Márgenes
Cuando la chica revisó a fondo la
caja, no podía creérselo.
-Dios…-se lamentó en voz alta.
-¿Qué pasa?-le preguntó intrigada su
compañera de piso.
-Creo que me he dejado algo olvidado
en casa de mi ex.
-¿Pero no te habías llevado las
últimas cosas de su piso hace un mes?
-Ya, pero no he tenido tiempo de
repasarlo hasta hoy y ahora es cuando me he dado cuenta.
-Dirás que no has querido hacerlo hasta
hoy –la recorrió con la mirada en tono de reproche su amiga-… A ver, ¿qué te
falta?
-Pues… el secador para el pelo…
-¿Eso? Vaya chorrada, ¿no?
-Pero… es que se trata de un
recuerdo sentimental.
“Además, es el único que me deja los
cabellos en orden”, meditó para sus adentros la chica. Aunque esto, por
supuesto, no lo iba a decir en voz alta.
-¿Y qué vas a hacer?-preguntó su
compañera-. Porque después de la última escena que tuvisteis, con lloros y
dramas y demás, no vas a volver allí sólo por un secador.
-Sí, sí, pero… fue de las pocas
cosas que me traje de casa de mis padres. No querría dejármelo en cualquier
sitio.
A su compañera se le iluminó la
mente:
-¡Ya está!¿Por qué no avisas a una
de esas empresas que te llevan cosas a domicilio? De ésas que si se te ha
olvidado comprar una lata de mejillones van al supermercado y lo hacen por ti.
¿No podrían pasarse por casa de tu ex y traerte el secador?
Su interlocutora se rascó la cabeza.
-No sé… es una posibilidad.
Una hora después, un chico joven, de
nariz tan destacada como un mascarón de proa, rematada con unos gafas de
cristales gruesos y enorme diámetro, estaba tocando a la puerta de un piso
céntrico. Al otro lado, un treintañero con el pelo desordenado y pinta de haberse
levantado de la cama al escuchar el primer timbrazo acudió a abrirle.
-Oiga, no me interesa comprar nada,
ni donar a ONGs, ni apadrinar a un gato…
-No, no es nada de eso, me explico…
Me ha mandado su ex pareja para…
La cara del inquilino, al escuchar
el relato, era un poema.
-Esto me parece un atropello. Dígale
a María que si quiere su secador, que venga a buscarlo ella misma.
Y a continuación, le cerró la puerta
en las narices.
Cinco segundos después, sonó otra
vez el timbre. El inquilino desanduvo el camino para de nuevo abrir.
-Mire –declaró el mensajero,
compungido-, es que si no cumplo lo que me han encomendado, su ex novia me
pondrá una mala puntuación en la aplicación de mi empresa, y a mí me contratan
en función de eso. Si saco pocas estrellitas lo mismo no me llaman para la
siguiente vez…
-Ya, ya, entiendo, me hago cargo –respondió
apesadumbrado el interpelado-. Espere aquí un momento, ¿quiere?
Se sucedieron unos cuantos minutos
de ruidos metálicos, chirridos de apertura de armarios y sonidos de
desplazamiento de cajas. Por un momento, pareció que el habitante de la casa
forcejeaba con ollas y se enfrentaba en un combate de boxeo con cientos de
pequeños útiles de baño. Al final, después de lo que al joven en la puerta se
le antojaron cuarenta días y cuarenta noches, el tipo salió todavía más
despeinado de lo que estaba en un principio, armado con un secador que plantó
encima de la mano del mensajero.
-¡Y dígale a mi novia… digo, a mi
ex… dígale…!
-Perdone, yo sólo he venido a recogerle
el secador. Lo que haya entre ustedes dos…
El hombre frunció el ceño.
-De acuerdo, ¿y si te lo encargo? Yo
te pago por ello. Mira, te voy a escribir lo que tienes que decirle…
El chico se recolocó las gafas,
aunque daba la impresión que más para intentar establecer una pausa que porque
tuviera de verdad que hacerlo.
-De acuerdo, tú apúntamelo y…
-Sí, sí, voy a buscar un lápiz y un
papel y…
-La app… -señaló el mensajero-.
Tienes que encargarlo por la app, en el móvil. Allí puedes escribir el mensaje
y entonces yo…
El inquilino se puso a enredar con
el móvil. El mensajero, mientras tanto, aguardaba paciente de pie.
Media hora después, el mismo
individuo de la compañía, con su uniforme hortera de color chillón, tocaba a la
puerta de casa de la chica:
-Dice tu ex –leía desde el móvil
mientras alargaba hacia ella el brazo con el secador de pelo- que si quieres
venir a por el secador de pelo, que vayas tú. Que eso de mandar un
intermediario es lo típico que haces siempre…
La mujer aguantó el chaparrón
impertérrita, hasta el final, cuando tuvo que restregarse los ojos para
disimular una lagrimita. Cuando el mensajero terminó, la chica atrapó el
secador y replicó:
-Bien. Ahora vas y le dices…
-La… la app –farfulló el mensajero.
Más
tarde, en el piso del ex, este último abre la puerta.
-Que eres lo peor –leyó el enviado, con
un halo de sudor en la camisa alrededor de la zona de los sobacos-. Cómo se te
ocurre, después de todo lo que hemos… habéis vivido, mandar un mensaje como
ése. No se puede ser tan insensible. Tú…
Tras otra media hora, en el umbral
del piso de la chica, vemos al mensajero empapado mientras al fondo, por la
ventana, se escucha el rugido de un trueno. El trabajador tiene las manos tan
mojadas que le cuesta manejar el teclado:
-Que sepas que perdiste todo el
derecho a decirme nada cuando empezaste toda esta farsa. Porque esto lo
empezaste tú, que lo sepas, desde que me dijiste lo de Paco. Así que si vas a
venirme ahora con ésas…
-¡Pero será…!-chilló la chica,
conteniendo la rabia, mientras tecleaba en su teléfono móvil-. ¡Ahora mismo se
va a enterar!¡Tú no te vayas, que luego a lo mejor te necesito para mandarle
algo! Éste se va a cagar… ¡Antonio!¿Tú te crees que es normal que me saques ese
tema…?
-¡Bueno, ya está bien!, ¿no? –pegó
un berrido el chico de la empresa, interrumpiendo el diálogo-. ¡Resolved
vuestros problemas de una puñetera vez, y a mí dejadme en paz!¡Tú –dijo
señalando a la chica-, déjate ya de manías estúpidas que no llevan a ninguna
parte y que no hacen más que amargarte a ti misma!¡Y tú!–exclamó agarrando el
móvil de la chica como si fuera un micrófono-. ¿Tú te crees que con la pinta de
alelado que tienes te va a querer nadie como te quiere esta chica?¿Qué estás
buscando, algo mejor?¿Qué te crees, Richard Gere o Tom Cruise?¡Porque actores
como ellos se estarían pegando por ella!¡Así que dejaos de tonterías de una
puta vez y arregladlo, hostias!
El chico colocó el teléfono en la
palma de la chica y se marchó, dejando la puerta abierta y a la muchacha, con
el móvil aún en la mano, con mirada de estupefacción. Al otro lado del auricular,
se escuchaba al ex novio preguntando si había alguien…
Una hora más tarde, el chico llegaba
a su casa. Abría la puerta y entraba en el claustrofóbico espacio de treinta
metros cuadrados. Buscaba a alguien con la mirada. Luego miró el cuadro de turnos
que su novia tenía colgado del frigorífico. Joder (masculló), otra semana en la
que no se veían. Extrajo una cerveza de la nevera. Se sentó en el sofá y
acarició al distraído gato:
-Hoy nos toca bailar juntos esta
noche, ¿eh?
Sonó un timbrazo. El chico, agotado,
se acercó a la puerta. Cuando la abrió, observó a un hombre de unos cincuenta
años, con mirada abatida, vestido con un traje de payaso, plantado delante de
su puerta:
-Vengo a decirte una cosa.
El chico se cubrió la cara con la
mano.
-Oh, mierda…