Deportividad
-Vemos cómo ahora el siguiente deportista
coge el testigo de la antorcha olímpica… Corresponde al atleta keniata… vaya,
debe haber algún error. O a lo mejor es keniata, pero un keniata blanco.
¿Tienes más información al respecto, Herm?
-Nos llega la confirmación desde
nuestros estudios centrales, Mart. Ha habido una alteración en el recorrido: el
siguiente relevo es un deportista local. Aún no nos ha llegado su nombre, pero
se lo ofreceremos a lo largo de la retransmisión.
-Pues, y perdonen los espectadores,
pero vaya vestimenta que lleva el tipo. Parece que acabara de salir de casa.
-Bueno, Mart, hemos de recordar
que, en estas latitudes, a veces la actitud puede llegar a ser un poco
informal.
-En todo caso, el hombre sale
desde su posición… Arranca con buen ritmo. Se ajusta… no, no, no se ajusta. En
realidad, se está saliendo del trayecto marcado. De hecho, se está alejando del
camino que debía recorrer. Empieza a adentrarse por un bosquecillo, donde le
perdemos de vista…
-¿Pero dónde va?¿DÓNDE VAAAAA?
Unos pocos minutos más
tarde, el hombre penetró con la antorcha olímpica en una pequeña casa de una
antigüedad indescriptible, donde una anciana -de antigüedad más indescriptible
todavía-, vestida de negro de pies a cabeza, se encontraba sentada en una silla
colocada de espaldas a la puerta, con lo cual no pudo ver al hombre entrar en
la casa, aunque sus ojos revelaban que quizás, si la silla se encontrara
situada en otra posición, tampoco le hubiera sido posible contemplarlo. La
anciana, aún así, levantó de golpe las cejas (aunque no se levantó de su
asiento) al escuchar el ruido procedente de la entrada.
-¿Prometeo?¿Eres
tú?
-Sí,
mamá –respondió el hombre que había entrado-. Ya he conseguido algo con lo que
encender el fuego del horno. Espera un momento tan solo: la comida pronto
estará…
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