Ducktopía
El hombre se
ajustó las gafas y miró el cartel. “Safari Duck”, adornaba el triste y
avejentado panel, el cual parecía estar a punto de descolgarse por uno de sus
lados y desplomarse de manera definitiva sobre las tablas del muelle. Aún así,
el individuo que había surgido de la embarcación caminaba parsimonioso y sin
urgencias por la superficie de madera sin pinta de temerle a la inminente caída
del cartel, y se plantó con total placidez delante del hombre y de su familia:
-¿Qué, nos
vamos?
Subieron a la
lancha sin aspavientos. Parecía que se habían tomado en serio lo de “safari”,
porque todos se encontraban en silencio, como si creyeran que por hacer el más
mínimo ruido iban a espantar algún animal. Hasta el sonido del motor de la
barca sonaba como atenuado. Mientras tanto, cada uno de los pasajeros se
dedicaba -con la soledad de un autista- a sus quehaceres: la mujer hacía
pruebas con la cámara fotográfica, el niño comprobaba la temperatura de la
superficie del agua y el padre, mientras tanto, trataba de hacerse un ovillo
entre su anorak y el chaleco salvavidas para rehuir el frío reinante. Esperaba
que no tardaran mucho en llegar a su destino. A decir verdad, no las tenía
todas consigo sobre aquello de haber viajado hasta allí. Sin embargo, la voz
del capitán interrumpió sus pensamientos:
-Miren, por ahí hay alguno
suelto.
Toda la
familia se desplazó al lado del barco que había señalado el capitán. Pero en
lugar de vislumbrar un delfín o una ballena, como solía ocurrir en otro tipo de
excursiones, sus prismáticos y cámaras fotográficas de zoom de alto alcance
apuntaron a una fila algo quebrada de solitarios, pequeños, aparentemente
inofensivos y despistados patitos de goma que inicialmente debían haber sido de
tonos rojizos y amarillos, pero que ahora mostraban su color original en gran
parte agrietado o castigado por el sol, el agua o las inclemencias del tiempo,
exhibiendo en buena parte de su superficie el blanco industrial de su fabricación.
-Significa que
estamos acercándonos–advirtió el patrón de la nave-. A partir de ahora, mucho
silencio.
Poco a poco,
empezaron a divisar bancos aislados de esos mismos patitos. Los colores se
fueron volviendo más variados, y ahora podían observar plumíferos plásticos de
picos naranjas y ocres, y de alas azules, verdes o moradas. En medio, iban
cruzándose –al principio más pequeñas, y luego mayores- secciones de hielo que
marchaban en dirección sur, contra las cuales los patos iban topándose y, en algunos
casos, las bordeaban.
-Miren, miren
–señaló el guía de la expedición-. Allí está.
Fue un proceso
progresivo. A la vez que el barco iba avanzando (esta vez con el motor a la
potencia mínima), observaron un paisaje que se iba haciendo más denso conforme
más se adentraban en el interior de la estructura, repitiéndose con la
periodicidad del patrón de un mosaico: fragmentos de hielo rodeados de un
círculo de patitos de goma, y sobre esas pequeñas banquisas, en ocasiones,
aparecían animales, tales como focas, morsas u osos polares. La familia contempló
arrebolada y muda esas imágenes, con el mismo estupor con el que dichos
animales asemejaban contemplarles a ellos. En un inicio, la mujer no paró de
hacer fotos, pero cuando llegaron al núcleo principal de aquel fenómeno, la
sorpresa le hizo retirar el ojo del visor de la cámara. De hecho, el resto de los miembros de su
familia se quedaron paralizados, escrutando en la misma dirección. El capitán,
tras echarle un breve vistazo a la familia, colocó el barco de costado y detuvo
por completo el motor de la barca. Se hizo el silencio.
Enfrente de
ellos, un gran perímetro de patitos de goma, de contornos irregulares los
cuales formaban entrantes, salientes, cabos y golfos, acabados en pico o
redondeadas estructuras, envolviendo
todo ello una amplísima superficie de mar, tan ancha que no llegaba a abarcarla
la vista. Dentro de ese perímetro, había hielo flotante, sí, una amplia
superficie de banquisa, pero también una enorme sección que correspondía a mar
que se colaba entre el hielo y rodeaba los islotes flotantes. Y por encima, en
medio, y por debajo de hielo y agua, pudieron divisar focas, orcas, una miríada
de pingüinos (agrupados en formación como si se trataran de un ejército),
leones marinos, osos… Una bulliciosa extensión de animales que se movían,
cantaban, emitían sus grititos o se relacionaban entre sí. Hasta bancos de
peces podían intuirse debajo de la superficie del agua, y también varios
inmensos cachalotes, a lo lejos, lanzando también un potente chorro en un ronco
estridor.
El hombre que
formaba parte de la familia, después de unos primeros instantes asimilando lo
ocurrido, se rebulló algo incómodo ante aquella sobreabundancia de animales,
los cuales se concentraban en la misma proporción que lo hacen los seres
humanos en una playa de moda cualquier verano. Rota por fin la hipnosis, el
capitán decidió que éste era el momento de soltar su habitual discurso.
-Creo que no
necesita presentación, ¿no? Sí, ésta es la zona. Como veis, los patitos de goma
forman un contorno alrededor que aísla a los animales de todo y de todos, o
mejor dicho, de los humanos. Dentro del círculo (o no es exactamente un
círculo, más bien una elipse irregular, luego si queréis entramos en la
cuestión de los kilómetros), los animales pueden interaccionar normalmente
entre sí: pueden procrear, alimentarse, matarse entre ellos, tal y como lo
harían en el entorno natural. La diferencia con el medio salvaje está cuando
deciden salirse del círculo: entonces, los patitos de goma les rodean y les
escoltan, protegiéndolos de cualquier depredador, y también de los barcos de
pesca. Luego, cuando los animales retornan, los patitos vuelven al círculo más
amplio, a su lugar original. Hay muchos investigadores estudiando ahora mismo
el comportamiento de los patitos, tratando de averiguar si entran los mismos de
los que salen o si cada uno tiene posiciones asignadas… Pero realmente, la
mayor parte de los enigmas permanecen en el misterio.
El niño, que
hasta entonces se había mantenido en el mismo trance que afectaba también a sus
padres, realizó de improviso una pregunta:
-Entonces,
¿los patitos son amigos de las focas y otros animales?
El capitán se
rió de manera condescendiente, y respondió con paciencia a aquella pregunta que
debía haber explicado ya más de mil veces:
-Los patitos
no están vivos, no pueden hacerse amigos de ningún animal… aunque, la verdad,
los científicos estaban tan alucinados por este fenómeno, que durante un tiempo
no sabían cómo explicarlo. Como sabéis, los patitos de goma originales fueron
liberados hace muchos años por un barco al que se le cayeron accidentalmente
mientras los trasladaba para ser vendidos en alguna ciudad. Esos patos se
derramaron por el agua y migraron con las corrientes oceánicas, llegaron a
lugares de todo el mundo, y fueron muy útiles para el estudio de las corrientes
marinas. Sin embargo, hace relativamente poco tiempo, empezó a observarse que
los cargamentos de patitos de goma tendían a soltarse más fácilmente de los
barcos y acabar en el agua, todavía no sabemos por qué. Y, con el tiempo, se ha
visto que formaban esta estructura… Los científicos creen que hay algún
componente en el material con el que están hechos los patitos que les impulsa a
circular alrededor del hielo, o quizás del agua más cálida que se sitúa debajo
de las banquisas, cosa que también les llevaría a moverse cerca de los
animales. Realmente no sería cuestión de amistad o de magia, sino… ¿Has oído
hablar de la selección natural? –le preguntó el capitán al niño-. Digamos que
la naturaleza va probando cosas de manera aleatoria, y si hay algo que
funciona, ese algo tiende a sobrevivir. Los patitos han formado por azar esta
estructura y, como más o menos tiende a protegerse a sí misma, es más fácil que
ésta continúe estable. Se trata solamente de eso.
De repente, un
grupo de patitos de goma, de brillantes y coléricos tonos encarnados, abandonó
la formación (siendo reemplazados, casi inmediatamente, por otros patitos) y se
dirigieron en fila india hacia la barca. Pasaron a pocos metros, como si les
estuvieran vigilando, y luego, con un leve cambio de rumbo, se alejaron lentamente
de ellos, manteniendo en todo momento un aire suspicaz.
-Como he
dicho, la estructura tiende a protegerse a sí misma… Hace poco, unos fotógrafos
se arrimaron demasiado y un pequeño escuadrón de patitos les rodeó y, mecidos
por las corrientes oceánicas, zarandearon la barca hasta que se hundió. Estos
pequeños patitos de goma, cuando se juntan a millares, son capaces de volcar
barcos, incluso de varias toneladas, como si hubieran heredado el espíritu del
vengativo submarino del capitán Nemo. Esta distancia –suspiró con alivio el
capitán de barco- es la más próxima a la que nos podemos acercar con seguridad.
El niño puso
cara de no tenerlas toda consigo.
-Entonces,
¿los patitos son malos?
El capitán dio
la impresión de pretender –nada más llegara a puerto- mandarle una carta de
agradecimiento a Herodes, pero se contuvo y expresó con toda la serenidad que
le fue posible:
-No, he dicho
que los patitos no tienen… En fin, malos, “malos”, depende de cómo lo mires,
¿no? Ellos protegen a los animales. Y, además, lo están consiguiendo. Los
ecologistas dicen que hace mucho tiempo que no veían crecer tantos animales en
el Ártico. Y los planes que algunos países habían iniciado para apropiarse de
los recursos del polo han cesado desde entonces. Digamos que, en ese sentido,
han resultado ser muy buenos para la flora y la fauna.
El padre
interrumpió durante un segundo el diálogo entre el guía y su hijo:
-Pero la
verdad es que, siendo sinceros, hay que darle muchas vueltas y elucubraciones
para poder explicar el comportamiento de los patitos desde un punto de vista
científico… Muchas más, desde luego, que si pensáramos que actúan de manera
intencional.
El capitán
meditó un momento con la mano en el mentón, y luego se encogió de hombros:
-Todo lo que
en el pasado creíamos que era magia, al final se ha acabado por descubrir que
se trataba de otra cosa, con una explicación más racional. Además, si tratamos
de defender la hipótesis contraria, ¿qué clase de sentido tendría?¿Patitos de
goma que se han puesto a defender a sus congéneres animales, incluso aunque
ellos mismos sean de plástico? Esto no es un plan maestro concebido por la
naturaleza: los patitos de goma no son menos artificiales que los barcos que se
han hundido por su culpa. Para mí, en realidad, tiene más que ver con lo que le
he mencionado de selección darwiniana: durante miles de años, ha habido una
especie predominante, el hombre, que ha utilizado la tecnología para abusar
hasta tal punto de casi destruir el planeta. ¿Por qué no iba la tecnología, en
combinación con la naturaleza, haber encontrado un método de contrarrestar los
ataques de la especie dominante? Fíjese: esto que tenemos aquí es una utopía.
Es la civilización ideal que tanto nos gustaría haber encontrado para la
humanidad. Lo que pasa es que no nos gusta, simplemente, porque de ella nos han
excluido a nosotros.
El hombre,
algo turbado, se volvió hacia su esposa, que había vuelto a realizar
fotografías como si le pagaran por ellas al peso:
-¿Y tú que
opinas, cariño?
Ella, sin
dejar de tomar instantáneas, respondió:
-Es
fascinante. Espeluznante, estremecedor, terrorífico también, da mucho miedo…
Pero al mismo tiempo, es de una belleza incontenible.
Cuando esa
tarde volvieron a casa, lo primero que el hombre estaba deseando era darse una
ducha con agua muy caliente, para sacudirse el frío que había pasado. Cuando
terminó, aún en albornoz y restregándose la toalla sobre la cabeza, se pasó por
el baño, donde la madre se encontraba bañando al niño.
-¿Te quedas
vigilándole un rato mientras yo voy a llamar a mi madre?
El hombre
asintió y se sentó sobre el inodoro. Mientras la mujer se marchaba, el niño,
ajeno a cuál de sus progenitores le atendía, jugaba dentro de su bañera con un
barquito y un inocente patito de goma.
-Bum, bum…
Barquito, fuera de aquí –amenazaba el niño mientras agarraba el patito con
firmeza-. Éste es mi territorio, por aquí no pasarás.
El patito era
casi tan grande como el (de formas bastante realistas) barco que surcaba aquel particular
océano. El hombre observó con cautela al patito, de un intenso color amarillo,
sin fisuras, no maltratado por las olas ni el sol. Durante un segundo, le
pareció que sus cejas se encontraban más arqueadas que las de otros patitos de
goma que había visto a lo lado de su vida. Le pareció que… le miraba mal.
-¿Papá, quieres
jugar conmigo?-su padre asintió. No obstante, cuando fue a acostar a su hijo en
la cama, aprovechó para coger el patito de goma y arrojarlo directamente a la
basura.
La mirada que
le dirigió el ánade conforme cerraba la tapa de la papelera hubiera sido, para
el capitán de aquel barco, muy difícil de explicar.