lunes, 22 de abril de 2019

El relato de abril. "Comentario sobre una serie distópica: La España democrática".

Sé que a todos nos perturbó la emisión anoche, en horario de máxima audiencia de aquel canal minoritario, del falso documental (distopía, me atrevería yo a llamarlo) titulado "La España democrática". En ella, sus autores nos exponían la existencia de un país alternativo, uno en el que, tras la muerte del general Franco en 1975, el rey Juan Carlos I hubiera decidido no seguir por la misma vía que hasta entonces habíamos ejercido (y ejerceríamos después en la realidad) y hubiera adoptado una resolución distinta, con la que coqueteó en los primeros tiempos, que vino en llamarse "democracia". Hay que el decir en favor del documental que tenía una factura técnica impecable: de hecho, en algunos momentos, de pura verosimilitud, daba miedo. Nuestros líderes actuales (tanto el secretario general del Movimiento, como el jefe del ejecutivo, hasta el mismo Generalísimo) ocupaban puestos destacados tanto en el Gobierno como en una estructura que denominaban "oposición", y que consistían en un conjunto de variopintos partidos que ora se oponían al ejecutivo, ora pactaban con él, ¡y podían cambiar de postura según el tema y la ocasión! Para nuestra mayor sorpresa, individuos destacados que hoy ocupan nuestras prisiones ocupaban cargos en las Cortes y se sentaban para hablar de tú a tú con miembros del gobierno. Un hecho ciertamente inaudito, como compartirán conmigo.

Sin embargo, lo más sorprendente no era la cuestión política, sino la social. En este mundo alternativo, un buen montón de aspectos se hallaban trastocados. ¿Por dónde empezar? Había una inusitada igualdad entre los distintos tipos de personas. Hombres, mujeres, gays, heterosexuales, tenían acceso a los mismos derechos, y podían relacionarse libremente entre sí. España presentaba una variedad y heterogeneidad de colores y costumbres a las que no estamos acostumbrados. Había una inquietante mezcolanza de platos, fiestas, ideas de otras gentes y, a su vez, algunas ideas habían llegado del exterior a través de los medios de comunicación, o de españoles que habían pasado parte de su vida buscando trabajo en otros países. Ocurría también que la mayor parte de los ciudadanos pagaban impuestos (¡tanto más, cuanto más ricos!), con los que se sufragaban algunas necesidades comunes, como la sanidad o la educación. Había, para más
inri, ausencia de censura; cualquier libro era accesible, prácticamente cualquier opinión era expresable, hasta existían manifestaciones contra las leyes que se creían injustas, o debates acerca de las cuestiones en las que no existía consenso. Incluso, en un ejercicio de alarde de ficción dentro de la ficción, el falso documental se atrevía a hablar de libros y películas que trataban de sociedades distintas, más similares a la nuestra. Creo que comparto la sensación del lector al decir que aquello resultaba desasosegante.



Entendemos que el programa (en un principio programado, de acuerdo a la información previa, como una serie de cuarenta y un episodios, donde obviamente se narrarían las dificultades a las que se enfrentaría esa supuesta democracia, aunque este plan inicial fue obviamente cancelada tras la polémica generada) haya sido retirado inmediatamente de la parrilla del canal, y los responsables expedientados. Sin embargo, quiero partir una lanza en favor de los impulsores de esta iniciativa. Al fin y al cabo, una distopía es sólo la forma en que un autor narra algunos de los problemas y tendencias de nuestro presente, forzándolas hasta el extremo en algunos casos, para resaltar los contrastes actuales, para advertirnos de opciones que podría adquirir nuestro futuro, al menos en parte, incluso aunque en estos momentos nos parezcan posibilidades muy lejanas. Nos indican hasta qué extremos podemos llegar. En ese sentido, yo no aconsejaría ser muy duro con los implicados en este falso documental. Al fin y al cabo, nos han recordado que el rumbo que adopte el futuro depende de nosotros. Una lección que no nos conviene olvidar.

lunes, 15 de abril de 2019

El relato rescatado de abril: "Un día en la otra España"

Este relato lo publicamos en su día como parte del fanzine Fragmentos de Tinta y, ahora que éste no se halla en funcionamiento, lo rescatamos. Una demostración de que podría haber otras formas de España posibles (ahondaremos a lo largo de este mes en esta hipótesis), algunas peores, y otras para bastante mejor. A los que lo descubráis, espero que os guste, y a los que ya lo conocíais, mirad si os animáis a una segunda lectura, la cual siempre es un placer para los buenos textos. Un saludo.

Un día en la Otra España

               El chico (joven, moreno, con una perilla incipiente que sin embargo se empeñaba en crecer demasiado despacio) tardó unos segundos en reconocer aquellas figuras que le saludaban mientras agitaban el cartel donde se encontraba escrito su nombre.
               -¿Clara?-interpeló a la chica que se le acercó y que le estampó a continuación dos sonoros besos en las mejillas.
               -Oh, vaya, creo que he sido demasiado entusiasta. Bueno, ya te acostumbrarás al saludo español –se disculpó la muchacha entre risas-. Por cierto, éste es mi padre, Carlos. Papá, éste es Vormak.
               -Hola, Vormak –respondió con un fuerte apretón de manos el padre de Clara a la tímida sonrisa del estudiante extranjero-. ¿Vamos al coche?
               En unos pocos minutos estaban montados en el vehículo y saliendo del aeropuerto Juan de la Cierva-Madrid Barajas. Dejaron atrás las ondeantes banderas rojas y amarillas. El padre de Clara trató (mientras conducía) de animar la conversación.
               -Vormak, mi hija me ha dicho que durante tu estancia aquí tienes que hacer un trabajo sobre la historia de España.
               -Sí, señor –respondió muy educado el estudiante-. Forma parte de nuestro programa de intercambio.
               -¿Y ya tienes pensado más o menos en qué época te vas a centrar?
               -Pues en realidad…
               Pero el estudiante se quedó callado al observar un enorme cartel de publicidad a un lado de la carretera. “Vota a Felipe”, rezaba el eslogan que se situaba al lado de un sonriente rostro.
               -¿Ése no es…?
               -Sí. Exacto –le aclaró Clara-. El heredero Borbón. Se presenta este año a primer ministro. El apellido no lo pone porque, bueno, trae malos recuerdos. Ya sabes que les expulsamos después de que Fernando VII tratara de abolir la Constitución hace doscientos años. Y, bueno, su padre sí consiguió ser primer ministro durante un tiempo, pero le salieron unos temas de corrupción y no salió reelegido. Por eso, ahora que su hijo se presenta, trata de no llamar demasiado la atención acerca de sus orígenes.
               -¿No teméis entonces que si los Borbones se quedan mucho tiempo al frente del gobierno –preguntó Vormak con un leve acento propio de su país-, intentarán disputarle el trono a la dinastía de los Saboya?
               -¡Uy, hijo, por eso no te preocupes!-se rió a mandíbula batiente el padre de Clara desde el asiento del conductor-. Primero tendríamos que elegir entre monarquía y república, algo sobre lo que aquí siempre ha habido mucho debate. De hecho, supongo que ya sabrás que, desde la última reforma de la Constitución, es un tema para el que alguna vez se han conseguido las suficientes firmas como para votarlo en referéndum, aunque todavía no hemos podido ganarlo. En el último, hace ya bastantes años, faltaron unos cuantos votos, pero seguramente para el siguiente... Además, no hay que asustarse con los Borbones. Si no nos caen bien, o si intentan hacer algo raro, ya les echaremos. ¡Si pudimos mandar a Aznar de vuelta a los rediles!
               Clara le dirigió a su padre una mirada reprobadora. No quería que la gente con la que Vormak se cruzase en España hiciera con demasiada frecuencia chistes acerca de temas sobre los que el estudiante de intercambio no entendiera demasiado, y se sintiera por tanto desplazado de la conversación. Y los asuntos de política interna eran precisamente del tipo de los que un extranjero, por muy experto en Historia que fuese, no tenía por qué saber nada. Sin embargo, cuando Vormak se acercó a Clara y le cuchicheó al oído una pregunta, la naturaleza de ésta le sorprendió:
               -¿Qué es eso de “mandar a los rediles”?
               La chica se sonrió.
               -Ah, jeje. Significa “mandar a alguien de vuelta al lugar de donde procede”. Es una expresión sobre un espectáculo que solía haber en España hace ya más de un siglo. Ya casi nadie recuerda el origen de esa frase.
               El vehículo iba adentrándose poco a poco en las más profundas entrañas de la ciudad de Madrid. Vormak admiró especialmente el intenso color azul del cielo.
               -Me habían dicho que los cielos de Madrid eran muy hermosos. En mi país, las grandes ciudades suelen estar muy grises por la polución.
               -Bueno, en eso aquí tenemos bastante suerte –respondió Clara-. Lo que sí hay es mucha contaminación lumínica, así que cuando mis padres y yo queremos ver las estrellas por la noche, nos vamos fuera de la ciudad, a la orilla del río, y allí plantamos el telescopio. Si te apetece, podemos ir por ahí alguna noche de éstas.
               Pasaron entonces al lado de un inmenso complejo hospitalario.
               -Éste es el Ramón y Cajal. Cubre toda esta zona, la parte situada en el este de la ciudad. Por supuesto, espero que no tengas que venir aquí nunca, y si te pasa algo te llevamos, pero por si acaso, luego te indico cómo llegar en transporte público desde nuestra casa. Está bastante bien comunicado. Todos los hospitales están bastante bien comunicados en general.
               -¿No habría problemas con eso de que soy extranjero?
               -Bueno, seguramente nos harían rellenar bastante papeleo, pero al final seguro que se acabaría solucionando.
               Llegaron por fin a la casa de Clara. Allí, tuvieron el tiempo justo para dejar las maletas y dirigirse inmediatamente a la universidad para que Clara pudiera aprovechar alguna de sus clases, y que de paso Vormak tuviera su primer contacto con la facultad. A la entrada del edificio, el padre de Clara detuvo muy brevemente el coche para permitirles salir.
               -Nos vemos esta tarde, ¿de acuerdo?-le mandó una última sonrisa a Vormak. Éste le respondió con un gesto de agradecimiento.
               -Oye, ¿en qué me has dicho que trabajaba tu padre?-le preguntó el chico a Clara, una vez su progenitor se hubo alejado.
               -Es profesor aquí, en esta misma facultad –le respondió ella.
               -Vaya. Y, ¿siendo él profesor, te resultaría entonces más fácil quedarte en la universidad?-inquirió curioso Vormak.
               Clara se rió.
               -Bueno, supongo que podría intentarlo. Pero me parece que, si yo no doy la talla, daría un poco lo mismo. No creo que simplemente con tener un familiar dentro fuera suficiente. Suelen ser muy rigurosos con esas cosas.
               Clara le condujo por los pasillos de la facultad, realizándole una corta visita guiada a través de la misma, hasta finalmente llegar al aula que les correspondía.
               -En realidad, como vas a comprobar, no es exactamente una clase de historia. Pero la verdad es que es una de mis favoritas. Ahora verás por qué.
               El profesor de la asignatura se ajustó las gafas mientras los alumnos terminaban de sentarse.
               -Se supone –comenzó- que yo tenía que impartir la clase de hoy acerca los poetas de la generación del 27. Pero como creo que no hay nada mejor que aprender directamente de las fuentes, quiero compartir con vosotros el inmenso privilegio que yo mismo disfruté al recibir una lección, en el año 69, por parte del profesor Federico García Lorca. Se conserva un vídeo de esa sesión, que es el que os voy a poner a continuación.
               Y los estudiantes, durante cincuenta etéreos minutos, escucharon, arrebolados, el discurso pausado y cautivador del poeta, como si éste no se fuera a interrumpir jamás…
               Cuando terminó la clase, Clara acompañó a Vormak a un bar para tomar algo. A la entrada se encontraron con un chico alto y de pelo castaño.
               -Vormak, éste es Marc, mi novio.
               -Qué tal, Vormak –nuevo enérgico apretón de manos-. ¿Entramos?
               Se sentaron en una mesa y pidieron las bebidas.
               -Vormak, Clara me ha contado algo de ti, pero no sé si me acuerdo de todos los detalles. ¿No te importará que te haga algunas preguntas?
               -No, qué va, al contrario –respondió Vormak-. De hecho, yo quiero hacer siempre un montón de preguntas y me da cierta vergüenza, así que si me preguntáis vosotros, de esa manera no me siento tan mal –explicó Vormak con una tímida sonrisa.
               -Estupendo. Entonces, ¿cuál es exactamente la institución que financia tu estancia en España?
               -El Ministerio de Educación. El de aquí, el español. Es parte de un programa de intercambio. Así, Clara podrá visitar mi país durante un tiempo.
               -Tiene unas ruinas fantásticas –le aclaró Clara a Marc-. Va a ser estupendo poder echarles un vistazo. Y de paso, hacer unos cuantos viajes por ahí –se rió.
               -Sí, las ruinas son lo único que nos queda en pie –bromeó con algo de humor negro Vormak-. Somos un país muy pobre. Nada que ver con esto. Me he quedado maravillado al observar todos los libros que había en la biblioteca de la facultad. Y es verdad que la beca que he recibido es muy generosa.
               -Yo también estudio con beca –compartió Marc-. Y menos mal, porque con lo cara que es Madrid, si no, no podría estudiar aquí.
               -¿Y, con la crisis –inquirió Vormak-, no han recortado las ayudas?
               -No, qué va –Marc contempló extrañado a Clara mientras lo decía, como si le hubieran preguntado por un extraterrestre-. De hecho, creo que las han aumentado un poco.
               -De todas maneras –explicó su novia, tratando de proporcionarle un poco de contexto al asunto-, me parece que la crisis no ha afectado tanto a España porque, como hay mucha inversión en investigación, no se ha metido tanto dinero en burbujas inmobiliarias como en otros países, y por eso hemos resistido más o menos. Aún así, siempre hay discusiones sobre la forma en que se intentan solucionar los problemas. El gobierno actual se llevó un buen golpe en las últimas elecciones porque se le reprochaba haber tardado demasiadas semanas en tramitar una ley para proteger a los que ya no podían pagar su casa. Así que, como ves, en todos lados tenemos problemas.
               -Buf, pero no creo que sea igual que en mi país –respondió Vormak-. Allí, sentimos que todos los que tienen cierto poder (los políticos, los empresarios con dinero) son tan sólo una élite que se protege a ella misma, y que el pueblo no cuenta para nada.
               Clara y Marc se miraron entre sí como tratando de coordinar la siguiente explicación.
               -Bueno –Clara elevó las manos hacia adelante-, no te creas que aquí todo es perfecto. Hemos tenido nuestros fracasos como país, y existen personas que viven mejor que otras, y también hay muchas cosas que serían mejorables. Pero (y creo que esto es producto de nuestra historia) pienso que hemos aprendido que no puede irte muy bien cuando sólo un pequeño número de personas concentra todo el poder. Por eso, yo creo que los gobernantes son conscientes de que es su obligación escuchar al pueblo, y existe la sensación de que, si las cosas que tú pides son razonables, tarde o temprano, a través de mecanismos de participación ciudadana o de otros tipos, se terminarán más o menos por conseguir. En general, el gobierno sabe que si la mayor parte de la sociedad está descontenta le terminarán echando, por eso trata de beneficiar a toda la gente posible.
               -En mi país a veces dicen que intentan agradar a todo el mundo y lo llaman “consenso” pero, normalmente, sólo sirve para que se haga lo que mandan los mismos de siempre.
               -Ja, ja, es una manera de verlo –se rió Marc-. De todas maneras, en España tenemos algo de complejo por nuestro pasado respecto a la forma en que se han impuesto las cosas desde arriba, con eso de la Inquisición y todo ese tipo de asuntos. Así que ahora se procura respetar mucho a las minorías –expresó Marc con un leve deje catalán-. Que, por cierto, hablando de minorías, Clara, tenemos que hablar de eso de pasar las vacaciones en ese pueblo tan minúsculo en la montaña.
               Lo que siguieron entonces fueron un par de minutos de calmada discusión en español que luego dieron paso a otros pocos y más intensos minutos de discusión en catalán. Vormak no entendió la última parte, pero sí que Clara se enfadaba y se disculpaba (ya en castellano) para ausentarse un momento al baño. Marc le pidió disculpas a Vormak:
               -Perdónanos: nos conocimos en mi tierra y por eso, cuando discutimos, hablamos en catalán entre nosotros.
               Vormak, que se sentía muy agradecido con ambos muchachos por haberle acogido de manera tan amable y considerada, trató de congraciarse con Marc con el comentario que pensó que (en su experiencia) mejor encajaría para la ocasión:
               -¡Mujeres!¡Están todas locas!
               Pero entonces constató que la mitad de las personas que se hallaban presentes en ese bar eran mujeres, y que tanto ellas como los clientes masculinos habían respondido a su comentario enarcando una ceja. Aunque lo peor era que Marc también.
               -Haré como que no has dicho eso, porque como te oiga Clara… -le advirtió con gesto que trataba de no ser muy severo, y por ello resultó más doloroso todavía.
               Para cuando la chica acudió de vuelta, sin embargo, el ambiente se volvió algo más distendido, y Vormak pudo ocultar su vergüenza debajo de otras conversaciones menores.
               Por la tarde, Clara se llevó a Vormak a otra de sus asignaturas.
               -En esta hora suele haber mucho debate. Son unas clases muy participativas.
               De hecho, en esta ocasión se enfrentaban dialécticamente dos alumnos. Vormak todavía no entendía muchas cosas acerca de España, pero pudo distinguir claramente una postura más progresista, y otra en cambio más conservadora:
               -En este país hemos sido siempre demasiado buenos. A veces, hemos pecado en exceso de ingenuos…-proclamaba un estudiante engominado.
               -Nunca se le proporciona espacio suficiente a las otras alternativas. Nos dejamos llevar por la autocomplacencia y, en cambio, queda todavía mucho por hacer…-argumentaba un alumno con largas patillas y gafas.
               Vormak salió del encuentro muy sorprendido.
               -Te tendría que haber explicado –dijo Clara-. Aquí, en España, podemos ser muy intensos en los debates.
               -No, qué va –respondió Vormak-. Me ha sorprendido que se pueda hablar de temas tan controvertidos así, dialogando, sin llegar a decir barbaridades. En mi país tenemos aún muy reciente la guerra civil, y alguna vez que se habla de ello, las emociones saltan a flor de piel porque hay gente cuyos parientes han muerto en la guerra y cuyos cadáveres todavía están por localizar, y en cambio, personas que se identifican con el bando de los vencedores y tratan de justificar los asesinatos.
               -Buf… -soltó un soplido Clara-. No me imagino esa situación –se quedó pensativa durante un rato-. Yo me figuro que, si algo así hubiera ocurrido aquí, las cosas se hubieran tratado de resolver de otra manera…
               Vormak asintió. Y, sin embargo, una idea se le quedó rondando la cabeza. Esa misma idea siguió bulléndole cuando volvieron a casa de Clara aquel día y le presentaron al resto de su familia.
               -¿Y tú qué es lo que estudias, Román?-le preguntó Vormak al hermano de Clara, solamente por hacer conversación.
               -Ingeniería industrial –respondió él, con un puntito de orgullo.
               -¿Y ya sabes que vas a hacer después de la carrera?
               -Bueno, en España hay bastantes buenas empresas que se dedican a las energías renovables. Intentaré conseguir trabajo en alguna de ellas. No es fácil porque viene mucha gente tanto de España como de fuera para buscar un puesto en esas compañías, pero yo creo que con esfuerzo, y algo de suerte, se podrá lograr.
               Sin embargo, la idea que había invadido el cerebro de Vormak le seguía aguijoneando al estudiante durante la cena. Y quizás algo se intuyera el resto de la familia porque, entre plato y plato, el padre de Clara le acabó preguntando al fin:
               -Estás muy callado, Vormak. ¿En qué piensas?
               El estudiante extranjero guardó un silencio por un segundo.
               -Para ser sincero… Estaba pensando en lo que me había preguntado usted (perdona, me habías preguntado tú) esta mañana. Sobre el trabajo que tengo que hacer para la universidad. Estoy pensando en basarme en un suceso poco conocido de la Historia española. Cuando un grupo de generales inspirados por las corrientes fascistas de la época (Hitler, Mussolini) trató de realizar un golpe de estado.
               -Ah, sí –respondió el padre de Clara-. ¿Cómo se llamaban? Yo lo estudié en el instituto. ¿Uno podía ser… el general Franco, quizás?¿Eso no duró apenas un par de días?
               -Exacto. Pues mi idea era hacer como un ensayo sobre qué hubiera pasado si el golpe hubiera triunfado. Si hubiera habido una guerra, y una dictadura, y ese sistema de poder se hubiera mantenido a pesar de que el resto de regímenes fascistas hubiesen sido derrotados durante la Segunda Guerra Mundial. Si hubiera vuelto a mandar la iglesia, los grandes aristócratas y terratenientes, si el estado no fuera laico, si el destino del país se decidiera en unas pocas reuniones privadas, si el régimen militar despreciara la educación y la cultura, si la corrupción se hubiera convertido la norma principal del sistema…
               -Juas, juas –se carcajeó estentóreamente el padre de Clara-. Este chico tiene una imaginación increíble. Clara, tu amigo no tendría que haberse matriculado en Historia: tendría que haberse inscrito, en cambio, en un curso de ciencia ficción…

lunes, 8 de abril de 2019

Las historias cortas de abril: "Sobre los amores tóxicos"


Sobre los amores tóxicos


          Ella era devorada cada noche por él, que le arrancaba uno por uno los pelos, la desollaba, iba desmigando sangrante cada pieza de sus músculos y, una vez terminado el banquete, rechupeteaba los huesos, para que al día siguiente la muchacha se encontrase que, sobre su cuerpo de esqueleto, había vuelto a crecer el resto de su ser, mientras que él se había vuelto un poco más gordo. Y así iban pasando las noches, ella sufriendo cada día el castigo de Prometeo, quedándose en tibias y calaveras al final de la madrugada, y él inflándose como un odre de grasa, una sufriendo a causa de los mordiscos, el otro como consecuencia de la aterosclerosis. Y así compartían ambos el sufrimiento, una, y otra, y otra, y otra noche más.


          Leo acerca del suicidio de la escultora Marga Gil Roësset a causa del amor que sentía (y que no era correspondido, pues estaba casado) por el poeta Juan Ramón Jiménez, y se me hace increíble que una artista prometedora, con una exquisita sensibilidad artística, con 21 años, se mate con todo lo que la vida le tiene que ofrecer, con tantas cosas que podía lograr, tantos hombres que podría conocer quizás mejores que Juan Ramón, que sí, que habrá escrito Platero y este libro será precioso, pero al que las crónicas le retratan como hosco, arisco y malhumorado (quizás sea deformación de género, pero a mí como hombre, ya que me conozco y veo en primera persona mis propios defectos -de lejos cualquiera puede parecer níveo y perfecto, pero de cerca todos tosemos, cagamos, olemos y a veces tenemos estúpidos arrebatos- no me convence como compañero). Y me resulta inconcebible que una muchacha se pueda enamorar hasta tal punto de un ente masculino que ella piense en arrebatarse la vida. Te enojas, derramas un mar de lágrimas y ya está, no hace falta llegar a esos lugares tan extremos y, sobre todo, tan irrevocables. Se me ocurre entonces que lo ideal, si yo tuviera poder para ello, sería que, con una mano invisible, lobotomizara el cerebro de Marga Gil Roësset, conservara todas sus capacidades intactas, pero le arrancara exclusivamente lo que la impulsa a matarse por amor. El problema es que creo que esto sería imposible: porque quizás es esa hipersensibilidad de la piel, esa forma que tienen de exagerarlo todo que a veces poseen los poetas, los artistas, hasta un punto que puede asemejar ridículo, es lo que les hace grandes y también les incita a matarse, de tal manera que una cosa no puede convivir sin la otra y, si se la arrebataras, no serían nunca lo que son, lo que somos. Sylvia Plath podría ser más feliz con una personalidad que no la indujera a meter la cabeza en el horno (o a ahogarse en gas, qué importa el método), pero si no tuviera ganas de meter su cabeza en el horno, quizás no sería Sylvia Plath. Y entonces mi llanto no es sólo por Marga Gil Roësset, sino por tantos individuos que conocí a los que su propia personalidad conducía a callejones imposibles, en los que les era inasumible no meterse porque su forma de ser les llevaba siempre a golpearse contra una pared. A veces es una delicia, un primor, una excelencia, una auténtica lástima, que seamos tan complicados los humanos…

lunes, 1 de abril de 2019

La historia real, la película y la serie de abril: el caso Getty

Lo ha contado una película ("Todo el dinero del mundo", dirigida por el archiconocido Ridley Scott) y una serie de la HBO ("Trust", en la que participa, entre otros, el también multipremiado Danny Boyle) y, sin embargo, tenemos tantas dudas como certezas. Partamos del principio: tenemos a Paul Getty, un archi-multi-hiper-mega-millonario británico de los años 70, dueño de una de las mayores empresas petrolíferas de todos los tiempos. Consigue, merced a trucos fiscales, prácticamente no pagar impuestos. En la película, lo interpreta un majestuoso Christopher Plummer; en la serie, un afiladísimo Donald Sutherland. Las dos versiones coinciden en que es un puñetero tacaño; insiste más en ello el personaje de Plummer. Sutherland, aún aparentándolo hasta el tuétano, da la impresión de emplear el dinero, sobre todo, para controlar a los demás. Siempre tiene que quedar por encima del resto. Siempre tiene que ganar algo (aunque, en eso, la versión de Plummer tampoco le va a la zaga). Por tener, hasta tiene un puñetero harén (firmado por contrato, con la prohibición legal de tener hijos incluida) y un tipo pagado para darle conversación o, si es menester, leerle literatura erótica. En ambos casos, por cicatero o por egocéntrico, un hijo de puta ilustrado, que ama el arte clásico o renacentista (tenía una particular fijación con los mármoles del Partenón) más que a cualquiera de sus hijos o de sus nietos.Y en esta historia real, la ocasión de demostrarlo se presenta cuando uno de sus nietos (un adolescente alocado que vive en Italia) es secuestrado y se exige un rescate por él. El viejo millonario al principio se muestra incrédulo, luego receloso y, más adelante, inflexible. No va a pagar. El poseedor de la fortuna más increíble del mundo se niega a pagar para salvar la vida de su nieto.

 

Más allá de las diferencias de tono, que las hay, y evidentes, sorprende la disparidad en las versiones. Los hechos fundamentales están claros, pero algunos de los más destacados se presentan de manera radicalmente distinta en cada producción, indicativo seguramente que, de este secuestro, los implicados no han querido contar mucho (no es de extrañar, dado por dónde discurren los derroteros), tanto por el lado de la familia Getty como de los secuestradores (como en otros aspectos, no quiero avanzar mucho acerca de la trama, pero digamos que la pobreza criminal del sur de Italia acaba teniendo mucho que ver). Por supuesto, la serie, con más tiempo de metraje, entra con mucha mayor complejidad en ciertas cuestiones: el ambiente del enclave donde se concentran los secuestradores, la atmósfera tan irrespirable de la mansión Getty (la tensión entre las cuatro mujeres de ese harén tan particular que compite por los afectos del viejo; el férreo dominio que el millonario ejerce sobre los hijos, narrándose con especial dedicación cómo el padre del nieto secuestrado vive su particular descenso a los infiernos; el rocambolesco camino que lleva al nieto hasta la situación del secuestro; hasta las inquietudes del servicio doméstico de la mansión Getty). Hay un nexo común, sin embargo, muy claro entre ambas historias: la madre del secuestrado, interpretada en la película por Michelle Williams y en la serie por Hillary Swank. Mientras que Williams ejerce más de "madre coraje", partiéndose la cara por su hijo, Swank no ansía menos su vuelta , pero navega bamboleada por fuerzas mucho más poderosas que ella. Mientras que Williams es la protagonista principal de la cinta exhibida en cines, enfrentándose titánica a la piedra inerosionable que supone su suegro Plummer, "Trust" es una producción coral donde Donald Sutherland es la gran estrella de rock, dando paso a todo su divismo (endiabladamente retorcida es la manera que administra el secuestro), pero donde Swank y los actores que interpretan a su marido y su hijo (así como un Brendan Fraser que hace de negociador al que sólo le faltan dos pistolas y una placa de sheriff para ejercer de arquetipo de atípico héroe americano) tienen también un poderoso peso en la trama. En ese sentido, en la película, aparte de Plummer, a Williams sólo le da la réplica un Mark Wahlberg que hace de hombre fuerte del millonario en Italia, describiéndose sus relaciones (respecto a la serie de HBO) de manera muy distinta.

¿Cuál de estas dos versiones es mejor? Probablemente -y aunque tenga el handicup de haberse estrenado más tarde-, "Trust"; no sólo por una mayor profundidad en el tratamiento de la historia, no sólo por sus actuaciones, sino también por su sentido estético, su fotografía, su descripción del contexto. La película de Ridley Scott (que se antoja en cambio más realista a la hora de tratar los aspectos más controvertidos del asunto, incluso aunque el protagonista principal sea mucho más bidimensional) sufre sin embargo de un problema de ritmo, pues pretende contar una historia muy larga de manera condensada, y a pesar de ello se hace eterna, en concordancia con el transcurso del proceso, cuestión para la que es más útil desde luego el formato de una serie (al contrario de lo que suele pasar con otro tipo de relatos), donde además el montaje juega para mantenernos en tensión todo el rato. Da la sensación, además, de que Ridley Scott ha hecho grandes películas, y que sabe captar perfectamente el momento para contar una historia, pero que ya se ha pasado la época de sus más esmeradas producciones. En cambio, la HBO ha conseguido aquí uno de sus acabados más logrados, aunque ciertamente no de los más populares. En ambos casos, mansiones británicas, villas romanas, el mísero sur de Italia, altas finanzas y bajas miserias morales, un cóctel imprescindible para una más que impactante historia. Quedaos con la que gustéis.