Un relato que me ha ofrecido mi musa y que yo os regalo. Para aquellos que piensan que los medios de transporte no sólo acercan lugares, sino también personas:
La extraña intimidad y el voyeurismo de un tren de pasajeros. La mirada normal sólo atisba retazos, fragmentos. Ves un hombro, la coronilla, una pena cruzada sobre la otra, la tapa trasera de un libro, tres cuartos de pantalla de una película que ya has visto, un fragmento de conversación familiar, de suave debate, sobre la preparación de la cena al llegar ("No hace falta que me hagas nada [...] Bueno, vale, pero sólo si no te supone mucho esfuerzo..."). Y ahí, al alcance de un giro de cuero, tienes la superficie tremendamente reflectante del maletero, que te da un acceso poco previsto a las vidas de otros, a una gran parte de esos pasajeros que te rodean, a un mayor fragmento del puzzle incompleto. Así ves lo que escribe el joven en un cuaderno, los gestos de impaciencia del que hasta ahora parecía un turista tranquilo, la mirada triste y perdida en la ventana de alguien que, de otra manera, ni sabrías jamás que compartió tren contigo.
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