lunes, 19 de marzo de 2018

El relato de marzo: "Márgenes"

Márgenes

            Cuando la chica revisó a fondo la caja, no podía creérselo.
            -Dios…-se lamentó en voz alta.
            -¿Qué pasa?-le preguntó intrigada su compañera de piso.
            -Creo que me he dejado algo olvidado en casa de mi ex.
            -¿Pero no te habías llevado las últimas cosas de su piso hace un mes?
            -Ya, pero no he tenido tiempo de repasarlo hasta hoy y ahora es cuando me he dado cuenta.
            -Dirás que no has querido hacerlo hasta hoy –la recorrió con la mirada en tono de reproche su amiga-… A ver, ¿qué te falta?
            -Pues… el secador para el pelo…
            -¿Eso? Vaya chorrada, ¿no?
            -Pero… es que se trata de un recuerdo sentimental.
            “Además, es el único que me deja los cabellos en orden”, meditó para sus adentros la chica. Aunque esto, por supuesto, no lo iba a decir en voz alta.
            -¿Y qué vas a hacer?-preguntó su compañera-. Porque después de la última escena que tuvisteis, con lloros y dramas y demás, no vas a volver allí sólo por un secador.
            -Sí, sí, pero… fue de las pocas cosas que me traje de casa de mis padres. No querría dejármelo en cualquier sitio.
            A su compañera se le iluminó la mente:
            -¡Ya está!¿Por qué no avisas a una de esas empresas que te llevan cosas a domicilio? De ésas que si se te ha olvidado comprar una lata de mejillones van al supermercado y lo hacen por ti. ¿No podrían pasarse por casa de tu ex y traerte el secador?
            Su interlocutora se rascó la cabeza.
            -No sé… es una posibilidad.
            Una hora después, un chico joven, de nariz tan destacada como un mascarón de proa, rematada con unos gafas de cristales gruesos y enorme diámetro, estaba tocando a la puerta de un piso céntrico. Al otro lado, un treintañero con el pelo desordenado y pinta de haberse levantado de la cama al escuchar el primer timbrazo acudió a abrirle.
            -Oiga, no me interesa comprar nada, ni donar a ONGs, ni apadrinar a un gato…
            -No, no es nada de eso, me explico… Me ha mandado su ex pareja para…
            La cara del inquilino, al escuchar el relato, era un poema.
            -Esto me parece un atropello. Dígale a María que si quiere su secador, que venga a buscarlo ella misma.
            Y a continuación, le cerró la puerta en las narices.
            Cinco segundos después, sonó otra vez el timbre. El inquilino desanduvo el camino para de nuevo abrir.
            -Mire –declaró el mensajero, compungido-, es que si no cumplo lo que me han encomendado, su ex novia me pondrá una mala puntuación en la aplicación de mi empresa, y a mí me contratan en función de eso. Si saco pocas estrellitas lo mismo no me llaman para la siguiente vez…
            -Ya, ya, entiendo, me hago cargo –respondió apesadumbrado el interpelado-. Espere aquí un momento, ¿quiere?
            Se sucedieron unos cuantos minutos de ruidos metálicos, chirridos de apertura de armarios y sonidos de desplazamiento de cajas. Por un momento, pareció que el habitante de la casa forcejeaba con ollas y se enfrentaba en un combate de boxeo con cientos de pequeños útiles de baño. Al final, después de lo que al joven en la puerta se le antojaron cuarenta días y cuarenta noches, el tipo salió todavía más despeinado de lo que estaba en un principio, armado con un secador que plantó encima de la mano del mensajero.
            -¡Y dígale a mi novia… digo, a mi ex… dígale…!
            -Perdone, yo sólo he venido a recogerle el secador. Lo que haya entre ustedes dos…
            El hombre frunció el ceño.
            -De acuerdo, ¿y si te lo encargo? Yo te pago por ello. Mira, te voy a escribir lo que tienes que decirle…
            El chico se recolocó las gafas, aunque daba la impresión que más para intentar establecer una pausa que porque tuviera de verdad que hacerlo.
            -De acuerdo, tú apúntamelo y…
            -Sí, sí, voy a buscar un lápiz y un papel y…
            -La app… -señaló el mensajero-. Tienes que encargarlo por la app, en el móvil. Allí puedes escribir el mensaje y entonces yo…
            El inquilino se puso a enredar con el móvil. El mensajero, mientras tanto, aguardaba paciente de pie.
            Media hora después, el mismo individuo de la compañía, con su uniforme hortera de color chillón, tocaba a la puerta de casa de la chica:
            -Dice tu ex –leía desde el móvil mientras alargaba hacia ella el brazo con el secador de pelo- que si quieres venir a por el secador de pelo, que vayas tú. Que eso de mandar un intermediario es lo típico que haces siempre…
            La mujer aguantó el chaparrón impertérrita, hasta el final, cuando tuvo que restregarse los ojos para disimular una lagrimita. Cuando el mensajero terminó, la chica atrapó el secador y replicó:
            -Bien. Ahora vas y le dices…
            -La… la app –farfulló el mensajero.
Más tarde, en el piso del ex, este último abre la puerta.
            -Que eres lo peor –leyó el enviado, con un halo de sudor en la camisa alrededor de la zona de los sobacos-. Cómo se te ocurre, después de todo lo que hemos… habéis vivido, mandar un mensaje como ése. No se puede ser tan insensible. Tú…
            Tras otra media hora, en el umbral del piso de la chica, vemos al mensajero empapado mientras al fondo, por la ventana, se escucha el rugido de un trueno. El trabajador tiene las manos tan mojadas que le cuesta manejar el teclado:
            -Que sepas que perdiste todo el derecho a decirme nada cuando empezaste toda esta farsa. Porque esto lo empezaste tú, que lo sepas, desde que me dijiste lo de Paco. Así que si vas a venirme ahora con ésas…
            -¡Pero será…!-chilló la chica, conteniendo la rabia, mientras tecleaba en su teléfono móvil-. ¡Ahora mismo se va a enterar!¡Tú no te vayas, que luego a lo mejor te necesito para mandarle algo! Éste se va a cagar… ¡Antonio!¿Tú te crees que es normal que me saques ese tema…?
            -¡Bueno, ya está bien!, ¿no? –pegó un berrido el chico de la empresa, interrumpiendo el diálogo-. ¡Resolved vuestros problemas de una puñetera vez, y a mí dejadme en paz!¡Tú –dijo señalando a la chica-, déjate ya de manías estúpidas que no llevan a ninguna parte y que no hacen más que amargarte a ti misma!¡Y tú!–exclamó agarrando el móvil de la chica como si fuera un micrófono-. ¿Tú te crees que con la pinta de alelado que tienes te va a querer nadie como te quiere esta chica?¿Qué estás buscando, algo mejor?¿Qué te crees, Richard Gere o Tom Cruise?¡Porque actores como ellos se estarían pegando por ella!¡Así que dejaos de tonterías de una puta vez y arregladlo, hostias!
            El chico colocó el teléfono en la palma de la chica y se marchó, dejando la puerta abierta y a la muchacha, con el móvil aún en la mano, con mirada de estupefacción. Al otro lado del auricular, se escuchaba al ex novio preguntando si había alguien…
            Una hora más tarde, el chico llegaba a su casa. Abría la puerta y entraba en el claustrofóbico espacio de treinta metros cuadrados. Buscaba a alguien con la mirada. Luego miró el cuadro de turnos que su novia tenía colgado del frigorífico. Joder (masculló), otra semana en la que no se veían. Extrajo una cerveza de la nevera. Se sentó en el sofá y acarició al distraído gato:
            -Hoy nos toca bailar juntos esta noche, ¿eh?
            Sonó un timbrazo. El chico, agotado, se acercó a la puerta. Cuando la abrió, observó a un hombre de unos cincuenta años, con mirada abatida, vestido con un traje de payaso, plantado delante de su puerta:
            -Vengo a decirte una cosa.
            El chico se cubrió la cara con la mano.
            -Oh, mierda…

No hay comentarios:

Publicar un comentario