Todos los futuros
Tomás se levantó empapado en sudor. Sentía tanta humedad cubriéndole los cabellos y la cara que, más que avanzar, se precipitó sobre el cuarto de baño y el lavabo, para así echarse varias ráfagas de agua en el rostro, las cuales le impactaron como la descarga de una ametralladora sobre un guerrillero que ha confiado demasiado en su suerte por última vez.
-Cariño, ¿qué te pasa? Son las... -Raquel miró el reloj del móvil en la mesita de noche; ya que le iba a insultar, mejor hacerlo con propiedad-... puñeteras cuatro de la mañana. ¿A qué viene esta escandalera?
Tomás no respondió. Simplemente se sentó sobre la cama y se restregó las manos por las sienes. Dios, ¿qué le estaba pasando?
-Cariño -repitió la expresión Raquel, quizá para suavizar las palabras-... ¿Has vuelto a tener una de esas pesadillas?
Tomás asintió. Siempre había tenido unos sueños muy vívidos, desde pequeño. Los atribuía, medio en broma medio, en serio, al hecho de, cuando era un bebé, sus padres biológicos le habían abandonado, alojado en un cochecito para niños, dentro de una librería. El librero había avisado con celeridad a la policía, y los servicios sociales se habían hecho cargo de él, pero sus padres adoptivos, tan orgullosos de su retoño como si fuera vástago de sangre y genes, solían llevarle con frecuencia a ese establecimiento, para así recalcarle que la adopción, lejos de representar un suceso traumático, debía entenderla como un acontecimiento que llenó de dicha a sus nuevos padres. Y que a él, fuera cual fuera su contexto anterior, le condujo a la existencia feliz de la que podía disfrutar hoy. "Mira", le había comentado con frecuencia Tomás a Raquel en aquella librería, pues las excursiones pedagógicas habían florecido y dado jugosos frutos, "en esa esquina me dejaron. Por eso mis nuevos padres me bautizaron de esa manera, porque estaba al lado de la sección de Mark Twain, y pensaron que el mejor nombre para mí era uno que me ligara con Tom Sawyer. Doy gracias a que no abandonaran el carrito cerca de la sección de literatura francesa, porque los niños se hubieran metido mucho con un niño que se llamara Montecristo". En todo caso, las pesadillas que estaba -más que soñando, viviendo- sufriendo estos últimos días se salían a todas luces de lo normal.
-Creo que sí -confirmó. Todo había empezado a raíz de leer ese libro, aquella novela negra ambientada en un un mundo apocalíptico donde el cambio climático había hecho de las suyas. Por lo demás, no se la hubiera tomado demasiado en serio: la trama tenía su aquel, pero no era diferente de las múltiples ficciones que auguran un futuro catastrófico para la humanidad en un tiempo más o menos cercano. Sin embargo, quizá, con el paso de los años, se estaba haciendo más consciente de que toda profecía llega, de una manera u otra. Se estaba planteando, junto a Raquel, tener hijos: se preguntaba qué clase de mundo iba a dejarles. Se cuestionaba si sería conveniente tenerlos, considerando que quizá, en algún momento de su vida, sus hipotéticos descendientes tendrían que pelear para sobrevivir en medio de unas agónicas condiciones, por culpa de los pecados de sus ancestros.
-¿Qué era esta vez? -preguntó Raquel-. ¿Algo relacionado con aquel libro?
-No -respondió Tomás, aún acongojado-. Al menos, no directamente. Diría que el sueño también tenía un argumento futurista... aunque, en este caso, un futuro alternativo.
No prosiguió. No tenía ganas de relatarle a Raquel la vorágine de sucesos en el interior de sus fantasías oníricas. Unas visiones, además, de claro tinte político. Quizá por un consumo excesivo de noticias en los últimos días. Había soñado que, en toda Europa, florecían democracias sólo aparentes: en ellas, los medios de comunicación conseguían aupar a los dirigentes que les convenían, de tal manera que, bajo una apariencia de libertad, en realidad el gobierno estaba decidido de antemano y, por supuesto, era un ente indiscutido, indiscutible, arbitrario y sectario, de claras formas autoritarias, aunque no utilizara su potestad para rescatar a nadie del agua, sino, más bien, para mandar flotadores de plomo con los que llegar al fondo más rápido. Encima, casi todos los partidos evolucionaban hacia un nacionalismo atroz y excluyente, que al principio sólo se notó en clave interna, pero que luego derivó hacia un enfrentamiento directo con los países exteriores, en concreto con China, cuando ésta empezó a plantearles una guerra comercial. Las naciones europeas, como respuesta, aludiendo a un pasado glorioso y altisonante, elevaron la escalada del conflicto (porque, además de malvados, eran idiotas), y sonaron tambores de guerra. Pero no contaron con que China estaba más preparada militarmente, y con que el viejo aliado, Estados Unidos, en el último momento se puso de lado y no intervino: el conflicto fue corto y brutal. París y Londres se caían a pedazos; en Roma y Berlín no se distinguían las viejas ruinas de las antiguas; en Barcelona y Madrid no había turistas, sino colas de dolor y de hambre. Amsterdam se hallaba anegada: las ciudades habían quedado tan destruidas que ya no existían diferencias entre Cambridge, Atenas, Milán y Varsovia. La sensación provocada por el sueño había sido extremadamente realista; sentía que le habían taladrado orificios desde dentro de la piel, como si por dentro le recorriera un reguero de hormigas. Fue entonces cuando se tuvo que levantar.
-¿De qué ha sido esta vez? -preguntó Raquel, mirando al techo agotada, con pinta de haberse resignado a ser incapaz de retornar a la fase REM-. ¿De nuevo de animales?
¡Ésa era otra! Durante una semana entera, estuvo soñando que era un piloto de una embarcación a la que atacaban las orcas, como las que salían frecuentemente haciendo lo propio en televisión. Aquello era como un videojuego, pero en versión gore: cada vez aparecía, durante la noche, en la misma situación, asiendo el timón, viendo aparecer de refilón al cetáceo, y cada vez ensayaba una maniobra distinta, ninguna de las cuales resultaba exitosa. El resultado: a lo largo de esa semana, sintió cómo las orcas le devoraban unas ocho o nueve ocasiones diarias. Quien dice que cada noche soñamos de manera repetida el mismo sueño es porque no tiene ni idea de la creatividad que tienen, a la hora de masticar, los carnívoros marinos.
-No, esta vez no ha sido de animales.
-¿Seguro? Porque alguno no empezó así, y sin embargo...
Raquel tenía razón. Después de lo de las orcas, empezó una cascada de sueños que parecían capítulos de una serie: al inicio, ocurrían una sucesión de hechos aparentemente azarosos y sin relación alguna, los cuales, al final, se demostraba que estaban interconectados. Así, poco a poco, conforme la trama se iba urdiendo, Tomás se daba cuenta de que había una conspiración entre las diferentes especies animales, las cuales habían adquirido inteligencia similar a la humana, y por fin se habían puesto de acuerdo para combatir a su común enemigo. Entonces, los ocupantes de los zoológicos saltaban las jaulas y atacaban a sus cuidadores, las especies salvajes devoraban a los turistas que acudían a verles a regiones lejanas, y hasta las mascotas se rebelaban contra sus amos. Tomás vio decenas de escenas en las cuales mujeres ancianas eran despellejadas por secciones por sus gatos, mientras botes de leche caída se derramaban inútiles sobre sus cocinas; por otra parte, más adelante, ya durante la vigilia, un Tomás desvelado se dedicaba a analizar de manera suspicaz a su perro Rocky, quien a primera vista parecía tan bobalicón, bonachón y leal como siempre, pero que, en una segunda mirada, daba la sensación de ocultar un secreto mortal.
-En todo caso, me alegro que no sea de animales -prosiguió Raquel-. Ya puestos, mejor cuando soñabas con extraterrestres.
Tomás no estaba muy seguro de aquella afirmación. Seguramente, a Raquel le convencía el razonamiento porque los alienígenas eran un tema circunscrito al reino de la fantasía, tan evidentemente ficticio que no podías tomártelo en serio. Pero, para Tomás, había sido muy real. En el primer sueño, los extraterrestres (en principio, una especie de alianza interplanetaria que administraba y mantenía bajo control los distintos sistemas: Tomás no tenía ni idea de cómo se había enterado de eso) valoraban el riesgo de que los terrícolas salieran de su planeta y contaminaran otros mundos con su afán de dominio. Frente a esto, el debate era simple: todos estaban de acuerdo en hacer algo. La duda era si ideaban algún sistema para evitar que los humanos viajaran a otros planetas, o simplemente liquidaban a los habitantes de la Tierra hasta su extinción.
-¿No, Tomás? Era mejor cuando soñabas con extraterrestres... ¿Verdad?
La siguiente noche, sin embargo, fue peor: en este caso, los humanos conseguían evadir el riesgo. Vencían a las inteligencias artificiales, a los extraterrestres, a todos, y se diseminaban por los planetas y las galaxias, esparciendo el mismo modelo de esquilmación y destrucción por el cual habíamos arrasado nuestro planeta de origen. Nos convertíamos en una plaga, y nada nos podía parar.
-Claro, cariño. Con extraterrestres era mucho mejor.
Tomás volvió a meterse en la cama y se acurrucó junto a su novia. Necesitaba del confort de su calor.
Porque ya no sabía si le sería posible volver a pegar ojo nunca más.