miércoles, 30 de diciembre de 2020

El relato de diciembre: "Sólo un poquito más"

 Sólo un poquito más

 

                Rogelio y Pilar habían vivido juntos cuarenta años. A finales de primavera se separaron. Bien entrado el verano, se volvieron a reunir y emprendieron un viaje para recuperar los lugares donde un día se enamoraron. Se trataba de recobrarse ellos mismos, después de todo. Rescatar el antiguo amor.

                Decidieron realizar la travesía en el viejo coche con el que habían llevado a cabo aquel periplo durante la primera vez. Se conservaba prodigiosamente indemne, a pesar del paso de los años. Rogelio sólo tuvo que pasarle una capa de cera por encima para que volviera a lucir tan brillante como el día que lo estrenaron. Con la carrocería reluciente, era como si ellos mismos se hubieran librado de las arrugas y su piel exhibiera el lustre de la añorada época en que tenían veinte años. A bordo de su particular máquina del tiempo, se pusieron en marcha a lo largo de la zona sur de Francia. Aix-en-Province, Nimes, Arlés… En esta última localidad, recorrieron los pasos de Van Gogh y fue como volver a pisar sus propias huellas. Los campos de lavanda aún no se hallaban en su máximo esplendor, pero los disfrutaron igual. En un momento determinado, se desviaron para dirigirse a la playa. No se bañaron. Junto a su coche, plantaron sus posaderas sobre la orilla, permitiendo que la arena manchara los mocasines y el traje de él, las sandalias y el vestido de ella. Corría una agradable brisa. Un muchacho de barba profusa y cabello largo (que si hubiera vestido con una túnica podría haber pasado por un profeta en el Israel bíblico) se paseaba por la playa, cubierto únicamente por una guitarra que, de manera mágica, evitaba que al mirarle surgiera ninguna incomodidad. El joven les sonrió.

                -Un día excelente para disfrutar del mar, ¿verdad?-inició la conversación sin ningún motivo, de manera espontánea.

                Rogelio asintió.

                -Mi mujer y yo estamos recorriendo los lugares donde nos conocimos. Esta playa forma parte de ellos.

                Pilar alargó la cabeza para dialogar con el muchacho:

                -¿Podrías tocarnos una canción, por favor?

                El chico sonrió. Se recolocó la guitarra -la cual, sorprendentemente, seguía ocultando los lugares más controvertidos- y rasgueó las cuerdas del instrumento, generando una melodía que acompañó con un suave tarareo que no tenía ningún sentido, más allá de la propia sonoridad de la música. Cuando terminó, Rogelio y Pilar aplaudieron. El joven le dio la mano a Rogelio, y realizó un guiño de agradecimiento en dirección adonde se encontraba Pilar. Luego se despidió y no volvieron a verlo nunca más.

                La parte que más les gustaba eran los desayunos. Normalmente eran buffets disfrutados de manera perezosa a horas tardías, cuando ya no quedaba casi nadie en el comedor del hotel. La miembros de la pareja se sentaban con serenidad en la mesa mientras cortaban sin prisa un sándwich en dos, o disfrutaban de un croissant mojado en leche sin más perspectivas que gozar del momento.

                -¿Qué plan tenemos para hoy?

                -¿Hoy? Por supuesto, ninguno.

                El tiempo les acompañaba. De vez en cuando hacía lluvia, pero no muy a menudo. Los días que eso ocurría, se quedaban en el coche, simplemente regodeándose en el espectáculo de ver deslizarse gotas de lluvia por la ventana.

                Sin embargo, las más de las veces, refulgía el sol. A veces no podían evitar verse sacudidos por el entusiasmo. Un día, el tiempo era tan fenomenal que, sobre la superficie de una playa, se desnudaron. Al verse así, tan familiares los respectivos cuerpos, tan diminuta ella, tan acogedor él, decidieron comprobar si la piel del otro seguía tan tersa como recordaban. Empezaron a amarse sobre la arena. Un bocinazo procedente de un coche de policía les interrumpió. Ambos huyeron, entre risas, mientras un agente salía del coche y agitaba la cabeza reprobatorio. Aquella tarde, los dos amantes no perdieron la sonrisa por ninguna de las menudencias y pequeños infortunios que suelen salpimentar los viajes.

                Casi habían terminado el recorrido previsto, pero ya estaban haciendo planes para continuar a lo largo de nuevos trayectos y objetivos. ¿El norte de Italia?¿De nuevo Roma?¿Satisfarían por fin su sueño de caminar juntos por Pompeya? Fue entonces cuando les llamó un amigo. Daba la casualidad de que pasaba por la ciudad en la que se encontraban aquel mismo día. ¿Podrían esperarle?¿Tendrían la oportunidad de verse? Claro que sí, afirmó Rogelio al teléfono. Y se abrazó a Pilar.

                Aquella tarde, Rogelio y Pilar se encontraban esperando a ese amigo en un bar. De pie en la barra, Rogelio oteaba por encima de las cabezas de la gente, mientras Pilar aguardaba paciente, apoyada en una silla giratoria. Se acercaron a ellos un grupo de esos conversadores habituales que no desean otra cosa que prolongar charlas de manera infinita.

                -Y dígame, ¿por qué el sur de Francia?

                -Mi mujer y yo -señaló Rogelio a Pilar- hemos vuelto a los lugares que visitamos en nuestra juventud. Estamos descubriéndolos de nuevo.

                Rogelio sonreía mientras contaba esa historia por enésima vez. Se le notaba realmente feliz al relatarlo.

                Los conversadores se despidieron, al localizar en la misma sala a otros compañeros a los que debían un diálogo. De repente, en el hueco que estas personas habían dejado apareció el amigo al que Rogelio y Pilar aguardaban.

                -¿Qué tal?-saludó Rogelio, pasándole la mano por el hombro.

                El interpelado, sin embargo, le contempló con tristeza:

                -He escuchado la charla que has tenido con esa gente antes.

                Fijó la mirada en la silla giratoria de al lado, donde se apoyaba un abrigo de mujer.

                -Hace una semana -confesó el recién llegado, emocionado-, fui a depositar flores frescas en su…

                No terminó la frase. Los dos amigos se observaron. No sabían qué decirse. Rogelio iba a hablar. Su interlocutor le ahorró el mal trago:

                -Yo también la echo muchísimo de menos.

                Durante unos pocos minutos, se entretuvieron en diálogos y cuestiones banales. Luego, el amigo se disculpó para ir un momento al baño. Cuando Rogelio volvió la cabeza, Pilar volvió a estar allí.

                Rogelio tuvo ganas de decirle muchas cosas pero, al final, sólo enunció:

                -Mañana pasa un tren que viene de París y va hasta Locarno. ¿Quieres que lo cojamos?

                Pilar, entusiasta, asintió.

                Rogelio atisbó el mundo exterior a través de una ventana. Sintió que, desde hace un tiempo, le habían colocado un despertador. Que se encontraba adormecido en una cama imaginaria. Que la alarma le instaba a levantarse y hacer lo que tocaba por fin.

                Pero él, como cuando era pequeño, alargaba la mano, presionaba el botón del despertador y susurraba para sus adentros: “Sólo un poquito más…”

martes, 29 de diciembre de 2020

El artículo del mes: "How reading Noli me tangere got me closer to the pinoys"

Hace un tiempo os comentaba la historia de un artículo acerca de "Noli me tangere", el libro más importante de la literatura filipina, escrito en castellano por el líder nacional José Rizal; un artículo que no había encontrado acomodo en ninguna parte y que creí que sólo se publicaría en el blog. Sin embargo, gracias a la incansable labor de Nats Sisma Villaluna, y al nacimiento de la revista "Expat Herald", este mes por fin ha visto la luz "How reading Noli me tangere got me closer to the pinoys" (<<Cómo leer Noli me tangere me acercó a los filipinos>>). Como de momento la revista es solamente física y no está por Internet, el artículo sigue colgando en este enlace, aunque desde entonces ha sufrido alguna ligera modificación y actualización. Abajo, la imagen del texto, por si queréis echarle un vistazo al artículo finalmente publicado. Cualquier cosa que acerque los distintos países hace un mundo más humano y más justo. Estas páginas pretenden constituir mi pequeña contribución.



martes, 15 de diciembre de 2020

El cuento del mes: "La cosa esa y otros monztruos"

¡Saludos a todos! Hoy en el blog tenemos novedades literarias. Resulta que entre Cristina Sendra y yo hemos escrito un cuento infantil sobre esas pequeñas actividades cotidianas que parece que están siempre siendo saboteadas por una mano invisible: ¿quién impide que nos acordemos de las palabras que tenemos en la punta de la lengua?¿Quién roba calcetines impares de la lavadora?¿Quién se come, durante la noche, el trozo de pastel que habíamos reservado para desayunar mañana? Nosotros lo hemos descubierto: son unos "monztruos". Y, para darles vida, hemos decidido iniciar una campaña de crowdfunding, que ya cuenta con 38 flamantes mecenas.

Si os interesa, y queréis ejemplares para regalar a familiares, amigos, niños que queráis que se conviertan en nuevos lectores o (confesad, que a vosotros también os gusta) a vosotros mismos, sólo tenéis que haceros mecenas en la página de campaña, y elegir la recompensa que mejor se adapte a vuestras necesidades. Y de paso podréis presumir de dedicatoria personalizada por parte del escritor (aparte de muchos más regalos).

Post-scriptum: lo conseguimos. Gracias a todos Ya os iré contando más noticias de cómo avanza el libro. Un saludo


Aquí tenéis la página de campaña: http://bit.ly/2VZD9bl. Y, recordad, cualquier pregunta o duda que tengáis sobre la misma, no dudéis en hacerla a través de los comentarios del blog, de la página de campaña, o de la red social favorita donde nos encontremos.

Un saludo a todos, y muy buenas lecturas.

miércoles, 9 de diciembre de 2020

Cuando el bueno (o el malo) es el arquitecto -o el urbanista-. Las películas y las historias reales de diciembre: "Huérfanos de Brooklyn" y "Show me a hero"

Hace unos años se hizo muy famosa la disposición del gobierno de Murcia (creo que en este caso la orden procedía del gobierno autonómico) de dibujar el trazado del nuevo ferrocarril de tal manera que aislaba una serie de barrios de población mayoritariamente obrera. Hubo numerosas y muy vehementes manifestaciones y -hasta lo que yo tengo entendido- consiguieron que, al menos en parte, se echaran atrás. De esta anécdota pueden extraerse múltiples interpretaciones, incluyendo que eso de los llamados "gobiernos tecnócratas", los cuales toman decisiones fundamentadas únicamente en el criterio de expertos, no existen. Porque todas las medidas son en parte políticas: puedes elegir gastar más dinero en unos colectivos u otros; puedes recaudar más de los ciudadanos ricos o de los pobres; y, a la hora de señalar por dónde pasa una línea de tren o una carretera, el sitio por donde cruza determina a quién afectará. En pocos ámbitos se nota más que en la construcción, motor económico principal de buena parte de los países, fuente abundante de tramas de corrupción (por definición, tienes un montón de dinero del sector público que pasa al sector privado: la tentación es jugosa) y, como veremos en esta entrada, origen de escenarios que alteran drásticamente la vida de la gente, y que se reflejan a veces también en la ficción.

En un interesante debate en Twitter con especialistas de variados campos que os recomiendo, y que sirvió de inspiración a esta divagación que os presento, @Pedro_Torrijos, al que muchos conoceréis por sus estupendos hilos de Twitter sobre arquitecturas improbables, mencionó una frase interesante, "el urbanismo es el segundo artefacto más importante de la especie humana después del lenguaje". No cabe duda de que otros expertos en diferentes disciplinas opinarán que su campo de estudio ejerce una influencia más relevante, pero en todo caso, como ejemplifica el caso de Murcia, puedes hacer muchas cosas según cómo dibujes los planos de la ciudad. O incluso de un país. Por ilustrarlo de otra forma: Estados Unidos tuvo que decidir -cuenta la leyenda; seguramente la verdad es más compleja-, durante la Segunda Guerra Mundial, cómo orientar su sistema de transporte para desplazar grandes cantidades de mercancías y material militar de un lugar a otro. Hitler había empleado los ferrocarriles, y gracias a ello logró enormes desplazamientos de tropas del frente Occidental al Oriental. En cambio, Estados Unidos eligió la carretera. Gracias a eso, el transporte de pasajeros por tren en Estados Unidos es casi testimonial; todo el mundo tiene coche (hasta hay vagabundos que viven en su vehículo, el cual a veces conducen en busca de una oferta de trabajo o en dirección a los bancos de alimentos); los mejores restaurantes están en las salidas de las carreteras; y los pueblos ocupan mucha más extensión que una ciudad europea media porque se asume que todo el mundo agarra el coche para ir a cualquier sitio. Por contar mi experiencia personal, durante cuatro meses viví en Charlottesville, una localidad de 30.000 habitantes -y una población flotante de 70.000 más- con quizás la mitad de extensión de la ciudad de Madrid. Los únicos que íbamos en autobús éramos las minorías raciales y yo. Los automóviles me dejaban pasar en los cruces y me miraban con cara de pena ("pobrecito, que tiene que ir andando"). En una ocasión, salía de una tienda de informática a la que llegué en taxi para que no la cerraran antes, y vi que la única manera de volver a mi residencia habitual era cruzar una carretera. Tomé la única alternativa posible: hice auto-stop. Una amable mujer (con un coche típico de madre: grande como un jeep de Mad Max y lleno de juguetes y restos de comida en el asiento trasero, que apartó con tanta gentileza como rubor) me desplazó una distancia de unos 10 metros, suficiente para llegar a un sitio desde donde podía volver andando. Las experiencias de otras personas son muy similares. Mi hermana me comentaba que, en Los Ángeles -una ciudad sin aceras-, una pareja de recién casados se compró antes un coche que un piso para vivir juntos. Compartían auto mientras habitaban cada uno en casa de sus padres. Salvo si resides en alguna de las grandes urbes del noreste como Boston o Nueva York, las cuales cuentan con un decente transporte público -y se consideran, en parte, tanto urbanística como culturalmente, "ciudades europeas", dicho en algunas ocasiones con un tono de desprecio-, en Estados Unidos, si no tienes un coche, no eres nadie. Ello implica también ciertas consecuencias: el ciudadano americano, que coge el automóvil para todo, no anda, está obeso, quema una tonelada de gasolina que contamina el medio ambiente (la disposición tan extensa de las ciudades tampoco es el sistema más ecológico posible), y exige que el petróleo esté barato para que no le cueste un riñón su modo de vida. Lo cual explica tal vez la mitad de las guerras de Estados Unidos en Oriente Medio para mantener bajo el precio de la gasolina.

Hablando de Nueva York, la primera vez que leí acerca de Robert Moses fue en este ensayo que os mencioné sobre la gentrificación. Es sorprendente que hayamos oído hablar tan poco de él, teniendo en cuenta que dirigió la política urbanística de Nueva York durante décadas, pese a que la ciudadanía nunca le había votado. La primera vez que se le ha mostrado en la gran pantalla (al menos, que yo sepa) ha sido en "Huérfanos de Brooklyn", un film noir moderno dirigido por Edward Norton, en general bien ejecutado, donde Moses es encarnado por Alec Baldwin. La película, basada en una novela, se ha tomado -o eso se deduce- bastantes licencias en el terreno de lo personal, pero menciona detalles en los que coinciden muchos críticos de Moses: para ser más explícitos, el profundo racismo y clasismo que impregnaba sus ideas urbanísticas. El ejemplo más sangrante fue construir los puentes de salida de la ciudad -recordemos que Manhattan es una isla de la que se escapa por 21 puentes- de tal modo que hacían imposible la circulación de los autobuses, lo cual impedía que la gente sin coche propio (pobres y afroamericanos, cuando no las dos cosas) pudieran disfrutar de las playas cercanas a Nueva York. La película incide también en que Moses fue muy popular por construir parques por todas partes, aunque algunos barrios fueron bastante más favorecidos que otros (adivináis cuáles, ¿verdad?). Y señala que algunos de sus planes urbanísticos -evitados en ocasiones a causa de la movilización popular- obligaban a desplazar a comunidades enteras de sus hogares sin que se supiera bien dónde podrían realojarse (en todo caso, Moses se encargaría de que no fuera en el mismo barrio que los blancos). A partir de ahí, no os cuento más sobre la trama de la película. Espero que la disfrutéis.

Por tanto, queda claro que la planificación urbanística puede decidir todo, y que su orientación es (casi) siempre política. Como mencionó alguien -no recuerdo quién, así que me perdonaréis la ausencia de cita-, sólo el hecho de escoger si una ciudad tiene o no baños públicos ya es una cuestión fundamental. A propósito de esto, menciono otra obra de ficción, pero basada en hechos reales. "Show me a hero", de la HBO, muestra una localidad anexa a Nueva York donde un juez determinó, a través de una sentencia, que el ayuntamiento debía construir una serie de viviendas para ciudadanos desfavorecidos (en una palabra, y tratándose de Estados Unidos, por supuesto negros), con el objetivo de evitar la formación de guetos y la exclusión social. Ésta es una decisión impopular, pues los habitantes mayoritariamente blancos de la ciudad se niegan a que sus viviendas se infravaloren -o no quieren a esas personas como vecinos, ahí cada uno decide los motivos auténticos-. Entonces, un concejal, interpretado por Oscar Isaac, decide auparse a una ola de populismo y anuncia que, si es elegido como regidor, no cumplirá la sentencia. Por supuesto, gana las elecciones, pero entonces se topa con la dura realidad: no tiene más remedio que acatar la orden si no quiere que la ciudad se arruine. Aquí se trata el espinoso tema de políticos que prometen algo imposible a sus ciudadanos y sólo lo asumen cuando son elegidos, apoyándose en algo que sabían que era mentira desde el principio (¿os suena? Seguro que en vuestro país habéis visto más de un caso). La serie cuenta la historia de este alcalde que tuvo que plegarse a los hechos; también relata las dificultades para que la construcción de las viviendas pudiera llevarse a cabo, y para que se lograra una cierta convivencia entre los nuevos vecinos. Narrada como una ficción atípica, la serie da abundantes pies para el debate y la reflexión, tanto en cuestiones políticas como en el aspecto personal.

Probablemente, las medidas más lesivas para nosotros los ciudadanos no llegarán de un discurso grandilocuente enunciado por un señor con bigote frente a una multitud enardecida. Lo harán silenciosamente, en forma de Boletín Oficial del estado, ciudad o comunidad autónoma. Serán disposiciones mínimas, enrevesadas e ilegibles, sobre aspectos aparentemente técnicos e irrelevantes. Quizás sólo se refieran a requerimientos sobre determinadas medidas, longitudes y pesos. Tal vez una de las cifras que aparezcan mencionadas sea el (Douglas Adams sería feliz con esto) número 42.

martes, 1 de diciembre de 2020

Un hilo de Twitter: UN VISTAZO A LAS MEJORES OBRAS DE ARTE QUE NUNCA (JAMÁS) VERÁS.

En una entrada anterior, estuvimos hablando de algunas obras de arte perdidas a lo largo del tiempo. En este nuevo post, originalmente hilvanado como un hilo de Twitter (aquí tiene algunas modificaciones y adaptaciones a un formato más largo), profundizamos en esta idea.

Esta historia la podemos titular UN VISTAZO A LAS MEJORES OBRAS DE ARTE QUE NUNCA (JAMÁS) VERÁS.

O trabajos artísticos que se han perdido para siempre y que sólo podemos intuir cómo eran.

Dentro hilo :)

El arte es extremadamente frágil. Se puede perder por incendios, guerras, inundaciones, robos… En el mejor de los casos, se recupera. A veces, se conservan fotografías que nos permiten contemplarlas en el pasado.

Aparte de que muchas de esas fotografías sean en blanco y negro, no es tan distinto a verlas por Internet, sólo que nunca podrás aspirar a contemplarlas en un museo. Por ejemplo, este “El pintor camino del trabajo” de Van Gogh, irremisiblemente desaparecido.

En el peor escenario, se pierde todo rastro de él. Un caso, por ejemplo: la estatua de Julio II esculpida por Miguel Ángel, abatida y fragmentada por una turba enfurecida. Obras que los propios artistas quemaron en la hoguera de las vanidades, o que ardieron en el incendio del Alcázar en Madrid (de ello hablaba un capítulo del Ministerio del Tiempo)

Hay un punto intermedio: cuando se reconstruye a partir de lo que sabemos, o cuando quedan copias. Si acaso, bocetos del original. Como ocurre con estos planos de un caballo de terracota construido por Leonardo da Vinci. Tenemos entonces una cierta imagen de cómo debió de ser.


Para ilustrarlo mejor: seguro que sabéis que, salvo las Pirámides de Egipto, el resto de las Maravillas del Mundo Antiguo han desaparecido. Hasta las pirámides tenían un aspecto distinto


 Un caso es la estatua de Zeus en Olimpia. Sobrevivió al intento de Calígula de decapitarla y colocar su efigie (una risa procedente de la estatua, dicen, asustó a los obreros), pero no a un incendio en Constantinopla, adonde se había trasladado.

Pero nos quedó su rastro en monedas conmemorativas. Y, a partir de allí, hay quien ha hecho reconstrucciones. Así que sabemos (ésta es una copia romana) que debía de ser más o menos así.

Por cierto, aunque no es una maravilla del mundo antiguo, todos habréis oído hablar de la Biblioteca de Alejandría, la primera gran biblioteca pública de la historia. Si alguien no sabe lo que es después del éxito editorial de El infinito en un junco, de @irenevallejo, es que vive debajo de una piedra. Pero su estructura no está muy clara. Se sabe que era un anejo al Museo, el auténtico centro de investigación. Pero poco más se conoce. Ésta es la imagen que podría tener, según Alejandro Amenábar, en la película Ágora.

Cuando Egipto quiso reconstruir la biblioteca, ya en época contemporánea, no tenían ningún plano en el que basarse. Pero tampoco les importó. Querían hacer una biblioteca moderna y funcional, y lograron una de las más luminosas y diáfanas de la actualidad.

Es complicado reconstruir cualquier edificio antiguo. En el caso de no tener planos (o de disponer de unos detallados), la elección es más sencilla: lo reconstruyes tal cual o no haces nada. Pero si la cosa está a medias, hay dudas. En el siglo XIX los arqueólogos tenían más libertad. Arthur Evans (que no era arqueólogo profesional), en Creta, colocó columnas de hormigón para reproducir lo que él creía que era el aspecto del palacio del rey Minos. O lo que quedaba mejor

Por poner otro ejemplo, Viollet-le-Duc hizo lo que quiso en la reconstrucción de Carcasonne, mostrando una imagen idealizada de la Edad Media que encandila a los turistas pero que, según muchos historiadores, no era respetuosa con lo que se sabía de la arquitectura real.

 

Los criterios para las reconstrucciones van cambiando con el tiempo. A veces los arqueólogos prefieren marcar claramente qué es original y qué es reconstruido. Si hay dudas, el criterio actual es dejarlo mejor como está. A veces se llega a soluciones intermedias que no siempre satisfacen a todos.

Pero no quería meterme excesivamente en arquitectura. No he conseguido encontrar muchos ejemplos de edificios de los que se supiera muy poco y que hayan tratado de reconstruirse. Quizás La Brasa Torrijos tenga un estupendo hilo al respecto, o tal vez nos quiera deleitar redactando uno.

En todo caso, volvemos a las obras de arte. Aquí, la Atenea Lemnia, una de las mejores obras de Fidias. Al menos, Pausanias decía que era la mejor. ¿Auténtica? Qué va, reconstrucción moderna. Salvo por el brazo, claro.

Volvemos a Fidias: ésta es la Atenea Pártenos, la famosa que Fidias montó en varias partes para que no pudieran acusarle de desfalcar el tesoro público mintiendo en las cantidades gastadas de oro y de plata. Se perdió probablemente en el mismo trance que el Zeus de Olimpia.

La Afrodita de Cnido también tiene historia. Con una copia vestida en Cos, los habitantes de Cnido (que escogieron la versión desnuda) recibían numerosos visitantes gracias a ella, tanto que no quisieron desprenderse de la misma a pesar de las fortunas que les ofrecieron.

Dicen que el modelo en el que se basaron fue la hetaira Friné. Tiberio Graco tiene un muy buen hilo donde explica cómo ésta se salvó de un juicio gracias a su belleza. Pero hay toda clase de leyendas. Hasta de Afrodita viéndola y preguntádose cuándo la han contemplado desnuda.

Salgamos de los griegos, y metámonos de nuevo en los pintores. Aquí vemos cómo un cuadro de Van Eyck puede salvarse gracias a que otro pintor incluye la obra como parte de una pintura propia.


A veces hay suerte y un contemporáneo realiza una copia a partir directamente del original, como ocurre con “Leda y el Cisne” de Leonardo.

Sobre Leonardo, una historia curiosa que contamos en una entrada de mi blog. En Florencia, una misma sala debía ser decorada con una pintura de Miguel Ángel a un lado y otra de Leonardo a otro. El contrato lo firma Maquiavelo, para rematarlo. Las dos quedaron inacabadas y se perdieron, de una manera u otra. Aunque esa historia se ha puesto recientemente en duda a raíz de ciertas investigaciones.

La cosa es que, de la obra de Leonardo, queda una presunta escena del cuadro, que fue copiada por Rubens (imagen de arriba). De la obra de Miguel Ángel, Bastiano da Sangallo fue capaz de rescatar la sección central.

De Miguel Ángel hay varias obras perdidas, incluyendo pinturas, un Cupido que falseó para hacerlo pasar por una antigüedad (entonces no era tan raro), y una escultura de Hércules de la que Rubens hizo un dibujo.

Rubens copió muchas de las obras de Tiziano de las que disponían los reyes españoles para así mejorar su técnica de pintura. A veces tienes el gozo de ver original y copia justo al lado, pero otras no.


 Aunque sabemos que no siempre las pintaba con fidelidad (les imprimía su propio estilo), en algunas ocasiones es lo más cercano que poseemos a las pinturas originales. Aquí, un retrato de Carlos I y su mujer se conserva en el Palacio de Liria


Las pérdidas no entienden de género, como le pasó a ésta de Sofonisba de Anguissola copiada por Pantoja de la Cruz… 

… ni de nacionalidades o estilos únicos. Aquí una segunda versión del Lacoonte del Greco que, suponemos, se parecía al original. Aunque igual no sería, claro.

Tenemos Caravaggios destruidos por terremotos…

Riberas que han ardido entre las llamas (aquí el boceto final por parte del propio artista: menos da una piedra)

Murillos expoliados en la guerra de la Independencia

… o primero expoliados y luego incendiados.

Afectados por revoluciones, como este Ingres…

Un Klimt afectado por la Segunda Guerra Mundial del que sólo queda un fragmento reproducido en su época

Y tantas y tantas obras… De algunas, ni siquiera hemos llegado a saber jamás su existencia. Se han desvanecido en la noche de los tiempos

En algunos casos es el propio artista quien reconstruye la obra, como cuando Diego Rivera reconstruyó su mural en el Palacio de Bellas Artes de México después de que fuera vandalizado por razones ideológicas (el pecado fue sacar retratado a Lenin)

Una gota de esperanza. Porque todo parece muy catastrófico, ¿no? Sin embargo, existe otra cara más positiva: algunas obras se recuperan.

Enterradas bajo la tierra (de este rescate fue testigo Miguel Ángel, quien hasta adivinó qué sección de la escultura faltaba para que ésta se hallara equilibrada; más tarde se localizó la parte predicha por el florentino)

Colgadas de un monasterio, sin que nadie les prestara atención…

Recuperadas cuando trataban de venderlas…

O por la labor de los cuerpos policiales nacionales e internacionales

Algunos guardaban los cuadros en su casa tranquilamente como recuerdo de una guerra. Sabedores -o no- de su valor.

Hay muchísimas más obras que podríamos mencionar, pero en algún momento esto ha de tener un fin. Si te ha gustado la historia, dale a FAV, retuitea (es la mejor forma de dar difusión a estar historia) o píntame un cuadro.

Si te interesa profundizar más, hay muchas más maravillas perdidas sobre las que puedes documentarte. A lo mejor, quién sabe, te encuentras con que una de esas obras de arte perdidas está en tu viejo desván. Si es así, no dudes en llamar a un experto en arte… ¡y también contádmelo!