Resulta fácil sentirse atraído por la intención de "Antes de la tormenta", libro de ensayo de Gal Beckerman: tratar de encontrar, en los distintos movimientos revolucionarios que han transformado el mundo, una serie de patrones comunes (o de diferencias) que expliquen su éxito o su fracaso. Buscar qué métodos de trabajo han funcionado, para así aplicarlos a propósitos futuros. Con este propósito, Beckerman analiza diferentes grupos que enarbolaron ideas (en su día consideradas radicales) de naturaleza científica, social, artística y política: desde el astrónomo Peiresc coordinando gente de todo el mundo, en el siglo XVII, para obtener más datos acerca de un eclipse, hasta la corriente de los futuristas italianos, pasando por las peticiones de ampliación de derecho al voto de Gran Bretaña en el siglo XIX, el movimiento punk femenino de los 80-90 o los primeros periódicos anticolonialistas del oeste de África. A través de todos estos procesos (que el autor narra con una minuciosidad histórica y personal que nos ha deleitado a muchos), se desgranan las diversas virtudes que ha de tener un movimiento de este tipo: paciencia, control, enfoque, imaginación, debate, coherencia... En ese sentido, es un libro estupendo para aprender acerca de determinadas revoluciones -o intentos de conseguirlas- que no han sido suficientemente publicitadas.
Se vuelve un poco más difícil estar de acuerdo con las conclusiones a las que llega el libro, las cuales se aventuran ya desde los primeros compases. A saber: el autor defiende que las redes sociales con las que tratamos todos los días, como Facebook y Twitter, no son las ideales para lograr el cambio social. Beckerman esgrime (no sin razón) que estas redes sirven muy bien para canalizar el griterío y la frustración espontáneas, pero que luego no son las herramientas adecuadas para el intercambio de ideas y la discusión que consigue un cambio de mentalidad más a largo plazo, en un proceso que, según el autor, se ve favorecido por hacer las cosas de una manera más lenta. Desde luego, hay argumentaciones en las que uno no puede sino estar de acuerdo con Beckerman: no sólo con que estas redes viven para el beneficio empresarial (y generan dinámicas a veces contraproducentes), sino con que en ocasiones son convenientes espacios más privados donde un grupo determinado pueda sentirse y sentarse a gusto -la metáfora visual que mejor emplea es la de una mesa- para discutir sus estrategias de acción. Quizá lo menos acertado del libro es lo que el autor considera un éxito o un fracaso: parece desdeñar los logros de la plaza Tahrir en Egipto (que cristalizaron en un cambio de gobierno, aunque éste fuera efímero y no el que muchos desearon) y en cambio ensalzar los de los samizdat -unas publicaciones clandestinas de la resistencia antisoviética que se distribuían 20 años antes de que se produjera el más mínimo amago de cambio en el país-. También da la impresión de que hay factores, en el lado contrario, con los que Beckerman no cuenta demasiado: la resistencia de las fuerzas del statu quo, el grado de madurez de la sociedad donde se produce el cambio, y la influencia de factores externos al propio movimiento y a su oposición. En ese sentido, resulta muy difícil evaluar hasta qué punto determinada aproximación resulta un éxito o un fracaso, o forma parte de un proceso histórico más amplio donde el valor de cada contribución resulta difícil de juzgar.
Donde creo que probablemente el autor se aproxima más a la verdad es cuando se centra en fenómenos más recientes: el Black Lives Matter, la cadena de correos electrónicos entre responsables de salud pública durante la epidemia de COVID-19, e incluso cómo grupos de extrema derecha organizaron las infames marchas de 2017 en Charlottesville. Beckerman habla de cómo estas corrientes exploraron medios alternativos a las redes sociales: desde plataformas de chat privado tipo Discord al puerta-a-puerta de toda la vida, y ensalza sus beneficios respecto a la continua exposición pública de las grandes redes. En su empeño, hasta alaba a las tecnologías de mensajería instantánea, como si todos no supiéramos lo caóticas que pueden llegar a ser. Independientemente de todo esto, parece como si el autor buscara una fórmula mágica: un solo medio que sirva para llevar a cabo los diferentes fines que nos proponemos. Esto, por supuesto, es imposible, y creo que si por algo se caracterizan las ideas radicales que alguna vez han logrado algo es porque han sabido emplear las distintas herramientas que tenían a su disposición en diferentes momentos, según las necesidades de cada circunstancia, y en un enfoque múltiple, más que a través de una única vía. Así pues, habrá encrucijadas críticas en las que debas movilizar a la gente a través de las redes sociales, pero también períodos para la reflexión donde la gente tenga necesidad de reunirse en privado para generar un debate o una estrategia: métodos que pasan no sólo por Internet, sino incluso por la reunión presencial. En ese sentido, el libro de Beckerman sirve para señalar estas tácticas alternativas y saber qué posibilidades tenemos a nuestro alcance, con el objeto de tratar de aprender a discernir cuándo es mejor emplear cada una. Lo cual, después de todo, no es poca cosa.
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