Una morada para la
eternidad
A
Gorka le tiraron por la ventana un día de marzo. Era el límite de la fecha
necesaria para que su casero pudiera poner en alquiler el apartamento como piso
turístico, así que puede decirse que el propietario retrasó el asesinato hasta
el último minuto.
Por
suerte para el dueño de la propiedad, había tanto extranjero disfrutando de la
Semana Santa -uno de los acontecimientos más reconocidos, a nivel
internacional, entre las atracciones turísticas de la ciudad-, haciendo fotos
borrosas, pariendo selfies mal encuadrados, y pegándose con los otros
visitantes por contemplar más de cera el espectáculo, que nadie se dio cuenta
de que estaban pisoteando el cadáver del pobre Gorka.
Por
fortuna para este último, su espíritu había quedado atrapado en el piso y, al
menos, lo que no consiguió en vida, lo lograría de alguna manera tras la
muerte.
Es
decir, hacerle la vida imposible a su casero por el simple hecho de no moverse
de allí.
*
Es
difícil alquilar un piso cuando tiene alojado un espectro. La localización y el
precio son sin duda un factor; cómo estén distribuidos los espacios y la
pintura de las paredes puede arreglarse; pero tener un ectoplasma por ahí dando
vueltas y espantando con ruidos de cadenas, risotadas maléficas y movimientos
de cortinas a los inquilinos, desde luego, desalienta a cualquier viajero que
quiera disfrutar de unos días de asueto. Y eso que Gorka no era especialmente
fan de los trucos clásicos de fantasmas; él era más de encender los altavoces
para que sonara Camela a las cuatro de la mañana, reconfigurar el ordenador con
el objetivo de que los turistas sean incapaces de usar el wi-fi, o aflojar las
pilas del mando para que éste funcione a ratos: ahora sí, ahora no (ése, según
Dante, era el undécimo círculo del infierno; y si no lo opinaba, debería).
Porque hay que reconocer que un aliento helado en la noche provoca un
estremecimiento, pero que te apaguen el aire acondicionado cuando estás
dormido, en medio de una ola de calor, o que tu móvil aparezca por la mañana
sin batería, con las fotos borradas y varios cargos de tarjeta de crédito,
constituye otro nivel. Hay tantas maneras y tan diversas de amargarles la
estancia a los visitantes, pensaba Gorka: sobre todo desde que existen Alexa,
los teléfonos inteligentes, o los electrodomésticos controlados por dispositivos
situados a kilómetros de distancia. Qué amargura iban a sentir los últimos
turistas que habían disfrutado del piso cuando descubrieran que, a su retorno,
el frigorífico se había apagado por un inoportuna acción ejecutada a través del
móvil, y se les había podrido la comida durante la semana que estuvieron fuera.
<<Seguro que pondrán una crítica horrible en TripAdvisor>>, se
ufanaba Gorka, restregándose las manos como si fuera un villano de película.
Aunque para él, por supuesto, el auténtico genio del mal era su casero: se iba
a arrepentir de haberle tirado por la ventana, y lo haría durante los siglos de
los siglos. No iba a conseguir hacer dinero con su piso turístico -se besaba
Gorka las puntas de los dedos, en una promesa-… por sus muertos.
Claro
que todo esto era muy divertido… hasta que conoció a Aiko.
*
Con
aquella chica japonesa, tan delicada, tan tímida, de apariencia tan frágil,
Gorka entendió que las cosas no se podían hacer de la misma manera. De hecho,
la primera vez que le pegó un susto, ella cogió tanto miedo que se pasó
llorando en su cama dos horas seguidas. Al verla así, tan dolorida, Gorka se
sintió herido en su interior (todo lo herido que puede estar un ser incorpóreo)
y, por primera vez, se consideró una criatura del inframundo. Así que decidió
que, por una ocasión, era mucho mejor esperar y ver.
Y
cuando esperó y vio, se quedó prendado de aquellos gestos minimalistas, de
aquel carácter apocado, de sus ingenuos errores en el uso del castellano, de
aquella alma cándida, inocente y pura alrededor de la cual emanaba un halo de luminosidad…
Gorka había huido de la luz cuando ésta se abrió delante de su alma inmortal,
pero ahora, ante aquel destello brillante, estaba dispuesto a zambullirse de
cabeza.
Tardó
en manifestarse ante su amada, con aquel exceso de prudencia, alternado con
arranques impulsivos, que caracteriza a todo enamorado: pero, al fin, una
noche, Gorka se materializó delante de la chica, quien exhibió al inicio un
rictus de miedo que a aquel fantasma le hizo temblar… Sin embargo, a
continuación, después de tranquilizarla, empezaron a hablar en ese idioma (donde
las palabras son casi innecesarias) que practican casi gemelas afinidades. Se
quedaron conversando hasta medianoche, la hora bruja… y más adelante,
continuaron con la charla. Necesitaron tres noches para que ella permitiera que
su traslúcida mano atravesara su nívea piel; al final de la semana, ella
imploraba a gritos una experiencia de posesión de la que salió con su pelo (por
lo habitual liso) completamente rizado, sudores en lugares inconfesables, la
pérdida completa de la vergüenza respecto a la falta de intimidad -frente a una
presencia, por otra parte, que podía atravesar las paredes-, y una sonrisa de
Oriente a Occidente en los labios.
Sucedió
que Aiko, en su país natal, era abogada. Sucedió que consiguió encontrar un
resquicio legal por el cual obligó a su casero a permitirle un alquiler
permanente. Ahora, ella ha logrado vivir en ese piso de manera indefinida. De
esta manera, la venganza de Gorka se ha cumplido, aunque de un modo que no pudo
ni imaginar.
De
todas maneras, de un tiempo a esta parte, Gorka, Aiko y los niños están
pensando en mudarse de ciudad. Dicen que, en la que están, hay mucho fantasma
suelto.