(Inicio de un popurrí
ambientado en Cádiz)
La tenue luz hacía difícil avanzar por entre los huecos que se abrían entre las butacas
del teatro. El enmascarado, cubierto por un disfraz de corte veneciano que
dejaba al descubierto un frondoso bigote seguramente falso, tanteó entre la semioscuridad de la sala para alcanzar finalmente un lugar en la pared desde
donde el acceso a los palcos era más sencillo. Allí, con precaución de que no
le estuviera vigilando nadie, se encaramó ligeramente y aguzó el oído, pero no
encontró lo que buscaba. No obstante, un par de segundos después, un melódico
sonido (al menos para él, porque para el resto del mundo hubiera sonado a voz
ronca y algo forzada) llegó hasta sus oídos:
-Oh,
Romualdo, Romualdo, mi fiel Romualdo, ¿eres tú quién está trepando a este balcón?
El
susodicho Romualdo iba a responder, pero a punto estuvo de precipitarse en el
vacío al ceder una parte de la cortina que le servía de sustento. Consiguió sin
embargo salvar la situación y, después de asegurar su posición, con un tono
amoroso y algo melifluo, finalmente clamó:
-Oh,
Julio, Julio, mi adorado Julio, ¿eres tú quien se ve a lo lejos?
De
hecho, al Julio en cuestión no lo veía, pero en cuanto este último dio unos cuantos
pasos hacia adelante, asomándose a la barandilla del palco más próximo,
Romualdo pudo vislumbrar a un gran disfraz de la gallina Caponata apuntándole directamente a los ojos. A Romualdo aquello le descolocó tanto que perdió el
aire intrépido que portaba consigo y, con un desconcierto tan vivo que hasta recuperó el acento gaditano, preguntó:
-¿Pero
tú qué haces vestido así, pishica?
La
gallina Caponata se aproximó más todavía hacia él y respondió con un deje muy
parecido:
-¡Pues
qué voy a hacer!¿No me has dicho que viniera disfrazado para que no me
reconocieran?
-Pero
quillo, que al menos pueda verte la
cara.
-Bueno,
no nos entretengamos, amor mío. Tenemos poco tiempo: ya de fondo escucho a la
“Comparsa de la Alondra”, y eso significa que nos queda poco tiempo para
hablar.
-Yo
creo que te equivocas, amor mío –había recuperado todo el romanticismo
Romualdo-. Lo que se escucha es la “Chirigota del Ruiseñor”, y por tanto aún
nos queda tiempo antes del entreacto.
-Querido
mío, no es por enturbiarte, pero yo creo que ésa es la Comparsa de la Alondra.
-Cuchufrito de mis amores, yo no quiero llevarte la contraria, pero estoy seguro de que se trata de la
Chirigota del Ruiseñor.
-Alondra.
-Ruiseñor.
-¡Alondra!
-¡Ruiseñor!
-¡Es
el coro de Julio Pardo!, ¿os queréis callar de una puta vez?-resonó una voz al
otro lado del Gran Teatro Falla. Ambos hombres bajaron varias escalas sus
voces.
-En
fin, que no podemos perder el tiempo. Dentro de no mucho será la Final, y
después viene el Carrusel de Coros. Y allí debe ser el lugar donde proclamemos
nuestro amor.
-Oh,
Romualdo, pero es muy peligroso; en cuanto nuestras agrupaciones se den cuenta
de que estamos juntos, nos repudiarán de todas las maneras posibles. ¿No
comprendes que se encuentran enfrentados desde hace años, desde aquel cisma a
raíz del cual el gran coro se rompió en dos?
-¡Pero
el odio no puede durar eternamente!¡Ahora son una comparsa y una chirigota!¡Ni
siquiera se enfrentan en la misma categoría, han de aprender a convivir en paz!
-Romualdo,
creo que subestimas la capacidad que el rencor tiene para mantener las inquinas
prolongadas desde mucho tiempo atrás. No nos perdonarán nunca, será nuestra
perdición.
-¡Les
convenceremos con la fuerza de nuestro amor!
-¡Oh,
te amo, Romualdo!
-¡Oh,
yo también te amo, Julie…!¡Julio, yo te quiero mucho también!
-Ahora
debo irme, que ya oigo a la Alondra…
-…
al Ruiseñor…
-Bueno,
que me voy. ¡Nos vemos cuanto antes, mi amor!
-¡Hasta
luego!
La
gallina Caponata desapareció detrás de unas cortinas en el palco, mientras que
Romualdo descendió, volviendo a ocupar su sitio en la platea.
Lo
que ambos no sabían era que, escondida detrás de una escultura con forma de
héroe griego borracho, una figura -escondida detrás de un traje de bruja- había atendido toda su conversación…