Frontera italo-suiza del Lago Maggiore
El
oficial del V Regimiento de la Marina Suiza, división del Lago Maggiore (el
regimiento eran, básicamente, él y su barco) no pudo dormir tranquilo aquella
noche. No desde que se había cruzado con la embarcación de los guardias
fronterizos italianos, quienes acudieron atraídos por el contundente olor de la
fondue de queso.
-¡Pero
si esto no sabe a nada!-protestó uno-. Será el peor queso de Suiza, ¿no?
-Pues
es uno de los mejores –replicó adusto el helvético.
-Pobre
chico –se rió el otro italiano-… Enrolado en una marina que no es de verdad, en
un país que no es de verdad, comiendo un queso que tampoco es de verdad… La
vida es muy dura al otro lado de la frontera.
Se
quedó sorprendido de las cosas que le contaron.
-¿Cómo
que el barco está bautizado?
-Es
algo típico de mi pueblo. Viene un cura, le da unas bendiciones…
-¿Y
con eso te aseguras de que no se hunde?
-Bueno,
es un Dios italiano, ¿sabes? Deja a las cosas un poco a la improvisación.
No
entendía cómo era posible que aquellos dos italianos fueran tan distintos.
-Echo de menos mi
tierra… Esos veranos en que, te tumbas a dormir la siesta a la sombra de un
olivo, rascando a mi can, después de unos cannoli que han servido de postre a unos
canneloni de la mia mamma…
-Quita,
quita, ese calor -se quejaba el otro-… Donde estén unos agradables quince
grados…
Conforme
el oficial suizo nadaba por el lago para desertar en dirección a Italia,
recordaba su última conversación.
-¿Y
decís que, en la Guardia Suiza ésa, podré conocer muchas ragazzas italianas?
-Hombre,
ragazzas no sé… Pero faldas, desde
luego, vas a ver muchas…
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