El mes pasado hablamos de "Lolita", Nabokov, y cómo éstos influyeron en la autora de "Leer Lolita en Teherán". Pero entramos ahora en este último libro y, con ello también, en la historia real. Azar Nafisi es una mujer iraní, experta en literatura, que formaba parte de una de las familias destacadas intelectualmente en Irán. Sin embargo, como sabéis, este país sufrió en durante el siglo XX una serie de cambios profundos. En los años 50, el primer ministro Mohammad Mosaddeq, elegido democráticamente, pretendió nacionalizar los recursos petrolíferos del país. Como esto se oponía a los intereses estadounidenses y británicos, estas dos naciones promovieron un golpe de estado para instaurar la figura del sha. El sha gobernó Irán durante veinte años gracias al apoyo extranjero y a la influencia de su policía política. En 1978, sin embargo, manifestaciones y revueltas populares obligaron al sha a huir del país y se inició un proceso revolucionario, durante el cual las fuerzas de izquierda parecieron al principio tener cierta influencia, pero fue el islam y los partidarios del ayatollah Joemeni los que se llevaron el gato al agua e instauraron una República Islámica donde se estableció una teocracia, se instauró el uso del velo y otras leyes que limitaban la libertad de la mujer, y se prohibió el pensamiento alternativo. Fue en este contexto cuando arrestaron al padre de Azar Nafisi, cosa que le obligó a regresar a Irán, donde ingresó como profesora en la universidad y más tarde fue expulsada. Sobre este período, siempre recordado como un tiempo pretérito, orbita la narración del libro.
En la primera parte, una Nafisi ya expulsada de la universidad nos comenta las reuniones que sostenía con unas cuantas antiguas alumnas selectas en su casa, y cómo en su salón estas mujeres, liberadas del ambiente opresivo de la vigilancia islamistas, hablan sobre la literatura y la vida y entrecruzan (en lo que será una constante del texto) lo que se cuenta en los libros que leen con los aspectos de su propia existencia. En esta primera sección, Nafisi expone especialmente sus puntos de vista sobre la Lolita de Nabokov y cómo Humbert oprime hasta con la ocultación de su nombre a Lolita, estrangulando en todos los sentidos a su objeto de deseo, de la misma manera en que la República de Irán hace con los habitantes a los que supuestamente ha de proteger.
En la segunda parte, un nuevo salto hacia atrás en el tiempo, hacia el momento en que Nafisi vuelve a Irán y se establece como profesora en la universidad. Un tiempo de proclamas, manifiestos y consignas, donde no se sabía lo que iba a ocurrir pero los iraníes (al menos, muchos de ellos) se dan cuenta de que el rumbo que ha tomado su revolución es uno muy distinto al que se imaginaron, y se va a convertir en una dictadura tan asfixiante y totalitaria como la anterior, si no más. Pero fue muy poco a poco como ocurrió esto, y ya era demasiado tarde cuando observaron lo que se les venía encima. No obstante, los que quedan atrapados en esa tela de araña tratan de resistirse, rebelarse, como si por explicar su punto de vista a los fundamentalistas de manera más organizada o más insistente fueran toda la maquinaria de Joemeni a parar. Un momento crítico en el texto es el juicio que se establece a la novela de Scott Fitzgerald, "El Gran Gatsby". Los islamistas pretenden hacer un juicio al libro, aduciendo que representa todos los valores decadentes occidentales, incluyendo la obsesión de Fitzgerald por la clase pudiente (un hecho que es difícil de negar, y que de hecho lastraba muchos de sus textos). La clave de este juicio es que permite establecer el mismo debate del que hablábamos sobre Lolita acerca del papel de la novela y del escritor en la sociedad. Sólo que, si antes hablábamos de cómo muchos, en una sociedad democrática pero conservadora como Estados Unidos, tachaban a Nabokov de pornográfico y de apoyar a los pederastas (argumento que, como hablamos en el post anterior, es fácilmente desmontable), pero el libro, aunque sufrió numerosos problemas, consiguió ser publicado, aquí en el Irán antes de triunfar Joemeni, los islamistas quieren prohibir el libro -cosa que acabarán consiguiendo-, y sus oponentes tratan de convencer a los menos radicales y proclives a la literatura y al diálogo, o a aquellos que todavía no se han definido. Y el debate, esta vez afrontado desde el punto de vista de la moral radical islamista, se centra alrededor de si una novela en la que se habla de adulterio, actividades económicas ilícitas o el sueño americano (en una época y un tiempo done se ataca a todo lo que simbolizan los Estados Unidos) es una aceptable para que la lea el gran público. Y allí, Nafisi defiende el poder de la literatura no para ocultar o ensalzar ciertos comportamientos, sino que seamos nosotros quienes los juzguemos, pero al mismo tiempo destaca que Gatsby (y éste es el poder de la novela, el que hace que ésta sea una gran historia narrada por Fitzgerald, que para variar no se concentra solamente en describir las relaciones aristocráticas, sino que tiene realmente algo que contar) es un romántico que ha sido capaz de sacrificarlo todo, su identidad, su moralidad y hasta su vida, con tal de perseguir el sueño de un amor y de una situación idealizada, en lo que será el gran leitmotiv que presida la obra de Fitzgerald (y, probablemente, su propia vida): la pérdida de las ilusiones. El juicio a Gatsby marca un gran triunfo, el cual, sin embago, es inconsecuente porque, como dice la autora, todos (y todas) están empezando a convertirse en "irrelevantes".
La tercera parte aborda (desde el punto de vista literario) a Henry James, focalizándose sobre todo en "Daisy Miller" -un inquietante relato, todo hay que decirlo- y (en el apartado personal) el retorno a la universidad de la protagonista después de un período de ausencia, cuestiones que se entrecruzan con el relato histórico de la contienda entre Irak e Irán, con graves consecuencias para la población civil antes, durante y después del conflicto. A continuación, la cuarta parte se centra en Jane Austen y (cómo no) la política de matrimonios y de relaciones interpersonales bajo el régimen de Joemeni, así como en los planes de la autora para abandonar definitivamente su país. En estas dos últimas secciones (como en las anteriores, y en la entrevista a la autora años después de la publicación del libro que sirve de epílogo) se entrecruzan diversas formas de interpretación de los autores y novelas mencionados, a veces de formas originales y novedosas, y otras enlazando con el tema de fondo, que es la anómala situación que se vive en Irán. No obstante, tengo que reconocer que estas secciones se me hicieron más tediosas -algunos trozos, incluso, los tuve que leer "en diagonal"- por un defecto recurrente a lo largo del libro: a pesar de utilizar capítulos cortos, el texto se te hace largo porque te da la sensación de contarte de manera periódica lo mismo y de que nada nuevo o impredecible te van a narrar. Pero, claro, hay que reconocerle a este testimonio el valor de lo real (la realidad no ha de estar siempre tan bien estructurada como una novela), y también el hecho de que mucho más tedioso tuvo que resultarle a las protagonistas de estos sucesos sentirse encarceladas en su particular "Atrapado en el tiempo", en un retorno al medievo que habían de vivir cada mañana, un día sí y otro también. En ese sentido, puede que este libro no sea el más entretenido ni el más absorbente del mundo, pero tiene la relevancia de narrar desde dentro una serie de sucesos que cambiaron la vida de millones de seres para siempre. Y, sólo por eso, merece estar publicado y que la gente pueda acercarse a él, cosa que, hoy en día, desgraciadamente, no puede hacerse en Irán.
En la segunda parte, un nuevo salto hacia atrás en el tiempo, hacia el momento en que Nafisi vuelve a Irán y se establece como profesora en la universidad. Un tiempo de proclamas, manifiestos y consignas, donde no se sabía lo que iba a ocurrir pero los iraníes (al menos, muchos de ellos) se dan cuenta de que el rumbo que ha tomado su revolución es uno muy distinto al que se imaginaron, y se va a convertir en una dictadura tan asfixiante y totalitaria como la anterior, si no más. Pero fue muy poco a poco como ocurrió esto, y ya era demasiado tarde cuando observaron lo que se les venía encima. No obstante, los que quedan atrapados en esa tela de araña tratan de resistirse, rebelarse, como si por explicar su punto de vista a los fundamentalistas de manera más organizada o más insistente fueran toda la maquinaria de Joemeni a parar. Un momento crítico en el texto es el juicio que se establece a la novela de Scott Fitzgerald, "El Gran Gatsby". Los islamistas pretenden hacer un juicio al libro, aduciendo que representa todos los valores decadentes occidentales, incluyendo la obsesión de Fitzgerald por la clase pudiente (un hecho que es difícil de negar, y que de hecho lastraba muchos de sus textos). La clave de este juicio es que permite establecer el mismo debate del que hablábamos sobre Lolita acerca del papel de la novela y del escritor en la sociedad. Sólo que, si antes hablábamos de cómo muchos, en una sociedad democrática pero conservadora como Estados Unidos, tachaban a Nabokov de pornográfico y de apoyar a los pederastas (argumento que, como hablamos en el post anterior, es fácilmente desmontable), pero el libro, aunque sufrió numerosos problemas, consiguió ser publicado, aquí en el Irán antes de triunfar Joemeni, los islamistas quieren prohibir el libro -cosa que acabarán consiguiendo-, y sus oponentes tratan de convencer a los menos radicales y proclives a la literatura y al diálogo, o a aquellos que todavía no se han definido. Y el debate, esta vez afrontado desde el punto de vista de la moral radical islamista, se centra alrededor de si una novela en la que se habla de adulterio, actividades económicas ilícitas o el sueño americano (en una época y un tiempo done se ataca a todo lo que simbolizan los Estados Unidos) es una aceptable para que la lea el gran público. Y allí, Nafisi defiende el poder de la literatura no para ocultar o ensalzar ciertos comportamientos, sino que seamos nosotros quienes los juzguemos, pero al mismo tiempo destaca que Gatsby (y éste es el poder de la novela, el que hace que ésta sea una gran historia narrada por Fitzgerald, que para variar no se concentra solamente en describir las relaciones aristocráticas, sino que tiene realmente algo que contar) es un romántico que ha sido capaz de sacrificarlo todo, su identidad, su moralidad y hasta su vida, con tal de perseguir el sueño de un amor y de una situación idealizada, en lo que será el gran leitmotiv que presida la obra de Fitzgerald (y, probablemente, su propia vida): la pérdida de las ilusiones. El juicio a Gatsby marca un gran triunfo, el cual, sin embago, es inconsecuente porque, como dice la autora, todos (y todas) están empezando a convertirse en "irrelevantes".
La tercera parte aborda (desde el punto de vista literario) a Henry James, focalizándose sobre todo en "Daisy Miller" -un inquietante relato, todo hay que decirlo- y (en el apartado personal) el retorno a la universidad de la protagonista después de un período de ausencia, cuestiones que se entrecruzan con el relato histórico de la contienda entre Irak e Irán, con graves consecuencias para la población civil antes, durante y después del conflicto. A continuación, la cuarta parte se centra en Jane Austen y (cómo no) la política de matrimonios y de relaciones interpersonales bajo el régimen de Joemeni, así como en los planes de la autora para abandonar definitivamente su país. En estas dos últimas secciones (como en las anteriores, y en la entrevista a la autora años después de la publicación del libro que sirve de epílogo) se entrecruzan diversas formas de interpretación de los autores y novelas mencionados, a veces de formas originales y novedosas, y otras enlazando con el tema de fondo, que es la anómala situación que se vive en Irán. No obstante, tengo que reconocer que estas secciones se me hicieron más tediosas -algunos trozos, incluso, los tuve que leer "en diagonal"- por un defecto recurrente a lo largo del libro: a pesar de utilizar capítulos cortos, el texto se te hace largo porque te da la sensación de contarte de manera periódica lo mismo y de que nada nuevo o impredecible te van a narrar. Pero, claro, hay que reconocerle a este testimonio el valor de lo real (la realidad no ha de estar siempre tan bien estructurada como una novela), y también el hecho de que mucho más tedioso tuvo que resultarle a las protagonistas de estos sucesos sentirse encarceladas en su particular "Atrapado en el tiempo", en un retorno al medievo que habían de vivir cada mañana, un día sí y otro también. En ese sentido, puede que este libro no sea el más entretenido ni el más absorbente del mundo, pero tiene la relevancia de narrar desde dentro una serie de sucesos que cambiaron la vida de millones de seres para siempre. Y, sólo por eso, merece estar publicado y que la gente pueda acercarse a él, cosa que, hoy en día, desgraciadamente, no puede hacerse en Irán.