lunes, 27 de septiembre de 2021

Las historias reales del otoño: nuevos hilos de Twitter

Los proyectos de Internet o los literarios son como la catedral de Plasencia: que esté a medias no implica que no sea grandioso.

Ya en una entrada anterior mencionábamos que algunas historias, por razones de formato y de otro tipo, las estábamos narrando a partir de hilos de Twitter. La tendencia ha seguido y, desde entonces, hemos desgranado más relatos sobre ciencia en general (Newton enfrentándose a su némesis, un genio del mal que pretendía derrotarle en una lucha a muerte; Juanelo Turriano y sus maravillosas invenciones; las brillantes e hilarantes actividades extracientíficas de los investigadores; la vez en que los países aliados quisieron derrotar a los del Eje mandándoles icebergs), la ciencia de la medicina en particular (paralelismos de la profesión en la actualidad respecto al antiguo Egipto, tanto para médicos como para pacientes), el macrocosmos de la literatura (la importancia de cómo decir las cosas, el legado de Las uvas de la ira en Nomadland, el nacimiento de ciertos tipos de giros argumentales, o lo engañoso que es el éxito literario), el mundo del arte (un teatro escondido en Nápoles, varias listas de recomendaciones cinéfilas, distintos hilos sobre anécdotas cinematográficas, y un paseo por el edificio inacabado más espectacular que conozco), y por supuesto la siempre interconectada historia (¿quien llegó primero al Polo Norte?; ¿cómo engañar a los nazis con cartón piedra y muchas toneladas de caca de camello?). Creo que con esto tenéis material de sobra para un buen rato, así que espero que lo disfrutéis.

lunes, 20 de septiembre de 2021

La historia corta de septiembre: "La historia alternativa"

La historia alternativa

 

         Sara notó un estremecimiento. Fue así, sin venir a cuento de nada. Se hallaba lavando la ropa en el río y, en ese momento, sintió como un viento gélido que la invadía hasta el tuétano. Alzó la vista hacia el horizonte y creyó ver un rayo, a pesar de que el cielo estaba despejado. Desechando aquellas estúpidas ideas, volvió a sus tareas para terminarlas antes de que se hiciera demasiado tarde.

         Aquel día, sin embargo, Abraham tardaba en llegar. Había salido con Isaac -no había dicho por qué, y Sara no le pidió explicación- y ya se acercaba el anochecer. Por fin, la puerta se abrió. Isaac entró muy rápido, con el rostro lívido, y Abraham cerró la puerta tras de sí, como si le persiguiera un espectro. Lo que más le inquietó a Sara, sin embargo, fue el cielo: a través de la ventana, veía cómo habían llegado negros nubarrones y, por entre los maderos de la casa, se colaba un viento ululante que amenazaba con arrancar la vivienda desde sus cimientos.

         -¿Qué… qué ha pasado?-preguntó Sara.

         -¡Dios está loco!-pronunció perturbado Isaac.

         Su madre le pegó una bofetada en cada mejilla:

         -¡Eso, por la blasfemia!

         -No le discutas -replicó Abraham, pesaroso-. Tiene razón.

         Sara no le hubiera mirado con más sorpresa si se hubiera transformado en un macho cabrío en ese momento.

         -¿Qué habéis hecho?-preguntó Sara, cada vez más inquieta.

         -Le he dicho que <<no>> a Yavhé. Y no se lo ha tomado muy bien -señaló allí afuera.

         Sara no entendía nada. De un instante a otro, todo su sistema de valores se había derrumbado por completo.

         -¿Y ahora qué hacemos?-inquirió desesperada.

         Abraham ya había empezado a realizar, con un carboncillo, unas extrañas marcas en el suelo.

         -Si te ha abandonado Dios… habrá que recurrir a la única opción que queda.

         Abraham remató el extraño dibujo de polígonos engastados uno dentro de otros en el suelo. En ese momento, un invasivo olor a azufre empezó a ocupar la habitación. Mientras afuera se desataba la madre de todas las tormentas, Sara se echó para atrás, buscando apoyo (para no caerse, pues empezaba a faltarle el equilibrio) en la pared de la habitación, mientras de las cada vez más intensas marcas en el suelo se alzaba un gas inquietante que iba transmutándose en una forma corpórea brillante, roja… y con cuernos.

         -¿Para-qué-me-has-convocado?-sonó una voz gutural que helaba la sangre, en un idioma sibilante que se entendía perfectamente, a pesar de que Sara no lo había escuchado jamás.

         Abraham, desde una posición inferior, mantenía la mirada gacha, y sólo alzaba la vista de manera cautelosa, como un animal agazapado.

         -Quiero ofrecerte un pacto. Uno con los hijos de Israel…

         Sara se llevó la mano al corazón.

         No sabía si temía más que aquella historia fracasara, o que, en cambio, saliera bien.