lunes, 23 de junio de 2014

El libro de junio: "El pulgar del panda", de Stephen Jay Gould.

Cuando he hablado con (o he leído a) científicos que explicaban el origen de su vocación, me decían muy a menudo que ésta proviene de algún libro que leyeron de joven y en el que un individuo desconocido, desde algún lugar lejano, trabajando a mitad de camino entre la ciencia y la literatura, se dedicaba a desgranar alguna de las innumerables maravillas de la naturaleza. Esta figura, la del divulgador científico, está asociada con nombres tan memorables como Richard Feynman, Isaac Asimov, Richard Dawkins, Arthur C. Clarke, Bill Bryson (autor de la divertidísima Breve historia de casi todo, la cual no sólo es un texto de divulgación científica sino, sobre todo, un hilarante repaso sobre la vida de algunos de los científicos más extravagantes), D'Arcy Wentworth Thompson (conocido por el texto de culto "On growth and form" sobre cómo la forma de los seres vivos se ajusta a cánones matemáticos), Carl Sagan o Stephen Hawking. Yo, como muchos otros, quedamos fascinados por el entusiasmo de estos autores (y muchos otros; por ejemplo, nunca he sido capaz de encontrar el nombre de un especialista en etología de nacionalidad belga que me encandilaba de niño conforme leía sus explicaciones acerca de los falsos mitros atribuidos a los cocodrilos, o sobre el cruel comportamiento de las aparentemente pacíficas palomas), quienes nos descubrían no sólo los fascinantes procesos que la ciencia ha descubierto hasta ahora, sino también los estimulantes enigmas que quedaban por desentrañar. Entre ellos, Stephen Jay Gould, desde su columna mensual para Natural History, es ahora mismo uno de los divulgadores más afamados, y que más eco tiene tanto en revistas especializadas como dirigidas para el público en general. Y yo tuve la suerte de tropezar con este libro (un compendio de alguno de sus ensayos más conocidos para esta revista) gracias -cómo no- a que una muy querida amiga científica me lo regaló.

En esta colección de ensayos, Jay Gould se dedica a tratar numerosos aspectos relacionados con la teoría de la evolución, propuesta originalmente por el científico británico Charles Darwin (cuya curiosa trayectoria y relevantes descubrimientos se conmemoran, cada año, el día 12 de febrero). Son tan variados, de hecho, que ofrecen un exuberante racimo de curiosidades y atractivas anécdotas: desde la procedencia de la original disposición anatómica de los pulgares del panda que da título al libro, hasta el motivo por el cual la forma de la cabeza de Mickey Mouse se ha ido modificando con el tiempo por los creadores de Disney, pasando por el extraordinario ciclo de vida de un ácaro que muere antes de nacer, o discusiones científicas de tiempos pasados que aún colean en el imaginario colectivo (¿suceden los cambios evolutivos de manera gradual, o en forma de sucesos similares a catástrofes?), o que en contraste reflejan errores y prejuicios sostenidos por los -demasiado humanos- falibles científicos (de hecho, el autor no se ha cortado a la hora de ejemplificar el modo en que algunos han empleado la teoría de Darwin a la hora de apoyar sus ideas xenófobas o machistas). En definitiva, un buen puñadito de historias que cumplen con el rigor académico a la vez que nos muestran de manera amena y entretenida problemas y paradojas que tienen que ver con el curso del tiempo, la forma en que subsiste vida, el proceso de la evolución, la creación de la inteligencia, las distintas formas en que progresa la ciencia, y en definitiva, los aspectos que tanto biológico como culturalmente nos hacen realmente humanos. Un libro, por tanto, recomendable a toda clase de públicos: no dejéis que tan sólo lo disfruten los científicos.

lunes, 16 de junio de 2014

La historia corta de junio: La caracola (introducción y capítulo I)

Abrimos nueva sección (por no llamarlo experimento literario) en el blog. Consiste en una serie de pensamientos, elucubraciones, historias, que tienen como punto de partida una simple y menuda caracola. Un sencillo homenaje a la magia de las cosas pequeñas, en especial cuando éstas llegan a conseguir algo tan difícil como conectar a las personas. Aquí os coloco la introducción inicial y, tras los asteriscos, el primero de los relatos. Como siempre, que lo disfrutéis.


LA CARACOLA

El hombre salió a la puerta de su casa.

Contempló, con mal disimulada satisfacción, con delicia su jardín. Las flores comenzaban a despuntar orgullosas, primorosas, coquetas; las briznas de hierba se encontraban alineadas simétricamente, con sus puntas bien rectitas y ordenadas, creciendo perfectas, como un batallón alegre y bien dispuesto; los pequeños arbustos, remolones, mientras tanto, retozaban alborozados bajo el sol. El hombre fue bajando los escalones de la entrada de su casa pausadamente, contemplando a un lado y a otro los límites que se marcaba a sí mismo en el interior de su propiedad, buscando la más mínima imperfección sobre la superficie de la hierba, y a Dios gracias, no la encontró. Se acercó hasta el extremo de su jardín. Contempló a los coches pasar.

Luego pensó en ciertas dudas que había dejado pasar el día anterior. Meditó sobre las cosas que le había dicho Marta, meditó también sobre las posibilidades que tenía para tomar una decisión. Se dijo a sí mismo que el marcharse le proporcionaba por un lado una salida digna, al mismo tiempo que un mar de interrogantes, mientras que quedarse significaba afrontar los problemas y por tanto, introducirse en un camino que podía poner en peligro toda su estabilidad, y lo que era más, incluso su vida. El cavilar este tema era complejo, intrincado y triste... Los riesgos de no hacerlo, superaban con creces la posibilidad de que su corazón, ya muy marcado por las cicatrices del bypass, acabara por fin pagándolo.

El hombre se dio la vuelta. Se aproximó de nuevo hacia su casa. La tanteó con la mano. ¿Qué pasaría con este lugar estos días?¿Sería, como decía Marta, un lugar donde el drama y la tragedia acabarían por llegar? Nuestro hombre bajó de nuevo la vista hacia el suelo. Y entonces, al hacerlo, encontró una objeto, que al principio no supo reconocer.

Se agachó para recogerlo... Una piedra. No le hubiera llamado especialmente la atención en otras circunstancias. La desplazó ligeramente, para contemplarla por todas sus aristas. Pero había algo en esa pequeña roca que era muy especial, y nuestro hombre se dio cuenta en seguida, porque tenía experiencia en ello. Era una piedra, de evidente origen marino.

Lo cual no sería de extrañar, de no ser porque se encontraban a seiscientos kilómetros del mar.

Qué raro, se interrogó nuestro hombre. La piedra estaba mojada, no sabía si era a causa del rocío, o si bien se debía a otra razón. Pero en todo caso, nuestro hombre, admirando la roca, se empezó a preguntar muchas cosas...

Cómo habrá llegado esto aquí...

                                               *                                 *                                 *

           La vieja dijo: He perdido el mar, se me cayó del bolsillo. Sus hijos, creyéndola loca, la encerraron en un asilo.

            Ella nunca pudo contemplar el mar, por eso se lo trajo alguien, en forma de caracola. Al oído, resuena el mar, pero esta mañana, se le cayó del bolsillo.


            La vieja no había perdido la cabeza, sino que había perdido el mar...

lunes, 9 de junio de 2014

La historia real de junio. Gaditanos ilustres: George Gordon Meade.

Al leer "un gaditano ilustre" y colocar a continuación un nombre que podría encontrarse perfectamente en una guía telefónica de Texas como las que empleaba Marcial Lafuente Estafanía para documentar sus novelitas "de tiro tenso", supongo que alguno se habrá sentido más que conmocionado y creerá incluso que el autor de esta frase ha perdido el juicio. Sin embargo, ocurre que este gaditano en concreto lo es (y en este caso comparte una característica con el redactor de este post) de un modo algo circunstancial, ya que sus padres le concibieron en la susodicha ciudad andaluza simplemente porque -un poco por así decirlo, y parafraseando a Aute- "pasaban por allí". Lo cual no es inconveniente, a pesar de todo, para tratar de conocerle y hablar un poquito acerca de este individuo, entre otras cosas porque la Historia con mayúsculas ha infravalorado su papel protagonista en uno de los enfrentamientos militares más relevantes de la corta existencia de los Estados Unidos, y también por poseer el dudoso honor de tratarse de uno de los pocos generales que han recibido una gigantesca reprimenda justo después de declararse vencedor en una decisiva batalla.

George Gordon Meade

George Gordon Meade nació en Cádiz en 1815, pero era hijo de padres estadounidenses. En concreto, su progenitor masculino era un comerciante que trabajaba como agente del gobierno americano, y que se había arruinado al apoyar a España durante las guerras napoleónicas. La familia acabó regresando a Estados Unidos cuando George todavía era un niño: no he conseguido encontrar información sobre si el muchacho chapurreaba español, aunque fuera con acento andaluz (como hace, por poner un ejemplo, el ilustre actor de padres gaditanos Jean Reno), pero algo le debió quedar, porque el caso es que años más tarde se acabó casando también con una expatriada nacida en Cádiz, que respondía a un nombre de una inspiración guerrera tan como Margaret Sergeant. Debe ser verdad aquello de que hay cosas que se llevan en la sangre.

Y quizás fuera una casualidad o no, pero fue a la carrera militar a lo que se dedicó George G. Meade cuando volvió a América, graduándose en la prestigiosa academia militar de West Point. A pesar de un breve paréntesis durante el cual trabajó en la ingeniería civil, la necesidad de un empleo le hizo retornar al ejército, en un principio como topógrafo, y más adelante como brigadier durante la Guerra Civil Americana, conocida también popularmente como Guerra de Secesión. Recordemos que este conflicto había surgido a raíz de que el presidente Lincoln declarara ilegal la esclavitud, generando una revuelta por parte de los estados sureños (más dependientes de la agricultura y, por tanto, del trabajo de los esclavos de las plantaciones) frente a los estados del Norte, marcadamente industriales y abolicionistas. La contienda ha dado pie a multitud de interpretaciones y análisis, tanto desde el punto de vista de la igualdad de derechos (muchos recordarán la recientemente oscarizada película acerca del tráfico de esclavos ambientada unos cuantos años antes, 12 años de esclavitud; no obstante, también existen relatos muy conmovedores acerca del "tren de los esclavos" de Harriet Tubman que se dedicaba a liberar afroamericanos transportándolos al norte durante la Guerra Civil), como de la abrupta división que se generó de golpe entre los dos bandos de la joven nación (de hecho, muchos dicen que los estados del Norte se quedaron tan arrepentidos de la derrota infligida a los del Sur, que les permitieron "una cierta manga ancha" en cuanto a la aplicación de las medidas relacionadas con sus antiguos esclavos. De ahí que en poco tiempo surgieran el tristemente legendario Ku Klux Klan y las leyes de segregación entre negros y blancos, con lo cual, básicamente, las cosas volvieron a hallarse en un estado no muy diferente de como se hallaban al principio. Estas leyes duraron hasta bastante bien entrado el siglo XX). Pero como diría Michael Ende, hoy nos toca referirnos a Gordon Meade y de esos otros acontecimientos ya hablaremos en alguna otra ocasión.

George G. Meade empieza ascender posiciones durante la contienda en el bando de los estados del Norte, conocidos popularmente como la Unión. Juega un papel importante en varias batallas, y durante la acontecida en Chancellorsville, tiene sus dimes y diretes con el general Hooker (a la sazón comandante en jefe del ejército unionista) por no haber aprovechado este último las tropas que Meade lideraba para atacar a los sureños. Hooker resultó herido en la contienda, y aunque Meade no era la primera elección del presidente Abraham Lincoln, se le elige como su sucesor al frente del ejército. Parece ser que el propio Meade no se esperaba el nombramiento, porque algo más tarde le escribió a su mujer contándole que, cuando vinieron a comunicárselo, pensó que en realidad los confederados habían tomado el campamento y que él se encontraba arrestado.

George Gordon Meade demostró entonces poseer unas más que destacadas habilidades militares. A pesar de que tenía sus propias ideas sobre cómo plantear el siguiente enfrentamiento, prefirió dejar paso a sugerencias mejores procedentes de sus subordinados, a los que manejó más que acertadamente. Estalló entonces la decisiva batalla de Gettysburg (la cual, por lo visto, comenzó prácticamente por casualidad) y Meade adoptó una táctica defensiva, de resistencia frente al asalto, la cual al final se reveló como acertada pues acabó por dinamitar al ejército sudista en lo que constituyó el punto de inflexión decisivo de la contienda. La guerra duraría todavía dos años más, pero el ejército sudista (o confederado) había quedado herido de muerte, y el Congreso de Estados Unidos le reconoció a Gordon Meade el logro conseguido, y también el sobresaliente valor.

Desgraciadamente, parece que George no se desenvolvía tan bien en las cuestiones políticas como llegó a hacerlo en las militares. Por lo visto, con la jefatura del ejército de la Unión, Meade había heredado numerosas intrigas políticas que giraban alrededor de su antecesor Hooker, y probablemente su aspecto ("una maldita tortuga mordedora de ojos saltones", llegaron a definirle, a pesar de que por lo visto era respetado por un temperamento comedido que escondía unas para nada ausentes ambiciones personales) tampoco contribuyó mucho a despejarlas. No se sabe si tuvo algo que ver el hecho de que no hubiera sido la primera elección de Lincoln para la comandancia, o quizás que algunos rivales en el ejército le hubieran acusado de estar a favor de los sureños y pretender firmar una paz con ellos, pero la cuestión es que, nada más terminar la batalla de Gettysburg victoriosamente, el propio presidente Abraham Lincoln le echó una bronca monumental por no haber perseguido más enconadamente al general confederado Lee mientras se retiraba. Según Lincoln, se había perdido una oportunidad estupenda para poner fin en ese mismo momento a la contienda, y acusó a Meade de haberle dado la oportunidad de huir a sus enemigos debido a que compartía con buena parte de ellos una misma base religiosa, la doctrina católica (no es solamente característico de tiempos modernos que las cuestiones bélicas se entremezclen con las espirituales, ideológicas o personales. Aparte de los aspectos sociales que hemos mencionado antes, la división norte-sur se entremezcló con la lucha política entre demócratas y republicanos, y también estuvo a punto de generar conflictos internacionales). El presidente Lincoln llegó incluso llegó a declarar (según algunos testimonios) que un jesuita había entrado disfrazado al campamento unionista y había convencido a Meade de que tuviera piedad del ejército confederado, y que eso fue lo que motivó su acción. Fuera o no verdad, seguramente la cara de George Gordon Meade al recibir un chaparrón, justo después de haber derrotado de manera brillante al ejército rival, debió asemejarse bastante a la de un entrenador de fútbol al que despiden inmediatamente después de haber conseguido la liga nacional o, haber levantado la Copa de Europa.

A pesar de aquel rapapolvo, la carrera de George Gordon Meade prosiguió exitosa y sin incidentes, colocándose al lado del general Ulyses S. Grant en la última fase de la contienda. Grant fue el general que finalmente pasó a la historia como el que derrotó al ejército confederado, pero tenía un gran aprecio por Meade y reconocía su trabajo durante la batalla de Gettysburg, aunque con el tiempo ambos hombres acabaron teniendo también sus roces. A pesar de que al final de la guerra se elogiaba ampliamente el trabajo de Meade, la controvertida decisión de no perseguir suficientemente a Lee después de la batalla, unido a los choques con otros generales, así como algunas características innatas de su personalidad (una mala relación con la prensa y su carácter aparentemente apocado, entre otras cosas) eclipsaron su figura histórica y otorgaron gran parte del mérito a Grant y su elogiable labor al final de la contienda. Recientes trabajos históricos han tratado de realzar su figura como un hombre prudente y cabal, que entendía que había momentos en que el ejército debía no arriesgarse, atricherándose cuando era necesario y no atacando en cambio -por el desgaste que ello suponía- posiciones fortificadas.

George Gordon Meade, este "gaditano" ilustre, murió todavía en activo como consecuencia de heridas recibidas durante el combate. Su figura no es universalmente conocida, ni siquiera a lo largo de Estados Unidos (mucho menos de España), pero existen varios memoriales dedicados a su figura, y una sociedad histórica con su nombre en la ciudad de Filadelfia, donde falleció en 1872. Como curiosidad anecdótica, entre sus descendientes se encuentra Matthew Fox, estrella de la televisión a raíz de su actuación como protagonista en la serie de J.J. Abrams "Perdidos". Cosa que también tiene su aquel, aunque no sé muy bien -ante la presencia del famoso "humo negro"-, cómo hubiera empleado su antecesor George Gordon Meade su famosa pericia militar... Especular en este sentido no tiene mucha lógica, pero tal vez sea divertido. Podemos entretenernos en ello.

Muchas gracias a todos. Hasta la próxima semana.

Posdata: esta entrada la he podido escribir gracias a la sugerencia de un familiar mío, el muy admirado A.P. (no os digo el nombre completo por si prefiere conservar el anonimato). Ingeniero también como George Gordon Meade, combina algunas de las mejores características de la familia: un compromiso incansable con el trabajo; mucho espíritu aventurero para caminar en toda circunstancia hacia adelante; gran amor por el conocimiento, combinado con ningún prejuicio para salir fuera (de hecho, vive en un país pequeñito); y, especialmente, erigirse en el tipo de persona en la que sabes que, en medio de una tormenta, puedes siempre confiar. Me llamó la atención sobre la figura de este gaditano ilustre y me sugirió que podría ser un buen personaje para una novela. De momento ha dado para una entrada de blog, que en mi opinión no es moco de pavo. Gracias, A.P: los escritores necesitamos buenas historias, y sólo de las historias que nos regalan nos alimentamos. Seguro que George Gordon Meade, desde algún lado, nos lo agradecerá. Aunque muy probablemente, no hará lo mismo Abraham Lincon (sonrisa pícara a dos bandas).

Un saludo de nuevo a todos.

Anexo: Mi familiar A.P. ha comentado que le ha gustado el post, y ha añadido un par de detalles. Lo primero de todo, me ha destacado un aspecto en el que no quise centrarme mucho para no hacer el artículo muy farragoso, y es que las causas de la Guerra de Secesión no hay que encontrarlas solamente (y ni siquiera mayoritariamente) en la liberación de los esclavos, sino sobre todo en estas diferencias tan enormes a nivel económico y social entre Norte y Sur que hemos mencionado, y que hacían que se hubieran convertido prácticamente en dos países diferentes, con intereses muy distintos y políticas económicas diametralmente opuestas -aunque, y aquí radicaba el problema, el poder político lo tenía mayoritariamente el Norte-. Os paso, ahora que todavía no está en vigor la ley anti-enlaces, este link que precisamente me ha mandado A.P., y que os puede ser de utilidad al respecto. Además, os paso la propia versión de A.P. sobre lo acertado o no de la decisión de George Meade que le costó la bronca de Lincoln: "Por otra parte estoy convencido que Meade hizo lo correcto al no perseguir al enemigo. Es cierto que Lee había sufrido bastantes pérdidas, pero aún conservaba gran parre de su ejército y se pertrecho bien para esperar el contrataque, hasta que consiguió atravesar el río Potomac. Además el día siguiente a la batalla había niebla y llovía a cantaros. Si Meade hubiera sacado su ejército de sus bastiones para perseguir a Lee en campo abierto en medio de la lluvia, habrían sido un blanco facilísimo para los sudistas, que podrían haber dado la vuelta a la tortilla (tal vez es lo que pretendía Lee). Pero Meade no picó en el anzuelo e hizo lo más prudente. La reacción de Lincoln fue la propia de un abogado ambicioso y engreído, que es lo que era (aparte de homosexual, aunque eso es otra historia que les pesa enormemente a sus correligionarios republicanos que intentan disimularlo a toda costa)".

lunes, 2 de junio de 2014

El relato de junio: "El diputado":

El diputado

            La idea le sobrevino de improviso, como suele ocurrir con casi todas las grandes ideas. Pero también, como es habitual, le sorprendió en un momento en que su mente bullía en un magma de burbujeantes datos, cifras, comparaciones y contextos como consecuencia de haber estado hablando de ello en los días anteriores. Por eso, en el instante en que le vino a la cabeza, no se le ocurrió nada mejor que gritar:
            -¡Ey! Ya tengo la solución a todos nuestros problemas.
            Y, como en casi todos los casos, sus amigos sonrieron. “Sí, claro”.”Por supuesto”, le contestaron. “Si eso fuera tan fácil, ¿no crees que ya lo hubiera hecho otro?”, añadían. “Tú y tus ingenuos intentos de arreglar siempre el mundo”. Pero esos argumentos no le disuadieron. Toda su lógica le decía que tenía razón: sólo era cuestión de convencer a un número de gente determinado.
            Lo proclamó en foros y en redes sociales, trató de convencer a amigos y a miembros de la familia: muchos le daban la razón, otros le apoyaban entusiastas, alguno le criticaba, y en la mayoría de los casos le decían, “Perfecto. Pero ahora, ¿quién lo lleva a cabo?”. Y siempre se encontraba el mismo dilema que no sabía solventar.
            En un momento determinado, convocó una manifestación: acudieron cuatro gatos. Gente que había leído la convocatoria en Internet, amigos, y alguno que simplemente pasaba por allí. Se puso a llover. Entre unos cuantos paraguas consiguieron cubrir a todos. El hombre de la idea volvió a su casa con una sensación decepcionante: parecía que su plan nunca podría ver la luz. Esto era todo lo lejos que había llegado.
            Sin embargo, una extraña llamada telefónica le llegó en los siguientes días. Se trataba de un profesor universitario que decía haber leído acerca de su idea en Internet, y que quería que diera una charla sobre la misma en su facultad. El hombre se preparó la charla a conciencia, y llegó allí el día señalado. Para su sorpresa, había convocados algunos de los principales medios de comunicación: con gran nerviosismo, el hombre dio su charla y los periodistas le escucharon muy atentamente. Al día siguiente, la charla apareció en la mayor parte de los diarios del país como una pequeña nota de prensa. De repente, algunos editoriales y columnistas le empezaron a prestar atención. Rápidamente, en una semana, aquello corría en boca de todos y era el tema de conversación de moda en todas las tertulias, programas de televisión, y también en los bares. Tanto que, diez días después de la charla, el hombre de la idea recibió una llamada del presidente del gobierno.
            Nadie supo quién era el profesor universitario que había convocado la charla. No constaba su nombre en los registros,  y de hecho quien reservó el aula con un apelativo desconocido para todos no figuraba que hubiera sido nunca profesor. La única explicación al respecto la aportó un bedel de la universidad, que habló de una figura anciana vestida de traje oscuro que se situó al final del aula mientras tuvo lugar la ponencia, y que parecía encontrarse al cargo de todo. Dijo que esa persona contempló el discurso de la idea genial que ahora revolucionaba a todo el mundo acompañado de otro anciano que, en contraste, vestía con prendas absolutamente blancas, purísimas, el cual sostenía con el otro una amigable conversación. Sobre el contenido de estas deliberaciones, poco se supo: el bedel había escuchado algo de “imposible”, “experimento sociológico”, y luego una referencia suelta a la Biblia. El bedel no estaba seguro, pero creía que habían dicho algo de Job.

*                                  *                                  *

            Cuando el hombre de la idea acudió al palacio del presidente, se encontraba tremendamente asustado. Sabía que su propuesta era buena, confiaba en ella, pero también sabía que (como toda aquel concepto que busca mejorar la vida de la gente), habría también hombres poderosos que saldrían perjudicados, y le constaba que difícilmente la iban a apoyar. Pero esta vez, superada las decepciones iniciales, y con el reciente y reconfortante impulso del fervor popular, se veía francamente cerca de lograrlo.
            El presidente del gobierno le acogió con afabilidad. Era un hombre joven, dinámico, que exploraba todo de manera escrutadora con los ojos (indicando que no se le escapaba nada), y parecía crear a tu alrededor un clima de confianza que te decía que nada podía salir mal.
            -Encantado de conocerle –le indicó, entusiasmado, mientras se libraban de todo el protocolo y los fotógrafos y conseguían sentarse en el sofá del salón de reuniones a solas-. No quiero entretenerle mucho: he de decirle que he estudiado a fondo su propuesta y me encanta. Estamos deseando llevarla a cabo.
            -¡Oh! Eso es estupendo, fantástico… -a duras penas pudo balbucear el hombre-. No pensaba que iba a ser… tan sencillo.
            -Oh, claro que sí –le respondió el presidente-. Nosotros somos un partido que apoya el progreso, con una gran conciencia social, que busca lo más beneficioso para la gente, y su idea encaja de lleno con nuestros objetivos…
            -No sabe cuánto me alegra escuchar todo eso.
            -… y, claro, hemos creído que la persona más adecuada para llevar a cabo este proyecto debe ser usted, que es, al fin y al cabo, quien la ha originado. Y creemos que la mejor manera de hacerlo es desde un puesto de responsabilidad: por tanto, hemos decidido pedirle que se presente usted como diputado de nuestra formación en las próximas elecciones.
            -¿Yo? Pero… si nunca me he planteado entrar en política.
            -Ya me lo figuro: pero es desde aquí desde donde pueden cambiarse las cosas. Así podrá hacer usted frente con más facilidad a los obstáculos que le van a poner (que, ya se figurará, encontrará muchos). Pero con nuestro apoyo y su empuje, no dudo que esta idea podrá triunfar…
            -Pero aún quedan seis meses para las elecciones…
            -Más motivo todavía para ponerse rápidamente en marcha. No debemos perder ni un instante en este sentido.
            -Bueno, yo quisiera antes hablar con usted sobre cómo vamos a llevar a cabo este plan…
            -Sin duda que es lo primero. Pero ya sabe que para estas cosas hay unos plazos, y debemos ser muy conscientes de ellos. Mire, lo primero de todo hable con mi secretaria: ella le dará toda la información, los pormenores, los detalles acerca de las fechas… Son cuestiones burocráticas, bagatelas, pero asuntos imprescindibles antes de ponernos a trabajar. Ya sabe cómo son estas cosas. A mí me pasa como a usted, querría empezar cuanto antes, pero… hay que aprender a ser paciente. Además, con una idea tan buena que hemos estado sin ver tantos años, ¿en qué puede afectar un día o dos?
            El futuro candidato a diputado asintió. La verdad es que aquello tenía sentido.
            -De acuerdo es –dijo el presidente-. No se hable más. Vaya usted a donde le he dicho, y yo estaré en permanente contacto con usted para seguir todos los progresos.
            -Perfecto –dijo el aún ciudadano de a pie, que todavía creía que estaba flotando en el cielo.
            -Y mi enhorabuena otra vez –le felicitó el presidente dándole la mano a modo de despedida-. Vamos a llevar a cabo un proyecto que ayudará a mucha gente. Y es gracias a usted por lo que se puede iniciar.
                                   
*                                  *                                  *
           
            Las siguientes semanas fueron frenéticas: órdenes, documentos, procesos, gestiones. De repente, el hombre descubrió que un diputado no lo es sin más, sino que lleva aparejada una cohorte de asesores, contables, administradores y hasta peluqueros.
            -Creo que éste le queda muy bien…
            -¡Pero si yo nunca he llevado traje!
            -Claro, pero hay que llevarlo para los mitines…
            -¡No me van a votar por cómo voy vestido, sino por lo que digo!
            -No es para que te voten, nadie dice eso; pero hay cierta gente que le da más importancia a la forma en que vas vestido, y no te van a escuchar a no ser que lo hagas de una manera que les parezca correcta. Una vez ocurra esto, te prestarán atención: ya te has ganado a los que están con tu causa, ahora te toca ganarte a los que aún no se han suscrito. Y para eso, lo primero es no asustarles.
            Durante todo este tiempo, el presidente del gobierno acudía de vez en cuando a visitarle, incluso a su casa, informándose de los progresos y de si se encontraba con la moral alta. En una de estas vistas, el candidato le propuso:
            -Quizás ahora, que la cosa ya va más rodada, podríamos ponernos con lo del proyecto…
            -Tranquilo, tranquilo, tranquilo –le instó el presidente del gobierno-. No andemos con tanta prisa. Ahora empieza lo más duro. Hasta ahora sólo has estado con los de nuestro lado, y ellos te han tratado bien. Pero cuando salgas a la luz pública, los del bando contrario te van a atacar a muerte como nadie lo ha hecho nunca. Descubrirás cómo gente que no conoces te odia como si hubieras matado a sus padres. Cuídate, que lo complicado se aproxima en estos días. Hoy no toca, no toca –se reafirmó el presidente-; no queremos que, por precipitarnos, no salgas elegido y no puedas llevar a cabo el proyecto, ¿verdad?
            El hombre hubo de reconocer que la prudencia del presidente tenía su base. Aceptó porque sabía que no había más remedio y siguió todas las instrucciones que le daban sus asesores.
            Por la noche, mientras tanto, soñaba con su proyecto. Y en lo bien que iba a acabar…

*                                  *                                  *

            El presidente del gobierno tenía razón en que la cosa se iba a poner más frenética todavía. En cuanto comenzó la campaña, todo pareció deslizarse a una velocidad vertiginosa. Comunicados, autobuses, declaraciones públicas. Pero lo más atronador de todo eran los mitines. La estilista le cubrió de tanto polvo de maquillaje con la brocha que se sintió atrapado en medio del desierto, en una tormenta de arena.
            -¡Deprisa, deprisa, que llegamos tarde!
            Y las luces, y los focos, y los flashes, y la gente… Y cuando entró, esa ovación atronadora, de cientos de personas coreando su nombre… ¡Coreándole a él!
            -Gracias, gracias –dijo aún emocionado y con el sonido reverberante en los oídos provocado por los aplausos-. Hoy, os quiero hablar…
            Tragó saliva.
            -Os quiero decir…
            -Os trato de anunciar…
            Nada: las mismas caras de palo delante suya. Y conforme el discurso avanzaba, no parecían mejorar. El candidato se daba cuenta de que le estaba bombardeando a la audiencia con demasiadas cuestiones técnicas, y que se estaban comenzando a perder.
            Dejó los papeles que había durante tiempo ensayado hacia un lado.
            -Vale –les miró por primera vez directamente a la cara-. Os voy a explicar lo que quiero.
            Y los allí presentes relataron más adelante que lo que habían escuchado en aquella noche era una sinfonía: una explicación brillante y precisa, armónica como un concierto, que les infundió esperanza y alegría, y una inenarrable sensación de que era posible creer en un lugar donde son posibles los sueños.
            Y al final de su discurso, colocó los brazos en jarras y preguntó:
            -¿Y qué?¿Queréis que llevemos a cabo esto?
            Y la multitud prorrumpió en una nube inacabable de aplausos.
            El fervor era máximo. Una nube de excitación dominaba al candidato de la cabeza a los pies, experimentando un torrente de sensaciones similar a respirar un gas del amor el cual le hubiera completamente dominado. Pero la emoción casi orgiástica pegó un subidón aún mayor todavía cuando se descubrió que allí, el miting, en el backstage, se encontraba el presidente del gobierno… que salió al escenario y se fundió en un calidísimo abrazo con él.
            -Has estado estupendo… estupendo… -le susurró al oído-. Hasta estado fantástico.
            -Fíjate en toda esta gente –corroboró el candidato embargado por las lágrimas-. Éste puede ser un buen momento, ¿no? –le dijo-. Esto saldrá en los periódicos, todas esta masa de gente extasiada, sería el tiempo ideal para empezar a ponerlo en mar…
            -No nos demos demasiada prisa –dijo el presidente mientras, junto con el candidato, y de cara a la multitud aplaudía-. Nada de pasos en falso. No es bueno hacer las cosas en caliente, y mientras tenemos otros diez mil asuntos alrededor. Esperemos.
            Un cierto desasosiego invadía al candidato. Pero en el fragor del momento hacía que no pudiera pensar con claridad.

*                                  *                                  *

            El debate fue incluso más intenso, más dramático. En un cruce de idas y venidas, el hombre defendió su idea con argumentos, datos, pero sobre todo con fe. Empleó palabras suaves, pero no por ello fue menos enérgico, o menos encarnizada la lucha. Pero al final, la cara del oponente le dejó satisfecho: sabía que incluso a él le había convencido, y eso significaba que a sus partidarios, aunque no quisieran admitirlo, lo habría hecho también.
            En el estudio estaba el presidente para felicitarlo:
            -¿Y ahora? En plena televisión nacional, con todos hablando de ello…
            -Precisamente: déjales debatirlo, comentarlo, creérselo, asimilarlo… Déjales que se entuasiasmen y que sepan lo que se juegan si no estás allí para llevarlo a cabo. Y una vez lo hagan, les tendrás contigo para cuando toque la hora de actuar de verdad.
            El candidato se moría de impaciencia. Ya no podía resistirlo. Pero se decía que ya quedaba poco para que no tuviera que esperar nada más.

*                                  *                                  *

            El día de la jornada de reflexión estaba que se moría de los nervios. En un momento determinado se le ocurrió llamar al presidente.
            -Oye, ¿y si ahora que no tenemos nada más que hacer…?
            -Jaja, ¡pero qué ímpetu! Descansa un poco hombre, te lo has ganado. ¡Mañana, mañana!
            Pero el candidato no cesaba de pensar.

*                                  *                                  *

            El día siguiente llegó. Las encuestas lo apuntaron. Pero no fue hasta la noche cuando se supo el resultado. El candidato sonrió: habían ganado. Y tenían una mayoría suficiente para poder llevar a cabo su proyecto.
            Y era diputado. No lo había podido esperar.
            Cuando llegó a la sede del partido, todo eran vítores, aplausos, euforia. Algunos empezaban a sacar las copas de champán y se oía el ruidito de burbujitas. Muchos le abrazaron y le felicitaron. Él preguntaba por todos lados por dónde podía encontrar al presidente.
            Cuando se lo encontró, él le quería abordar, pero él prácticamente le empujó hacia otro sitio:
            -Ven aquí –le dijo-. Te vas a enterar.
            Y entonces se abrió la puerta y se encontró en la azotea del tejado, delante de miles de personas. Gente que portaban banderitas de colores, gente que gritaba, saltaba, jaleaba, daba gritos, mucho más incluso que los que se producían adentro. El diputado se sentía flotando por encima del tiempo, contemplando a toda esa gente que le sonreían, de la más sincera forma, que le animaban, que le señalaban indicándole quién era a sus hijos… que se sentían orgullosos de él.
            -¡Ahora sí!-le decía al presidente, que también se encontraba absolutamente ufano-. ¡Ahora sí que, a partir de mañana, lo vamos a lograr!
            El presidente siguió sonriendo. Le realizó un gesto a un par de colaboradores, y le indicó con la mano que viniera con él. Se despidieron de la multitud y salieron de la azotea. De repente todos los sonidos se apantallaron de golpe, como si la celebración tuviera lugar a miles de kilómetros de distnaica.
            -¡Enhorabuena, presidente!-le decían afiliados y futuros ministros mientras se acercaban y le abrazaban o le tocaban el hombro o le pasaban la mano por el brazo.
            -Gracias, gracias –respondía él, afable.
            -Mira, he estado reflexionando mucho y ya sé la forma en que lo podemos abordar…
            -Sí, sí, espera un momento –le dijo el presidente, y habló un momento con el vicepresidente actual antes de que este último pasara a la azotea.
            -Como te decía, creo que si lo hacemos así… –dijo el recién elegido diputado señalando un papel donde tenía anotados toda clase de símbolos, incluyendo muchas flechas.
            -Escucha, te tengo que decir una cosa…-el político, aunque amable, parecía ponerse serio.
            -¡Ya no me puedes decir de posponerlo!-decía el hombre entre nervioso y riendo-. ¡Ya sí que tenemos vía libre!
            -No, tienes razón, nada de posponerlo. No se trata de eso –dijo el presidente, desviando la vista hacia otro lado, como si sus pensamientos estuvieran muy lejos de allí, quizá en la propia azotea.
            -Entonces, ya está, todo estupendo, ¿no?-se reía más nervioso que contento el diputado-. La gente está con nosotros, nos apoya, nos quiere, nos lo ha pedido. Es el momento, ¿en qué otra cosa hay que pensar?
            El presidente hizo un gesto de detener la conversación con las manos.
            -Mira, te lo voy a decir muy claramente –y mientras lo hacía, bajó la voz una octava y miró un momento hacia ambos lados antes de mirarle de frente-: no lo vamos a hacer.
            El recién escogido representante del pueblo se quedó de piedra.
            -¿Cómo que no…?
            -Con franqueza, es un proyecto demasiado ambicioso. Demasiado… complicado. Nos vamos a encontrar tantas reticencias en contra. Sobre el papel es muy bonito, pero a la hora de la verdad, se nos van a revolver todos. Los banqueros, los empresarios…
            -¡Pero somos el gobierno!¡Nos han elegido para liderarlos!
            -Sí, pero somos un partido, y somos mucha gente: gente que tiene una casa, una hipoteca, deudas al banco… Un partido que se financia con bancos… Que tiene alcaldes en todo el país que tienen que tratar con toda clase de colectivos, y que deben parecer neutrales y no revolucionarios… Que para las siguientes elecciones, tienen que asegurarse de que la gente está contenta y no se pone en contra suya para que les vayan a votar y puedan llevar a cabo los planes que tienen proyectados para sus ciudades…
            -¿Las siguientes eleccio…?
            -… y toda esa gente depende de nosotros, y nos apoya, y bueno, incluso nos eligen. Yo sólo soy el representante de mi partido: si ellos no están seguros de mí, me pueden quitar. ¡Esa es la democracia!
            -¡Pero ellos nos votaron para…!
            -Nos votaron por muchas cosas, y lo tuyo sólo es una; ahora estás en un partido grande, compañero, y es necesario ser solidario, pensar en los demás… No creerás que eres el único que ha ganado estas elecciones, ¿verdad? Pero has sido una pieza importante, te lo has ganado: te mereces salir a celebrarlo.
            -Pero… pero…
            Pero antes de que pudiera contarlo ya era arrastrado por una marea de gente hacia la azotea, donde todos se abrazaban, se besaban, aplaudían y cantaban, dedicándole al público los coros y los botes que daban, tras los cuales prorrumpían en espontáneas carcajadas. Y el único que estaba serio, desencajado, absolutamente lívido en esa celebración, era él… que veía cómo todos los demás aplaudían justo a su lado. En un momento determinado sintió cómo alguien (creía que era el presidente) le levantaba la mano y el público de allí abajo jaleaba una ovación… Él apenas podía enterarse de nada, se encontraba muy mareado. Luego el presidente, o el hombre que se parecía a él, se alejó, y también lo hicieron los flashes y los aplausos, pero prosiguió el tumulto. Un compañero en la elección le saludó y le dio un cachetón amistoso en las mejillas.
            -¡Pero qué cara más siesa!¡Despierta, hombre, échate un trago!¡Ahora eres diputado!-y se alejó sacando del bolsillo un matasuegras.         
            El hombre reflexionó para sus adentros, mientras batía las palmas muy lentamente más por contagio que por convicción. Reflexionó sobre la palabra… diputado…
            Le quedaban cuatro años…

            … y sentía que acababa de terminar.