lunes, 12 de septiembre de 2016

El libro de septiembre: La mujer del viajero del tiempo, de Audrey Niffenegger

Algunos ya conoceréis este título por la película que se estrenó en los cines hace unos años con el mismo nombre. Y sin embargo, y a pesar de su buen plantel de actores (destaca especialmente Rachel McAdams), un fiel intento de adaptación, y una realización más que decente, la película no le hace justicia del todo a la novela, entre otras cosas porque hay aspectos muy difíciles de reflejar en el cine y que resultan más impactantes transmitidos a través de la lengua escrita. Lo cierto es que la primera novela de Niffenegger (quien, entre otras cosas, impartía talleres de escritura creativa) tiene también, al menos, desde el humilde punto de vista de este lector, varios importantes defectos: el principal, una innecesaria longitud, pues una buena parte del texto da la impresión de tratarse de relleno innecesario que no aporta mucho a la historia, y hace que uno se pregunte si no saldría una mejor novela de haber arrancado dos de cada tres páginas. No obstante, hay novelas que no son perfectas y, sin embargo, poseen toques de genialidad suficientes como para recomendar su lectura. Y, en este caso, la autora nos ofrece una buena historia, un muy original punto de partida y un gran dominio de los tempos narrativos (al menos hasta cierto punto) y de las situaciones expuestas. No son malas propuestas para empezar.

La historia se centra alrededor de Henry, un individuo con una rara mutación genética que le hace viajar en el tiempo. En muchos sentidos, la enfermedad de Henry se asemeja a la epilepsia: en una situación especialmente estresante, su mente se acelera y llega un momento en que se ve trasladado a algún lugar del pasado o (menos frecuentemente) del futuro. La peculiaridad de este viajero del tiempo (de entre las muchas versiones que nos ha aportado el cine y la literatura sobre este tema, desde La máquina del tiempo original de Wells hasta El Ministerio del Tiempo, que desde el lado español ha venido a aportar también su novedoso granito de arena) es que no puede controlar hacia dónde dirige sus viajes, los cuales en su mayor parte se encuentran relacionados con sus propias circunstancias de su vida personal. De hecho, y como habéis intuido por el título, mucha de la trama se centra alrededor de su esposa, quien tiene que vivir una serie de circunstancias nada habituales de la vida en pareja como consecuencia de los viajes de su marido. Por tanto, es la historia de un hombre, pero también una narración romántica, y hay que decir que ambas son capaces de avanzar en la disección de los sentimientos de la pareja protagonista con aplomo, solidez, y también un alto grado de compasión por sus personajes. Niffenegger aprovecha las paradojas y contradicciones temporales para crear una serie de escenas memorables de un gran poder literario, quedándonos en la memoria (un aspecto que sí que es capaz de reflejar la película) la tormentosa relación que se establece entre el viajero del tiempo y su mujer -un ten-con-ten cargado de buenas dosis de ternura, sensualidad y frustración al mismo tiempo-, y cómo ambos intentan, a pesar de todo, afrontar todos los obstáculos que dificultan que estén juntos. El resto de giros narrativos y posibilidades de la trama tendréis que encontrarl@s accediendo al libro.



Y hablando de viajes en el tiempo, ¿otras historias que os han impactado sobre el tema y que os gusten mucho? Por proponer una, yo lanzo Time after time, una película de viajes en el tiempo y Jack el Destripador que da la casualidad de ser una de las favoritas del guionista de El Ministerio del Tiempo Javier Olivares, y El fin de la eternidad, del siempre recomendable Isaac Asimov. ¿Y vosotros?¿Tenéis alguna otra que recomendarnos? Se admiten sugerencias en los comentarios.

lunes, 5 de septiembre de 2016

La historia real de septiembre: El corazón de Anselmi y el Teatro Real

Hace unas cuantas hemos vivido en Madrid la Semana de la Ópera, que ha incluido jornada de puertas abiertas en el Teatro Real, visitas guiadas a bajo coste, ópera retransmitida en vivo en la Plaza de Oriente... La historia del Teatro Real -una de las mayores referencias operísticas de nuestro país- ha sido larga y accidentada. Mandado edificar por Fernando VII, inaugurado por Isabel II en 1850, denominado Teatro Nacional de la Ópera durante la Primera República, fue cerrado en 1925 por problemas estructurales y durante más de setenta años (por una mezcla de razones políticas, culturales y presupuestarias) se mantuvo cerrado hasta que se reabrió en 1997, completamente renovado y adaptado para la escenografía moderna.

Imagen del Teatro Real extraída de su página web. Destaca, en el centro, el palco destinado para la familia real durante la representación.


La historia de hoy tiene que ver con uno de los más célebres cantores que actuaron en este teatro, el italiano Giuseppe Anselmi (arriba, en una fotografía de dominio público). Anselmi nació en Sicilia, se entrenó en el canto lírico por su cuenta (aunque tenía formación musical previa en el violín y el piano), debutó en los escenarios en Grecia, y luego cosechó éxitos en su país natal, en Londres, Argentina, Rusia, etc, durante los primeros años del siglo XX. Pero el lugar donde recibió más aplausos, y donde él los degustó mejor, fue en Madrid. Representó obras en el Teatro Real de 1907 a 1918, y era considerado el favorito del público. El aprecio debía ser mutuo, pues Anselmi determinó que, cuando muriera, su corazón sería donado al Teatro Real. Dicho y hecho, nada más falleció, su corazón fue disecado y mandado en una caja a Madrid. Actualmente, el Teatro Real (que amenazó ruina y derrumbe durante sus años de abandono) no conserva el corazón ni buena parte de los recuerdos de su primera época de apertura, sino que todos estos "souvenirs" se exhiben en el Museo Nacional del Teatro en Almagro (más conocido por su fabuloso festival de teatro, centrado en las representaciones clásicas en los corrales de comedias). No obstante, dada la tradición de fantasmas que tiene la ópera, y teniendo en cuenta lo a gusto que se encontraría Anselmi volviendo a recorrer sus escenarios de su amado Teatro Real, no es difícil imaginarlo como buen candidato a espectro que se dedique a vagar entre bastidores, ¿no es así?

Cantada esta pequeña opereta, nos vamos con la música a otra parte. Hasta la próxima.