guardianes del tiempo, pero ni siquiera
con estos -a pesar de su experiencia- resulta sencillo. ¿Cómo preguntas a
alguien de la Roma del siglo II cómo se llega a la América de los incas y
aztecas?¿Alguien en el siglo XXIII conoce una mínima parte de las guerras
suraustrales? Y también al revés ocurre lo mismo, es difícil preguntarle a
alguien del siglo XIII sobre la Edad Antigua, cuando en realidad este concepto
de división en edades no queda fijado hasta el siglo XVIII. También te tienes
que enfrentar a la ignorancia de aquel tiempo y de la persona concreta con la
que te cruces. Y qué decir de lo complicado que es encontrar orientación cuando
aterrizas en un país del que desconoces el idioma, y donde puedes haber
aparecido con una ropa y en una circunstancia que te resulten por completo
desconocidas (como he dicho, no siempre se puede dirigir el sitio al que vas a
viajar: en cuanto a las condiciones en que aterrizas, creo que tu propio
mecanismo, por instinto, trata de hacerlas lo más cómodas y apropiadas
posibles, pero eso no siempre funciona con acierto. Lo sé, puedo desmotrarlo).
En definitiva, que en ausencia de mapas claros, sabiendo tan sólo que existen
rutas más transitadas y encrucijadas de paso, sitios a los que se es más
proclive a saltar justo después de otros sin que haya una explicación lógica
–el año 1963 es una estación de paso casi obligada-, conseguir las mejores
indicaciones posibles, junto al arte de obtenerlas y de esa manera orientar
mejor nuestros pasos, es un requisito indispensable para sobrevivir. A mí de
hecho se me conoce especialmente entre los míos por mi capacidad de obtener
direcciones. Me he hecho leyenda por ello. Hemos hecho de estos aspectos
nuestro particular modo de vida.
Os preguntaréis por
qué preferimos enfrentarnos a este caos, en lugar de quedarnos tranquilamente
en nuestro sitio. Lo primero de todo es que no es elegible. Con sólo girar la
cabeza, puedes pasar de estarte preparando para cruzar un paso de peatones, a
enconrarte contemplando con ropa de griego las pirámides. Pero aparte de eso,
lo diremos: la eternidad (o la casi eternidad) es aburrida. Por eso preferimos
meternos en líos: enredarnos en problemas, y luego montar enormes y enmarañados
ovillos espacio-temporales para salir de ellos. A veces podemos cansarnos, e
incluso liarnos, y hasta perder de vista el objetivo inicial. Pero no pasa
nada, siempre hay tiempo. Eso es lo que siempre nos va a sobrar.
Y hablando de tiempo,
ya han pasado diez segundos, ¿no? Depende de para quién, supongo. Quizás a
vosotros os ha parecido más. Nunca consigo tener el reloj en hora. En todo
caso, es hora de que volvamos al lugar inicial.
La lanzadora de
cuchillos tenía las dagas en la mano. Entonces, aparecieron el grupo de
soldados hindis. Sólo en diez segundos iban a llegar. Y en esos diez segundos
muchas cosas pasaron.
Para
empezar, las dagas esta vez no eran de atrezzo.
Para cuando los soldados quisieron darse cuenta, cuatro de esos puñales habían
sido disparados a la vez de manos de la lanzadora, habiendo acertado cada uno
en el blanco. La lanzadora, mientras tanto, ascendía por la cortina, con una habilidad
felina con los pies, para poderse propulsar y así volver a atacarles.
Luego,
además, al lado de la lanzadora, se encontraba un artista de artes marciales,
un mongol que había actuado justo antes de ella, y que se puso a golpear a
algunos de los soldados, derribando a varios de un golpe.
Y
para seguir, los miembros de una religión (que no existía la primera vez que
los soldados entraron en esta sala) se abalanzaron contra los recién llegados
en nombre de su diosa, que se parecía de manera extraordinaria a la lanzadora
de cuchillos.
En
medio de este revuelo, se formó un tumulto. Cayeron los focos, y se derrumbaron
columnas. Pero la lanzadora se había escapado. Los diez mil años que tenía de
margen le habían servido para escapar.
Entonces fue cuando volví.
Volví a mi tiempo, a
la realidad que me correspondía, diez años antes. Pero esta vez era ligeramente
distinta. Ya no llevaba puesto el traje de artes marciales. Y en lugar de
encontrarmente (como lo había hecho antes de saltar) en un palacio de corte
árabe, me hallaba encerrado en una mazmorra. Con las manos atadas a cadenas, y
las rodillas en tierra. Se abrió una puerta. Entró un verdugo con un hacha. En
tres minutos –unos ciento ochenta segundos- probablemente tendría tiempo
suficiente para llevar a cabo lo que tuviera que hacer conmigo. Y al final de
esos ciento ochenta segundos seguro que yo no lo iba a contar.
Pronto razoné lo que
había ocurrido. Claro, era lógico. Le había echado una mano a mi amiga, y
ahora, como consecuencia de ello, algo se había alterado en el futuro, y esa
alteración (como he dicho que era posible) había modificado mi pasado hasta
hacerlo radicalmente cambiar. Es lo que ocurre con nuestros trayectos: creamos
madejas tan grandes, tan intrincadas, que es difícil que las que elaboren unos
no se mezclen con las de los otros y deshagan lo que algunos han tardado tanto
esfuerzo en crear. El que alguien consiga adelantar la consecución de un
invento puede fastidiarle a otro la iniciación de una guerra. Son gajes del
destino, problemas. Inconvenientes que todos nosotros tenemos que aceptar.
No pasa nada.
Vislumbro con confianza el futuro, en forma de verdugo cuyo hacha, de filo
apuradísimo, parece sonreír al poderme vislumbrar.
Tengo ciento ochenta
mil años para poder alterar este mundo.
Será un bonito paseo
el volverlo a intentar.
lunes, 9 de mayo de 2022
La historia corta de mayo: Dedicadas a Eduardo Galeno (XIII). La mejor defensa...
Dedicadas a Eduardo Galeano (13)
La mejor defensa...
-Tómate el puré de guisantes (le dijo al niño
su tío, paciente, pausado).
-Que no, que no (respondió el niño
petardo).
-Tómate el puré (repitió el tío,
otra vez sin ninguna prisa, así durante varias veces).
Y el niño, que no, que no.
Hasta que finalmente, hasta al santo
Job se le acaba la paciencia, y el tío le dice:
-Tómate el puré de guisantes, o te
lo tiro por la cabeza.
Y
el niño, con toda la celeridad y determinación del mundo, coge el cuenco con
puré, lo eleva hacia arriba, y se lo enfrasca en el cráneo.
La
mejor defensa es un buen ataque.