Jan Morris siempre nos deleita con sus libros de viajes, sobre todo aquellos en los que hay buenas dosis de historia. Y si en "Trieste" nos describía una ciudad que es más famosa por lo que ha perdido que por lo que posee, en "El imperio veneciano" nos habla de una entidad que ya no existe, que fue el conjunto de posesiones que adquirió la República de Venecia (en gran medida, después de hacerle un destrozo enorme a Constantinopla y al Imperio Bizantino) con el objetivo de salvaguardar las rutas comerciales que iban desde Turquía y Egipto hasta Venecia, pasando por el Egeo, el Adriático y amplias zonas costeras de la Grecia continental.
Gracias a este viaje, Morris saca a colación variopintos personajes y localizaciones geográficas a través de las islas Cícladas y Jónicas, Creta, Chipre y la costa dálmata. Es curioso que en todos esos enclaves haya quedado impregnada la atmósfera veneciana, e incluso haya permanecido un recuerdo agradable de su paso por allí, a pesar de que los venecianos en muchas ocasiones se comportaron como administradores cicateros, pragmáticos y déspotas, quienes anteponían antes que nada el beneficio, y que actuaron de manera tan desagradable que muchos griegos acabaron prefiriendo a los turcos. Sin embargo, a través de su sincretismo con la cultura local de las islas (que con frecuencia se mantuvo, aunque fuera por oposición a los gobernantes venecianos) dejaron una impronta que todavía es posible apreciar en esos lugares. En ese sentido, las descripciones de Jan Morris reflejan un mundo ya desaparecido, pero que resulta imprescindible para conocer los detalles de las esquinas de Venecia y de muchísimos rincones del Mediterráneo Oriental.
El libro de Morris promete evocación y emociones fuertes y, desde luego, no defrauda. La autora habla de piratas y generales, de gente culta y también de destrozo de obras artísticas, de religión y de enfrentamientos entre cristianos, mientras el comercio se mantiene con los mismos turcos con los que se anda peleando porque, claro, el negocio es el negocio, y eso es sobre todo lo que define a Venecia. Leeremos acerca de Lepanto, pero también de intrigas cortesanas secretas, o de hombres salvajes que se lo jugaban todo a una carta pues tal era su indómita e inalterable naturaleza. Si os apetece un intrépido periplo por mar, no lo dudéis, embarcaos: aunque ya sabéis que, en todo viaje, lo primero que no regresa es la persona que partió, porque siempre vuelve convertida en otra distinta. Así que velas al viento, contemplad el horizonte, y a navegar.
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