miércoles, 29 de febrero de 2012

Curiosidades y reflexiones sobre febrero

Es un mes extraño éste que estamos a punto de abandonar.

Cada cuatro años, se encarga de añadir un día adicional al calendario para poner de acuerdo nuestros relojes con la maquinaria gigante en movimiento  que se desplaza por el espacio a una velocidad de vértigo y que nosotros hemos decidido tácitamente denominar Tierra.

Por tanto, son raros los 29 de febreros, pero aún más raros son los 30. Aún así, los ha habido, en conversiones de calendarios antiguos a nuevos (como del juliano al gregoriano), o también en el calendario revolucionario soviético, que le otorgaba 30 días de manera comunista a todos los meses, buscando que no hubiera favoritismos.

Es el mes del carnaval que precede a Doña Cuaresma (y tengo que destacar el de Cádiz, que para algo nací allí); el día 14 se celebra San Valentín (que tiene un origen bastante pagano en las lupercales, como bien se encargó de recordanos este blog, las cuales, al proceder primeramente de Rómulo y Remo, pueden explicar porque era un mes tan importante para los romanos). Sin embargo, otra cosa curiosa es que al día siguiente en Italia también se celebra otro santo, San Faustino, mártir por la defensa del cristianismo en Brescia pero que, quizás por oposición a su homólogo, ha acabado por convertirse en el patrón de los solteros. En Brescia, de todas maneras, es también patrón, de tal manera que os acogerán bien tanto si estáis casados como si no, celebrando vuestra llegada con fuegos artificiales. Hay que destacar que el 15 de febrero, además de todo esto, también es importante porque se conmemora el día del Cáncer Infantil (el 29, quizás por anómalo, de febrero de 2008 fue el primer Día Europeo de las Enfermedades Raras).

Además -o eso dicen- es el mes con más nacimientos del año (seguramente motivado porque mayo, nueve meses antes, es el más abundante en bodas), con lo cual que la mayor parte de los bebés vengan al mundo en carnaval consiste en una buena manera de empezar a tomarse el mundo a guasa -que en los tiempos que corren, no es mala manera.

Como os podréis figurar, en esa época hay muchas efemérides asociadas, pero a mí me gustaría destacar especialmente una que desconocemos: y ahí radica su importancia, porque es la que ha sucedido pero cuyo alcance aún no acertamos a estimar. Dicen los chinos que la peor maldición que te pueden desear es que vivas "tiempos interesantes". Hoy, además, no cabe duda de que atravesamos "Tiempos difíciles", título de una novela de Charles Dickens (cuyos 200 años de edad celebramos este año) que además sirvió para dar título a un programa de televisión que surgió en los años noventa, cuando también atravesábamos una crisis económica de la que no se sabía muy bien cómo iba a acabar. Hoy día, empezamos a darnos cuenta de que muchos acontecimientos realmente determinantes en nuestra vida ocurren mientras nosotros no nos enteramos: por ejemplo, aquella burbuja inmobiliaria que se infló y se infló mientras muchos andábamos a otras cosas, y que ha sido la responsable de buena parte de los problemas. O leyes que se cuelan de repente en los boletines oficiales del estado o en las altas instancias europeas y de las que sólo unos pocos conocen, y menos llegan aún a intuir las consecuencias, pero que en momentos determinados resultan claves y nos hacen preguntarnos: "dónde estaba yo cuando todo esto se estaba llevando a cabo tan mal".

El mundo avanza, y nosotros lo hacemos consigo. A vece existe un desfase entre el movimiento de la Tierra y nuestro calendario, del mismo modo que existe una asincronía entre los problemas reales y los que nosotros nos acabamos por generar. Reales son los tsunamis, los huracanes, y la necesidad de vivir cada día; irreales son los sistemas que nos montamos y que a veces nos perjudican en lugar de beneficiar. Vivimos en una crisis económica en un mundo donde además mil millones de personas se mueren de hambre, pero producimos comida suficiente para alimentar al doble de la humanidad; nuestros abuelos cazadores-recolectores trabajaban 20 horas a la semana, y nosotros, a pesar de tecnológicamente más avanzados, tenemos jornadas laborales de ocho, doce o veinte horas para los más explotados (se supone que con ciertas contrapartidas, eso es cierto, pero que también a veces no son tales). Pretendemos un crecimiento infinito en una Tierra finita. Construimos edificios sabiendo que, para cuando le lleguen a nuestros sucesores, se hundirán bajo el mar. En definitiva, vivimos, este 29 de febrero y otros días, en un período de cambio en el que tenemos que ajustar nuestras necesidades y nuestros deseos, lo que requerimos y lo que ansiamos: en definitiva, qué procede de nuestra obligatoriedad de vivir, y qué, en cambio, es consecuencia de nuestros miedos, nuestros egoísmos, nuestras competiciones, nuestras obsesiones, o nuestra irracional manera de pensar. Podemos elegir vivir o no al compás de la Tierra: a ella no le importa. Sólo se dedica a girar.

viernes, 24 de febrero de 2012

"El mundo de ayer", de Stefan Zweig

"El mundo de ayer" nació con la intención de ser un libro de memorias. Pero no una biografía individual de su autor, Stefan Zweig, conocido no sólo como creador de ficción, sino sobre todo por sus ensayos históricos con un ritmo vertiginoso y apasionado que los hacían tan interesantes como una novela; tampoco pretendía centrarse especialmente en el tremendo éxito de crítica y público que llegó a alcanzar este autor (y sigue teniendo) hasta los años 30 del siglo pasado. Sobre todo, "El mundo de ayer" es la historia de una generación. Quizás la más vapuleada de la historia, y con la que, hoy en día, la nuestra puede encontrar un  mayor número de semejanzas; factores todos estos que puede que nos ayuden en mayor medida a comprender a qué monstruos del pasado nos enfrentamos y cuáles del futuro nos van seguramente a acechar.
Perteneció Stefan Zweig a un mundo que nació con el siglo XIX y se enfrentó a dos guerras mundiales; nació en una época donde, en relación con la nuestra, muchas cosas estaban prohibidas (el sexo era un tema tabú: la iniciación sexual incluía una serie de formas de prostitución encubierta que ahora nos resultarían inconcebibles), pero en cambio había absoluta permisividad en otras. Stefan Zweig se declara consternado al recordar con añoranza cómo -en contraste con los últimos años que le tocó vivir-, antes era impensable que la policía pudiera entrar en tu casa porque había pocas cosas más inviolables que los derechos individuales, y existía una total libertad de desplazarse por todo el mundo, sin necesidad de visados, papeles u otras ordenanzas que coartaran la posibilidad de viajar. Stefan Zweig perteneció a ese entorno que evolucionó rápidamente y, al hacerlo, se codeó con algunas de las figuras intelectuales más relevantes del momento, como Freud o los padres del sionismo: observó desde primera línea el desmembramiento de su país, el Imperio Austro-Húngaro, y asistió impotente a cómo su patria final, Austria, era ocupada por los nazis.
Pero lo que más llama la atención en esta obra de Zweig es la locura de la guerra, y el suicidio de Europa. Stefan Zweig se consideraba un hombre universal, y un profundo europeísta: como conocedor de la histoira, creía en el progreso humano como motor de cambio de los hombres, y fue una de esas personas que se quedó anonadado al contemplar cómo en una época donde él creía que las que gobernarían era la paz y la colaboración mutua, los países se embarcaban en una espiral de destrucción colectiva donde pretendieron masacrar al adversario, imponerse sobre los otros sin dejar en pie piedra alguna, y machacando de paso las esperanzas de sus propios ciudadanos. Stefan Zweig quedó profundamente decepcionado, pues creía que al menos los intelectuales serían capaz de detener esa insensatez que se denominó la Primera Guerra Mundial; pero luego se dio cuenta de que muchos de éstos también optaron partido, ensalzaron la violencia, apoyaron las cruzadas de sus naciones, y en cambio los más pacifistas o menos dogmáticos tuvieron miedo de hacerse notar, de apostar por la paz o de situarse a un lado, prefiriendo preservar la libertad individual antes de adoptar una postura que pudiera constreñirles o acarrearles consecuencias negativas. Un caso muy parecido, aunque más imposible de creer todavía, fue la Segunda Guerra Mundial: ante una ola creciente de una filosofía racista, inhumana, que acabó por hacerse ley y conquistar los corazones de los hombres y el funcionamiento de los parlamentos, el judío Stefan Zweig contempló cómo sus libros eran quemados, su nombre anteriormente conocido enterrado en el olvido, y cómo él mismo se vio obligado a emigrar hasta establecerse en Brasil, donde se suicidaría junto con su mujer un par de años antes de la invasión de Normandía por parte de los aliados, incapaz de sobrevivir a tanto dolor.
Quizás una de las cartas que envió, antes de suicidarse, a su ex-esposa, nos haga comprender medianamente su situación, y los momentos tan dramáticos por los que habría de atravesar. De una de las cosas de las que más se quejaría en "El mundo de ayer" sería de haber dejado atrás con el exilio todos sus libros:

"Querida Friderike,
cuando recibas esta carta estaré mucho mejor. En Ossining me viste mejor y más calmado, pero mi depresión ha empeorado, me siento tan mal que ya no puedo concentrarme en mi trabajo.
A ello se suma la triste certeza – la única que tenemos – de que esta guerra ha de durar todavía años y de que pasará mucho tiempo antes de poder regresar a nuestra casa. Ciertamente me ha gustado estar en Petrópolis pero echo de menos los libros, que me son indispensables para mi trabajo. En cuanto a la soledad, que inicialmente aportaba un notable apaciguamiento, se ha transformado en un pesar… También la idea que mi obra mayor, el Balzac, no podrá terminarse nunca puesto que no tengo la perspectiva de dos años de trabajo sin interrupciones, y los libros necesarios para la documentación serían difíciles de conseguir. Y finalmente está la guerra, esta guerra que nunca termina, que todavía no ha alcanzado su peor momento. Soy demasiado débil para aguantar todo esto, y la pobre Lotte no lo ha tenido fácil conmigo, sobre todo porque su salud ha empeorado también.
Tú tienes a tus hijos y con ello una tarea en la vida; tú tienes intereses varios, una inquebrantable energía. Estoy seguro de que alguna vez vivirás mejores tiempos y comprenderás por qué mi pesimismo me ha impedido aguantar más. Te escribo estás líneas en mis últimas horas. No te puedes imaginar cuán aliviado me siento desde que tomé esta decisión. Dales recuerdos cariñosos a tus hijos de mi parte y no sufras, recuerda siempre cómo he admirado a Joseph Roth o a Rieger que supieron evitar el sufrimiento.
Ten coraje, ahora sabes que estoy tranquilo y feliz.
Con mi amor y amistad,
Stefan 

Stefan Zweig pertenece a una generación que lideró el cambio del siglo XIX a XX: que desarrolló (y modificó con ello) un mundo de alta tecnología que podía servir para dar los mayores beneficios, pero también para matar y perjudicarnos a nosotros mismos. Frente a ello, el mundo (y sobre todo Europa) decidió apostar por el odio antes que por la paz; por los egoísmos individuales frente al beneficio colectivo; por las ideologías de la violencia y la desolación (y de colocar a un tipo de hombres por encima de otros), antes que por las se inspiraban en construir en base a la igualdad. Jugaron con el odio entre las naciones sin preocuparles las consecuencias: los dirigentes de las mismas firmaron sobre el papel acuerdos legalmente impecables (pero también injustos y hasta execrables) que determinaron el futuro de millones de personas y condicionaron futuros padecimientos en todo el mundo, y que muchos no supieron, no quisieron ver, no se opusieron (o los defendieron), o simplemente se limitaron pasivamente a acatar.
¿Nos suenan de algo todas estas cosas?¿Podemos establecer un paralelismo con el presente?
A Stefan Zweig le haría feliz saber que su ejemplo pueda servir, en esta Europa cada vez más liviana y más desnuda, más expuesta al engaño y a fanáticas teorías, para que no volvamos a equivocarnos, una vez más.

P.D. Casualidad o no, unos pocos días más tarde de escribir esta entrada, se publicó la última nota de Stefan Zweig en internet por parte de la Biblioteca Nacional de Israel. Estos días hacen 70 años desde su muerte, y coincidiendo con este aniversario han empezado a proliferar en la prensa diversos escritos recordando a esta figura, e incluso este libro que nosotros recomendamos. Y es por ello por lo que, sorprendido por el curso de los acontecimientos, lo que iba a ser "El libro de marzo" ha tenido que ser publicado en febrero (incluid en esta frase una breve sonrisa) y ha habido incluso que editar esta entrada un poco a matacaballo porque no estaba ni corregida. Espero que todo esto -y el hecho de que el nombre de Stefan Zweig, al contrario de lo que querían los nazis, vuelva a aparecer en las editoriales y en los periódicos- sirva como un estímulo adicional para descubrir (o redescubrir) a este fantástico autor, de quienes son también famosos sus cuentos, las biografías "Fouché o el genio tenebroso", "María Antonieta" o "Erasmo de Rotterdam", los ensayos "Castellio contra Calvino. Conciencia contra violencia" (todo un alegato en contra de los sectarismos) y "Momentos estelares de la humanidad", y tantos y tantos otros. Un saludo desde los libros. Nos leemos.

martes, 21 de febrero de 2012

El relato del mes: Al otro lado del muro

Este relato reúne varias características muy importantes para mí desde el punto de vista personal. Fue el primer relato que cristalizó tras quedarme claro que esto de la escritura no era sólo un pasatiempo sino algo que formaría una parte intrínseca de mi vida, después de haber estado sin redactar nada durante mucho tiempo. Además, se basó en una idea original por parte de una persona muy querida para mí. La última razón es que este relato resultó finalista en la XVI edición del concurso literario "El Fungible", organizado por el Ayuntamiento de Alcobendas, en el año 2007, y fue publicado junto con los otros finalistas en el libro "El Fungible. Especial relatos para España y América Latina", por parte de la editorial Punto de lectura. Aquí lo tenéis:

 Al otro lado del muro.

Basado en una idea original de Eos.

                                                                        El hombre que no vive en sociedad,
                                                                                    o es una bestia, o es un dios.  
Aristóteles

         Cometieron con él el mayor pecado posible: la más grande atrocidad, el mayor crimen, que pudieron haber realizado.

          No le provocaron descargas en los testículos. No le arrancaron las uñas, ni le violaron repetidamente, no le torturaron hasta la muerte... las cosas que él creyó que podrían hacerle más daño. Pero no. Había algo más indecente, muchísimo más inhumano.

          Le incomunicaron.

          El hombre, no es sino un monstruo cuando se le rehuye del contacto con otros hombres. Se convierte en un ser salvaje, en un animal enjaulado. Pero para nuestro protagonista, encerrado tras unos gruesos muros de piedra, donde habría de pagar caro por los crímenes que había cometido a lo largo de su vida –amar la vida, el sol, las luces de color violeta -, aquello era más que una celda: constituía una condena a muerte.

         Los primeros días, los resistió más o menos bien. Pero poco después... Ni tan siquiera le dejaban contemplar a sus carceleros, los cuales le servían la comida de tal manera que él no pudiera verles, y se cuidaban muy bien de que avistara sus rostros cuando se alejaban de su lado.

      Al principio, intentó hablarles directamente a sus guardianes, pero éstos no le contestaban. Se convertían, en su presencia, en muros de piedra, tan gruesos y tan rígidos como los de esta prisión. La conversación que mantenía con ellos no era mucho mayor que la que podría haber sostenido con un animal. Decidió, pues, abandonar esta vía.

          Luego, trató de hablarse consigo mismo, fingir que consistía en dos personas a la vez, proporcionarse conversación, contradecirse incluso, pelearse con su alter ego defendiendo al mismo tiempo varias posturas opuestas... Pero dedujo rápidamente que acabaría por creerse de verdad sus propias fabulaciones y que, por tanto, terminaría loco de remate, lo cual era precisamente lo que ellos pretendían, y lo que él, más que nada en este mundo, quería ser capaz de evitar. Así pues, desechó también este segundo método.
           
           Estaba ya desesperado. No había escuchado otra voz humana, aparte de la suya, (la cual le sonaba ya distorsionada) en semanas, tal vez meses. ¿Cómo conseguiría salir adelante?¿Cómo sería capaz de aguantar esos largos, penosísimos, indefinidos en número –y eso era peor que cualquier cifra- años? Sollozó amargamente sobre el banco de madera de su celda... contempló, los ojos húmedos, la luna llena, a través de los carcomidos barrotes...

           Y entonces, lo escuchó. Ocurrió de pronto, fue suave, casi nimio, pero, para alguien que lleva tanto tiempo deseando apercibir algún sonido, el más mínimo ruidito le desvela entre lo más profundo de los sueños. Era un rumor pequeño, inapreciable, inaudible podría haberse dicho, y sin embargo, fue tan claro y tan sonoro como lo es la propia vida. El prisionero aguardó una continuación... pero no escuchó nada.

           Al día siguiente, otra vez en mitad de la noche, volvió a apreciar –igual, parecía clónico- exactamente el mismo ruidito... Y, esta vez, se dijo el prisionero convencido, no le voy a dejar escapar. Respondió entonces esperanzado con un golpecito en la pared.

          Al principio, no pasó nada. Durante esos primeros e inquietantes momentos dudó de sí mismo, se dijo, Ya está, ya me he vuelto loco, ya he caído en el abismo de la desesperación de cuya montaña quise escapar, y no he podido... Sufrió un súbito arranque de nostalgia por su pobre cerebro, el que tanto había amado, aquel que había compuesto cuando estaba más o menos inspirado algún poema bonito, y lo sintió como un ente absurdo, semilicuado, cual líquido flotando entre las delgadas meninges... Pero entonces, y de nuevo, escuchó un sonoro golpe. Y volvió a responder.

            Casi instantáneamente, desde el otro lado, se produjo un tercer golpecito.

            Y sus ojos, apagados desde hacía tiempo, volvieron por fin a brillar.

           Y golpeó, golpeó de nuevo, lo hizo con todo el ritmo, toda la fuerza, como un tambor que llama la guerra, o, de igual manera inicia la fiesta... golpeó mientras el otro lado le respondía enfervorizado, alegro, diáfano, lleno de vida, hambriento de palabra y de poder, que a ambos en esa noche les había sido concedido... Los dos prisioneros repicaron en la pared, hasta quedarse finalmente sin nudillos. Tras aquella orgía de camaradería y de amistad, amortiguadas por fin el ansia del cuerpo y la desesperación del espíritu,  el encarcelado pudo por una vez -y aunque sólo fuera en el rincón de su celda más íntimo-, de nuevo vivir; dormir; tal vez en algún momento soñar...

          Al día siguiente, y en cuanto se levantó, el prisionero temió que la comunicación hubiera desaparecido para siempre. Pero no, la volvió a probar, y persistía, ahí seguía estando, con la misma solidez con que la tierra firme había emergido de lo más hondo de los océanos. Durante días, practicaron el mutuo juego de responderse mutuamente, sin decirse nada más, como enamorados tontos, celebrando solamente la alegría de estar vivos, y de seguir juntos... Pero, más adelante, y como en toda acción que emprende el hombre, uno pretende progresar, evolucionar... seguir adelante. Y, para ello, se dieron cuenta, hacía falta un código. Fue nuestro hombre quien se encargó de diseñarlo.

           Se dio cuenta de que había una zona en la pared que era algo menos densa que la otra, algo más hueca, se podría decir... Sin recordar muy bien exactamente cuáles eran las correspondencias del lenguaje morse, nuestro amigo le descifró a la persona del otro lado la nueva forma de comunicación y, para ello, le recitó el abecedario entero letra a letra, tal y como él lo estaba rediseñando de nuevo, como Dios ensayó varios tonos cuando recreó a su particular modo el mundo. Tres golpes en macizo, la a; dos en macizo, la b; y así, todas las combinaciones posibles. Tuvo que repetírselo varias veces antes de que el otro entendiera del todo por dónde iban los tiros, pero con el tiempo, y la paciencia, finalmente lo consiguió. Ahora podían comunicarse abiertamente y sin limitaciones de ningún tipo.

            Las que siguieron fueron noches extrañas, casi mágicas; al abrigo de la oscuridad, cuando menos recelaban de que los carceleros les espiasen, se preguntaron en primer lugar quiénes eran, de dónde venían, por quiénes velaban en sus cuitas, qué era lo que habían dejado atrás... Luego detalles más íntimos, por qué estás aquí, qué hiciste, y el otro le reveló que él había matado a un hombre, uno de Ellos, porque le había amenazado de muerte, y porque, en estos tiempos que corren, sabes que si te dicen algo como eso, y aunque sean sólo palabras, más te vale que actúes antes que el otro... Y te arrepientes, le preguntó el primer prisionero, y su compañero le respondió que sí, que se arrepentía, pero no por hallarse en prisión, sino porque, por muy pendejo que fuera el otro, él también tenía una familia, y gente que le lloraría, y que poco o nada había conseguido con sus actos, salvo entristecer a los allegados del finado, y a los suyos propios... Nuestro amigo creyó su explicación, porque nunca encontró unos golpecitos que sonasen más sinceros... Y, a partir de entonces, continuaron hablándose...

            Charlaron sobre todo... de la vida, del amor, de libros, de filosofía... Incluso, una noche, vibraron con el mismo partido, el más emocionante de sus vidas, la noche en que la selección se batió con el clásico enemigo, y le hizo doblar las piernas... Nuestro amigo ya ponía voz y rostro a su compañero de fatigas, y anhelaba, y se lo confesaba cada día, el deseo de verle por fin la cara, y darle con agradecimiento un abrazo...

            De repente, un día, ocurrió algo extraordinario. Nuestro hombre escuchó un golpeteo, pero, al tocar la pared, ésta no respondió. El prisionero sintió miedo, tuvo angustia de que le hubieran abandonado, pensó, egoístamente, que no quería que al otro le liberasen, o, mucho peor, creyó que lo habían matado... Pero entonces se percató de que el débil “tap-tap” provenía ahora del otro lado, de la pared opuesta. Y se lanzó sin dudarlo hacia allá.

           Tuvieron que tantearse previamente antes de poder entender lo que el otro decía. Y es que, claro está, la distancia había distorsionado el código, de tal manera que había quedado prácticamente irreconocible. Porque, y tal y como le comentó el otro prisionero (el cual había se había hecho en un trozo de papel higiénico una especie de mapa de la estructura de la prisión, de diseño circular), todo había partido de la genial idea de su primer compañero de lenguaje, el cual había transmitido esa manera de comunicarse no sólo a él, sino al compañero del otro lado, y éste al siguiente, y así hasta completar el círculo, para volver a retornar hasta la celda original. De esta manera, le repetía el otro prisionero, nos hemos salvado todos. De no haber sido por ese santo que tienes al otro lado –le confesó él-, hubiéramos perecido como perros...

            Meses después –quizás años, ¿quién cuenta en estos casos los días?-, llegó una parcial amnistía. Volvía la libertad, si es que así se podía llamar a sí a una en la cual cada vez que alguno de los antiguos presos se bajaba la bragueta en el baño, cualquier movimiento del pestillo les hacía ponerse a temblar. Pero en aquellos primeros momentos eso era lo de menos. Con el tiempo, nuestro prisionero (el cual pudo volver a tararear sobre la guitarra algunas olvidadas canciones), se reencontró con algunos de sus antiguos compañeros de cárcel, todos ellos presos políticos, y recordó junto a ellos el milagro que había supuesto que aquel hombre, en un alarde de genialidad, el cual nunca sería reflejado –injustamente-, por los libros de historia, les hubiera sacado de su aislamiento, y les hiciera de nuevo recordar (poniendo a prueba sus ansias de supervivencia, y recuperando el don de la palabra), que eran seres humanos... Y todos se preguntaban que es lo que habría sido, y cuál sería el paradero, de tan impagable benefactor; si seguiría encerrado -y podrían visitarle-, o si le habrían hecho libre, como al resto de los presos, y podían conservar la esperanza de, algún día, tener la oportunidad de volverle a encontrar.

            Lo que nuestro prisionero nunca les quiso contar, era lo que contempló al salir de su celda.

            Lo que nunca les quiso decir, fue lo que encontró cuando giró por el corredor de la prisión justo en el lado de la derecha, custodiado por los guardias...

            Lo que nunca se atrevió a revelar, fue la imagen que apareció ante sus ojos...

            ... porque, en aquella celda, en aquel lugar, donde se había gestado aquel sueño, donde se recobró una ilusión, donde todos ellos recuperaron la razón, no había nada...

            ... salvo un grifo goteante...

                                                                        FIN.
                                                                        (tap-tap)

jueves, 16 de febrero de 2012

El libro del mes: La India por dentro, de Álvaro Enterría

En esta sección, comentaremos cada mes algún libro o película que nos llame especialmente la atención y creamos que os pueda interesar. Como en todas las secciones, agradecemos toda clase de feedback, sugerencias, recomendaciones u opiniones. Hoy empezamos con "La India por dentro", de Álvaro Enterría.
Un repaso exhaustivo al enorme país de las especias, de los ríos y de las vacas sagradas, de Gandhi y de lo que queda de la dominación británica, pero también de la alta tecnología, de Bollywood o de la multiplicidad de realidades, analizado desde todos los puntos de vista (histórico, cultural, social, cotidiano, gastronómico, religoso, turístico) por parte de un español que ha vivido allí muchos años y se ha imbuido hasta el tuétano de la esencial local. Ameno, fácil de leer, repleto de curiosas anécdotas, y con un punto de vista cercano tanto a la mentalidad occidental como a la del gigante de Asia, y que será muy difícil de encontrar en ninguna otra parte. Para los que planeen viajar alguna vez a la India o simplemente se hallan fascinados por el subcontinente.

martes, 7 de febrero de 2012

La historia corta de Febrero. Historias del metro (1)

En esta nueva sección del blog para historias cortas, habrá un apartado especial para las "Historias del metro". Relatos ficticios (pero también reales) que me/nos han ocurrido a todos utilizando el metro, el cercanías o cualquier otro medio de locomoción. El autor aportará los suyos, pero se aceptan toda clase de sugerencias, aportaciones personales, cosas que os hayan pasado a vosotros, reflexiones que se os hayan ocurrido en un viaje, aventuras emocionantes. Como muestra, aquí un botón, enviado por una de las seguidoras de este blog. Que lo disfrutéis. Y espero que me mandéis todas las posibles para que podamos compartirlas.

"Ha entrado una chica de unos ventitantos, con mallas blancas con topos leopardinos negros, playeras de saldo, chaqueta roñosa, rastas  un estuche grande verde apagado y deshilachado,
 Y ha dejado el estuche en el suelo, lo ha abierto, ha sacado un violín, ha tirado dentro su bolso de punto arcoiris, tan alternativo-punk, y se ha puesto a tocar
 una maravilla (yo, que no tengo oido, diría virtuosa) durante al menos  4 estaciones; el vagón en silencio; las señoras que la habían mirado despectivas al entrar, pasmadas.
 Ha parado, se ha llevado unas cuantas propinas, y ha reanudado la canción hasta llegar a la siguiente estación, siendo despedida con un aplauso"

miércoles, 1 de febrero de 2012

La historia real del mes. Personajes olvidados: Meng Tiang

Esta campesina china recorrió una enorme distancia para llevar alimento, en la dura estación del invierno, a su marido, el cual se encontraba trabajando en la ciclópea construcción de La Gran Muralla, erigida por orden de Quin Shih Huang-Ti, primer emperador de China, el cual acababa de unificar diversos territorios bajo el emblema de una misma nación. Pero esta impresionante muralla (la cual sería elegida, años más tarde, una de las Nuevas Maravillas del Mundo Moderno), debido a los descomunales costes tanto materiales como humanos que estaba costando al pueblo, llevaba a la acumulación del rencor, y del miedo, por parte de los súbditos chinos respecto a su nuevo país, así como a sus gobernantes.


Cuando Meng Tiang llegó a su destino, su marido había muerto el día anterior a causa de un derrumbe. Su cuerpo, en un mundo antiguo donde no debe malgastarse nada, fue empleado como masa para la construcción de una parte de la misma muralla responsable de su muerte. La leyenda dice que Meng Tiang lanzó un alarido de angustia tan doloroso que rajó de parte a parte la zona del muro donde se encontraba el cuerpo de su marido, formándose una gran grieta que jamás se pudo recomponer.

Meng Tiang simboliza que, detrás de casi toda gran obra, detrás de la mayoría de las maravillas, hay un trabajo de esclavos, y mucha muerte y mucha sangre y mucha lágrima y mucho sufrimiento que lamentar.

Como dijo cierto autor, sólo si el crimen es lo suficientemente grande, ganas el derecho a que te erijan una estatua.