-Los franceses siempre le han dado mucha importancia al arte del buen comer, y no es raro que hoy muchas de las recomendaciones que servimos hoy sean de procedencia gala. Delicioso realiza una especulación (a partir de hechos históricos distorsionados) sobre el origen de los primeros restaurantes, y reflexiona sobre las diferencias entre clases que, en la vida real, motivaron la aparición de los mismos. Resulta tan gustosa como sofisticada. Vatel, por otra parte, pretende recrear el ambiente de los grandes banquetes de la aristocracia y monarquía pre-revolucionarias a partir de la figura del mítico cocinero Vatel, a cuya tormentosa historia dan una vuelta -casi se diría que una excusa-. Aunque se trata sobre todo de un espectáculo para la vista, no deja mal sabor de boca. La cocinera del presidente también se basa en hechos verídicos, en concreto en las vivencias de quien fue la cocinera a cargo de las papilas gustativas de François Miterrand, una pesada responsabilidad que la protagonista se toma con absoluta seriedad y dedicación. El chef, la receta de la felicidad, en contraste, se trata de una comedia sencilla y sin demasiada capas acerca de qué aspectos de nuestra existencia definimos como prioritarios. No es para tirar cohetes pero sus actores (entre otros Jean Reno) le insuflan una cierta vida. Finalmente, La brigada de la cocina abandona los fogones de los restaurantes más exclusivos y extrae una lección social a cuenta de los MENAs que probablemente los franceses, tal y como está la cosa, necesiten como el comer.
¿Por qué estamos aquí? Porque nos gusta lo curioso, lo sorprendente, lo interesante, lo inusual, lo que engrandece al ser humano, lo que lo redime de vez en cuando. Por eso nos apasionan las historias: porque hayan ocurrido o no, de alguna manera es real.
lunes, 23 de enero de 2023
Las películas del mes: unos cuantos films sobre cocina
-Los franceses siempre le han dado mucha importancia al arte del buen comer, y no es raro que hoy muchas de las recomendaciones que servimos hoy sean de procedencia gala. Delicioso realiza una especulación (a partir de hechos históricos distorsionados) sobre el origen de los primeros restaurantes, y reflexiona sobre las diferencias entre clases que, en la vida real, motivaron la aparición de los mismos. Resulta tan gustosa como sofisticada. Vatel, por otra parte, pretende recrear el ambiente de los grandes banquetes de la aristocracia y monarquía pre-revolucionarias a partir de la figura del mítico cocinero Vatel, a cuya tormentosa historia dan una vuelta -casi se diría que una excusa-. Aunque se trata sobre todo de un espectáculo para la vista, no deja mal sabor de boca. La cocinera del presidente también se basa en hechos verídicos, en concreto en las vivencias de quien fue la cocinera a cargo de las papilas gustativas de François Miterrand, una pesada responsabilidad que la protagonista se toma con absoluta seriedad y dedicación. El chef, la receta de la felicidad, en contraste, se trata de una comedia sencilla y sin demasiada capas acerca de qué aspectos de nuestra existencia definimos como prioritarios. No es para tirar cohetes pero sus actores (entre otros Jean Reno) le insuflan una cierta vida. Finalmente, La brigada de la cocina abandona los fogones de los restaurantes más exclusivos y extrae una lección social a cuenta de los MENAs que probablemente los franceses, tal y como está la cosa, necesiten como el comer.
lunes, 16 de enero de 2023
Las historias reales de enero: más hilos, ahora también en Mastodon
lunes, 9 de enero de 2023
La historia corta (rescatada) de enero: "Refugio"
Un chico
indigente pidiendo refugio en un albergue:
-Lo siento –le responden-. No puedes
entrar. Nos faltan plazas, y tú no tienes prioridad. Eres demasiado joven.
El joven se queda extrañado, y
pregunta:
-Y mañana, ¿también seré demasiado
joven?
-También.
-¿Y dentro de un año, también seré
demasiado joven?
-Sí.
-Entonces, ¿nunca voy a poder
entrar?
-No...
Se corrige.
-Quiero decir, sí, cuando llegues a
viejo.
-No llegaré a viejo.
Sobre todo, si no me dejas entrar.
domingo, 1 de enero de 2023
El relato ampliado de enero: "Cambio de tono"
Una versión primigenia de este relato (sensiblemente más corta, para adaptarla a las necesidades editoriales del momento) fue publicada en el segundo ejemplar del fanzine Fragmentos de tinta. Ahora os lo presento tal y como estaba concebido en su génesis original. Por cierto, como muchos sabéis, ya no sacamos nuevas entregas del fanzine, pero podéis consultar los viejos ejemplares en este enlace, así como algunas narraciones, críticas y ensayos sueltos en el formato blog que adquirió en los últimos tiempos. Mis relatos (más cortos o más largos), por otra parte, he ido incorporándolos al blog a lo largo de los últimos meses, para que tengáis a mano todas las opciones. El lugar físico o virtual que ocupen las historias, como suele decirse, es lo de menos: el hueco que ocupan en nuestra mente, por el contrario, ya es otro cantar.
Cambio de tono
Para explicar esta anécdota tengo que aclarar un poco el contexto: hace bastantes años tuve un accidente y, aunque ahora prácticamente no se me nota, me quedan aún algunas secuelas. Una de ellas es que tengo una oreja de plástico. A decir verdad, tengo varias orejas de repuesto, y voy cambiándolas según la época del año, para así ajustarlas a la coloración del resto de mi piel. Esta historia ocurrió precisamente durante una época en la que estaba pasando unos días en casa de mi hermana en la playa, y percibí que mi tez había quedado tostada por el sol. En ese momento, quise sustituir mi oreja de aquel entonces por un repuesto de un tono algo más moreno, y me metí en mi cuarto para llevar a cabo esta acción con cierta privacidad. Pero hete aquí que mi sobrino, que es un terremoto, quiso darme una sorpresa y entró de improviso en mi cuarto, sin avisar. Del susto (a causa del grito que el niño me soltó casi al lado de mi cabeza) solté un respingo y entonces constaté su cara de terror. No me di cuenta hasta unos segundos más tarde: en medio del caos, mi oreja se había caído delante del tierno infante, y ahora hallaba en el suelo, allí plantada, como si nos estuviera contemplando amenazadoramente.
Yo
no sabía muy bien cómo explicárselo a mi sobrino, quien no conocía nada acerca del
accidente, pero la actitud que adoptó me facilitó mucho las cosas: salió
corriendo como alma que lleva el diablo, y durante el resto de la tarde no tuve
ocasión de verle ni un solo segundo.
Con
el paso de los días, sin embargo, el contacto fue inevitable, aunque yo me di
cuenta de que mi sobrino me rehuía, contemplándome desde lejos con una mezcla
de recelo y temor. Comprendí qué era lo que ocurría cuando sorprendí al niño un
día, revelándole a su madre una confidencia: “Mamá, creo que le he roto la
oreja al tío Javi”, se atrevió a confesar, en tono de disculpa, muy
apesadumbrado. Intenté aplacar su angustia al cabo de unos minutos.
-Miguelín,
he de contarte una cosa: en realidad, soy un espía. Por eso, tengo una oreja
electrónica, que permite escuchar las conversaciones a distancia. Es una oreja
muy útil. De hecho, creo que voy a ponerla de vez en cuando en tu cuarto, para
saber si estás haciendo alguna maldad.
Claro
que no estoy muy seguro de haberlo arreglado. Mi hermana me dice ahora que,
cada vez que va a darle su beso de buenas noches, nota a su hijo intranquilo:
-Me parece que se pasa un rato con los ojos abiertos después de apagar las luces -confesó-. Como si en su cuarto se hubiera metido alguien y quisiera averiguar dónde está…