sábado, 1 de junio de 2019

La historia real de junio: una lista de obras de arte y monumentos perdidos

Si en una entrada anterior señalamos las obras literarias más grandes jamás perdidas, ahora le toca a su versión artística (o, al menos, de cierto tipo de arte): un registro nada exhaustivo de pinturas, esculturas y obras arquitectónicas y monumentales que no resistieron el fragor de los tiempos, y que probablemente no lleguemos a encontrar nunca. Entre ellas cabe destacar:

-La inmensa mayoría de las siete maravillas del mundo. De lista que conformó Tales de Mileto a través de sus viajes por Egipto, Grecia y Asia Menor, sólo quedan en pie las pirámides. El Coloso de Rodas (que inspiraría otro Coloso erigido en Roma, con la cara de Nerón, que también se perdió, y que dio nombre a una futura "Maravilla del mundo moderno" -edificada al lado del donde se encontraba la escultura-, el Coliseo), que ocupaba la entrada del puerto de dicha ciudad, probablemente se derrumbó en un terremoto. Mismo destino sufrió el faro de Alejandría, cuyos restos sirvieron en parte para elaborar un fuerte, y lo que quedó fue cargado a lomos de camellos por parte un oscuro comerciante que los condujo a la noche de los tiempos. En cambio, las ruinas del Mausoleo de Halicarnaso fueron localizadas en Bodrum por un grupo de arqueólogos ingleses, que le preguntaron al sultán otomano si se podían llevar "unas piedras" y éste, pasmado de su interés por la geología, se lo concedió: para cuando se dio cuenta del valor de aquellas artificiales rocas, éstas ya se hallaban en los estantes del Museo Británico. Incendiado fue el templo de Diana en Éfeso por parte de un estúpido que (en un pensamiento excesivamente moderno) quiso destruirlo para que su nombre fuera recordado por la Historia y, por desgracia, lo logró. Nada sabemos de los jardines colgantes de Babilonia, ni siquiera si existieron, pero de quedar algo tras las sucesivas guerras en territorio irakí, lo más entero que permanezca serán las puertas de Ishtar. En cuanto a la estatua de Zeus en Olimpia, esculpida por Fidias, hay varias versiones. Una dice que el emperador Calígula mandó traerla a Roma y sustituir la cabeza de la escultura por la suya: en cuanto sus soldados lo intentaron, cuentan que el colosal Zeus de piedra se rió y los legionarios salieron corriendo. La estatua habría sido más tarde llevada a Constantinopla, donde quedó destruida por un terremoto. Sin embargo, a mí me gusta más la historia que dice que Fidias, al terminar la obra, le preguntó a Zeus qué le parecía y éste, como toda respuesta, arrojó un rayo sobre la estatua y ésta desapareció.

Reproducción de siete maravillas del mundo antiguo. Tomado de Wikipedia.

-No ha sido la única obra de Fidias que desapareció: su Atenea, esculpida para permanecer dentro del Partenón, tenía unas cubiertas doradas que el escultor -previsor de que le acusaran de apropiarse de parte del oro de los materiales- había hecho desmontables para demostrar su honradez, y que así no hubiera que recurrir a ningún complicado recurso matemático propio de Arquímedes (¡Eureka!) para exhibir su inocencia. Esas cubiertas, por supuesto, fue lo primero que volaron para obtener oro contante y sonante, pero la estatua entera también acabó perdiéndose. De la misma manera, la Atenea Promakos, que dominaba majestuosa la Acrópolis, ante sucesivas guerras e incendios, se volatilizó también, y suerte tuvimos de que el Partenón no desapareciera mientras los turcos lo empleaban como polvorín en una de las abundantes guerras en suelo de Grecia. El Partenón, eso sí, perdió el color de sus pinturas, material difícilmente preservable, y por eso tenemos tan pocas pinturas (de ahí la valía de los frescos de Pompeya) datadas en la antigüedad. El Ara Pacis de Augusto, por ejemplo, estaba cubierta de colorido (romanos y griegos tenían un estilo algo kisch, pero a algunos monumentos, cualquier cosa les sienta bien). Algunas esculturas no sufrieron tanto y sólo perdieron secciones, quedándose mutiladas: la Victoria de Samotracia, aún así, se ha convertido en un icono, pero sería interesante saber qué ocurrió con los brazos de la Venus de Milo, a la que se supone que encontraron con ellos y que (probablemente en una pelea por quedarse con los restos) fue en época moderna cuando  se desintegraron.

"Akropolis", por Leo von Klenze, con Atenea Promakos al fondo.

-Perdido ¿para siempre? quedó el rastro de la tumba de Gengis Khan, ya que los soldados que recorrieron el lugar con sus caballos para dificultar la búsqueda fueron ejecutados (y sus ejecutores, para estar seguros, también): su descubrimiento sería uno de los grandes hitos arqueológicos de cualquier milenio. La momia de Alejandro y su último apostento (visitable y visitado, hasta por emperadores romanos) también desapareció, y probablemente tuvieron algo que ver las revueltas cristianas que atentaban contra todo lo pagano y helenístico, incluyendo también la Biblioteca de Alejandría y su Museo. Un caso especial es la última morada de Shih Huang-Ti, primer emperador de China, de la que ya hablamos aquí: se sabe perfectamente dónde está, pues se halla bajo una colina anexa al lugar donde se desenterraron los guerreros de Xian, supuestamente encargados de velar por su descanso eterno. Sin embargo, los arqueólogos, a la hora de entrar, no las tienen todas consigo: primero, porque ya los guerreros de Xian se desprendieron de su capa de color al ser expuestos a la atmósfera, y no quieren excavar nada nuevo hasta que no estén seguros de que la tecnología lo pueda conservar. Y, segundo, porque las leyendas acerca de lo que contiene la tumba del hombre que quiso ser inmortal (una representación del mundo con estrellas reproducidas mediante joyas en la bóveda, y ríos de mercurio recorriendo la base) son tan proverbiales como los mitos sobre las posibles trampas mortales que existirían, destinadas a los incautos visitantes. Y a eso los arqueológos (muy mal pagados casi siempre) tampoco se quieren arriesgar. Hay dudas también sobre a cuántas personas vamos a encontrar en la tumba: en la época arcaica se enterraba a los allegados del difunto junto a él; luego se representaron con imágenes figurativas. Un cuento (cuyo origen no he podido certificar) habla de un hombre que iba a ser enterrado con Shih Huang-Ti y propuso como alternativa las estatuas: el final del relato decía que le hicieron caso, pero sólo a medias, pues las estatuas fueron construidas, pero también le enterraron a él. La veracidad de esta historia es dudosa, pero teniendo en cuentas las malas pulgas que gastaba quien mandó edificar la Gran Muralla, nada es descartable.

-Por fortuna, a pesar de que se perdiera tanto de la época e influencia de Alejandro Magno (incluyendo su propio cuerpo), sí se conservó una maravilla de estilo helenístico, la estatua de "Lacoonte y sus hijos", de datación incierta, de la que el escultor Miguel Ángel fue testigo de su descubrimiento en un campo en Italia. De Miguel Ángel hemos también unas cuantas esculturas, incluyendo dos Cupidos que falsificó haciéndolos pasar por esculturas antiguas, un Hércules que medía 2,40 metros, y una estatua de Julio II que destruyó el populacho de la ciudad de Bolonia. Por otra parte, la falta de interés de los sucesores de Julio II por la tumba de éste provocó que Miguel Ángel abandonara el proyecto monumental para el mausoleo del difunto Papa, el cual hubiera incluido al "Moisés" (ahora, solitario en San Pietro in Vincoli) y varios "esclavos" inacabados en un conjunto seguramente más interesante que cada obra por separado. Inconclusa también quedó la pintura "La batalla de Cascina", un fresco que Miguel Ángel abandonó porque le salió un encargo mejor (y cuyos esbozos en cartón desaparecieron, a lo que en parte pudo contribuir un artista rival). "La batalla de Cascina" tiene un doble interés, pues iba a adornar una de las paredes de la Sala de los Quinientos del Palazzo Vecchio en Florencia, destinada a la toma de decisiones del gobierno de la ciudad (es la sala más grande construida en Italia para este menester). La otra pared se destinó a que la ocupara el otro genio artístico de igual talla que vivió en la ciudad, Leonardo: de hecho, el contrato lo firmó en nombre de la República de Florencia un hombre llamado Maquiavelo, para que nos hagamos una idea del nivel que había en la época. Leonardo iba a hacer "La batalla de Anghiari", pero como el fresco no era la técnica más adecuada para su estilo de pintura, intentó un estilo alternativo, el encausto. Éste funcionaba bien cuando el secado se realizaba de manera adecuada, pero las condiciones de la Sala de los Quinientos no eran las más propicias, y la parte superior de la pintura empezó a desprenderse como si fuera pasta mojada. Leonardo abandonó el proyecto, que quedó empantanado y expuesto durante muchos años en la sala, hasta que hubo una remodelación que destruyó lo poco que quedaba de los proyectos iniciados por ambos pintores. No obstantes, muchos artistas vinieron a Florencia y quedaron fascinados por el cuerpo central de la pintura de Leonardo (más o menos intacto) y la violencia de la batalla que se mostraba, incluyendo Rubens, que hizo una copia, el único resto que nos queda de la obra original. Hoy en día esa reproducción se puede admirar en el Museo del Louvre; en teoría, hubiera sido la mejor obra de Leonardo, pero fue su compañera de museo, la Mona Lisa, la que salió beneficiada del estropicio. En todo caso, todo este episodio acerca de la sala acondicionada para ser decorada por Miguel Ángel y Leonardo ha sido ahora recientemente puesta en duda. Aunque, en todo caso, como historia, sigue resultando fascinante.

Copia del cuerpo central de "La batalla de Anghiari", elaborada por Rubens a partir del original de Leonardo da Vinci.

-Aunque las obras que más han sufrido son las de las épocas más antiguas, la Edad Contemporánea tampoco ha tratado muy bien a muchas manifestaciones artísticas. Guerras, incendios, terremotos, censura o muerte violenta de sus dueños, cuando no directamente robos, en especial en un siglo XX que padeció dos guerras mundiales (aún colea la destrucción del "arte degenerado" por parte de los nazis, o la incautación de obras a los coleccionistas judíos), han arrasado con lo que podía haber sido una de las épocas más prolíficas en la producción artística mundial. Un caso particular quiero traer a colación: el "Retrato del doctor Gachet", de Van Gogh (ver abajo), se encuentra ahora mismo en paradero desconocido. Fue comprada por el precio más alto por una pintura en su época, por parte de un hombre de negocios japonés. El millonario llegó a decir que quería quemar el Van Gogh después de su muerte: ante el escándalo, manifestó que sólo era una forma de hablar para expresar el amor que sentía por la pintura, y que probablemente lo cedería a un gobierno o un museo. Lo cierto es que no se sabe del todo lo que ocurrió después con el lienzo, y aunque los representantes del fallecido dicen que fue vendido a un coleccionista privado anónimo, el hecho de que el magnate japonés fuera incinerado da pie a escandalosas especulaciones. Aunque siempre cabe soñar que algún día (como desearíamos con las obras anteriores que hemos mencionado) lo volvamos a contemplar. Por suerte, existe otra copia (ambas fueron hechas por van Gogh) en el Museo d'Orsay de París, pero la historia viene a destacar lo frágiles que son las obras de arte, y el peligro de dejarlas en manos equivocadas (incluyendo, entre ellas, las privadas).


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