lunes, 27 de mayo de 2019

Más historias cortas de mayo: "Sobre dioses y días"

Sobre dioses y días

Un día Cristo volvió a la tierra en forma de fantasma. Primero asustó a unos pocos con la sábana santa encima, sin mala intención, sólo para divertirse. Luego, se lo tomó en serio y estuvo predicando un tiempo. Entonces, le cogieron cuatro tipos, le secuestraron, le torturaron, le juzgaron, le pusieron un capirote y un traje ridículo, en contraposición con los trajes negros de los captores. Al final, le hicieron arder en nombre de Cristo y de la Santa Inquisición.
*
            Un día maté a una hormiga, pisándola sin querer. Me apené profundamente por ello. Peor el resto de las hormigas no supieron apreciar mi gesto. Treparon sobre mí con cuerdas y hachas, me derribaron, me llevaron a su escondite y me royeron hasta los huesos.
            El problema es que el resto de las hormigas aprendieron.
*
            Un día se presentó Dios delante del primer Papa, San Pedro, para decirle todo lo que estaban haciendo mal. El obispo de Roma, que ya le había cogido tirria desde su época de discípulo, le encerró en una celda y tiró la llave. Como le dio por resistir al fuego y al hambre, ahora malvive en una mazmorra del Vaticano. De vez en cuando, cuando el Papa tiene dudas, se acerca a la puerta de la prisión, y anota lo que dice el anciano colérico a través de la mordaza, construyendo con aquellas exclamaciones farfullantes una encíclica. Pero, como es lógico, todas son falsas, porque en realidad lo que Dios no para de repetir es que de una vez, maldita sea, le dejen salir.

lunes, 20 de mayo de 2019

La historia real de mayo: lugares sin ley

Desde que el hombre fue hombre y tuvo que vivir en comunidad, se vio obligado a adoptar unas reglas de convivencia. Más adelante, cuando las sociedades evolucionaron para abarcar más allá de la villa y la tribu, y nacieron los estados, fue necesario crear un cuerpo jurídico más o menos organizado. El código de Hammurabi, dicen, es la forma más antigua de conjunto normativo que se conoce, pero desde el "ojo por ojo y diente por diente" hasta nuestros días se han sucedido toda clase de leyes, decretos y constituciones. Por eso, nos resulta extraño creer que, aun hoy, y hasta en casos muy extremos, han existido o existen lugares sin estado, zonas sin ley, emplazamientos donde no hay reglas escritas ni nadie encargado de velar por el cumplimiento de las normas. Bienvenidos a algunos ejemplos más evidentes incluso que el salvaje Oeste:

-La Antártida: Donde hay poca gente, es imposible pedir mucho más. Las naciones del mundo firmaron un acuerdo por el cual renunciaban a disputarse la hegemonía de la Antártida y ha quedado como un gran y vacía (tan sólo una breve incursión humana en sus márgenes) superficie dedicada a la investigación científica, con una escasa población, de logística relativamente precaria, que se renueva con cierta continuidad. Eso quiere decir que si alguien muere de manera sospechosa, es bastante difícil averiguar cuál es la verdadera causa de su muerte (no existen policías, abogados, y ni siquiera expertos en ciencia forense), ni forma factible de capturar al presunto culpable antes de que éste vuelva a su país, cosa que se sospecha que sucedió hace un par de años frente a un caso que nunca llegó a investigarse debido a estos motivos (la duda pues, quedó perenne). No sabemos tampoco cómo acabó la anécdota por la que un científico de la Antártida llegó a apuñalar a otro por hacerle -en teoría de forma "humorística"- spoilers de varios libros, aunque lo más lógico sería que la justicia, como casi siempre en estos casos, la aplicara espontáneamente la comunidad local (nota: en realidad, sí que hubo intervención de un estado; Rusia era el país de ambos hombres y el autor de la puñalada volvió a su patria natal para ser juzgado). Sin embargo, en el caso de que fueran los allí residentes quienes hubieran dirimido el caso, no tengo muy claro que hubiera una decisión unánime sobre quién era el verdadero culpable.

-Regiones en disputa: en aquellas regiones cuya posesión es discutida por varios países, suele ocurrir con frecuencia no haya una organización efectiva del territorio, aunque a veces la comunidad local impone sus propias normas. Un ejemplo relativamente cercano a España (y en parte responsabilidad suya) es el Sáhara Occidental, cuyos habitantes piden todavía un referéndum de independencia, aunque Marruecos nunca ha cedido en este punto y explota el territorio a pesar de las protestas del pueblo saharaui.

-El mar. En aguas internacionales puede ocurrir prácticamente cualquier cosa sin que haya castigo, y las más de las veces ni siquiera conocimiento. Y no sólo allí. Como mencionaba un artículo hace unos años, en las tripulaciones de los barcos se acumulan marinos de toda clase de condición, edad y raza, abundando la ilegalidad, la explotación y hasta el esclavismo. La ley clásica del mar decía que un capitán es dueño de la vida y la muerte de todos los viajeros en su barco, y el siglo XXI, a pesar de todos los avances, parece no haber modificado lo esencial de ese concepto.

-Comunidades aisladas: ya sean regiones asentadas (como la comuna hippie establecida en medio del desierto de California) como concentraciones espontáneas (el mayor ejemplo, "The Burning Man" que se celebra cada año en Nevada en una especie de homenaje revival pagano cargado de moderna tecnología que se ha prolongado hasta nuestros días), hay rincones del mundo donde nadie se atreve a aplicar ninguna clase de ley, ni tampoco individuo que lo consienta.
                                                                                           
                                                       Sección de la ciudad de Kowloon, vista desde arriba
-La auténtica ciudad sin ley. Este caso ya no es real, pero lo fue hasta hace muy poco. Se trata de Kowloon, una península cercana a Hong Kong que, durante la época en que China y Gran Bretaña compartieron esta ciudad, se estableció como fortaleza. En principio era china, pero cuando los británicos entraron al asalto durante el siglo XIX en ella para confirmar ciertas sospechas, descubrieron que los oficiales chinos habían huido. Sin embargo, Gran Bretaña no hizo nada respecto a ese lugar y quedó definitivamente como una zona amurallada sin ley, donde se refugiaron multitud de desplazados por la guerra civil china después de 1945. Paulatinamente, todo comenzó a crecer: la gente que vivía allí, el número de casas, la altura de los edificios (muchos de los cuales se construían encima de las azoteas de los antiguos). Se convirtió en el lugar de mayor densidad de población del planeta (120 veces la de la ciudad de Nueva York), conformado por edificios altos (una de las escasísimas normas de la ciudad era que no podían superar los catorce pisos para no interferir con el muy ruidoso aeropuerto), en los cuales los pisos superiores tapaban la luz a los inferiores, por lo que se la conoció como "Ciudad de la Oscuridad".


 Niveles superiores (arriba) e inferiores de Kowloon. 

Las condiciones, desde luego, no eran agradables. El espacio para que viviera una persona era menor que para un aparcamiento estándar de coche. La gente no tenía quien le instalara fontanería o cables eléctricos, con lo cual solían montárselos ellos mismos. No es que no hubiera comercio: más bien al contrario, florecieron especialmente los negocios ilegales. Entre ellos, toda clase de profesionales sin licencia, porque los alquileres de los locales eran muy económicos. Eso sí, las condiciones de estos profesionales eran deplorables: se acumularon dentistas cuya pulcritud higiénica era bastante más que dudosa -aun así, muchos clientes venían de Hong Kong, pues los precios eran baratísimos-. Los restaurantes tampoco tenían regulación sanitaria. Florecían los casinos y los burdeles, las drogas abundaban por doquier, hubo más que sospechas de incendios por especulación inmobiliaria (a cuya prevención no ayudaba la falta de previsión anti-incendios), y, por supuesto, se convirtió en el reino de las mafias ilegales. Aunque algunos defendían que la mayor parte de los habitantes no estaban metidos en ningún negocio sucio, y que la criminalidad no era tan alta como cabía esperarse -difícil saberlo, porque obviamente no había registros-, lo cierto era que, entre los callejones estrechos (a través de muchos había que pasar de lado), la oscuridad y la suciedad a nivel del suelo (te caía agua y basura de los pisos superiores porque los vecinos barrían hacia abajo), así como la maraña de cables sueltos por todos lados, a la gente no le gustaba pasear mucho por la ciudad, y menos de noche. Iban y volvían por los pocos sitios que conocían para realizar los recorridos imprescindibles, es decir, ir y volver del trabajo (había un único cartero, que era de los escasos habitantes que se conocía los detalles de la geografía de la ciudad). De hecho, existían toda clase de pasarelas a nivel de las alturas para no tener que pasar por el suelo en ningún momento. La ciudad tenía un microclima muy especial, cargada de calor y humedad, de tal manera que muchos subían a los tejados de los pisos superiores para respirar algo de aire puro, especialmente por las tardes y durante el verano. A veces los adultos organizaban allí partidas de cartas, o los niños acudían a jugar o a hacer sus tareas, después de haber pasado la mañana en el nivel inferior.


En general, la gente de Hong Kong iba allí a hacer todas las cosas que no podían en la más regulada ciudad de Hong Kong, entonces británica. Desde actividades delictivas, hasta comer platos prohibidos en otros sitios (ojos de pez o cachorros de perro, entre otros). A pesar del caos del barrio, unos cuantos se apañaron para crear sus propios oficios: por ejemplo, dedicarse a ir casa por casa para fregar las cazuelas de los demás. Algunos grupos de vecinos, por otra parte, empezaron a autogestionarse: la anarquía dio paso a una suerte de organización donde empezó a haber panaderías, jardines de infancia, escuelas, organizaciones civiles y religiosas, etc... Muchas veces las esposas se dedicaban a limpiar el exterior mientras las abuelas cuidaban a sus nietos y a los niños de edificios cercanos. Al mismo tiempo, la policía de Hong Kong (que a raíz de un asesinato en 1959 se hizo cargo oficialmente de la juridiscción de la ciudad, aunque no intervenía gran cosa) comenzó a hacer redadas, disminuyendo el nivel de criminalidad. La propia ciudad de Hong Kong acabó haciéndose cargo de algunos servicios, como el suministro de agua. La vida se abría camino a pesar de tanta anormalidad. De hecho, un texto de la época decía que, a pesar de la mezcla abigarrada de drogadictos, sacerdotes, trabajadores sociales y prostitutas, aquel lugar, que para muchos resultaba aterrador, tampoco resultaba tan diferente de la rutina habitual en Hong Kong, y que buena parte de sus habitantes tenía una existencia medianamente normal.
En 1987, la ciudad tenía entre 30.000 y 50.000 moradores, y fue entonces cuando Gran Bretaña y China (ante el hecho de que unos cuantos años más tarde tendría lugar la anexión definitiva de este territorio, junto con todo Hong Kong, al país asiático) decidieron sanear la zona, y ofrecer compensaciones para los afectados, tanto en dinero como en forma de nuevos alojamientos. Para muchos, suponía liquidar por fin el cáncer en que se había convertido la ciudad; además, al escuchar el proyecto, las mafias chinas decidieron marcharse fuera, con lo cual se convirtieron en los años más tranquilos. Sin embargo, muchos que no podían vivir de otra manera (tendrían que sacarse licencia para sus respectivos oficios), que consideraban las compensaciones insuficientes, que se habían acostumbrado a ese modo de vida, o que preferían vivir en un lugar donde no se pagaban impuestos, se negaron a marcharse. Un batallón de 150 hombres entró para desalojar a los más renuentes a trasladarse, entre otros un hombre de 62 años que amenazó con suicidarse si le reubicaban. Finalmente, después de muchos años, en 1993, dejó de haber personas allí viviendo, se desconectó la electricidad y se tapiaron los pozos: entró la maquinaria de demolición. Poco tiempo después, empezaba a re-edificarse la ciudad. El resultado, como puede verse más abajo, fue muy distinto.




Greg Girard fue un fotógrafo que se dedicó a hacer fotografías de Kowloon poco antes de su desaparición, explorando todos los rincones de la ciudad, y publicándolas en un libro (ahora expuesto en una página web) titulado "City of darkness: Life in Kowloon Walled City", que tuvo posteriormente secuelas. La mayor parte de las fotografías de este post son de su autoría, o han sido extraídas de varios blogs que enlazan a Wikicommons (Wikipedia alberga también bastante información sobre la ciudad). Abajo, la moderna Kowloon, ahora un gran y estiloso parque urbano de Hong Kong. De la Kowloon original sólo quedan un par de zonas (una de las puertas y una especie de centro social) que fueron considerados lugares de valor histórico.

Para mí, esta historia es importante porque refleja un dilema muy presente en estos tiempos. En los últimos cuarenta años, desde Margaret Thatcher y Ronald Reagan, se ha extendido una corriente de pensamiento que dice que los estados, regiones, ciudades, se gobiernan mejor cuando hay menos impuestos y el estado interviene lo mínimo. Pero como hemos comprobado con Kowloon, cuando no hay impuestos, no hay regulaciones sanitarias, no hay controles de edificación, no hay seguridad, todas aquellas ventajas que nos proporciona vivir en comunidad. Tenemos más dinero en la cuenta bancaria, en efecto, pero hay que pagárselo todo, independientemente de que no tengas dinero para afrontarlo: la educación, la sanidad, los medios de transporte. En distintos grados, Estados Unidos (con sus enormes desigualdades) o la España en tiempos de Franco (donde no había impuestos, pero tampoco se construía casi nada, salvo pantanos) siguen o seguían este modelo que, aunque matizado, se pretende que en muchas sociedades vaya progresivamente a más. Dentro de poco hay elecciones europeas, autonómicas y municipales: la pregunta que nos hacemos ante estos distintos modos de convivencia es, ¿a qué referente queremos parecernos?¿Querríamos vivir de un manera similar al sistema de estado de bienestar que -a pesar de los recortes y el intento de desbaratar o privatizar los servicios públicos- hasta ahora ha sobrevivido en Europa... o preferimos algo más semejante a Kowloon?

Como siempre, la decisión está en nuestras manos.

martes, 14 de mayo de 2019

Las historias cortas de mayo: "De princesas y dragones"

De princesas y dragones

            La princesa mandó emisarios a todas las mazmorras del reino, ansiando entrar en contacto con los dragones. Una vez encontró al más fiero, al más sanguinario, al más abyecto, se comunicó con el reptil mediante densas nubes de humo, sosteniendo largas conversaciones sobre, cuando se encontraran, qué le haría a ella él. El día que habían quedado, la princesa llegó a casa excitada, pensando en cómo la iban a flamear, engullir, y luego masticar todavía viva hasta desangrarla con aquellos dientecillos puntiagudos de dragón. Sin embargo, cuando llegó, se encontró con que un caballero había entrado en su casa y había ensartado al dragón con su lanza. Cuando el guerrero, como pago, trató de besarla, fue ella misma quien sacó la lanza del cadáver aún caliente y de parte a parte le atravesó.

*

            Cuando él se metió en la casa de la desconocida, descubrió que ella, entusiasta, ofrecía su blanco cuello para el sacrificio. El asesino en serie creyó que le iba a encantar, pero al final se marchó, pues había perdido la gracia. Da pánico si la víctima te da más miedo que tú.

martes, 7 de mayo de 2019

El cómic de mayo: "El tesoro del cisne negro", de Guillermo Corrral y Paco Roca

Paco Roca es ahora mismo la estrella más brillante en el pequeño (pero suficiente para albergar constelaciones) firmamento del cómic español. Nos tocó la fibra sensible con Arrugas, ha sido intimista con La casa, nos ha contado su vida en Memorias de un hombre en pijama, ha homenajeado a los republicanos que liberaron París en Los surcos del azar, y a los primeros humoristas que intentaron independizarse de sus editores en El invierno del dibujante. Y recientemente, ha decidido contarnos una historia atípica, un cuento de piratas que condena la piratería y una narración donde las gestiones burocráticas se tiñen de aventura y pasión: todo esto es posible cuando el marco de ambientación es la historia real de cómo España recuperó el tesoro del buque hundido "Nuestra señora de las Mercedes".

Recapitulemos. En 1786, la fragatra "Nuestra señora de las Mercedes" partió de América hacia España formando parte de un convoy, con el objetivo de traer a España un tesoro que hoy se nos antoja inimaginable (entre otras cosas, porque no se permiten expolios así de otros países, al menos efectuados de la misma manera). Pero un grupo de barcos ingleses se aproxima, hunde el barco, y captura al resto de las naves que forman parte de la expedición. Sin embargo, la empresa buscadora de tesoros "Odyssey" rescata el tesoro del pecio hundido de las profundidades del Atlántico, y se hubiera quedado con él de no ser por las diligencias que realizó ante la justicia el gobierno español (a las que ayudaron 50 años previos de reclamaciones legales, pues en un inicio, ante este tipo de descubrimientos mandaba la ley más antigua del mar, "el que lo encuentra se lo queda"). Hoy, buena parte del botín rescatado y de la historia puede admirarse en el Museo de Nacional Arqueología Subacuática sito en Cartagena, una institución apasionante, entre otras cosas porque va ofreciendo detalles acerca de las actuales expediciones que se están llevando a cabo donde se hundió "Nuestra señora de las Mercedes" para recuperar los restos del barco hundido, y que anuncian futuras adquisiciones para el museo.

Parte del tesoro rescatado del "Nuestra señora de las Mercedes", exhibido en el Museo Nacional de Arqueología Subacuática en Cartagena. Foto del autor.

A partir de esta historia de ficción, Paco Roca y Guillermo Corral (un diplomático que intervino directamente en el caso real) han escrito una novela gráfica, "El tesoro del cisne negro", que guarda muchas similitudes con el hecho original, pero del que han alterado unos cuantos detalles para poder sin duda gozar de una mayor libertad en la narración. Sin embargo, los autores no ocultan su fuente de inspiración, como tampoco esconden la influencia de las clásicas novelas de aventuras del estilo Tintín,, hecho que es atestiguado por una portada que es constituye un evidente homenaje a la novela gráfica de Hergé "El secreto del unicornio". Sin embargo, como decíamos, ésta es una narración atípica: lejos de la figura romántica del pirata, inmortalizada por Stevenson con La isla del tesoro o por Espronceda en La canción del pirata (aquí, un artículo muy interesante sobre en qué se basó), aquí se presenta a los buscadores de tesoros como individuos sin escrúpulos que dañan los restos encontrados en su búsqueda avariciosa de monedas de oro y plata, sin importarles destruir el patrimonio histórico o aquellos componentes del naufragio que puedan tener un valor humano o museístico. De hecho, en lugar de los corsarios o marinos, en esta historia los héroes son los grises funcionarios del ministerio de Cultura, personajes cargados con algunos de los atributos característicos de los protagonistas de Paco Roca: individuos frágiles, inseguros, tiernos, impotentes las más de las veces ante un destino que les resulta esquivo. Allí, el manejo del color de Roca nos lleva de manera pausada pero intrigante a través de los laberintos de la batalla legal que en su día protagonizó el rescate de la "Mercedes", en una narración que se irá complicando conforme entren en juego nuevas tecnologías, intereses enigmáticos, métodos criminales y el entramado de poderes financieros y políticos. Una historia que suena veraz (aunque se haya tomado bastantes licencias), sin duda por el punto de partida del material.

"El tesoro del cisne negro", pues, conquistará tanto al público que aspira a revivir una novela de aventuras como al que pretenda redescubrir una parte de nuestra historia. Y pone hincapié en esos pequeños héroes anónimos que no aspiran a ser el terror de los mares, sino a emular a Costeau, o simplemente rescatar a los olvidados muertos que se acumulan en el fondo del océano o en las cunetas. A ellos los autores de este cómic les han proporcionado unas pocas pero significativas páginas de gloria, su pequeña gran oportunidad.

miércoles, 1 de mayo de 2019

El artículo de mayo: "Caballeros"

Caballeros


          Leo en una furgoneta que suele estar aparcada cerca de mi casa: “Orden Hospitalaria de los Caballeros de Malta”. En efecto, el escudo de la Orden de Malta (como me enseñaron, formado a partir de la representación de las letras de la palabra <<Jesucristo>> en griego), con su cruz blanca engastada sobre fondo rojo, luce en el lateral de la furgoneta, igual que lo he visto adornando la entrada de un comedor social donde gente del barrio (de mi barrio; en épocas antiguas eso hubiera significado un vínculo, al menos mayor de lo que implica hoy en día) acude a comer porque no tienen otra cosa, si acaso –y en la medida en que se lo preserva el anonimato del comedor- la dignidad. Es fascinante la historia de la Orden Militar y Hospitalaria de los Caballeros de Malta, creada originalmente por caballeros amalfitanos como una institución en parte religiosa y en parte laica, estructurada en un modo muy similar a la Orden del Temple, y que que curaba a tanta gente en hospitales como a la que mandaba a fallecer en los mismos, especialmente en el momento en que llegó a Jerusalén. Allí, se hizo con el control de la ciudad santa, y las leyendas afirman que, tras entrar a sangre y fuego en varios de los templos más sagrados (del de Salomón, a estas alturas, no quedaban más que los lamentos), se apropiaron del arca de la Alianza, que guardaron bajo custodia. Después, los árabes les expulsaron y se refugiaron en la isla de Rodas -único lugar donde sobrevivieron mientras a sus compañeros del Temple en Europa les daban para el pelo-, sobre la cual construyeron augustas fortalezas separadas por lenguas y nacionalidades, y durante varios siglos se dedicaron a actividades tan variadas como la atención de enfermos y la piratería, hasta que les echaron otra vez y acabaron escondidos en Malta, para comenzar el lento proceso (que aún perdura) de desvanecerse, como casi todas las cosas, de manera silenciosa y discreta en la noche de los tiempos. En su día, los caballeros medievales representaban el súmmum heroico y de dignidad de la Europa Occidental. Defendían la santidad, la virtud, en definitiva, se arreaban con todo bicho viviente. Hoy en día, las prioridades por fortuna son otras. Los soldados han quedado reducidos a las misiones de paz, a la disuasión táctica, y sólo extemporáneamente (casi siempre por culpa de los poderes fácticos y políticos, en ocasiones por el clamor colaborativo de turbas atroces y enfurecidas) se dedican a reproducir su misión original. Ahora, los héroes -les llames o no caballeros, o tal vez damas- son (o deberían ser) otros; gente que monta comedores y consiguen que funcionen, que se dedican a actividades tan poco épicas como la administración o la logística. Individuos que nunca se han planteado conquistar Jerusalén, pero procuran que a los vecinos del barrio no le falte su pan. Quizás, un día de éstos, a una hora muy distante a la de comer, cuando no se halle reunida la mesa en torno a Arturo, ya que éste ha incitado a sus caballeros a recorrer ignotos caminos para encontrar el Grial, me acerque por su local en mi barrio y, con la cabeza gacha, les pregunte por la ubicación del Arca de la Alianza. Tal vez ellos, misericordes, abran con una oxidada y pequeña llave la puerta de un armarito y me permitan mirar.